No despiertes a un oso ruso pateando su hocico
Las nuevas consecuencias económicas de la paz.
Por Juan Carlos Monedero.
Humillaciones tras la guerra fría
“Si lo que nos proponemos es que, por lo menos, durante una generación Alemania no pueda adquirir siquiera una mediana prosperidad; si creemos que todos nuestros recientes aliados son ángeles puros y todos nuestros recientes enemigos -alemanes, austríacos, húngaros y los demás- son hijos del demonio; si deseamos que, año tras año, Alemania sea empobrecida y sus hijos se mueran de hambre y enfermen, y que esté rodeada de enemigos, entonces rechacemos todas las proposiciones generosas, y particularmente las que puedan ayudar a Alemania a recuperar una parte de su antigua prosperidad material. (…).
Si tal modo de estimar a las naciones y las relaciones de unas con otras fuera adoptado por las democracias de la Europa occidental, entonces, ¡que el Cielo nos salve a todos¡ Si nosotros aspiramos deliberadamente al empobrecimiento de la Europa central, la venganza, no dudo en predecirlo, no tardará”.
(J. M. Keynes. Las consecuencias económicas de la paz. 1919)
Es evidente que, tras la caída del Muro de Berlín en 1989, los Estados Unidos tenían muy claro que querían contarle al mundo, con maneras de Hollywood , incluidos efectos especiales, quién había ganado la Guerra Fría.
Ronald Reagan, el presidente que creó el Irangate –el traslado de armas desde Irán a la Contra nicaragüense pagadas con drogas-, se fue a la antigua capital de Prusia a posar delante del Muro junto a un Helmut Kohl, al que la historia rescató con el azar de la reunificación alemana. Por si no bastara aquella foto en Berlín, la humillación necesitaba un gesto militar, otro intelectual y otro simbólico.
La humillación militar tuvo dos momentos. Uno fue la disolución de Yugoslavia, donde los países occidentales, incluidos los que se escandalizaron por el intento secesionista catalán y no han aceptado la declaración de independencia unilateral del Donets y Lugansk, reconocieron la independencia unilateral de Eslovenia, Croacia y Kosovo. La otra humillación, diferida en el tiempo, era llevar la OTAN hacia el Este. ¿Hasta dónde? Pues hasta las misma frontera de Rusia.
La humillación intelectual la protagonizó Francis Fukuyama, un profesor discípulo de Milton Friedman a sueldo del Departamento de Estado (el Ministerio de Exteriores norteamericano), que publicó en 1992 El fin de la historia. Ese libelo, pese a su enorme debilidad, permitió que la corriente principal de las ciencias sociales condenara al marxismo, al posestructuralismo, a Foucault, a Wallerstein, a Ángela Davis, a Frantz Fanon y hasta al meritorio Habermas al, supuestamente, basurero de la historia.
Aún faltaba el postre. La guinda del imperio norteamericano, al que no le importaba convertir el mundo en un polvorín rompiendo los equilibrios de más de medio siglo, fue simbolizar la humillación permitiendo que Pizza Hut contratase al último presidente soviético. La imagen de Mijail Gorbachov vendiendo porciones de pizza por la televisión completaba el insulto. Imaginemos a Manuel Azaña contratado por Franco anunciando en Radio Nacional el aniversario del 18 de julio.
Alguien le debió recordar a Reagan el comportamiento de los romanos en su lucha contra los pueblos germanos, donde acostumbraban, después de derrotar a alguna tribu, a ir a los templos de los vencidos a darles las gracias a los dioses de los otros por haberles dado la victoria a los extranjeros. Eso de joder a los caídos tiene larga data, aunque no hay pruebas de que salga bien. La venganza es un mecanismo biológico de supervivencia que pasa de generación en generación.
