Ignacio Ramonet: “El discurso de ultraderecha se hace apetitoso para quien ve el mundo derrumbarse bajo sus pies”
El periodista y catedrático de teoría de la comunicación Ignacio Ramonet imparte hoy una conferencia en torno a su libro La era del conspiracionismo. Trump, el culto a la mentira y el asalto al capitolio, de la mano del Ateneo Republicano de Galicia. Le acompañan la eurodiputada Ana Miranda y el periodista Cándido Barral. En el salón de actos de la Once, a las 19.30 horas.
¿A quién animó en la semifinal de la Eurocopa?
Fue un dilema. Soy español, pero llevo viviendo en París 50 años. Conozco bien el equipo de Francia, me gusta el fútbol, pero creo que desde que empezó esta Eurocopa, España está jugando mejor, y Francia nos ha decepcionado bastante. Creo que merecía ganar España y me alegro de que haya ganado España.
Mucha sociología política en el fútbol de selecciones: la portada de L’Equipe con el “No pasarán”, las declaraciones de Mbappé… ¿podemos sacar alguna lectura de este torneo, más allá del fútbol?
Sí, es muy importante. Los jugadores franceses, después de las Elecciones Europeas, hicieron unas declaraciones insólitas en general en los jugadores de fútbol. No suelen pronunciarse políticamente, y menos aun en el marco de una competición tan importante como es la Eurocopa. Hicieron declaraciones importantes diciendo que una victoria de Reagrupamiento Nacional, de la ultraderecha, no sería buena. Que ellos pensaban que los valores republicanos no estarían preservados. Esta declaración de Thuram y Mbappé, tuvo una influencia importante en la segunda vuelta en las periferias de las grandes ciudades, donde viven muchas poblaciones migrantes e hijos de migrantes que ya son franceses por derecho de suelo, que es uno de los principios que quiere limitar o anular la ultraderecha. Todos estos electores fueron a votar masivamente. Eso ha tenido su parte, no decisiva, pero sí importante. Por otra parte, el hecho de que en el equipo español, los dos jugadores que hayan destacado sean Lamine Yamal y Nico Williams es muy importante, porque demuestra que estamos en sociedades cada vez más heterogéneas, donde la ciudadanía es el valor principal y no el origen étnico o nacional de los padres. Son elementos que siempre han existido en el fútbol, pero que las circunstancias en este momento han permitido subrayar.
Los jugadores franceses, a quienes se sigue señalando como extranjeros a veces, han conseguido movilizar el voto en las banlieues, donde existe cierto desarraigo con el país, apelando a los valores republicanos. Yamal celebra los goles con el código postal de su barrio en Mataró. ¿Hay una nueva identificación con los símbolos de un país a través del fútbol?
Eso es genial. El debate fuerte en Francia se produjo en el 98, cuando fue campeona del Mundo con un equipo en el que jugaban, entre otros, Zinedine Zidane y Thuram, el padre del actual jugador, y muchos jugadores cuyos padres eran de origen africano o antillano. Si los colores de la bandera francesa son blanco, rojo y azul, se dijo que eran Blanc, beur, black, (blanco, árabe, negro), ya que era un equipo en el que había hijos de musulmanes, afrofranceses e hijos de franceses “de raíz”, pero todo esto constituía la nueva nación francesa. Hoy día, lo que es interesante, es que ya nadie pone en cuestión su identidad francesa, aunque Mbappé sea hijo de una argelina y de un marfileño. Ya nadie sabe eso, se ve a Mbappé como un francés más, ni la ultraderecha cuestiona la “francesidad” de estos jugadores. Ha habido un gran progreso. Si la extrema derecha española pone en cuestión la españolidad de Lamine o Nico, que le sirva de lección lo que ha pasado en Francia, donde ya no se discute.
Dice que esas declaraciones de Mbappé explican parte del viraje —y la sorpresa— de la segunda vuelta en Francia, pero no toda. ¿La unión fue lo más determinante?
Esencialmente, el elemento central es el cordón sanitario republicano. Es un mecanismo posible en Francia, pero no en España. En Francia, en segunda vuelta solo pasan los dos primeros, o todo aquel candidato que haya tenido más de un 12,5% de los inscritos. Había muchos duelos en segunda vuelta, pero casi un centenar de triangulares, con tres candidatos, e incluso cuadrangulares. Desde que se creó la ultraderecha hace más de 50 años, se ha impuesto la disciplina republicana. A todo candidato llegado en tercera posición, si es del arco democrático, se le pide que se retire, para que en segunda vuelta haya un duelo entre el arco democrático, sea del partido que sea, izquierda, derecha o centro, pero democrático, contra la ultraderecha. Eso hace que muchos electores, la mayoría, a pesar de lo que ellos quisieran votar, pueden votar por un candidato de derecha en la medida en la que forma parte del campo democrático, y no por la ultraderecha. Esa disciplina republicana, ese cordón sanitario, es el que ha permitido eliminar a centenares de candidatos de ultraderecha que habían llegado en primera posición en la primera vuelta, a la que más de 400 candidatos de la ultraderecha llegaron en primera posición, sobre 577 escaños que tiene la Asamblea Nacional. En un sistema como el británico, a una sola vuelta y con mayoría simple, el 30 de junio la ultraderecha habría tenido 400 diputados, y se ha quedado con 114.
