“Dos Ríos: el enigma”
Por Paula Lourdes Sosa Domínguez y Arístides Montero Sosa.
Martí no salió a morir, sino a pelear, el 19 de mayo de 1895. Una sucesión de sorpresas escapó de las manos de los hombres ese día. Hay que comprenderlo en la encrucijada de las pasiones.
Las batallas de envergadura militar no son las que han generado más literatura en los estudios de nuestras guerras de independencia, sino encuentros menores de un alto costo político: San Pedro, donde murió Antonio Maceo, y Dos Ríos, donde, la tarde del 19 de mayo de 1895, cayó José Martí, el alma de la nueva Revolución que comenzaba. Sobrecoge saber que ese día él fue la única baja mortal del Ejército Libertador.
José Martí era el organizador del Movimiento, su figura más abarcadora, un civil. Cayó en el punto más cercano a las filas españolas que cubano alguno alcanzara ese día, y solo lo acompañaba un joven de 20 años. Dos Ríos fue la primera y única acción de guerra en la que participó. Se asegura que su revólver tenía todas las cápsulas intactas.
Durante más de un siglo una pregunta a atormentado a quienes se acercan a esa extraña realidad: ¿Cuáles fueron las causas de aquel azar?
Nadie pudo dejar testimonio claro de cómo se precipitaron los acontecimientos. Dos hombres habrán podido esclarecerlo: su único acompañante, el joven Ángel de la Guardia, quien murió antes de concluir la guerra y solo dejó versiones orales al respecto, que llegan a nosotros en tercera o cuarta vuelta del rumoreo. El Coronel Francisco Blanco, “Bellito”, que resultó herido muy cerca del Maestro, pero la herida le causó tétanos y murió pocos días después. Esta es la primera causa del misterio con que hemos contemplado la muerte de Martí.
La Columna española que combatió en Dos Ríos estaba integrada por 800 soldados y la mandaba el Coronel Ximenez de Sandoval. Salió de Palma Soriano el 17 de mayo de 1895 para abastecer un Fortín situado en Ventas de Casanova, no para perseguir ninguna fuerza cubana, como a veces se ha afirmado. Cumplida esa misión debía regresar a Palma. Pero la noche del 18 recibió la confidencia de que más allá de Dos Ríos se encontraba una fuerza cubana con Máximo Gómez, Paquito Borrero, Masó y Martí. Esto torció el rumbo de la historia. Sandoval decidió variar el destino y como consecuencia provocó el combate de Dos Ríos donde cayó José Martí.
Los cubanos se retiraron para informar de la presencia del enemigo. Eran las 11.45 de la mañana y los españoles habían andado 17 kilómetros desde el amanecer. La tropa estaba cansada y el Coronel Sandoval decidió que almorzaran y descansaran. Por la tarde continuarían la búsqueda de los cubanos que, tal como imaginaba, se encontraban en Vuelta Grande, a unos 5 kilómetros, en la orilla izquierda del Contramaestre.
Cuando llegó la noticia de la presencia enemiga en Dos Ríos, sin mediar otra precaución, Máximo Gómez mandó a montar y salir en busca de la Columna. En los análisis históricos no podemos obviar los elementos psicológicos ni el tono emocional en que tienen lugar los hechos. Reinaba un exaltado patriotismo. Primero, los conducía Máximo Gómez, una leyenda de la guerra. Segundo, minutos antes, habían escuchado el último discurso de Martí. Emocionados aún por el resplandor de aquel verbo salieron.
Hacía 38 días que el Mayor General Máximo Gómez había desembarcado junto con Martí por Playita de Cajobabo. Era el Jefe Militar del Movimiento, pero en todo ese tiempo no había podido contar con fuerza suficiente para dar batalla. Firma comunicaciones que insisten en la necesidad de activar las acciones y él mismo no ha podido hacerlo. El día 17, salió con su pequeña partida de 30 o 40 hombres para atacar el Convoy de Sandoval, pero no lo encontró. La llegada del General Bartolomé Masó, la noche del 18, con más de 300 jinetes elevó circunstancialmente el número de combatientes.
Gómez, un hombre caracterizado por su gran movilidad, no quiso desperdiciar la oportunidad. Hacía 17 años que no dirigía una batalla. En otras ocasiones su intuición lo había conducido a victorias brillantes.