La Doble vara de medir del hegemón decadente
Tras la caída de la URSS y la disolución del complicado entramado territorial creado, cualquier pretensión nacional que debilitara a la antigua URSS fue escuchada. Si en España los Estados Unidos hiciera lo mismo que en la Unión Soviética tras una crisis profunda de Estado, hasta la Moraleja sería un estado independiente. EEUU fomentó las llamadas “revoluciones de colores”, esto es, golpes blandos enmascarados en revueltas populares que reclamaban “derechos humanos”. Ya hemos visto cómo responden demócratas y republicanos a las demandas de, por ejemplo los negros estadounidenses. Un joven dispara contra dos activistas de Black Lives Matter y los jueces se encargan de absolverle.
Sin embargo, la sensibilidad de la Administración norteamericana ante las barbaridades del Gobierno ruso hoy tienen el aplauso de todos los medios y las redes.
Cuando Rusia estaba pidiendo la entrada en la OTAN, masacraba a chechenos o apoyaba las matanzas en Yugoslavia promovidas por los que querían dinamitar ese país, la contraparte era que los dirigentes rusos eran gente mimada por Washington. Y por los medios, claro.
Hoy Estados Unidos es un hegemón en decadencia. En ese país, 74 millones de personas han apoyado a un desequilibrado, ladrón e ignorante a la Presidencia del Gobierno. El Partido Republicano, una de las dos patas del sistema norteamericano, sigue defendiendo el neoliberalismo, apoya los golpes en cualquier país y, coherentemente con lo que antes solo aceptaban fuera, ha dicho que el asalto al Capitolio es una expresión legítima de voluntad política, mientras las desigualdades y la pobreza –que golpean especialmente a negros y latinos- no conocen igual desde los años 70.
El poderío militar de EEUU es inigualable, pero ya no el poderío económico, donde si bien sigue siendo la principal potencia económica (un PIB de 19,441 billones de euros), China se le va acercando, un crecimiento exponencial que ha estimulado aún más la crisis de la covid-19. Rusia, que es una potencia militar con armamento nuclear, no es una potencia económica y su PIB (1,293 billones de euros) es similar al de España (1,202 billones de euros). La Unión Europea tiene un PIB conjunto de 13,920 billones de euros, de los cuales el 25% corresponden a Alemania (3,567 billones de euros). Más que una potencia media, España es como mucho y sin contar las deudas, una potencia tercia.
La confusión de la política exterior
Los cambios económicos determinan cambios geopolíticos y cuando hay cambios geopolíticos, donde la correlación de fuerzas cambia y la importancia que cada cual da a sus amenazas y a sus oportunidades se reacomoda, la geografía vuelve a dibujarse y redoblan los tambores de guerra.
España apenas ha tenido política exterior propia, salvo la ayuda a las grandes empresas para dar el salto a América Latina, más bien con ánimo expoliador. Esas grandes empresas siempre formaron parte de la trama de financiación del bipartidismo, de manera que en ese quehacer ni el PSOE ni el PP nunca se han pisado la manguera. Por eso, les molesta tanto al PP y a un sector del PSOE el apoyo de Rodríguez Zapatero a Venezuela, porque ese negociado lo llevaba Felipe González, amigo del presidente Carlos Andrés Pérez, y los sectores del Opus Dei del PP. Con Marruecos, siempre ha funcionado una cesión sin capacidad de presión. Y a Europa siempre hemos ido abochornados (Pedro Sánchez es el primer Presidente que va a las Cumbres hablando inglés).
Ahora, la política exterior sigue marcada por el seguidismo a EEUU (reconocimiento de Guaidó, sanciones a Venezuela y a Cuba, alejamiento de China, sanciones a Rusia…), las urgencias energéticas, especialmente de gas, que tienen como referentes a Marruecos y a Argelia, el corrimiento a la derecha de la Unión Europea y un retroceso democrático en Defensa. Es decir, un gobierno de izquierdas que no tiene política exterior y que ha dejado de pelear por la democratización de las fuerzas armadas.
