Internacionales

Rompe el mapa el filo del machete: el internacionalismo de los Sin Tierra

Por Joāo Pedro Stedile.

Para el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra de Brasil (MST), la dialéctica entre nacionalismo e internacionalismo se dio de manera peculiar: nosotros acusamos recibo de las influencias del internacionalismo, de las experiencias históricas de la clase obrera y de los campesinos del mundo, justo cuando recién empezábamos a balbucear la construcción de nuestra organización. Nosotros ya teníamos experiencia en la lucha por la tierra, pero tardamos dos o tres años para conformarnos como movimiento, para construir un programa, para elaborar una doctrina, y sobre todo para construir los principios organizativos que nos rigen hasta el día de hoy.

Al estudiar estos principios, al echar una mirada a las organizaciones que nos precedieron, ya sea en Brasil o a nivel internacional, nos dimos cuenta de que el internacionalismo no debía ser una actividad entre muchas, sino un principio rector. Así como incorporamos doctrinariamente la dirección colectiva, la planificación, el estudio y la formación permanentes, incorporamos también el principio del internacionalismo.

Nuestra generación, que comenzó sus combates entre fines de la década de 1970 y principios de la de 1980, resultó marcada por las grandes epopeyas del internacionalismo como la Guerra de Vietnam. Incluso hay quien sostiene que fue el internacionalismo practicado primero en Estados Unidos y luego en todo el mundo lo que decidió la suerte del conflicto en contra de los intereses norteamericanos. También, por supuesto, la Revolución Sandinista, que tuvo en Brasil un impacto tremendo. Quien la dio a conocer aquí fue de hecho la propia Iglesia Católica, en particular el sector vinculado a la Teología de la Liberación, que no solo hacía parte de nuestras luchas por la tierra, sino que participaba también por ese entonces en la construcción del Partido de los Trabajadores y en las Comunidades Eclesiales de Base, las llamadas CEBs. Los sucesos de Nicaragua tuvieron una gran influencia político-ideológica y pronto la izquierda brasilera organizó brigadas para ir a participar en la cosecha del café.

Aunque algo más lejana en el tiempo, se conservaba en Brasil una memoria muy viva de la Guerra Civil Española, pues de aquí había partido una brigada de más de cincuenta combatientes —algunos con formación militar, otros no—, una epopeya organizada por el entonces Partido Comunista Brasileño desde la clandestinidad. Entre ellos estaba Apolônio de Carvalho, el más internacionalista de todos nuestros compatriotas.

Desde 1979 hasta 1985 fueron seis años de ocupaciones de tierras, de retomada de las luchas campesinas en Brasil, aún en el difícil contexto de la dictadura militar. Pero aún no teníamos la conciencia de la necesidad de un movimiento nacional: cuando quisimos construirlo nos dedicamos a estudiar, en particular las experiencias campesinas que nos precedían, no sólo en nuestro país, sino en América Latina y el Caribe, en donde había una experiencia mucho mayor, como la de Cuba por ejemplo. Nos impactó profundamente que Fidel enviara un avión que recogió a numerosos líderes y lideresas de los movimientos campesinos del noreste del Brasil para que conocieran de primera mano la experiencia cubana. El hecho fue muy gracioso porque nadie tenía idea de donde quedaba la isla: eran campesinos pobres, trabajadores cañeros, del estado de Pernambuco la mayoría de ellos, tomando un avión por primera vez en su vida para ir a conocer un proceso revolucionario.

Entre ellos estaba Apolônio de Carvalho, el más internacionalista de todos nuestros compatriotas”

También había un germen internacionalista en nuestras Ligas Campesinas, que fueron muy activas en la solidaridad con Cuba. Aquí el Partido Comunista, la principal fuerza de izquierda entonces, tenía la mirada puesta en Moscú y observaba a la Revolución Cubana con desconfianza, tildándola de obra de aventureros, de guerrilleros sin partido ni programa.

