Cuba

La atalaya tercermundista de Fidel Castro

Por Enrique Ubieta Gómez*

No miraban Marx y Engels el mundo desde la misma atalaya que Lenin; los dos primeros lo hacían desde la Europa de mayor desarrollo industrial, centro colonizador de vastas regiones del planeta; Lenin, desde una de las economías más atrasadas de Europa, que sin embargo mantenía el dominio y la hegemonía cultural, como imperio, de extensos territorios de Europa Oriental y Asia Central. Lenin tuvo que partir de un concepto novedoso, el de “eslabón más débil”, y pensar en la construcción de un nuevo tipo de relación con las ex colonias rusas, que respetara su autodeterminación. El tema del nacionalismo de los pueblos oprimidos aparece en sus textos, como parte de su enfrentamiento a la autocracia zarista. Mao es el líder revolucionario de un estado multinacional, de origen imperial, portador de culturas milenarias. Ho Chi Minh, lideró una nación más pequeña que albergaba también culturas milenarias, pero que había sido colonizada y neocolonizada, durante siglos, por chinos, franceses y estadounidenses. Cada una de esas condiciones conformaba atalayas diferentes, desde las cuales sus líderes estudiaban y actuaban.

El caso de Cuba es peculiar, la nación es resultado del mismo proceso de colonización: son los hijos de los recién llegados, de los pueblos opresores y de los pueblos oprimidos, estos últimos traídos a la fuerza como esclavos, los que empiezan a crear las bases —las necesidades y los afectos— de una nueva convivencia, que en las dos guerras por la independencia del siglo XIX terminan por cuajar en una nueva nación. “Nación nueva”, según la clasificación del antropólogo brasileño Darcy Ribeiro —en referencia, sobre todo, a los países caribeños—, porque integra elementos étnicos y culturales muy diversos, y crea una nueva cualidad, un “ajiaco” que, como señala Fernando Ortiz, se encuentra en “permanente cocción”. El concepto de Patria no se aviene entonces con el (por demás falso) ius sanguinis europeo, es decir, por un supuesto origen “de sangre”: se es cubano por nacimiento o adopción. Por eso José Martí, hijo de españoles, puede decir: “Patria es humanidad, es aquella porción de la humanidad que vemos más cerca, y en que nos tocó nacer”. Y también por eso, su voz se alza para defender la independencia de Puerto Rico, la dignidad de Haití, y la de los pueblos precolombinos de América. Por eso quiere impedir que los Estados Unidos se apoderen de Cuba y caigan, con esa fuerza más sobre nuestros pueblos de América, de Nuestra América, “lo que estamos equilibrando es un mundo”, decía, y representa como diplomático a Uruguay, Argentina y Paraguay. Para Roberto Fernández Retamar, José Martí es el primer pensador “tercermundista”. Esa es la atalaya desde la que el marxista Fidel Castro enfrenta la emancipación social y política de Cuba.

Me referiré a tres afirmaciones comunes en la historiografía sobre la Revolución cubana, que considero erróneas:

1. No es cierto que la adopción del socialismo en Cuba fuese el resultado de la  incomprensión y el cerco estadounidenses. Antes de su declaración pública el 16 de abril de 1961, desde el mismo triunfo revolucionario de 1959, Fidel crea el consenso necesario. Pero unos meses más tarde afirma: “la Revolución no se hizo socialista ese día (…). El germen socialista de la Revolución se encontraba ya en el Movimiento del Moncada, cuyos propósitos, claramente expresados, inspiraron todas las primeras leyes de la Revolución (…)” Y añade: “Dentro de un régimen social semicolonial y capitalista como aquel, no podía haber otro cambio revolucionario que el socialismo, una vez que se cumpliera la etapa de liberación nacional”. Por otra parte, desde su período guerrillero en la Sierra Maestra, Fidel comprende que su enemigo real no es el gobierno espurio de Batista, sino el imperialismo estadounidense, como revela su famosa frase escrita a Celia Sánchez: “Cuando esta guerra se acabe, empezará para mí una guerra mucho más larga y grande: la guerra que voy a echar contra ellos. Me doy cuenta que ese va a ser mi destino verdadero”. Por su origen colonial y neocolonial, por su carácter de nación “nueva”, por la tradición de pensamiento revolucionario que hereda, en primer lugar de Martí, pero también de hombres como Gómez y Maceo, como Mella, Martínez Villena y Guiteras —los tres últimos, martianos y marxistas—, entre otros, Fidel Castro es un líder tercermundista, en una época histórica en la que, cada vez de forma más clara, la contradicción fundamental, como señalara el Che Guevara, era entre pueblos explotados y pueblos explotadores.

2. Otro error muy extendido, en mi opinión, es la interpretación de nuestra solidaridad y apoyo a los movimientos guerrilleros e independentistas de América Latina, África y Asia, solo como estrategia defensiva frente al cerco imperialista, como respuesta a los ataques del imperialismo y de sus aliados menores. La Revolución cubana no se percibía aislada del movimiento revolucionario mundial. Es “la primera revolución socialista del hemisferio occidental”, y el “primer territorio libre de América”. El internacionalismo fue y es consustancial al socialismo cubano y ningún estado socialista lo asumió de manera más limpia, más pura, que Cuba. No era una ayuda “de padre a hijo”, lo que implicaba cierta superioridad, cierta visión paternalista que solía esconder intereses geopolíticos; la nuestra era una ayuda “entre hermanos”, entre iguales, que no exigía nada a cambio, ni recursos, ni fidelidad ideológica.

