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Libertad de expresión: la primera víctima de la crisis en Ucrania

Por Gustavo A. Marenges.

La libertad de expresión se ha convertido en algo así como el 11no de los mandamientos de la Biblia y tal como sucede con la santa escritura, es interpretado por cada quien a su forma. Los grandes medios de comunicación “defienden” a capa y espada que la libertad de expresión es inviolable y debe ser salvaguardada en todo momento. Sin embargo, como buenos predicadores de manual, interpretan este principio a su manera, por no decir a su antojo.  

El actual contexto de crisis en Ucrania ha demostrado con suma claridad que la libertad de expresión no es más que una entelequia cuando de grandes intereses políticos y económicos se trata. Ambos bandos en conflictos han violentado la libertad de expresión y el derecho a la información de las personas. Si bien es cierto que unos se han esmerado más que otros, todos los involucrados han utilizado la censura y la manipulación como un arma, cuya única víctima ha sido la opinión pública mundial, o sea nosotros, los ciudadanos comunes.

El primer ataque al derecho a la información y a la libertad de expresión fue el silencio coordinado e intencionado sobre el conflicto del Donbass. Los grandes medios mantuvieron una cobertura muy limitada sobre el asunto, llegando en ocasiones a convertirse en largos silencios. Desde la firma de los acuerdos de Minsk II en 2015 y por los próximos siete años, lo que sucedía en el este ucraniano fue invisibilizado, excepto por algunas notas esporádicas y puntuales en las que se reseñan las declaraciones rusas al respecto. Tal pareciera que a nadie en el mundo le interesaba lo que allí sucedía, pero la realidad es que resulta imposible preocuparse por algo que no sabemos que existe.

Este silencio de siete años es una de las razones por las cuales el público estadounidense y europeo se conmocionó ante el estallido de la crisis.  Simplemente, no lo vieron venir. Por otro lado, este silencio cómplice también explica por qué muchas personas creen opinan que Rusia es el único responsable.

A inicios de 2022, los medios generaron gran expectativa sobre el conflicto en Ucrania y repetían constantemente las afirmaciones de la Casa Blanca sobre una posible invasión rusa. La cantidad de información al respecto fue tan abrumadora y la estrategia comunicacional fue tan bien elaborada que nadie se preguntó qué razones tenía Putin para invadir Ucrania. Las explicaciones simples, basadas en la ambición y el interés de Rusia, fueron suficientes para satisfacer a una audiencia consternada por la inminencia de una guerra en Europa.

La actuación de los grandes medios logró desconectar la crisis de 2014 de la actual, matriz de opinión que caló profundo en la opinión pública mundial y que facilitó la construcción de la imagen de Rusia como único responsable. Quienes así lo ven demuestran la poca profundidad de sus análisis o su incapacidad para analizar fenómenos complejos. Si bien el gobierno de Putin tiró del gatillo, no podemos perder de vista que las acciones de Estados Unidos y sus aliados de la OTAN para cercar militarmente a Rusia y para fortalecer a los sectores antirrusos de Ucrania también forman parte de las causas de esta crisis.

En este escenario de euforia y luego de haber satanizado a Rusia, el próximo objetivo era claro: arrasar con la libertad de expresión.

Junto con el empleo masivo de fake news (sospechosamente casi todas a favor de Ucrania) se desató una censura digna de la mejor de la mejor de las dictaduras. Las señales de los principales medios de comunicación rusos con presencia en Occidente, Russia Today (RT) y Sputnik, fueron censuradas en países como el Reino Unido, Finlandia, Alemania, España y otros tantos de la Unión Europea y el propio Estados Unidos. Incluso hubo algunos medios que se autocensuraron para eludir su deber de reportar los criterios de la parte rusa. Tal fue el caso de la televisora española RTVE, de CNN Internacional, ABC News, BBC y del periódico español “El País”.

Los medios rusos han sido además multados con miles de dólares en países como Alemania (más de $US 30.000). Además, solamente en UK se le abrieron 15 procesos judiciales bajo las causas más absurdas dentro de las que figuró la difusión de noticias falsas, lo cual resulta irónico pues el fenómeno fake news ha ocurrido en el sentido contrario. Sin embargo, más allá de lo irónico de este hecho, tal pareciera que los británicos creen tener monopolio de la verdad, justo como la iglesia medieval.

En paralelo se llevó a cabo otra embestida contra la libertad de expresión, esta vez en el escenario digital. Los primeros tirar la piedra fueron Meta (propietario de la red social Facebook) y YouTube quienes bloquearon las transmisiones de los medios rusos primero en Ucrania y luego en toda la Unión Europea. Facebook, fue incluso más allá y creó un equipo de monitoreo especial para evitar la difusión de noticias falsas sobre el conflicto. Sin embargo, el verdadero objetivo de este equipo ha quedado en entredicho pues la red social continúa plagada de contenidos falsos publicados incluso desde perfiles verificados.

En tanto, Twitter decidió que etiquetaría a periodistas e influencers como fuentes asociadas al gobierno ruso. Según la compañía, la etiqueta es una señal para advertir al resto de los usuarios sobre información sesgada o falsa, al mismo tiempo que indica a los algoritmos reducir la visibilidad de los perfiles etiquetados. De la misma forma, grandes proveedores de internet de banda ancha como Cogent han anunciado la suspensión de sus servicios en Rusia, lo cual tiene como objetivo limitar la velocidad de internet en el país y con ello el flujo de información entrante y saliente.

La censura se ha extendido en otras redes sociales como Tik Tok y Twitch ya sea para bloquear los perfiles de las agencias de noticias rusas o para prohibir post desde Rusia. Además, Google Play Store y Apple Store eliminaron la aplicación de RT y de Sputnik de sus plataformas.

Por su parte, Rusia ha bloqueado Facebook, Twitter e Instagram en respuesta a la censura en su contra. Al mismo tiempo, la Duma estatal (Parlamento Ruso) ha aprobado leyes muy ambiguas para contrarrestar el efecto de las fake news sobre la guerra. Si bien es una iniciativa legítima, la ambigüedad en su redacción y la subjetividad para definir el concepto de fake news supone un riesgo para la libertad de expresión.

Del mismo modo, cientos de personas han sido detenidas en las manifestaciones que han tenido lugar en el país para rechazar la guerra contra Ucrania. Todas estas medidas han sido justificadas por las autoridades del país como “actos de defensa”, lo cual, a pesar de ser un argumento comprensible, no deja de atentar contra la libertad de expresión y el derecho a la información veraz.

Todo lo anterior demuestra que la libertad de expresión no es más que una farsa, un elemento más del discurso político para lanzar acusaciones contra el contrario otros. Se trata de una libertad ficticia y que es respetada de forma muy selectiva y circunstancial por quienes poseen el control de los medios de comunicación.

La actual crisis en Ucrania ha demostrado, como nunca antes que “la información es poder” y que las guerras actuales tienen dos escenarios de batallas, el físico y el informativo. Este último ha sido el escenario donde Estados Unidos y sus aliados de la OTAN más han apoyado a Ucrania. Sin esa batalla por la opinión pública el envío de armas y suministros tal y como es hoy hubiese sido imposible.

Rusia, puede estar ganando la batalla militar, pero la censura impuesta por Occidente ha marcado una diferencia sustancial en el desarrollo de los acontecimientos. Sin embargo, la principal víctima no ha sido Rusia, sino nosotros, ciudadanos comunes cuyo derecho a opinar y a tener un criterio propio nos ha sido negado por la existencia de un relato único. Informarse, no es solo un deber, sino un derecho.

Foto de portada: Noticias Ilustradas.

 

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