Las mujeres argentinas, en la lucha contra un proyecto neofascista, el más salvaje de las últimas décadas
Por Juliana Marino
El 2 de setiembre se cumplieron dos años del intento de magnicidio contra la expresidenta de Argentina Cristina Fernández de Kirchner mientras ejercía su cargo de vicepresidenta. Aún hoy la Justicia lleva adelante un juicio inapropiado y amañado en relación a la gravedad del hecho, con encubrimiento de instigadores y financis – tas y el periodismo se pregunta si debemos considerar al asesinato como una “etapa superior del lawfare”. Fascismo en estado puro.
Mientras esta simulación de Justicia se desenvuelve frente a la apatía social generalizada, el gobierno nacional y sus ministros llevan al extremo sus dis – cursos y sus métodos fascistas de ejercicio del poder. Hacía tiempo largo que el concepto no circulaba con tanta asiduidad y legitimidad por los canales del pensamiento intelectual y político del país para calificar la naturaleza de la etapa, pero está en desarrollo una conciencia -bastante extendida- acerca de que el ejercicio del poder en Argentina está manifestando claramente algunas de las peores características y métodos del fascismo o neofascismo.
Es fundamental en la tarea de la batalla cultural explicarlo e identificarlo nítidamente como un plan sistemático de estigmatización y persecución de las fuerzas populares (brutalmente torturadas y asesinadas en nuestra historia), generador de pobreza y de ausencia de garantía de derechos, entregador de las riquezas nacionales y subordinado en forma desvergonzada a intereses imperialistas. Se sabe por experiencia histórica que los mecanismos de odio han formado parte de los esquemas fascistas y nazis a fin de deshumanizar a aquellos a los que se propone “hacer desaparecer”. Las mujeres, -que es desde donde estoy hablando como muy especialmente afectadas-, consideramos que el experimento extremista argentino reúne estas características al tratar de destruir en general todo lo que no le es propio, con goce de su crueldad y sadismo, amedrentando y sojuzgando. En el caso de los distintos “enemigos” culturalmente construidos, como el Feminismo, eliminando todo vestigio de los derechos conquistados en nuestra inconclusa revolución anti patriarcal.
Eliminación del Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad, eliminación del Instituto Nacional de Antidiscriminación, Racismo y Xenofobia, eliminación de todas las políticas públicas de sostén a las víctimas de violencia, de apoyo al acceso laboral de las mujeres, a la asistencia de la maternidad y tareas de cuidado, a la salud sexual y reproductiva, a la trata de personas y a las violencias sobre las diversidades e identidades sexuales. En reciente presentación del Ministro de Justicia interpelado por la Comisión de Mujeres, Géneros y Diversidad de la Cámara de Diputados de la Nación toda su exposición constituyó un ejemplo de esta exhibición de dominio e intolerancia y de intento de aculturación de valores de igualdad y democratización preservados y defendidos en las últimas décadas. Al intento de estigmatización de nuestras luchas con el “significante” de “ideología de género”, se le sumó la negación de la especificidad de la violencia de género que mata una mujer por día en nuestro país, la “patologización” de las personas LGBTIQ+, el reconocimiento de una sola forma “natural de familia” y la postulación de valores tradicionales que perpetúan los estereotipos de género y definen a la mujer por su “misión reproductora” presentados por el Ministro como valores hegemónicos, incumpliendo de esta manera los principios establecidos en la Constitución argentina.
El contexto de este neofascismo es una sociedad que desconocemos, un gobierno que nos ha declarado sus enemigas y cambios culturales cuya profundidad y alcances tenemos miedo de medir, con estigmatizaciones y políticas reaccionarias en materia de educación y devastación cultural, desprotección y abandono, estimulados por un gobierno irresponsable y violento. Esto es violencia desde el Estado y la ruptura de la noción de comunidad. El neofascismo como práctica fomentada de disolución de los lazos sociales, está desafiando nuestra capacidad de reacción y de recuperación de los vínculos perdidos con la sociedad, con la política, con la cultura como única herramienta de convocatoria y de cobijo. No ignoramos que formamos parte de un diseño mundial en en el marco de la declinación del capitalismo en su etapa más alevosamente desigual, explotadora y aniquiladora, razón por la cual encuadrar los acontecimientos políticos de nuestros países y las acciones a emprender en un movimiento que genere una cultura antifascista es una tarea gigantesca. No es casual que se nos haya elegido como enemigas.
Persiguen nuestra capacidad de rebeldía, nuestra aptitud para la organización popular, nuestra articulación intergeneracional y nuestro paradigma de equidad y paz. Desde la transición democrática en Argentina fuimos conformando un sujeto político extraordinario, capaz de producir enormes avances en la legislación protectora de nuestros derechos y la acumulación de nuestra experiencia social nos ha convertido en actoras insobornables para las que la palabra revolución no ha perdido vigencia y es el alma de nuestra hazaña. El secreto en la Argentina y en cada uno de nuestros países será descubrir los contenidos y las palabras de una convocatoria clara a construir el post fascismo, definiendo y haciendo audibles para todas las generaciones y sectores sociales cuáles son las ideas y los valores más concretos y relevantes que puedan salvar a la humanidad.
Fuente: REDH
Foto: Los Angeles Times