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Un mundo enfermo, ¿sin médicos?

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La Organización Mundial de la Salud estima que para 2030 faltarán en el mundo cerca de diez millones de trabajadores de la Salud.

Si a ello agregamos que hoy los indicadores de habitantes por médico son escandalosamente altos, no es cosa fácil imaginarse cuántas personas –multiplicadas por diez millones– podrían morir por no tener acceso a ese servicio.

Eso quiere decir que el ideal de avanzar hacia una salud pública universal, gratuita y de calidad al alcance de todos los ciudadanos, dado este escollo de la carencia de profesionales y de recursos dedicados al sector, parecería una aspiración cuando menos imposible.

Los optimistas a ultranza tal vez dirán que «esto no es tan alarmante» si se aferran al dato de que 2016 preveía un déficit de 18 millones de estos trabajadores imprescindibles. Sin embargo, con solo asomarse al verdadero estancamiento que en tal materia padecen muchos países de África, Oriente Medio y los pequeños Estados insulares en desarrollo, quizá alcance para que corrijan el criterio, sin tener que hacerles observar que un solo ser humano sin acceso a un médico basta para alarmarse.

Los países pobres tienen apenas una décima parte de lo que disponen los más ricos, y allí realizan su trabajo con grandes dificultades económicas, en infraestructuras sanitarias deterioradas y a merced de los conflictos políticos y sociales locales. No obstante, ni los Estados de ingresos altos se sustraen a la escasez de estos profesionales.

Ante el desolador panorama, los llamados siguen siendo generalistas: «El mundo debe adoptar medidas urgentes para proteger a los trabajadores de la Salud e invertir en ellos. Necesitan salarios y condiciones de trabajo decentes».

Así lo declaró el doctor Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS; sin embargo, todos sabemos que, independientemente de lo alto que venga la exhortación, nada cambiará si no cambia la ceguera de los centros nacionales de poder, artífices de un sistema que ignora todo aquello que no le sea un negocio, aun cuando, cual espada de Damocles, las consecuencias también pendan sobre sus cabezas.

Tomado de Granma/ Foto de portada: OPS

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