En Brasil, las luchas campesinas surgieron después de la Segunda Guerra Mundial, mientras que en América Latina y el Caribe tienen cuatrocientos o quinientos años; incluso más, porque antes de la colonización europea ya había aquí un campesinado: su experiencia histórica es mucho más vasta que la nuestra. Nuestra voluntad fue aprender con ellos. De la Ligas Campesinas del norte argentino, de las Rondas Campesinas del Perú, de la experiencia boliviana con las marchas campesino-indígenas: si nosotros marchamos hoy es porque lo aprendimos de los bolivianos, capaces de caminar decenas de kilómetros por día. También aprendimos mucho de los movimientos ecuatorianos, de su gran tradición, y ni hablar de México: estudié allí de joven, y pude involucrarme en las tomas de tierra del campesinado mexicano y en sus enormes movilizaciones hacia el Distrito Federal.

Un internacionalismo campesino

Nosotros bebimos de todo este caldo de internacionalismo, en un proceso que derivó en el congreso fundacional del MST en el año 1985, realizado en Curitiba, capital del estado de Paraná. Sintomáticamente, aunque ni sabíamos dónde íbamos a ir a parar, contamos allí con la presencia de delegados y delegadas de movimientos campesinos de dieciséis países. Esto era ya una marca de origen. Esto generó mucho revuelo en la prensa; recién salíamos de la dictadura y unos campesinos locos se reunían con sus pares de todo el continente. Estaba por ejemplo Hugo Blanco, el histórico líder de los campesinos peruanos.

A partir de entonces intentamos participar de todas las articulaciones internacionales en curso, a nivel latinoamericano e internacional. Hacia fines de los 80, por ejemplo, fuimos invitados como observadores a un congreso en Praga de la UISTAAC, una articulación campesina y rural vinculada a la Federación Sindical Mundial. El congreso fue por lo demás muy aburrido, siguiendo aquel ortodoxo patrón soviético. Fueron cuatro días enteros de «campeonato de discurso» en donde no se llegó a conclusión ni plan alguno.

Pero por las noches las delegaciones latinoamericanas nos rebelamos. Concluimos que aquel método era totalmente inconducente y que aquello no era internacionalismo. Agradecimos el pasaje, el hotel, la comida, el espacio que nos permitió conocernos, y comenzamos a conspirar. Decidimos que debíamos armar una articulación propia, de los campesinos, con otros métodos, con liderazgos jóvenes, con un internacionalismo real, no de siglas y burocracias. Había gente de la ATC de Nicaragua, de la FENOC de Ecuador, gente de México, el MST y la CUT Rural de Brasil, etcétera.

Nos propusimos, al regreso, organizar un evento propio, lo que no era tan fácil en tiempos en los que no había internet ni comunicación digital. Acordamos que por lo menos cada congreso nacional de nuestras organizaciones contaría con invitaciones internacionales, para seguir acumulando fuerzas de conjunto. En 1992 se realizó la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, la primera de su tipo organizada por las Naciones Unidas dedicada a tratar la cuestión ambiental. Allí pronunció Fidel Castro su célebre discurso.

En aquel contexto invitamos a todas las organizaciones campesinas y realizamos una asamblea paralela —dado que la cumbre era solo de presidentes—. Fue allí que decidimos lanzar la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo, la CLOC, y marcamos el año 1994 como fecha de su congreso fundacional. La sede sería Perú, y allí nacería una articulación real de las campesinas y los campesinos de todo nuestro continente.

De la Campaña de los 500 años a la CLOC

Para el año 1991 organizamos una reunión en Guatemala, de cara al cercano aniversario de los 500 años de la Conquista de América. Allí nació la «Campaña Continental 500 Años de Resistencia Indígena, Negra y Popular», que juntaba a todas las fuerzas: campesinas, obreras, indígenas, negras, e incluso a sectores de la Iglesia. Se tomó entonces la decisión de no participar de los eventos oficiales programados, sobre todo en la «América española» y Europa. Decidimos romper con todas esas cosas y dedicarnos a lo nuestro. La otra gran decisión fue apoyar la candidatura de la indígena maya quiché Rigoberta Menchú para el Premio Nobel de la Paz. Ella era entonces el símbolo de la lucha campesino-indígena de Guatemala, y de una guerra civil que había costado más de cincuenta mil muertos. Su propia madre y otros miembros de su familia habían sido asesinados por escuadrones de la muerte, y su padre y su primo fueron dos de las víctimas asesinadas con fósforo blanco por la Policía Nacional en la masacre de la Embajada española en la Ciudad de Guatemala.