3. El argumento movilizador, la “excusa” histórica de nuestro apoyo a los procesos independentistas africanos eran nuestros vínculos étnicos y culturales con ese continente, y la deuda con los ancestros esclavizados. Ante una pregunta mía sobre el contexto histórico en el que se desempeñó su esposo, la viuda de SekouTouré mencionó con naturalidad a Fidel entre los grandes líderes africanos de los años sesenta. La razón real, sin embargo, trasciende esa justificación: éramos solidarios con los pueblos africanos que luchaban por su independencia, porque era nuestro deber, como mismo lo éramos con el pueblo vietnamita o el palestino. Lo que quiero decir es esto: si la historia y la cultura cubanas no hubiesen estado vinculadas al llamado continente negro, igual habríamos peleado por su independencia. Ese concepto es esencial: tanto Fidel como el Che, consideraban que el internacionalismo no se ejercía como favor, sino como deber. De la misma manera que entregábamos esa ayuda sin pedir nada a cambio, la exigíamos de manera expedita a quienes podían ayudarnos (los soviéticos, por ejemplo). Cuba dividía lo poco que tenía o recibía, para ayudar a otros pueblos; su fuerza en el escenario mundial es moral.

La inserción del pensamiento martiano en la prédica y la práctica fidelistas se produce de manera natural. Martí es el último luchador anticolonial de América frente al decadente imperio español, y también el primer antimperialista. Asume, como Fidel, una posición ética frente a la opresión y a los oprimidos; “con los pobres de la Tierra, quiero yo mi suerte echar”. La teoría marxista ofrecería después a Fidel el soporte necesario para la acción. En un enjundioso estudio sobre su pensamiento de mi amigo, el profesor villaclareño Rafael Pla, este dice: “En el pensamiento martiano (,,,) hay una carga ética de fuerte inspiración estoica que no se aprecia en el pensamiento marxista-leninista, el cual daba a la ética un segundo lugar en la teoría que fundamentaba la revolución social que preconizaba”. No concuerdo en este punto con él, aunque entiendo que tiene en mente la batalla de Marx contra el socialismo utópico, asido a una concepción abstracta del bien.

La ética es siempre el punto de partida, la brújula que permite rectificar el rumbo y ajustar la teoría. Fidel y Martí se alejan de cualquier comprensión cientificista de la realidad: los conocimientos enciclopédicos de que disponen, se complementan con una peculiar capacidad intuitiva. “La ciencia —dice Martí con respecto a la que promueve el positivismo, e inventa el verbo preciso— insecteando por lo concreto, no ve más allá que el detalle”. Por eso es necesario el “vuelo de cóndor”. El espíritu reformista y el revolucionario se diferencian, sobre todo, por su diferente manera de entender lo posible y lo imposible. Esa diferencia tiene una causa: la fe (o la ausencia de fe) en el pueblo. Y usualmente, una causa de causa: los intereses de clase. Los asaltos al cielo, definen el espíritu revolucionario. He mencionado la palabra fe. “Existe la necesidad racional de dudar—escribía en 1991 Martí—, pero sobre ella está la más imponente y viva y victoriosa de creer”. La fe martiana se resume en la dedicatoria que escribe para su hijo en el Ismaelillo: “Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud, y en ti”. En ti, es una declaración de fe que trasciende a su hijo, que apunta a las nuevas generaciones, al futuro de la Patria. No creo en los eruditos que conocen y pueden repetir de memorialos textos de Marx y Engels, pero no tienen como premisa de sus investigaciones la emancipación de los seres humanos, y no participan de las transformaciones sociales. El marxismo no es compatible ni con el espíritu positivista, ni con el teoricista. Esos estudiosos no son, en sentido real, marxistas. Los más importantes teóricos del marxismo han sido a su vez dirigentes revolucionarios o se han involucrado de manera activa en las luchas sociales.

Martí crea el concepto de “Nuestra América”, para construir en ella una “modernidad” diferente. Equilibrar el mundo era su obsesión, su premisa. Fidel sigue esa visión totalizadora en su lucha contra el imperialismo, una visión que no tiene fronteras nacionales o multinacionales, que no se encierra en un Estado o una Región; jamás abandona el sentido martiano de Patria. A veces, nuestros estudiosos quedan entrampados en la enumeración de influencias, de lecturas previas. Los discursos de Fidel, como los de Lenin, no solo hay que leerlos a través de otros textos, también a través de sus contextos. Son estos los que aportan sentido a sus palabras o a sus actos. No ha sido lineal la Revolución cubana: cada período tiene sus peculiaridades y debe interpretarse en función del momento. Fidel, siempre dialéctico en su accionar interno y externo, fue un genuino líder del entonces llamado Tercer Mundo, de los pueblos explotados. En su discurso ante el Grupo de los 77, en el año 2000, casi una década después de la desaparición del “campo socialista”, nos instaba a proseguir la lucha: “la hora actual no puede ser de ruegos a los países desarrollados, ni de sumisión, derrotismo o divisiones internas, sino de rescate de nuestro espíritu de lucha, de la unidad y cohesión en torno a nuestras demandas”. Con los años fue cada vez más evidente para Fidel que el capitalismo puede aniquilar la habitabilidad del planeta Tierra, que comparten ricos y pobres, explotados y explotadores. Por otra parte, Martí y Fidel compartían una convicción: los explotadores no pueden ser libres mientras mantengan esa condición. Esa es la razón por la que no solo fueron líderes “tercermundistas”, de lo que hoy llamaríamos el Sur Global: fueron líderes para todos los mundos en la batalla por la emancipación humana.

*Intervención en el Panel “Fidel y el marxismo”, organizado por el Centro Fidel Castro Ruz, el 19 de noviembre de 2024.

Tomado de CubaSí.

 

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