La noche de la vida
¿Quién fue Yeyé? La pregunta resulta sencilla solo en apariencia. La memoria tiende a engañar. A las mujeres a menudo se les olvidan o se les relega a un papel secundario en la vida heroica de sus compañeros, amigos o hermanos
Por Dailene Dovale.
A las dos de la mañana suena el teléfono.
— ¿Usted sabe si en Cuba está pasando algo? — era del consulado de Batista, que de algún modo tenía su número secreto.
— Claro que lo sé.
— ¿Y qué hago yo?
— ¿Usted? Quedarse tranquilito y esperar órdenes.
La noche había transcurrido como Yeyé la imaginó antes, larga y llena de tristezas por la ausencia de Abel, Frank País, por los compañeros y compañeras en prisión. Se celebraba el fin de año entre cubanos exiliados. Y su cumpleaños, aunque la fecha real fuera el día 30. Allí donde se encuentra, las emociones deben transcurrir como ríos subterráneos por debajo de una expresión cordial. No deja ver tanto dolor en una escena así: un fin de año donde se encontraba rodeada de cubanos y cubanas que más que esperar un cambio de calendario, buscan algo tan grande y puro como la libertad.
Es 31 de diciembre de 1958.(1) Haydée Santamaría no espera mucho más. Esta noche no es la más bella de su vida; contrasta un poco con la víspera al asalto de los cuarteles Moncada y Carlos Manuel de Céspedes, el 25 de julio de 1953. Haydée, Abel, Boris, Raúl Gómez, Mario Muñoz, Fidel… se encuentran en la granjita Siboney. La posibilidad de no vivir para ver esa luna, de no vivir para mirar las palmas hacía que todo fuera más intenso. (2)
Cuando ocurre la llamada en la madrugada del primero de enero, Haydée Santamaría ya había sobrevivido el asalto, junto a Melba Hernández; ya la dictadura de Batista le había arrebatado a su hermano, su novio; había luchado en la clandestinidad y en la sierra; y se encontraba en el exilio organizando recaudaciones para continuar la lucha armada en la Sierra Maestra.
— Yuyo, tengo una llamada a las doce menos cuarto, así que mira que no me interrumpan.
No podrían interrumpirla ni con las felicitaciones de las doce; ni con cantos de alegría o dudas. Tenían formas de comunicación con Cuba, vía Venezuela, que permitía dar a conocer datos importantes, siempre codificados. En esta ocasión, era una justificación para la soledad que inventaba por primera vez.
Pero a las dos de la mañana suena el teléfono:
— Sí, dígame…
No sabe cómo consiguieron el número telefónico, pero en ese instante no es lo importante, sino saber. ¿Qué estaba pasando en Cuba? Empiezan a hacer averiguaciones y recibe de Miró Cardona una noticia tan breve como largamente esperada: «Se rumora que se ha ido el hombre».
«La vida y la obra de Haydée Santamaría no puede restringirse de ningún modo, como ha ocurrido a menudo, a unos pocos hechos o un período específico». Así escriben los compiladores Jaime Gómez Triana y Ana Niria Albo Díaz en el volumen Hay que defender la vida. No existió la Haydée guerrillera o la intelectual, sin la campesina, sin la martiana, sin la comunista, sin la internacionalista.
5:00 am. Una campesina sale con una niña en brazos. Busca llegar a un pueblo, necesita atención médica para su hija enferma. Esa era la imagen que encontró un jeep al toparse con Haydée Santamaría por los campos de la entonces provincia Oriente. Era muy temprano cuando la guerrillera salió para Manzanillo. La bebé que trae no es suya y por eso llora, grita alto. La criatura tenía apenas unos meses, quizás tres, quizás cuatro. Era la hija de una campesina, madre de siete hijos. Aquella mujer buena les dio un lugar para dormir el día anterior y ahora veía partir a la más chiquita. En la Sierra se precisaban detonadores. Haydée pensó que con aquella niña, todo llanto, podría pasar como campesina. Entonces, se encontró con el jeep. A ellos le contó que debía bajar al llano a curar a su hija enferma, que lloraba de dolor; que por culpa de los «alzados» no había médicos en la zona. Habló con tanta rabia e histrionismo, que el propio jeep la llevó al médico en Manzanillo. Al regreso la madre se desmayó. Creyó que nunca más volvería a ver a su hija. (3)
Pero, ¿quién es Haydée? ¿La persona que dejaba de comer su plato de comida cuando llegaba un compañero o compañera a la casa de 25 y 0? ¿La mujer que junto a Melba Hernández participó en las acciones del Moncada y junto a ella conmocionó a la sociedad machista y mojigata de la época? ¿La clandestina que mantiene la calma y acompaña al soldado mandado a requisar, mientras este revisa la casa, y en el interín además de darle café consigue mantener fuera de su mirada los escondites? ¿La organizadora del exilio, a pesar de preferir estar en el llano o en la Sierra? ¿La fundadora de Casa de las Américas? ¿La martiana? ¿La hermana de Abel? ¿La amiga? ¿La novia? ¿La esposa? ¿La madre?