“Allí nació la «Campaña Continental 500 Años de Resistencia Indígena, Negra y Popular», que juntaba a todas las fuerzas: campesinas, obreras, indígenas, negras, e incluso a sectores de la Iglesia”

Rigoberta fue invitada a una ponencia en el marco de aquella reunión de 1991. Para dar una cobertura de seguridad al evento —Guatemala estaba todavía en dictadura— se invitó a la Primera Dama de Francia, la señora Danielle Mitterrand: ella cumplió su promesa y se presentó sin ningún acuerdo diplomático oficial, apenas custodiada por algunos guardaespaldas. A su regreso a Europa fue una de las personas que contribuyó a dar relieve a la candidatura de Rigoberta, la que finalmente fue distinguida con el premio. La articulación de la campaña debía prolongarse hasta el año 2000. Era entonces que Brasil cumpliría sus propios 500 años desde la colonización portuguesa. Pero la campaña no avanzó y se extinguió allá por el año 1994.

Sin embargo conocimos mucha gente, y aquella fue la semilla de la que nacieron múltiples articulaciones. Luego el protagonismo fue asumido por los cubanos, que comenzaron a promover una serie de conferencias hemisféricas contra la conformación del Área de Libre Comercio para las Américas (ALCA) que impulsaba Estados Unidos desde su lanzamiento por parte de Bill Clinton en 1995. Las conferencias de La Habana eran animadas por Fidel Castro. La gran novedad, para entusiasmo de todos, era que el Partido Comunista Cubano, superando aún su propia tradición —muy marcada por la experiencia de las Internacionales Comunistas— estaba impulsando una articulación de tipo popular, que trascendía a los partidos o a los Estados. Hasta acudían personas de organizaciones de Canadá, porque el ALCA era un proyecto de «libre comercio» continental.

Mientras tanto, los movimientos campesinos proseguimos nuestra articulación específica y realizamos nuestro primer congreso en febrero del año 1994 en Perú. Hay que recordar que los europeos tenían desde hace tiempo una articulación propia, llamada la Coordinadora Campesina Europea (CPE, por sus siglas en francés). En 1995 una fundación holandesa invitó a la CPE y a nuestra coordinadora a una conferencia que tenía por objetivo erigirse como representante del campesinado y cooptarlo con proyectos de financiamiento, estrategia tras la que estaba el gobierno de Holanda. Nuevamente hubo una rebelión: representantes de la CLOC y delegados europeos como Paul Nicholson rechazaron la tentativa, decidiéndose por convocar a lo que hoy es La Vía Campesina Internacional, nombre genérico bajo el que nos identificamos, más allá de la lengua o del país, en la defensa de un proyecto propio, autónomo, de los campesinos del mundo. La primera conferencia mundial fue prevista para abril del año 1996, y tendría lugar en México, dado que el campesinado mexicano gozaba de un gran prestigio y representatividad.

Pero en medio de aquel congreso fundacional sucedió la masacre de Eldorado dos Carajás, en el que diecinueve campesinos sin tierra fueron asesinados en el sur del estado de Pará, en Brasil. Eso creó un pacto muy fuerte entre los quinientos o seiscientos delegados presentes, sin contar a los anfitriones. Nacía entonces no solo La Vía Campesina sino que también se instauraba el 17 de abril como el Día Internacional de la Lucha Campesina.

