Muhammad Ali, la historia de un nombre
Por Malva Marani.
El mejor peso pesado de la historia libró una pelea simbólica para renombrarse y su identidad se volvió una arena de lucha política en los años ’60.
Si en la actualidad es frecuente ver a cada quien nombrándose como gusta y dando pelea por hacerse llamar como su identidad le dicta, el deporte puede arrogarse quizás uno de los antecedentes más grandes de la historia: la lucha simbólica que libró Muhammad Ali para cambiar su nombre, ese con el que finalmente se eternizó. El mejor peso pesado de la historia pensó que tal vez el de su nombre sería un combate más y, sin embargo, le valió tristezas, enojos y el haber quedado entrampado entre dos de las mayores fuerzas en la lucha política anti-segregacionista ni más ni menos que en los turbulentos años ’60 en Estados Unidos.
Su nombre se volvió, en definitiva, la arena de un combate tanto político como simbólico que bien acompaña aquella década de resistencia y lucha afroamericana. Pero empecemos por el principio. Muhammad Alí nació el 17 de enero de 1942 bajo el nombre de Cassius Marcellus Clay, tal como se llamaba su padre. Su nombre, sin embargo, no fue problematizado por el boxeador hasta que empezó a involucrarse políticamente con las luchas que llevaban adelante los movimientos reivindicatorios de derechos de los afroamericanos y hasta no haber empezado a dar sus primeros pasos en la religión por él elegida: el Islam.
Ali –cuando aún no era Ali, pero lo llamaremos así para reivindicar su deseo– empezó a relacionarse con la religión poco antes de su pelea con Sonny Liston, aquella que lo consagraría campeón mundial pesado con apenas 22 años. En Miami, donde tuvo lugar aquella primera pelea y donde él residía para entrenarse, se dice que Ali tuvo sus primeros encuentros con la religión musulmana, a través de periódicos e invitaciones a mitines de la organización religiosa llamada la Nación del Islam (Nation of Islam), un movimiento separatista afroamericano que se diferenciaba del movimiento por los derechos civiles (encabezado por Martin Luther King) en su negativa a la integración racial promovida por estos y que ponderaba el Islam -bajo sus propias lecturas- al considerar que la liberación requería una dimensión religiosa.
La Nación del Islam, conducido entonces por el líder religioso Elijah Muhammad, no le prestaba demasiada atención al promisorio boxeador de Louisville, Kentucky, quien ya había demostrado su valía consagrándose campeón olímpico en Roma en 1960. De hecho, el movimiento condenaba el boxeo. El que sí se percató del valor de este carismático joven fue el que entonces era uno de los voceros de la Nación del Islam, conocido por su trascendencia más allá de la organización, basada en su propia personalidad arrolladora y en su inteligente y atrapante retórica: Malcolm X.
Malcolm X fascinó a Ali, cuando lo habitual era que siempre sucediera lo contrario: que fuera Ali el que atrajera todas las miradas hacia sí mismo. El boxeador fue uno más de los que se vio hechizado por el magnetismo del líder afroamericano, vocero de la Nación del Islam y el joven predilecto de Elijah Muhammad. La edad también los acercó -Malcolm X tenía entonces 39 años- y no tardaron en forjar una amistad.
El propio Malcolm X (nacido Malcolm Little) definió a Ali como “su amigo y su hermano” y hay infinidad de fotos en las que se los puede ver juntos. David Remnick, en su libro King of the world, cuenta dos gestos del activista que reflejan aquella relación. Cuando la cercanía de Ali -a quien manejaba un conglomerado de empresarios blancos- con la Nación del Islam se hacía cada vez mayor a medida que se acercaba la pelea, Malcolm X aceptó alejarse del boxeador para calmar los ánimos y evitar que el combate con Liston se suspendiera. El segundo gesto es una escena por la que vale poner en juego todos los recursos de la imaginación: un rato antes de salir al ring el 25 de febrero de 1964, el líder afroamericano fue a saludar al vestuario a Ali, aquel joven que estaba 8-1 abajo en los pronósticos y del que nadie creería que saldría victorioso esa noche, y se dice que rezaron juntos.
Lo cierto es que luego de su victoria, Ali se vio atrapado en una pugna política entre Malcolm X y el líder del movimiento religioso que él profesaba, Elijah Muhammad. Fue una separación paulatina pero extrema, que tenía entre sus motivos la metodología de lucha, que el activista (y no el mensajero religioso) quería transformar en “un accionar político más directo”, según reseña Remnick.
