Del Golpe a la Victoria: Un recuerdo imborrable hace 20 años
Por Randy Alonso Falcón.
Las horas pasaron raudas y con zozobra aquel 11 de abril de 2002. Desde temprano, casi no nos despegamos un segundo de la televisión venezolana siguiendo los graves acontecimientos que tenían lugar en el hermano país. La Revolución bolivariana estaba en peligro; las fuerzas de la derecha neoliberal se lanzaban con todo contra Chávez en contubernio con la corrupta élite económica del país, los medios de comunicación y algunos sectores de las Fuerzas Armadas. Detrás de la escena, la administración Bush y sus órganos de inteligencia manejaban los hilos del intento golpista.
Chávez había provocado un terremoto político a favor de los pobres en uno de los países latinoamericanos más importantes para Estados Unidos, por su enorme riqueza petrolera y su habitual connivencia con la política imperial. Venezuela se había convertido, con el liderazgo desafiante y aglutinador del Comandante bolivariano, en uno de los 60 o más oscuros rincones del planeta que estaban puestos en la mira belicosa de la Casa Blanca de Bush, tras la proclamación de la infausta Guerra contra el Terrorismo.
La noche del 11 y la madrugada del 12 fueron intensas y doloras. Según avanzaban las horas se consumaba el artero Golpe contra Chávez.
Fidel seguía minuto a minuto la situación y valoraba el destino del líder amigo y consecuente. En el libro “Cien Horas con Fidel” le contó a Ignacio Ramonet aquellos dramáticos instantes:
Cuando al mediodía del 11 de abril vimos que la manifestación convocada por la oposición había sido desviada por los golpistas y se aproximaba a Miraflores,4 comprendí de inmediato que se acercaban acontecimientos graves. En realidad estábamos observando la marcha a través de Venezolana de Televisión, que to¬davía transmitía. Las provocaciones, los tiros, las víctimas, se sucedieron casi de inmediato. Minutos después se cortan las transmisiones de Venezolana de Televisión. Las noticias comenzaron a llegar fragmentadas y por diversas vías. Supimos que algunos altos oficiales se pronunciaron públicamente contra el Presidente. Se afirmaba que la guarnición presidencial se había retirado, y que el ejército atacaría el Palacio de Miraflores. Algunas personalidades venezolanas estaban llamando por vía telefónica a sus amigos en Cuba para despedirse, pues estaban dispuestos a resistir y morir; hablaban concretamente de inmolación.
Yo estaba reunido esa noche en una sala del Palacio de las Convenciones con el Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros. Desde el mediodía se encontraba conmigo una delegación oficial del País Vasco, presidida por el Lehendakari, que había sido invitada a un almuerzo cuando nadie imaginaba lo que iba a ocurrir ese trágico día. Fueron testigos de los acontecimientos entre la 1:00 y las 5:00 p.m. del 11 de abril.
Desde temprano en la tarde estaba tratando de comunicarme telefónicamente con el Presidente venezolano. ¡Era imposible! Después de medianoche, a las 12:38 de la noche del 12 de abril, recibo noticias de que Chávez está al teléfono.
Le pregunto sobre la situación en ese instante. Me responde: “Aquí estamos en el Palacio atrincherados. Hemos perdido la fuerza militar que podía decidir. Nos quitaron la señal de televisión. Es¬toy sin fuerzas que mover y analizando la situación.” Le pregunto rápido: “¿Qué fuerzas tienes ahí?”
“De 200 a 300 hombres muy agotados.”
“¿Tanques tienes?”, le pregunto.
“No, había tanques y los retiraron a sus cuarteles.”
Vuelvo a preguntarle: “¿Con qué otras fuerzas cuentas?”
Y me responde: “Hay otras que están lejanas, pero no tengo comunicación con ellos.” Se refiere al general Raúl Isaías Baduel y a los paracaidistas, la División Blindada y otras fuerzas, pero ha perdido toda comunicación con esas unidades bolivarianas y leales.
