La idea del socialismo y el huracán cubano sobre el azúcar
Por Mauricio Escuela Orozco
Pareciera que en estos tiempos la palabra socialismo encarna casi cualquier significado. Se habla de la socialdemocracia, de las causas multiculturales, del marxismo cultural y de la cuestión de luchas interseccionales.
Pero todo eso estaría ocultando un debate aún más profundo, relacionado con la posibilidad real de que se establezca un régimen de justicia social y de total participación democrática de los ciudadanos en la cosa pública.
El socialismo es un debate, no está cosificado en algo que ya se detuvo y que tengamos que describir como un animal diseco. En ese sentido, está vivo como cuestión polémica en el campo de las construcciones humanas.
Cuba, dentro de ese proceso, ha tenido peculiaridades y en esa dirección ha sido, parafraseando a un conocido filósofo existencialista, un huracán sobre el azúcar. Con imperfecciones y dificultades, la idea de hacer de este pedazo de mundo algo diferente ha salido una empresa difícil, cuya naturaleza expresa el carácter complejo de las relaciones clasistas internacionales y por ende de la geopolítica que subyace a toda manifestación como tal.
No es Cuba una excepción a las tradicionales condiciones que se establecen en medio de todo progreso social y que hacen de la construcción de sentido algo enteramente complicado. Desde la proclamación del carácter socialista del proceso, hubo interpretaciones, praxis y elementos de la propia filosofía política que eran perfectibles. Y es que como en todo lo que parte de la condición humana existe fragilidad en el proceso. Una cuestión que si se le mira bien ha sido su mayor fortaleza.
En las dificultades de esta sistematización de la política en función de la gente se aprende de las caídas que nos propina la historia y se hace de este constante repensar una lógica más allá de toda praxis sencilla o maniquea. Dicho en otras palabras, por muy épico que sea, ser socialista es al final una relación entre la teoría y la realidad que será siempre tensa, conflictiva, incompleta hasta un punto por el nivel de expectativas que un suceso de cambio genera en la masa de seres humanos.
Quizás haya que decir, cuando se analiza la cuestión revolucionaria en Cuba, que pesa sobre nosotros una herencia colonial mezclada con la condición de ínsula; dos precondiciones que por fortuitas y objetivas no dejan de ser tan reales como paredes en medio de todo avance. La situación de Cuba en el sistema mundo como una nación que está subordinada al centro, hizo de este país un rebelde que tuvo que hacerse a sí mismo y buscar alternativas a mediano y largo plazo en una constante parecida a la de Sísifo. La piedra iba hasta la cima y volvía a rodar, como si todo esfuerzo entrañara la necesidad de más fuerza.
Cuba no solo es el huracán sobre el azúcar, sino la ínsula que está en medio de la fatalidad de los mares más bravíos y con esto no solo me refiero a la condición de las corrientes de agua, sino al efecto dado por el choque de potencias y de intereses en la región.
Todo ello conlleva a un escenario en el cual al cabo de los más de sesenta años ha habido que hacer malabares para contrarrestar la aparición de vicios vinculados a las sociedades de clases. Unas veces se ha logrado con más éxito que otras y precisamente en ese resultado desigual está la realidad concreta y científica que hay que medir para alcanzar niveles de claridad en los análisis políticos.
El romanticismo es excelente en los momentos épicos, pero conviene más la cuestión de la verdad descarnada cuando de superar obstáculos se trata y el socialismo, como idea, debe desprenderse de la visión metafísica de la Historia para acercarse a la noción de lo activo dentro de la propia dinámica del hombre como ser social.
En la propia naturaleza de Cuba hay una esencia que nos compele a ser apasionados. Nada se logra sin el impulso creativo que trae implícito un poco de caos. Pero ello no quiere decir que se hará de la improvisación una regla y que no se propende a las sistematizaciones que son tan necesarias para el pensamiento estratégico.
El ser socialista depende de la racionalidad de los procesos sociales y de la verdadera participación del hombre en las transformaciones. Ello se da de forma compleja pero concreta y cuando no posee mecanismos de factulización se cae en la especulación y en el formalismo político.
Para la Comuna de París fue crucial entender el momento en el cual se estaba llevando adelante un proceso de cambios, pero el idealismo, la pasión y al cabo, la poca experticia de un sistema diferente, dieron con que se apagara la llama. Si se va a sucesos como la conspiración de los iguales en la propia Revolución Francesa o al movimiento de los niveladores en la Revolución Inglesa; veremos las mismas ansias de libertad y de justicia en una especie que posee sentimientos en común.
Ese carácter historicista del hombre hay que reivindicarlo, otorgarle dignidad de proceso y estudiar las vías a partir de las cuales la teoría reaparece como praxis.
Entender la Historia no desde la condición de la narrativa, sino de la astucia de la razón y a partir de totalizaciones, deviene complejo, pero es quizás una vía más efectiva para la comprensión de los caminos más sapientes del arte de la política.
El socialismo, como idea que intenta superar la lógica instrumental del mercado, no puede basarse en obviar estas categorizaciones que, aunque no expresan toda la complejidad sí son un reflejo de lo que los seres humanos intentan en su camino para dominar las leyes de la Historia.
No es que se caiga en el determinismo, sino que los fenómenos de la conciencia social rebasen el estadio de una persistencia de lo accidental y tomen la ruta de lo sistemático sin caer en la petrificación.
El ascenso de China y de otros sitios en los cuales se lleva adelante la idea puede servir para estudiar cómo los procesos de totalización se llevan adelante en diversos ámbitos.
La Historia en su movimiento en espiral viaja hacia el progreso de manera misteriosa y sus retrocesos se conectan con el pasado de las civilizaciones para beber de formas más sabias de ejercer la totalización.
No es que haya que intelectualizar el proceso que de por sí es natural, pero hablar de socialismo hoy incluye el debate de la condición humana consciente de sí y el cómo eso se instrumentaliza como vehículo de cambio. Cuba, a más de sesenta años, debe asumir la seriedad de su propia esencia y tener presente dicho debate.
Tomado de Cubahora / Ilustración de portada: Alfredo Lorenzo Martirena Hernández