En el valioso documental de Netflix Hermanos de sangre: Malcolm X y Muhammad Ali, Maryum Ali, hija del mítico boxeador, definió el panorama en el que se hallaba su papá: “Mi padre se encontraba justo en el medio, como un joven intentando elegir”. Y Ali eligió a la Nación del Islam. Que Malcolm X quedara aislado y fuera asesinado el año siguiente es otra historia que merece su propio relato. Lo cierto es que, apenas Ali tomó partido, el líder del movimiento religioso se apropió de todo lo que significaba el carismático ídolo ascendente y lo volvió emblema de su causa. Fue entonces que el 6 de marzo de 1964 –según señala Thomas Hauser en su biografía de Ali–, fue rebautizado por Elijah Muhammad. “Este nombre Clay no tiene significado divino. Espero que acepte ser llamado por un mejor nombre. Muhammad Ali es lo que le daré mientras crea en Alá y me siga”, fueron sus palabras.
El hombre que venció en 22 combates por el título del mundo, enfrentando a grandes de la talla de Joe Frazier o George Foreman, incluso al argentino Oscar “Ringo” Bonavena, se aferró a su nueva identidad. Pero hubo un tiempo, cuando aún era Cassius Marcellus Clay Jr., en el que estuvo fervientemente orgulloso y enamorado de su nombre. Ali alardeaba de él y de su significado: heredado de su padre, fue llamado así en homenaje a Cassius Marcellus Clay, un político abolicionista también nacido en Kentucky en 1810, quien sin embargo poseía esclavos más allá de su ferviente activismo, por el cual fue perseguido y amenazado de muerte. Cuando aún soñaba con una pelea por el título del mundo, inventaba canciones y odas a su nombre y a su persona, orgulloso de cómo se llamaba. Según cuenta Hauser en su monumental obra, alguna vez dijo: “Es un nombre hermoso. Te hace pensar en el Coliseo y esos gladiadores romanos. Cassius Marcellus Clay. Dilo para ti mismo. Siente la forma en que sale de tu boca. Dilo en voz alta”.
Pero todo cambió aquel 6 de marzo, del que este lunes se cumplen 59 años. Con solo 22 años, Ali se inventó otra vez, quizás la vez más importante de su vida, al darse el nombre por el que finalmente sería recordado para siempre. “Muhammad significa ‘digno de alabanzas’ y Ali, ‘el más alto’”, se lo oyó explicar alguna vez. Fue tan fuerte su abrazo a aquel nuevo nombre que, al decir que era un insulto llamarlo por su “nombre de esclavo”, motivó que varios de sus oponentes en el ring justamente así lo nombraran con tal de provocarlo.
Es recordada la pelea ante Ernie Terrell, a quien Ali derrotó luego de una golpiza en la que no dejó ni un momento de preguntarle: “What’s my name?” (“¿Cuál es mi nombre?”). También Floyd Patterson, quien peleó dos veces ante Ali, se acuerda de aquella lucha simbólica librada por el boxeador que cerró su carrera con 56 victorias y 5 derrotas. “Siempre lo llamé Cassius Clay –cuenta el retador en el libro They must fall: Muhammad Ali and the Men He Fought, de Michael Brennan–. No fue nada personal, pero él nos puso apodos a todos: Liston era el ‘Oso Feo’; Joe Frazier, el ‘Gorila’ y yo, el ‘Conejo’. Entonces, lo llamé ‘Clay’. Hasta que una vez una orden de las Hermanas de los Pobres, a quienes yo apoyaba, organizó una cena para recaudar dinero. Él vino porque yo estaba involucrado. No estaba en buena forma, pero apareció. Tuve que hablar y quise mostrarle respeto. Rompí el hábito: por primera vez lo llamé Muhammad Ali”.
“¿Por qué debo mantener visible el nombre de mi amo blanco y mis ancestros negros invisibles, desconocidos, sin honrar?”, escribió Muhammad Ali en su biografía The Greatest, My Own Story, escrita con Richard Durham en 1975. La respuesta, o la razón, se la dio el tiempo, que consagró finalmente en la historia esa lucha, una de las tantas que dio, y ese legado al que él quiso iluminar.
Tomado de Página/12.