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Enrique Pinti, el monologuista de la Argentina

Por Fernando D’Addario.

Fue un showman único. Y fue también, con todos los riesgos que ello implica, un vocero hiperrealista de cierto “sentido común” extendido entre las clases medias. A lo largo de las casi 3 mil funciones de su espectáculo Salsa Criolla, el actor hizo reír a millones de personas, imprimiéndole su verborragia a hechos y personajes no precisamente divertidos.
 

La reacción de muchos, al conocerse la noticia esta mañana, fue lanzar un exabrupto al aire, una palabrota, de esas que tanto le gustaban y le servían para reforzar su histrionismo. Enrique Pinti, uno de los actores más queridos por el público argentino, murió esta madrugada. Tenía 82 años y el desenlace era esperable, más allá de los ruegos de sus numerosos amigos, colegas, allegados y admiradores: el artista estaba internado desde principios de marzo como consecuencia de un cuadro de diabetes severa y problemas circulatorios, sumados a otras complicaciones que fueron surgiendo en los últimos días.  

Pinti fue un altoparlante en clave cómica de los vaivenes históricos y políticos argentinos. A lo largo de las casi 3 mil funciones de su espectáculo Salsa Criolla, el actor hizo reír a millones de personas, imprimiéndole su verborragia a hechos y personajes no precisamente divertidos. Charly García –que musicalizó junto con Pedro Aznar sus textos en el disco Radio Pinti– lo definió como el mayor rapero de la Argentina y no se equivocó. 

Sus diatribas diseccionaban -muchas veces con trazo grueso, prescindiendo de los recursos de la ironía fina- contradicciones, hipocresías y agachadas que exponían a la clase política pero también a buena parte de la sociedad argentina. Pinti fue también, con todos los riesgos que ello implica, un vocero hiperrealista de cierto “sentido común” extendido entre las clases medias. En su “salsa criolla”, todos los colores políticos se fundían en la indiferenciación. Aun así, nunca fue bufón ni propagandista del poder real. 

En los últimos años, su físico ya le había pasado factura y lo exhibía sin pudores arriba del escenario: lejos de los bailes y los cambios de vestuario que lo caracterizaban, ofrecía sus monólogos sentado frente a un escritorio y solo se paraba para despedirse de su público y recibir, como siempre, su cariño incondicional. 

Pinti tenía una fe inquebrantable en el teatro, aunque era realista. En 2017, en una entrevista concedida a la periodista María Daniela Yaccar en Página/12, subrayaba: “Si la gente no puede comprar leche, no va a comprar una entrada”. Lo decía en pleno macrismo, aunque ningún gobierno argentino se sintió a salvo de sus dardos: les pegó a todos. Era democrático y generoso en sus puteadas. La grieta, en sus espectáculos, se manifestaba más bien debajo del escenario, entre la gente. Era posible adivinir la pertenencia política de cada cual observando en qué parte del monólogo se reía y en qué parte adoptaba un gesto de incomodidad, mientras estallaba la carcajada del espectador que tenía atrás.  

Quienes lo conocían bien señalaban que también la pandemia dejó en él secuelas anímicas retroalimentadas con el deterioro de su salud. Bohemio empedernido, salidor y nochero, extrañó seguramente la rutina semanal de reunirse con su grupo de amigos en el restaurant Edelweiss. Siempre había allí una mesa reservada para él. Cuando le preguntaban qué hacía para sobrellevar el encierro y la soledad (esta última condición también lo afectaba desde mucho antes de la pandemia) solía decir: “miro películas”. Lo hacía con voracidad, del mismo modo que consumía todos los estrenos de Broadway en sus famosos viajes a Nueva York.   

Una recorrida por sus participaciones artísticas a lo largo de su carrera podría resultar tan abrumadora como una maratón que reuniera sus monólogos. Porque hizo de todo. Espectáculos para niños y para adultos, café-concert, guiones. Televisión, cine. También escribió 13 libros y hasta grabó un disco, el ya citado con Charly García y Pedro Aznar. Y apareció en el recordado clip de “Ojo con los Orozco”, el rap León Gieco.

Pero su casa fue el teatro. Algunos títulos: Historias recogidas I y II (1973 a 1975 y 1978 a 1979), El show de Enrique Pinti (1980), Vote Pinti (1983), 

Pinti y aparte (1992), El infierno de Pinti (1997), Pericon.com.ar (2000), Candombe nacional (2002 a 2004) y Antes de que me olvide (2010). Fue muy fructífera su colaboración con Antonio Gasalla. Entre 1973 y 1986  coescribió todos sus espectáculos y produjo nueve obras con las que obtuvieron récord teatrales durante varias temporadas en el Maipo y el Teatro Liceo.

Salsa criolla, claro, merece un párrafo aparte. Se estrenó en 1984 en el Teatro Liceo e hizo historia, además de narrarla. Marcó un record en el teatro de habla hispana, con 3000 representaciones, dos millones de espectadores y numerosos premios. Debe decirse, a propósito de esta última consideración, que a Pinti no le faltaron reconocimientos en vida.  

Entre otros, recibió en 1991 el Premio Konex de platino por su unipersonal y como mejor actor de musical en 2001; en 2006 obtuvo el Estrella de Mar de Oro al protagónico de comedia; cuatro Martín Fierro, por sus trabajos en televisión (Pinti y el cine por la TV Pública y Luz, cámara, Pinti por Todo Noticias) y en radio (Hoy por hoy, con Néstor Ibarra en Radio Mitre y Magdalena tempranísimo, en Continental).  

Una perlita resultó su participación en la que quizás haya sido la mejor comedia de la historia argentina, Esperando la carroza (1985) de Alejandro Doria.

Sus últimas apariciones teatrales fueron en Otra vez sopa (2017) y Al fondo a la derecha (2019). Durante la cuarentena presentó un show desde su casa, vía streaming, con el periodista Marcelo Polino: Pinti y Polino al hueso. Un aggiornamiento forzado que cerró una carrera de más de 50 años concebida y materializada muy a la vieja usanza, con códigos difícilmente asimilables a la lógica del Twitter y el Zoom.  

Supo que quería ser actor cuando vio La marca del Zorro, con Tyrone Power. Pinti soñaba con hacer papeles “de época”, pero también disfrutaba contándoles a los demás lo que soñaba. Iba al cine tres veces por semana. Sus amigos se morían de risa cuando Pinti les interpretaba escenas enteras de las películas y después se aburrían cuando iban a verlas. En el medio de ambas reacciones estaba el diferencial Pinti. 

Quedó sellada en el imaginario su impronta de indignado con onda, pero disfrutaba más explotando su faceta de artista de music hall. Amaba cantar, bailar, el brillo, las luces, los disfraces. Era un artista de la comedia humana, aunque en la mayoría de las entrevistas lo preferían como cronista de la tragedia argentina.  

Menos mal que renegó de la promesa hecha a su padre y no se dedicó a la abogacía. Hubiese trasladado su histrionismo a las audiencias judiciales, seguramente con más gracia que varios abogados mediáticos de estos tiempos. Pero el espectáculo se hubiese perdido un showman único. 

Dejó todo arriba de los escenarios y el público se lo agradeció. Que ya no esté aquí da más tristeza que bronca pero el recuerdo de su figura avalará el exabrupto: pero la puta que los parió, se murió Enrique Pinti. 

 

Tomado de Página/12/ Foto de portada: Ahora Argentina/ Archivo.

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