El dilema de un inmigrante cubano
Por Vladia Rubio
Sé de un cubano que emigró y ahora se ve en un dilema que pocos tienen en cuenta cuando deciden radicar en otro país.
Se trata de un excelente profesional, también una magnífica persona, que no se decide a cobrar por sus servicios lo que usualmente cobran en la tierra donde ahora reside. Y no se decide, sobre todo, cuando se trata de personas humildes… como fueron sus propios orígenes.
Son los valores de solidaridad, de humanismo, que formaron su identidad mientras crecía en esta tierra, y que ahora lo hacen entrar en una profunda contradicción: partió para vivir materialmente mejor, pero para conseguirlo debe ajustarse a un mercado y a una filosofía de vida que, a su vez, conspira contra el bienestar de otros, a quienes se les hace muy difícil pagar por los servicios que él ofrece.
Esa filosofía de vida es la esencia misma del modo capitalista, al cual debe necesariamente ajustarse si pretende, al menos, sobrevivir en el intento de iniciar un nuevo proyecto de vida. Pero a veces, las cuestiones del corazón, de los sentimientos, no compatibilizan con los asuntos del bolsillo.
Sobre todo si, como es el caso, naciste en Cuba y aquí aprendiste que lo más normal es brindarle ayuda a quien la necesita, aun si es un desconocido, y que las ayudas no tienen precio, no se cobran; que si alguien se cae, lo socorres; que compartes lo que tienes, no lo que te sobra; que si tienes que levantarte en la madrugada para acompañar al vecino al policlínico, no lo dudas…
Es muy difícil hacer borrón y cuenta nueva de las esencias de uno mismo, cuando, primero con tu familia, luego en el aula y finalmente en la escuela de lo cotidiano, aprendiste e hiciste tuyo que lo primero es el ser humano.
Tomado de Cubasi/ Foto de portada: Abel Rojas Barallobre/ Radio Rebelde