Con mucha delicadeza, le digo: “¿Me permites expresar una opinión?” Me contesta: “Sí.”
Le añado con el acento más persuasivo posible: “Pon las condiciones de un trato honorable y digno, y preserva la vida de los hombres que tienes, que son los hombres más leales. No los sacrifiques, ni te sacrifiques tú.”
Me responde con emoción: “Están dispuestos a morir todos aquí.”
Sin perder un segundo le añado: “Yo lo sé, pero creo que puedo pensar con más serenidad que lo que puedes tú en este momento. No renuncies, exige condiciones honorables y garantizadas para que no seas víctima de una felonía, porque pienso que debes preservarte. Además, tienes un deber con tus compañeros. ¡No te inmoles!”
Yo tenía muy presente la profunda diferencia entre la situación de Allende el 11 de septiembre de 1973 y la situación de Chávez aquel 12 de abril del 2002. Allende no tenía un solo soldado. Chávez contaba con una gran parte de los soldados y oficiales del ejército, especialmente los más jóvenes.
“¡No dimitas! ¡No renuncies!”, le reiteré.
Hablamos de otros temas: la forma en que yo pensaba que debía salir provisionalmente del país, comunicarse con algún militar que tuviera realmente autoridad en las filas golpistas, plantearle su disposición a salir del país, pero no a renunciar. Desde Cuba trataríamos de movilizar al Cuerpo Diplomático en nuestro país y en Venezuela, enviaríamos dos aviones con nuestro Canciller y un grupo de diplomáticos a recogerlo. Lo pensó unos segundos, y finalmente aceptó mi proposición. Todo dependería ahora del jefe militar enemigo.
En la entrevista realizada por los autores del libro Chávez nuestro a José Vicente Rangel, entonces Ministro de Defensa y actual Vicepresidente, quien estaba junto a Chávez en ese momento, se puede leer textualmente: “La llamada de Fidel fue decisiva para que no hubiera inmolación. Fue determinante. Su consejo nos permitió ver mejor en la oscuridad. Nos ayudó mucho.”
[…]
Chávez tenía tres alternativas: atrincherarse en Miraflores y resistir hasta la muerte; salir del Palacio e intentar reunirse con el pueblo para desencadenar una resistencia nacional, con ínfimas posibilidades de éxito en aquellas circunstancias; o salir del país sin renunciar ni dimitir para reanudar la lucha con perspectivas reales y rápidas de éxito. Nosotros sugerimos la tercera.
Mis palabras finales para convencerlo en aquella conversación telefónica fueron en esencia: “Salva a esos hombres tan valiosos que están contigo en esa batalla innecesaria ahora.” La idea partía de la convicción de que un dirigente popular y carismático como Chávez, derrocado de esa forma traicionera en aquellas circunstancias, si no lo matan, el pueblo —en este caso con el apoyo de lo mejor de sus Fuerzas Armadas— lo reclamaría con mucha mayor fuerza, y sería inevitable su regreso. Por eso asumí la responsabilidad de proponerle lo que le propuse.
En ese instante preciso, cuando existía la alternativa real de un regreso victorioso y rápido, no cabía la consigna de morir combatiendo, como muy bien hizo Salvador Allende. Y ese regreso victorioso fue lo que ocurrió, aunque mucho antes de lo que yo podía imaginarme.
[…]
…nosotros en ese instante sólo podíamos actuar usando los recursos de la diplomacia. Convocamos en plena madrugada a todos los embajadores acreditados en La Habana y les propusimos que acompañaran a Felipe [Pérez Ro¬que], nuestro Ministro de Relaciones Exteriores, a Caracas para pacíficamente rescatar vivo a Chávez, presidente legítimo de Venezuela.
Yo no albergaba la menor duda de que Chávez, en muy poco tiempo, estaría de regreso en hombros del pueblo y de las tropas. Ahora, había que preservarlo de la muerte.
