Internacionales

La historia nos reta

Por Enrique Ubieta Gómez.

Alguna vez le escuché decir a un europeo, que los latinoamericanos vivíamos entrampados en la historia. En realidad, la historia de Nuestra América es relativamente breve e intensa, y de ningún modo está confinada a los libros. Su brevedad nos involucra: el llamado descubrimiento de América, propició y desencadenó las todavía incipientes fuerzas productivas del capitalismo; unos siglos más tarde, las últimas colonias de España enfrentaban ya el desbordamiento del imperialismo estadounidense. Del colonialismo al neocolonialismo, de Bolívar a Fidel. 

A pesar de las evidentes diferencias que caracterizan a cada país con respecto a los otros, y a veces, consigo mismo, en su tremenda amalgama de pueblos y culturas, una circunstancia nos une e integra: los mismos orígenes coloniales y los mismos peligros externos e internos. Esos peligros han creado un panteón de héroes comunes, que intercambiamos sin reparo, con independencia de su lugar de nacimiento: Bolívar, San Martín, Morelos, Betances, Martí, Juárez, Zapata, Sandino, el Che Guevara, Allende, Fidel, Chávez… Todos los movimientos revolucionarios acuden a ellos, para establecer la continuidad de la lucha: martianos, tupamaros, sandinistas, zapatistas, bolivarianos. 

Cada cierto tiempo son llamados al combate. En 1893 José Martí afirmaba: “¡Pero, así está Bolívar en el cielo de América (…) calzadas aún las botas de campaña, porque lo que él no dejó hecho, sin hacer está hasta hoy; porque Bolívar tiene que hacer en América todavía!”. En 1953, Fidel alegaba en defensa de los asaltantes al cuartel Moncada: “Parecía que el Apóstol iba a morir en el año de su centenario, que su memoria se extinguiría para siempre, ¡tanta era la afrenta!” y lo declaraba autor intelectual de la acción armada. En 1995, ante la desaparición del llamado campo socialista, Martí nos ayudó a entender el sentido de la Revolución cubana, esa que empezó en 1868, como señalara Fidel, y triunfó en 1959: justicia social, antiimperialismo, toma de partido “con los pobres de la tierra”, donde quiera que estén, en Vietnam, en África, en Palestina, en Venezuela. Un siglo después de su caída en combate —yo era por entonces director del Centro de Estudios Martianos— organizamos en Santiago de Cuba un Encuentro Internacional que denominamos “José Martí y los desafíos del siglo XXI”. Martí regresaba, para que no olvidáramos la historia de la Patria, que no es “la tierra que pisan nuestras plantas”, que no se reduce a las costumbres, los gustos, la manera de caminar, hablar o reír. 

Cabe hacer una precisión histórica: el reconocido historiador marxista británico Eric Hobsbawm, caracterizaba el siglo XX como corto, y lo reducía a los años que van desde la Primera Guerra Mundial hasta la caída del socialismo europeo en 1991. El siglo XX sería entonces el de la guerra fría y la confrontación entre el socialismo llamado “real” y el capitalismo. Sin embargo, cabe entenderlo también como un siglo largo, que se inicia con la primera guerra imperialista de la Humanidad (la hispano-cubano-americana) en 1898, y no termina aún: el siglo del imperialismo. Aunque existen autores que se refieren a la invasión y conquista de más de la mitad del territorio mexicano, y a otros eventos anteriores, como acciones de carácter imperialista, lo cierto es que en 1898, como apunta Lenin, el imperialismo inaugura un nuevo modelo de dominación: el neocolonial. 
En ese caso la principal contradicción del siglo sería entre países explotados y países explotadores, como apuntara el Che Guevara. Aunque José Martí nace en 1853 y muere en 1895, su condición de fundador de la modernidad literaria y política de Nuestra América, su temprana comprensión del peligro que el naciente imperialismo estadounidense representaba para los pueblos latinoamericanos, al grado de decir que todo lo que había hecho en su vida, era tratar de impedir que los Estados Unidos, al apoderarse de Cuba, cayeran con esa fuerza más sobre los pueblos del Sur (Roberto Fernández Retamar lo consideraba el primer pensador de lo que luego llamarían Tercer Mundo), lo convierten en un hombre de los siglos XX y XXI, es decir, de la etapa que aún (si aceptamos que es la del imperialismo) vivimos.

Hay períodos en la historia de efervescencia revolucionaria. El horizonte parece cercano. Los navegantes cantan a coro, a golpe de remo, himnos de victoria. “Seamos realistas, hagamos lo imposible”, exclaman eufóricos. Hay períodos, sin embargo, en los que la neblina, y la tormenta, desdibujan el horizonte. El canto de las sirenas hace que hombres curtidos se arrojen al mar y perezcan. “Hagamos lo posible”, dicen en voz baja. Lo posible es la mitad de lo posible, porque la otra mitad no lo parece. Eso fue el Zanjón, que trajo el cientificismo positivista, y se refugió en el autonomismo, en el posibilismo. Entonces estalló un Baraguá de luz, de esperanza. Y la nave volvió al mar en 1895. 

Después de la intervención norteamericana en 1898, muertos Martí y Maceo, se impuso la “virtud doméstica”, el “mal menor”, ante la Enmienda Platt, y la República amordazada. En los años veinte y treinta del siglo XX, surgió una generación que enfrentó el posibilismo “cientificista”, y derrocó la dictadura servil de Machado. La Revolución del 33, sin embargo, se “fue a bolina” en palabras de Raúl Roa. Hasta que apareció la generación del Centenario, que recuperó a Martí y enarboló nuevamente el imposible. Cuba es una nave que navega. Pero hay fuerzas internas que pueden hacerla encallar, como advirtiera Fidel en el Aula Magna de la Universidad habanera. La gran pelea en la historia de Nuestra América, es entre la fe y la desesperanza, entre el vuelo de Cóndor y el “insectear” (verbo martiano) positivista por lo concreto. “Hijo: Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud, y en ti”, escribió José Martí en el pórtico de su poemario Ismaelillo. “Y en ti”, dijo él y repito; niños y jóvenes “nuestroamericanos”, tengo fe. 

Fuente: CubaSí

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