Por el camino, las filas de la tropa cubana se fueron estirando. Cuando la vanguardia, integrada por hombres de Manzanillo, al mando de Amador Guerra, llegó al paso de Santa Úrsula, el guía dice que el río está muy crecido y que no se puede vadear por allí. Guerra ordena continuar más al sur buscando otro paso. Detrás llega Gómez y no le hace caso al guía y fuerza el cruce por allí mismo. El río crecido, márgenes escarpadas y fangosas, hacen lenta la maniobra. La Columna se alargó aún más. La fuerza cubana había perdido su vanguardia, y el centro –donde marchaba Gómez- se convirtió de hecho en vanguardia. La retaguardia arribaba poco a poco y algunos nunca llegaron a cruzar el río. Una cifra imprecisa, que se calcula en menos de la mitad, fueron los que vadearon el Contramaestre. Pero arremolinados, avanzan con entusiasmo delirante.
Los soldados disparaban de pie o rodilla en tierra, con mejores posibilidades para tomar puntería. La velocidad de la caballería cubana hubiera podido equilibrar la balanza, pero el terreno –lleno de matorrales y árboles- no era favorable para las cargas de caballería. Para muchos de ellos era su primera acción de guerra. Máximo Gómez anotó en su Diario de Campaña: “La gente novicia no me siguió en la carga sostenida”, y luego añade que no le fue posible apagar los fuegos nutridos de las Compañías españolas “con los disparos mal dirigidos” de los cubanos.
Todo sucedió de manera muy precipitada, en muy pocos segundos. Martí recibió tres disparos que le hicieron desde otras tantas direcciones. Por el frente, por la derecha y desde su izquierda. Aún se discute si la herida que recibió de frente, cuyo orificio de entrada estaba en el puño del esternón y una dirección de arriba ha de que hacia abajo, pudo ser hecha sobre el caballo, o si, como sostienen otras versiones, el guía cubano de la Columna española lo remató cuando, agonizante, Martí se encontraba en tierra.
En los días inmediatos a la muerte de Martí, numerosos periódicos reiteraron la información brindada por soldados españoles de que habían visto a Martí, revólver en mano, moviéndose de un lugar a otro, como alentando a los dispersos mambises. Como publicó el reaccionario Diario de la Marina, el 23 de mayo de 1895: “Martí murió arengando a los suyos, revólver en mano”.
Muchas veces intentaron descalificarlo por no tener experiencia guerrera. Sentía también la presión de quienes querían alejarlo del centro de decisiones. No se iría de Cuba, dijo, hasta haber participado, al menos, en dos combates. Dos Ríos fue la primera oportunidad. El concepto del decoro de Martí como dirigente, no le dejaba otra opción. Él mismo lo reiteró en muchas ocasiones: “Un pueblo se deja servir, sin cierto desdén y despego, de quien predicó la necesidad de morir y no empezó por poner en riesgo su vida”.
Es necesario visualizar la zona como era en 1895. El único punto de referencia conservado es donde cayó José Martí. Sobre este se colocó el Obelisco. El Teniente del Ejército Nacional y Topógrafo Rafael Lubian, en 1922, levantó un croquis que situaba el lugar de la caída a 250 metros de la cerca lindero. Analizando testimonios y documentos antiguos y las evidencias arqueológicas aportadas por Valentín Gutiérrez.
De estos estudios resultó el documental “Dos Ríos: el enigma”, dirigido por Roly Peña, a partir de un guion escrito por Eduardo Vázquez Pérez, y patrocinado por la Sociedad Cultural José Martí (SCJM), con la entusiasta colaboración de la Oficina del Historiador de La Habana, la Universidad de las Ciencias Informáticas (UCI), el Partido y el Gobierno de la Provincia Granma.
Fuente consultada:
Periódico Juventud Rebelde. 20 de enero de 2015. Artículo de Eduardo Vázquez Pérez.
Lic. Paula Lourdes Sosa Domínguez. Secretaria Ejecutiva de la Filial SCJM en Cienfuegos
MSc. Arístides Montero Sosa. Presidente Filial SCJM en Cienfuegos
Tomado de: Sociedad Cultural José Martí.