Cada cual tiene en Ucrania su guerra
La guerra en Ucrania podría solventarse si recordamos que ese país lleva en guerra desde 2013 y a veces hemos sido azuzadores de esa guerra queriendo arrastrar al país hacia posiciones atlantistas, y otras hemos mirado para otro lado. Putin gobierna desde hace dos décadas porque está queriendo devolver a Rusia su antigua “grandeza”, lo que pasa por ir desgajando territorios de las antiguas repúblicas soviéticas (algo que va haciendo siempre con la misma estrategia). Las peticiones actuales rusas son asuntos que llevan varios años encima de la mesa, pero no son fáciles de digerir porque ponen en cuestión la tarea de los EEUU y la Unión Europea desde que empezaron a apoyar la desestabilización de Ucrania en 2013 apoyando el levantamiento del Maidan.
Las reclamaciones planteadas por Putin son hoy más complicadas que en los años anteriores: reconocer un estatus político a las repúblicas de Donetsk y Lugansk (algo que incumplió Kiev al incumplir los acuerdos de Minsk), que recuperarían sus fronteras de antes de 2014. Igualmente, Ucrania tendría que reconocer la soberanía de Rusia sobre Crimea; la OTAN cerrar las puertas a Ucrania y Ucrania rechazar la entrada en la OTAN. Para impedir la confrontación –y que al tiempo dejaría a Kiev en manos de Moscú- Occidente tendría que dejar de suministrar armamento a Ucrania.
El regreso de la geopolítica hace de las naciones maestras de muerte. Cuando las naciones están en el centro de la reflexión política nublan el entendimiento, de la misma manera que a los intereses económicos nunca les ha parado el estado de derecho a no ser que venga acompañado de presiones populares. Putin, como nacionalista conservador con pocos escrúpulos, orienta la política hacia la gloria de Rusia mientras tiene la economía atravesada por oligarcas y mafiosos. Biden, como político imperial con pocos escrúpulos, orienta la política hacia la gloria de Estados Unidos y tiene la economía atravesada de multinacionales y lobbies.
Es la ONU y no la OTAN quien tiene que hacerse cargo de estos desatinos sangrientos. Hay que aplicar los tribunales penales internacionales a las empresas de armas y energéticas que están detrás de las guerras. Hasta 2019, el hijo de Joe Biden fue director de Burisma Holding, la mayor empresa privada de petróleo y gas de Ucrania. Detrás de toda guerra hay un negocio.
Con la guerra fría ¿vivían mejor?
Las sanciones económicas solo golpean a los pueblos y no crean conciencia. Además están llenas de trampas. Alemania ha tenido que renunciar al gaseoducto Nord Stream 2 por presiones gringas, pero Mario Draghi ha sido capaz de dejar fuera de las sanciones los objetos de lujo italianos que compran los mafiosos y jerarcas rusos. Cansa el engaño.
Y en el caso de España, al igual que en Europa, nos gustaría ver que hay una política exterior con cierta autonomía. VOX es el aliado de Putin en España –como lo son Orban, Le Pen, Salvini o Trump. El anterior presidente norteamericano ha afirmado después de la invasión que “Putin es un tipo muy listo” que había obrado con “genialidad”-. Es sabido que Putin intentó reunirse varias veces con Abascal. El PP, el de la banderita, gobierna con VOX, el de las banderazas pro Putin. La canalla mediática –y algún político en decadencia que solo reaparece para decir mentiras, como Rafael Hernando- quieren presentar el conflicto con Putin como un conflicto de la guerra fría, donde Putin sería “un comunista”. ¡Que dimita Pedro Sánchez! ¡Que salga Unidas Podemos del gobierno! Aunque el 100% de los Ministros de Unidas Podemos, igual que los partidos de donde vienen, no hubieran condenado a invasión de Ucrania por Rusia.
Con la guerra fría vivían mejor. Igual que sin ETA se quedan sin argumentos. Como si todo el mundo tuviera que ignorar que la oposición a Putin en el parlamento ruso la ejerce precisamente el Partido Comunista de Rusia. Como si Putin no viniera mucho tiempo ensalzando a Stalin e insultando a Lenin, al que acusa de debilitar a Rusia al otorgar a Ucrania la condición de estado en 1923. O como si no fuera público que en la Rusia de Putin hay contratistas en la guerra de Ucrania, como la Hallyburton de Cheney en la guerra de Irak, y que como es normal perpetran barbaridades.