De la Alianza Bolivariana a la Asamblea Internacional de los Pueblos

Hay un hilo conductor que va desde la Campaña de los 500 años, pasa por la campaña del «No al ALCA» y abreva luego en lo que hoy es la Articulación de Movimientos Sociales hacia el ALBA. Fue por esos tiempos que varios compañeros sostuvieron una reunión histórica con Hugo Chávez en Barquisimeto, en donde comenzó a tomar cuerpo esa metamorfosis desde el rechazo al ALCA hacia la construcción de la Alianza Bolivariana para las Américas (ALBA).

En su generosidad, Chávez quería contemplar nuestra articulación de movimientos populares dentro del organigrama formal del ALBA, para que tuvieran más protagonismo, de igual a igual con los gobiernos. De hecho, la propuesta original incluía tres consejos: uno de presidentes, uno de ministros y uno de dirigentes de movimientos populares. Pero luego de un año nos dimos cuenta que eso era inviable. Nicolás Maduro, que por entonces era Canciller, nos ayudó a ver los problemas que eso traería: ¿Qué pasaría si movimientos de la articulación iniciaban acciones de fuerza contra gobiernos que el ALBA quería incorporar en su alianza? Esto podría generar tensiones, sobre todo en donde los movimientos son muy dependientes de las estructuras estatales y gubernamentales. Decidimos aprender de los errores del pasado y no transigir aquella autonomía para luchar. De ahí surgió entonces el ALBA-TCP como articulación estatal y comercial, mientras que las organizaciones populares conformamos ALBA Movimientos: fue una suerte de divorcio necesario, mutuamente provechoso.

“Hay un hilo conductor que va desde la Campaña de los 500 años, pasa por la campaña del «No al ALCA» y abreva luego en lo que hoy es la Articulación de Movimientos Sociales hacia el ALBA”

Además, Chávez quería conformar una quinta Internacional. Pero en aquellas conversaciones insistimos en que diferentes sectores, los partidos comunistas, la Tercera Internacional, los trotskistas, los estalinistas, todo el mundo se sublevaría. Finalmente Chávez se convenció de dejar de lado el nombre y los movimientos seguimos las conversaciones para crear lo que hoy es la Asamblea Internacional de los Pueblos (AIP). Esta nació de la confluencia del cauce de muchos ríos y de la sabiduría colectiva de ir construyendo un mapa. Hasta entonces teníamos la radiografía completa de las Américas y de buena parte de Europa, pero aquella estaba aún muy cerrada: sindicatos que se encontraban con sindicatos, partidos con partidos, jóvenes con jóvenes, etcétera.

Otro tanto provino de las relaciones de La Vía Campesina, de su secretariado internacional, que conocía muchas organizaciones y manejaba muchos contactos. También existía como plafón un conocimiento personal de las dirigencias, lo que influye y mucho; tienes que tener una confianza personal, saber si el otro dirigente es representativo de sus bases, si no es un charlatán, si va en serio. Nunca se trató de una articulación de membretes, de siglas. Era necesario construir una identidad común: la plataforma es importante, pero no alcanza por sí misma.

El otro camino fue la experiencia del Foro Social Mundial (FSM). Entre las ocho organizaciones que lo impulsaron estaban el MST, la Central Única de Trabajadores de Brasil, las ONGs, los europeos, etcétera. Nosotros promovimos una asamblea mundial de movimientos populares y lanzamos la convocatoria a lo interno del Foro, pero no cuajó porque muchas personas no eran militantes, tenían una lógica oenegeísta, y porque las asambleas, sin criterios de delegación ni agenda definida, resultaron algo anárquicas, sobre todo después de 2009. Y sin embargo el FSM fue un antecedente importante que amplió nuestro mapa y fue sedimentando ciertas confianzas políticas. También fueron importantes las conferencias sobre Dilemas de la Humanidad, organizadas como un espacio para compartir visiones y propuestas estratégicas sobre el futuro.

Los caminos que confluyeron en la AIP fueron múltiples, y a través de ellos fuimos forjando alianzas que nos llevaron hasta Asia y sobre todo hacia regiones de África de la que lo ignorábamos casi todo, salvo en el caso de algunos países de lengua portuguesa. En todo este proceso se fue fraguando una identidad política, una unidad programática y sobre todo una confianza humana.

