Perú: Los errores de Castillo no pueden justificar el reconocimiento de un gobierno golpista de derecha
Por Carlos Aznárez / Resumen Latinoamericano Argentina.
Una nueva oportunidad perdida. Pedro Castillo ha caído como en su momento le ocurrió a su colega paraguayo. ¿Jaqueado por la derecha?, por supuesto. Lo hicieron desde antes de ganar la segunda vuelta, lo pusieron en la mira, lo acusaron desde ser terrorista hasta corrupto, ensuciaron con mentiras su pasado y su presente, el de él y el de su familia. Lo obligaron a que modifique el rumbo de lo que se había planteado hacer en sus compromisos con el pueblo pobre, trabajador y campesino. Nada le alcanzaba a la furibunda ultraderechista de Keiko Fujimori y sus amigos empresarios (esos sí corrompidos hasta más allá del límite), militares con pasado criminal, policías ídem y paramilitares al servicio de los negocios narcos.
Siempre pedían más y más, para no dejar gobernar a un Castillo que por lo menos pecó de ingenuo en sus primeros momentos y de converso en los últimos tiempos.
Claro que sí, la derecha hizo eso y mucho más. ¿Qué se esperaban? ¿Qué le perdonaran a ese maestro y sindicalista llegado del Perú profundo, la osadía de desafiar a la burguesía de Lima, cuestionando su poder y su historia de impunidades? Castillo fue, a pesar de sí mismo, el representante de los nadies que un día se hartan de tanto maltrato y se deciden a ir por todo, incluido el Gobierno.
Castillo se mareó entre sus propias palabras y muy pronto dejó constancia que había confundido el rumbo. Lo apartó en las primeras horas de su gobierno al mejor canciller peruano que podía tener Nuestramérica, Héctor Béjar. Y esa ya fue una luz roja en el semáforo, que Castillo ni vio ni quiso escuchar que se lo advirtieran. Ya estaba dispuesto a retroceder ante el aluvión de acusaciones que le caían encima. Y eso, se sabe como empieza, pero lo peor es como termina.Después fueron cayendo uno tras otro los ministros de su gabinete. “Senderistas”, “comunistas”, “corruptos”, etc, etc, los dardos envenenados de la derecha no cesaban y cada vez pedían más. Algunos amigos le susurraron al oído al profe Castillo, que intente frenar las concesiones porque “van por tu cabeza”. Otros, desde el partido Perú Libre (PL), “su” partido, o por lo menos el que le fue útil para ganar las elecciones, y “su” base de sustentación en las masas, le aconsejaron que profundice el proceso, que convoque la Constituyente, que nacionalice el gas, que no retroceda. Pero Castillo siguió cambiando ministros, haciendo alianzas, un día con la izquierda “caviar”, en otra ocasión poniendo funcionarios que orillaban la derecha, hasta que las relaciones con PL se agrietaron del todo, y fue separado del partido.
En las relaciones internacionales no dejó de equivocarse, coqueteó mal con EE.UU, renegó de Venezuela, se acercó a la OEA y su mandamás Luis Almagro, condenó a Rusia por “invadir” Ucrania, facilitó la llegada de inversores megamineros, olvidándose de las luchas en Las Bambas y otros enclaves, donde los trabajadores, a lo largo de décadas, pusieron listas de muertos para parar la destrucción del territorio. Pero ninguna de esos volantazos, con respecto a lo prometido en campaña, sirvió para calmar al monstruo, que no dejó de pedir sangre.
El pueblo, mientras tanto, exigía revertir la situación, se movilizaba por la Constituyente y por el castigo a las agresiones directas del fujimorismo, y con total claridad advertía a su presidente: “cierre el Congreso”, “meta mano en ese nido de víboras”, “póngase los pantalones, profe”.
El futuro estaba anunciado. La conspiración que no paró nunca, sumó en un determinado momento para sus filas a la ambiciosa Dina Boluarte, que no es de izquierda como anuncian algunos, ni tampoco inocente, sino la pieza clave que la derecha necesitaba para hacer el golpe “en el marco de la legalidad democrática”. Y la Boluarte, que soñaba con la banda roja sobre su pecho, se convirtió en furiosa enemiga del presidente legítimo, votado por millones de ciudadanos.
En el colmo de las posición erráticas, un sector de Perú Libre, por puro resentimiento y por no saber distinguir entre el árbol y el bosque, se volcó con todo a la idea de quitar a Castillo de la presidencia, y sin ningún tipo de escrúpulos le dio los votos a los diputados fujimoristas y sus aliados para destituirlo. Ese es el momento que acrecientan las dudas sobre qué se quiere decir cuando algún partido o sector dice livianamente ser de “izquierda».
Final: Para que no haya dudas: la derecha y el imperialismo no dan tregua a ninguna experiencia política que pretenda atacar sus intereses de clase. Con los que honesta y valientemente lo hacen desde posiciones revolucionarias, el imperio tiene recetas de muerte, terror y destrucción, que por supuesto no siempre les han salido bien: ahí están Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua, Irán, Siria, Yemen, Corea del Norte e infinidad de pueblos que le plantan cara. Otros, que más allá de sus discursos, al gobernar son tibios o “ni ni”, y que creen que se van a salvar por usar ese tipo de flirteos, cuando llega la ocasión les bajan el pulgar, aprovechando que el único escudo que puede defenderlos en ocasiones extremas, el pueblo, se fue alejando por no ser tenidos en cuenta sus reclamos.
Ahora reina Boluarte, aplaudida por Keiko Fujimori y toda la derecha oligárquica empresarial. Es muy probable que la usen un tiempo y después la saquen de escena como hicieron con Castillo. Más allá de lo sucedido, es importante que el presidente votado por el pueblo sea defendido y se exija su libertad, y si fuera posible evitar reconocer diplomáticamente a alguien que se hizo con el gobierno a través de un golpe de Estado. Sería lo menos que se puede hacer para no sentar un mal antecedente, algo que Andrés López Obrador comprendió de inmediato, mientras el presidente argentino, Alberto Fernández, volvió a poner la política exterior del país por el suelo al telefonear a la golpista Boluarte para felicitarla.
El desenlace muestra una realidad derivada de un cúmulo de traiciones: Castillo lo hizo con el mandato popular, Boluarte le dio la espalda a Castillo y conspiró por derecha a favor de un golpe, y los diputados que votaron por «izquierda» un golpe de Estado, traicionaron los más elementales principios que dicen sostener.
Ahora, vendrán tiempos difíciles, salvo que el recorrido por las poblaciones y provincias del país que viene realizando Antauro Humala, despertando simpatías populares por donde pasa con su discurso nacionalista radicalizado, cuaje pronto en un movimiento que enfrente a los golpistas. O que las organizaciones populares de trabajadores y movimientos sociales, desconozcan masivamente al gobierno fuji-derechista. Eso podría abrir un nuevo capítulo.
Tomado de Resumen Latinoamericano Argentina.