Soluciones complicadas
Se sabe como empiezan las guerra, no cómo terminan. Los intereses norteamericanos han conseguido que Putin entregue a la OTAN la guerra que necesitaban. Johnson y Biden van a solventar buena parte de sus problemas con esta guerra. Como siempre hacen. Putin, si le salen bien las cosas, tendrá sus estatuas al lado de Nicolás II. En la política parece que no hay gloria si no sumas cadáveres. Pagará el pueblo de Ucrania, que pone los muertos y los que huyen de la guerra, el pueblo ruso, que sufrirá las sanciones de la Unión Europea, el pueblo de la Unión Europea, que sufrirá las sanciones rusas, y toda la zona con el empobrecimiento general y las migraciones.
Es el momento de la ONU. Que debe ser firme contra la invasión rusa de Ucrania y debiera tener la fuerza como para poder hacer cumplir sus compromisos. Y como siempre, las guerras solo las pueden parar los pueblos, por muy ingenuo que parezca. La guerra en Ucrania la pueden parar los ciudadanos rusos que no quieren guerra (y un 80% quiere una Ucrania independiente); los ucranianos que no quieren ni perder su país ni tampoco la vida en un conflicto que no es del todo suyo; los europeos que no queremos más guerras en el continente; los norteamericanos que saben que las guerras solo benefician a los lobbys de armas y a los canallas infiltrados en la administración; los ingleses que no creen en el payaso de Johnson. Sabemos que los gobernantes mienten y que los medios de comunicación mienten. Sabemos incluso que hacen el ridículo y ya les da lo mismo (Antena 3 en España, informando de la guerra con imágenes de videojuegos). De hecho, es el único legado democrático de la barbarie de Irak: saber que los gobernantes mienten cuando preparan una guerra. Pero enfrente tenemos las inercias de los Estados preparados durante siglos para la guerra y solo si cambia la correlación de fuerzas se paran estas lógicas. No basta manifestarse. Lo hicieron millones contra la guerra de Irak sin éxito. Parar una guerra exige algo más de compromiso.
En 1919, John Maynard Keynes publicaba Las consecuencias económicas de la paz, donde explicaba que los acuerdos de paz del tratado de Versalles de ese mismo año implicaban poner contra las cuerdas a Alemania. Keynes, comprometido con la paz, sabía que de las condiciones draconianas impuestas a los derrotados saldría algún Hitler, poniéndose otra vez en riesgo la paz de todo el continente. Hoy Keynes se manifestaría delante de la Embajada rusa y también delante de la delegación de la OTAN. No por repartir culpas, porque está claro quién ha invadido Ucrania rompiendo el derecho internacional. Es la diferencia entre dejarse llevar por el dolor que anula o enfriar la cabeza para que pueda pensar y buscar salidas.
Muchos de los que hoy quieren hundir en el mar a Rusia, pensando que así vuelven a derrotar a la Unión Soviética, son los mismos que en 1918 preferían humillar a Alemania antes que librar a Europa del fantasma de la guerra. Claro que la OTAN no es la que ha entrado por la fuerza en Ucrania. Porque no le ha hecho falta. ¿O por qué bombardean en Yemen o en Siria? La OTAN también ha entrado en Ucrania desde el Maydan, como lo hicieron en la extinta RDA, en Polonia, Rumania, Bulgaria, Croacia, Letonia, Lituania… Queriendo perpetuar una humillación que ha terminado dando alas al autoritario Putin. Que no nos hablen de derechos humanos ni los que defienden a Putin ni los que llevan rompiendo la paz desde, al menos, después de la Segunda Guerra Mundial. ¿Sacamos alguna lección del siglo XX? Desconfiemos de los que tienen en su ADN histórico las guerras. De todos.
Tomado de Público / Foto de portada: Cultura Rusa.