Cuando los partidos quieren poner en marcha este cordón sanitario, lo complicado suele ser trasladar la idea a los electores, que no siempre están dispuestos a votar con la pinza en la nariz. Pero ha ocurrido.
Exactamente. Eso fue lo que ocurrió entre ambas vueltas. Decías que fue una sorpresa, para mí también, yo estaba convencido con las herramientas de las que disponemos: encuestas, sondeos, analistas. Globalmente se nos decía que la disciplina republicana no iba a funcionar, porque nadie es dueño de sus electores, y el hecho de que un candidato diga “yo me desisto en favor del candidato demócrata” no supone que sus electores lo vayan a hacer. Los sondeos decían que el electorado no les iba a seguir, y que la extrema derecha ganaría las elecciones aunque no tuviera mayoría absoluta. Yo estaba en contacto con mucha gente, incluso del Frente Popular, y media hora antes del resultado nadie sabía aun que, efectivamente, el Nuevo Frente Popular iba a salir primero, con una mayoría muy relativa. Fue una gran sorpresa, porque eso que dices funcionó, los electores lo siguieron.
¿Por qué funcionó?
Existe indiscutiblemente un sentimiento republicano en el electorado francés. No olvidemos que Macron ha sido elegido dos veces seguidas gracias a este sentimiento, porque él nunca ha tenido mayoría, pero en segunda vuelta, al oponerse a Marine Le Pen, hasta la izquierda ha votado con él para que no pase la extrema derecha. También Chirac, en su última elección, que se opuso al padre de Marine Le Pen, fue elegido con el 80% de los votos porque masivamente, los demócratas franceses, incluso de izquierda, votaron por Chirac, un hombre de derecha tradicional, para no tener un presidente de ultraderecha. Otra de las causas es que en segunda vuelta se reveló que la extrema derecha presentaba muchos candidatos que se descubría que eran racistas, pro nazis, xenófobos, antisemitas, de manera descarada. Esos casos se multiplicaron, y el esfuerzo que hizo la extrema derecha para disimular su carácter radical, racista y xenófobo desapareció. Cometieron los errores de elegir a candidatos que no supieron disimular el carácter más execrable de la ultraderecha.
En La era del conspiracionismo aborda, a raíz del caso Trump, cómo están arraigando los discursos racistas y violentos entre la población. En Francia y en Italia está funcionando enmascarar sus posiciones más extremas, pero vemos que su electorado cada vez tiene menos complejos a la hora de expresarlas. ¿Cuál es la tendencia?
Lo que ocurre es que la gente no solo vota por ideología, sino en función de sus condiciones de vida, o cómo imagina o percibe sus condiciones de vida. Las cuatro principales razones por las que mucha gente vota son el poder adquisitivo, sea lo que sea, trabajador, obrero, funcionario o comerciante; segundo, la percepción de la seguridad, si hay agresiones o robos. Tercero, en relación a la extranjería, que es un elemento muy importante, y el cuarto, diría que con su sentimiento de desclasamiento. Es una de las grandes realidades del mundo de hoy: la clase media está perdiendo su carácter, se está empobreciendo masivamente en casi todos los países desarrollados. En ese derrumbe, cuando se buscan razones de por qué me estoy empobreciendo, por qué mis hijos no pueden vivir como viví yo cuando era hijo de pobres, surgen estas ideas sencillas, que la culpa es del extranjero, del capital internacional sin rostro, el neoliberalismo, o esta idea de que hay cada vez más inseguridad, sobre la que los medios insisten. Por otra parte, está la constatación de que los servicios públicos ya no funcionan. El patrimonio de los pobres son los servicios públicos. Cuando no se tiene nada vas al hospital y te atienden, vas a la escuela y es gratuita. Estos elementos que se están perturbando hacen que la gente ya no crea en estos partidos, y piensan, ¿por qué no probar algo que no hemos probado nunca? De ahí la tentación de ir hacia la ultraderecha que propone autoridad y orden. El discurso de la extrema derecha se hace apetitoso para la gente que ve el mundo derrumbarse bajo sus pies.
Trump fue uno de los que supo leer el momento social y capitalizar ese descontento. ¿De qué manera rompió el tablero el hecho de que el que difundiera estos bulos fuese el presidente del país más poderoso del mundo?
Exactamente. Hasta hace unos años, la gente recibía la información mediante medios de gran audiencia, como prensa escrita, radio o televisión, que eran medios únicamente de ida sin vuelta. Son medios emisores, con receptores pasivos. No siempre escribes al director cuando lees el periódico, aunque tienes la posibilidad. Desde hace 15 o 20 años, con la llegada masiva de internet, y después con las redes sociales, cada uno es un emisor, cada persona es un medio de comunicación. La verdad de la televisión y mi verdad como emisor en las redes son equivalentes. Trump tiene 127 millones de seguidores, cosa que no tiene ningún canal de televisión en Estados Unidos, ni siquiera la suma de los canales. Esto es una revolución copernicana en la comunicación, que hace que ninguna verdad se imponga y que la verdad y la mentira sean equivalentes, con la diferencia de que la verdad es triste y la mentira es espectacular.
Fuente: La opinión de La Coruña