Mi vieja casa
Por Raúl Antonio Capote * / Colaboración Especial.
A mi casa la sostiene un horcón milenario, dicen que viene de un árbol nacido antes de la colonización. Ni los huracanes, ni el comején, ni los incendios, ni el rayo han podido derribarlo. Sostiene con firmeza el techo sobre nuestras cabezas, el aroma de su madera es inconfundible, huele a caña, a tabaco, a sudor de campo y café endulzado con azúcar prieta, huele también a ciudad, a puerto de mar, a luz brillante, a cilantro, incluso a pólvora.
Puede que a mi casa no le queden ventanas, que estén agujereadas las paredes, que algunos se alejen de ella sin siquiera mirar atrás, que los muebles viejos y ruinosos no sostengan los huesos de los abuelos, que el viejo tocadiscos repita la misma canción hasta el infinito, sin cansarse, con la terquedad de los misterios, lleno de fe en el valor de su melodía.
La despensa está vacía, el quinqué apenas alumbra a las viejas sombras, fantasmas que danzan, lloran y ríen, que no se van así se vengan abajo los armarios y las puertas, aunque las paredes se nieguen a dibujar sus contornos, no se van, ellos no se van.
Si un día los vientos del norte enloquecen su veleta, si se pierden la brújula y el astrolabio entre la oscuridad y la lluvia, si me dicen que ya no existe la casa, que el tejado voló sin rumbo, seguiré aferrado al viejo horcón milenario. Abrazado a su madera sin muerte navegaré los años que me sobran y después, siempre hay un después, me quedaré danzando con los sombras, hasta que ahíta de lluvia la madera retoñe y vuelva a crecer el techo sobre nuestras cabezas.
Del libro “La vieja casa”.
(*) Escritor, profesor, investigador y periodista cubano. Es autor de “Juego de Iluminaciones”, “El caballero ilustrado”, “El adversario”, “Enemigo” y “La guerra que se nos hace”.
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