Propusimos enviar dos aviones para traerlo en caso de que los golpistas decidieran aceptar su salida. Pero el jefe militar golpista rechazó la fórmula, comunicándole además que sería sometido a consejo de guerra. Chávez se puso su uniforme de paracaidista y acompañado solamente por su fiel ayudante, Jesús Suárez Chourio, se dirigió al fuerte Tiuna, jefatura y puesto de mando militar del golpe.
Cuando volví a llamarlo, dos horas después, como acordé con él, Chávez había sido hecho prisionero por los militares golpistas y se había perdido toda comunicación con él.
La incertidumbre rodeaba el destino del líder bolivariano, quien había sido conducido a destino desconocido. La información propalada por los medios privados, que fueron eje fundamental del golpe, era que el Presidente Chávez había renunciado y se debía “retomar el hilo constitucional”. Los medios transnacionales de comunicación jugaban en el mismo bando de la noticia. Se buscaba desmovilizar a los combatientes bolivarianos y a todo el pueblo.
A las 6:14 de la mañana de ese 12 de abril de 2002, el periodista Napoleón Bravo dice con jolgorio en la televisión venezolana: “Buenos días. Tenemos nuevo Presidente” y agradece el rol de los medios en la articulación del Golpe: “Gracias Venevisión, gracias RCTV, gracias Televen, gracias CMT, gracias Globovisión. Los medios impresos también se encargaron de exaltar la acción golpista: Tal Cual tituló: “Chao Hugo”; El Nacional: “Renunció Chávez”; El Universal: “¡Se acabó!”; mientras que Últimas Noticias tituló: “Chávez se rinde”.
Una llamada telefónica a Fidel de la hija de Chávez, María Gabriela Chávez Colmenares, esa mañana, daría un giro en la historia. Sus breves palabras después, en una entrevista que le hicimos por igual vía -en medio de la persecución que sufrían ella, su familia y sus amigos-, fueron un aldabonazo contra la mentira y un despertar a la verdad y a la conciencia al pueblo venezolano:
“Primero, un saludo a todo el pueblo cubano. Hace dos horas logramos comunicarnos con mi papá, nos llamó por teléfono y nos dijo que, por favor, le comunicáramos al mundo entero que él en ningún momento ha renunciado, que él en ningún momento ha firmado un decreto presidencial donde destituya al vicepresidente Diosdado Cabello, ni mucho menos ha renunciado él; simplemente, fueron unos militares, lo detuvieron y se lo llevaron al fuerte Tiuna, a la Comandancia General del Ejército, y en este momento está detenido en el regimiento de la policía militar en fuerte Tiuna; lo tienen completamente incomunicado, solo le permitieron hablar con nosotros, sus hijos. Nos pidió que buscáramos abogados, que habláramos con los amigos, los familiares, para exigir el respeto de sus derechos y para que lo podamos ver porque, de hecho, no sabía cuándo podríamos volver a hablar”.
El mensaje aireado por la televisión cubana al mediodía del 12 de abril abrió una brecha en la mentira mediática concertada y empezó a resquebrajar el golpe en el ámbito de los medios a escala internacional. La derrota total de la intentona tendría en el pueblo venezolano a su gran protagonista.
Fidel relató al intelectual francés aquel momento crucial para los sucesos:
Horas después, ya en pleno día 12 de abril, en un momento se las arregla [Chávez] para realizar una llamada telefónica, y habla con su hija María Gabriela. Le afirma que no ha dimitido, que es un “presidente prisionero”. Le pide que me lo comunique para que yo lo informe al mundo.
La hija me llama de inmediato el 12 de abril, a las 10:02 de la mañana, y me transmite las palabras de su padre. Le pregunto de inmediato: “¿Tú estarías dispuesta a informarlo al mundo con tus propias palabras?” “¿Qué no haría yo por mi padre?”, me responde con esa precisa, admirable y decidida frase.