Una cuestión de principios

Los campesinos somos iguales en todo el mundo. También los trabajadores. ¿No decía ya el Manifiesto Comunista que debíamos unirnos? El internacionalismo no es para nosotros caridad, ni tampoco propaganda. Es un principio, y en él se enmarcan todas las acciones prácticas del MST. Así emergieron las campañas de solidaridad con los que quizás sean los dos pueblos más resistentes del mundo: el cubano y el palestino. Luego sobrevino la Revolución Bolivariana de Venezuela e intentamos practicar con estos países un internacionalismo de doble vía, de dar y recibir, de aprender y enseñar. Luego insertamos estas preocupaciones en nuestras publicaciones, en la formación de nuestros militantes y en la creación de un Colectivo de Relaciones Internacionales que pudiera dar organicidad a esas ideas.

En general, en la tradición de izquierda se nombraba secretario de relaciones internacionales a un tipo que se pasaba toda la vida volando de un país a otro. Recuerdo a un dirigente al que el pasaporte solo le duraba un año, porque en ese tiempo llenaba de sellos todas sus hojas. Solo él era un «internacionalista». De esos errores aprendimos e impulsamos la estricta división de tareas, la rotación de militantes y dirigentes en las tareas internacionales, la paridad de género, la diversidad generacional: sin demoras y sin excusas. Todo esto nutre al movimiento de la práctica y la experiencia del internacionalismo, y no solo a dos o tres elegidos.

También dimos un carácter internacional a la Escuela Nacional Florestan Fernandes (ENFF). Siempre hemos dicho que el MST es solo su celador, quien custodia la llave. Pero los programas, los estudiantes, los profesores, todo es patrimonio de la clase trabajadora internacional. La ENFF siguió el mismo recorrido: al principio venían solo campesinos y se fueron sumando otras articulaciones y numerosos países, en cursos en español, portugués, inglés y, antes de la pandemia, con un curso internacional en francés para la formación de formadores y formadoras.

Luego surgieron también las experiencias de las brigadas internacionales, algo que por supuesto no fue un invento nuestro. Nosotros solo retomamos una experiencia histórica y la multiplicamos a solicitud de diversos países y organizaciones. Siempre procuramos recordar a los militantes que preparamos para estas experiencias que deben abrir los ojos y los oídos, que no van a enseñar nada sino a aprender muchísimo. Además de que la presencia física y el desarrollo de tareas es ya una demostración de solidaridad concreta, las brigadas son un curso intensivo de formación de cuadros. Quien pase años en Haití, Venezuela, Cuba, Sudáfrica o Zambia ya no volverá a ser el mismo. Contará ahora con la experiencia de otro idioma, de otra cultura, con una visión más plural de la realidad. Se tornará a su regreso más comprometido, más flexible, más reflexivo y menos sectario.

Llegamos a tener una brigada en Timor Oriental, un país al otro lado del mundo que pocos podrían señalar en el mapa, compartiendo una metodología de alfabetización de adultos. Podríamos mencionar también la experiencia de nuestra editora Expressão Popular, que siempre sostuvo una colección de temas internacionales. Y cómo no evocar la experiencia cubana de la Escuela Latinoamericana de Medicina y de la Operación Milagro, herencias alentadoras de Fidel Castro que siempre alumbraron el camino.

Lo importante es que en todos estos procesos, que hacen parte ya de la historia larga del internacionalismo, siempre sostuvimos la voluntad política de encontrarnos, de tejer alianzas, de practicar un internacionalismo concreto, fraterno, solidario, militante, sin iluminismos ni sectarismos. Nuestra divisa siempre fue jugarnos, no tener miedo de crear y, sobre todo, nunca dejar de conspirar.

* Este texto es un adelanto del libro Internacionalistas, coordinado por Gonzalo Armúa y Lautaro Rivara y editado en 2022 por Batalla de Ideas y el Instituto Tricontinental de Investigación Social.

Tomado de ALAI.

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