Sin perder un segundo, me comunico con Randy Alonso, periodista y director de la “Mesa Redonda”, conocido programa de televisión. Con teléfono y grabadora en mano, Randy llama al celular que me dio María Gabriela. Eran casi las 11:00 de la mañana. Se graban las palabras claras, sentidas y persuasivas de la hija que, transcritas de inmediato, se entregan a las agencias cablegráficas acreditadas en Cuba y se transmiten por el Noticiero Nacional de Televisión a las 12:40 del 12 de abril del 2002, en la propia voz de Gabriela. La cinta se había entregado igualmente a las televisoras internacionales acreditadas en Cuba. La CNN desde Venezuela transmitía con fruición las noticias de fuentes golpistas; su reportera en La Habana, en cambio, divulgó rápidamente desde Cuba, al mediodía, las palabras esclarecedoras de María Gabriela.
[…]
…eso lo escucharon millones de venezolanos, mayoritariamente antigolpistas, y los militares fieles a Chávez, a los que se trató de confundir y paralizar con las mentiras descaradas de la supuesta renuncia.
Desde aquel minuto, bajo la orientación de Fidel, la Mesa Redonda y la Televisión Cubana se convirtieron en puesto de mando comunicacional de la verdad de los acontecimientos. A lo largo de aquellos tres días decisivos logramos informar, denunciar y esclarecer no sólo a nuestro pueblo sino también a sectores de la opinión pública internacional. No hubo tiempo alguno para el descanso; era el deber periodístico y revolucionario.
El Comandante en Jefe recordó así aquellas largas horas en su extensa entrevista con Ramonet:
En horas de la noche, a las 11:15, llama de nuevo María Gabriela. Su voz tenía acento trágico. No la dejo terminar sus primeras palabras y le pregunto: “¿Qué ha ocurrido?” Me responde: “A mi padre lo han trasladado de noche, en un helicóptero, con rumbo desconocido.” “Rápido”, le digo, “en unos minutos hay que denunciarlo con tu propia voz.”
Randy estaba conmigo, en una reunión sobre los programas de la Batalla de Ideas con dirigentes de la Juventud y otros cuadros; tenía consigo la grabadora, y de inmediato se repite la historia del mediodía. La opinión venezolana y el mundo estarían así informados del extraño traslado nocturno de Chávez con rumbo desconocido. Esto ocurre entre la noche del 12 y la madrugada del 13.
El sábado 13, bien temprano, estaba convocada una Tribuna Abierta en Güira de Melena, un municipio de la provincia de La Habana. De regreso a la oficina, antes de las 10:00 de la mañana, llama María Gabriela. Comunica que “los pa¬dres de Chávez están inquietos”, quieren hablar conmigo desde Barinas, desean hacer una declaración.
Le informo que un cable de una agencia de prensa internacional comunica que Chávez ha sido trasladado a Turiamo, puesto naval en Aragua, en la costa nor¬te de Venezuela. Le expreso el criterio de que por el tipo de información y detalles, la noticia parece verídica. Le recomiendo indagar lo más posible. Me añade que el general Lucas Rincón, Inspector General de las Fuerzas Armadas, quiere hablar conmigo, y desea igualmente hacer una declaración pública.
La madre y el padre de Chávez hablan conmigo: todo normal en el estado de Barinas. Me informa la madre de Chávez que el jefe militar de la guarnición acababa de hablar con su esposo, Hugo de los Reyes Chávez, el Gobernador de Barinas y padre de Chávez. Les transmito el máximo de tranquilidad posible.
También se comunica el Alcalde de Sabaneta, el pueblo donde nació Chávez, en Barinas. Quiere hacer una declaración. Cuenta de paso que todas las guarniciones son leales. Es perceptible su gran optimismo.
Hablo con Lucas Rincón. Afirma que la Brigada de Paracaidistas, la División Blindada y la base de cazabombarderos F-16 están contra el golpe y listas para actuar. Me atreví a sugerirle que hiciera todo lo posible por buscar la solución sin combates entre militares. Obviamente el golpe estaba derrotado. No hubo declaración del Inspector General, porque la comunicación se interrumpe, y no pudo restablecerse.
Minutos después, llama de nuevo María Gabriela: me dice que el general Baduel, jefe de la Brigada de Paracaidistas, necesita comunicarse conmigo, y que las fuerzas leales de Maracay desean hacer una declaración al pueblo de Venezuela y a la opinión internacional.
Un insaciable deseo de noticias me lleva a preguntarle a Baduel tres o cuatro detalles sobre la situación, antes de proseguir el diálogo. Satisface mi curiosidad de forma correcta; destilaba combatividad en cada frase. De inmediato le expreso: “Todo está listo para su declaración.” Me dice: “Espérese un minuto, le paso al general de división Julio García Montoya, secretario permanente del Consejo Nacional de Seguridad y Defensa. Ha llegado para ofrecer apoyo a nuestra posición.” Este oficial, de más antigüedad que los jóvenes jefes militares de Maracay, no tenía en ese momento mando de tropas.
Baduel, cuya brigada de paracaidistas era uno de los ejes fundamentales de la poderosa fuerza de tanques, infantería blindada y cazabombarderos ubicada en Maracay, estado de Aragua, respetuoso de la jerarquía militar, puso al teléfono al general Montoya. Las palabras de este oficial de alta graduación fueron realmente inteligentes, persuasivas y adecuadas a la situación. Expresó en esencia que las Fuerzas Armadas venezolanas eran fieles a la
Constitución. Con eso lo dijo todo.
Yo me había convertido en una especie de reportero de prensa que recibía y transmitía noticias y mensajes públicos, con el simple uso de un celular y una grabadora en manos de Randy. Era testigo del formidable contragolpe del pueblo y las Fuerzas Armadas Bolivarianas de Venezuela.
El 14 de abril se concretaba la victoria de la contraofensiva popular. Chavez regresó a Miraflores desde la isla de Orchila, adonde lo habían confinado los golpistas. La Revolución Bolivariana obtenía una resonante victoria contra las fuerzas del odio y sus mentores. Aunque no sería la última batalla.
Desde este pequeño país se contribuyó modestamente a derrotar el poder mediático y político del imperio y sus acólitos.
Para nuestro equipo de trabajo fueron momentos extraordinarios en el ámbito humano y profesional. De los más importantes en estos ya 22 años de ininterrumpida labor. Nos dejaba el orgullo de haber puesto el periodismo a batallar por la verdad.
En varias ocasiones, con esa generosidad que lo colmaba, Hugo Chávez agradeció a la Mesa Redonda la labor de aquellos días. Por ahí está la transcripción de la última entrevista que tuvimos cara a cara (después hubo otras por teléfono). Así nos dijo aquella noche:
La Mesa Redonda, cada vez que puedo la veo, aunque sea por instantes (…) Buenas discusiones, buenos análisis, buen periodismo, así que me da mucho gusto estar aquí en esta Mesa Redonda Especial. ¡Los caballeros de la Mesa Redonda!
“(…) recuerdo el tremendo papel, extraordinario aporte para nuestra revolución, para nuestro pueblo que jugó la Mesa Redonda, tú al frente, aquel día nefasto del 11 de abril y bueno, los días de la resurrección del doce y el trece(…) hemos visto imágenes y luego, en varias ocasiones, tu desempeño al frente, conversando con María, mi hija, que nunca te olvida y te quiere mucho y a Cuba”.
Cada vez que me lo dijo, en público o fuera de cámara, le recordé: Los verdaderos protagonistas fueron Fidel y su hija Maria Gabriela. Nosotros cumplimos nuestro deber.
Veinte años después de aquella crucial batalla, la Revolución Bolivariana sigue enfrentando con tenacidad y con el pueblo la andanada de agresiones desde todos los flancos: político, económico, mediático, militar. Y como entonces, sigue venciendo. El espíritu indoblegable de Hugo Chávez es aliento y compromiso por siempre.
Tomado de Cubadebate/ Foto de portada: Getty Images.