¿Quién fue Yeyé? La pregunta resulta sencilla solo en apariencia. La memoria tiende a engañar. A las mujeres a menudo se les olvida o se les relega a un papel secundario en la vida heroica de sus compañeros, amigos o hermanos… Una trampa frecuente a la hora de narrar hechos históricos; reducir a las mujeres a un arquetipo de madre o esposa.
Es 9 de enero de 2023, poco antes de las cinco y media de la tarde. Llegan a un chat en Whatsapp algunos mensajes de Karem Castañón, historiadora cubana. «Una bala no puede detener el infinito» es el título de su tesis de diploma. Gracias a su investigación la imagen blanquinegra que tenía de la heroína adquiría otros matices.
Para Karem, Haydée empezó a resultar en extremo interesante luego de una tarea de clases. Era todavía estudiante universitaria y descubrió que aquella mujer era mucho más que una de las participantes en el asalto al cuartel Moncada.
«De los primeros materiales que leí para este trabajo de clase estaba un libro que encontré en la biblioteca de Casa de las Américas, Destino Haydee Santamaría, una compilación de cartas que los escritores e intelectuales más notables habían intercambiado con ella. En estas cartas pude constatar el respeto y admiración que sentían hacia ella y pude vislumbrar parte de las ideas y proyectos que se fraguaban bajo su liderazgo. Me pareció fundamental profundizar en su pensamiento y en la huella de su labor intelectual en la cultura cubana. Creo que Haydée, como otras figuras históricas, se ha tratado de manera muy superficial. En los diferentes niveles de enseñanza Haydée es la hermana de Abel, la que fue al Moncada, la que no claudicó ante la presión de la tortura hacia su hermano. Se repiten las frases y el relato una y otra vez».
Vestida con blusa holgada y falda de tonos oscuros a la rodilla, manos en un palo de caña en un cañaveral. Tres muchachas –vestidos largos, tonos estampados– y dos jovencitos –pantalones anchos y sonrisas grandes– aparecen a su lado. Muerden la caña y, a la distancia de casi un siglo, queda congelado ese instante de absorber el azúcar en los labios y reírse a carcajadas. Antes hubo una infancia bastante feliz. Sentados en un sillón antiguo y elegante están Aida, Abel, Aldo y Haydée. Los rostros serios, el pelo corto de los niños, el lazo grande más grande casi que las cabezas de ellas; las medias largas y los zapatos blancos, parecidos a los de mi infancia. «Hay cosas que no cambian demasiado a lo largo de un siglo», pienso. Viene a la memoria una canción de Pablo Milanés: Campesina. Yeyé se identificó con la letra y lo contó orgullosa al autor. (4)
«Siendo niña tu juguete llegó a ser / Trascender tu horizonte y conocer / De adolescente, tu adolescencia nunca fue».
Es el 5 de abril de 1922 cuando Benigno Santamaría Pérez se casa con Joaquina Cuadrado Alonso. Ambos migrantes españoles. Ambos reconstruyendo sus vidas en nuevo país, en nuevo pueblo. Venía él de Prexigueiro, Galicia, y ella de Salamanca. Haydée nacería el 30 de diciembre, aunque desde pequeña cambiaría el día por 31. Los hijos llegaron con apenas un año de distancia: Aida Maximiliana (1925–2005), Aldo Miguel (1926–2004), Abel Benigno (1927–1953). Ada (1938–1991) sería la excepción.
El liderazgo era doble: la madre, de muchísima fuerza, se encargaba de la dura tarea de criar a cinco hijos. El padre cumplía el rol de «jefe de familia». Era una familia tradicional de clase media que defendía la solidaridad como principio. Tenían ciertos privilegios, como un trabajo estable el año entero, a diferencia de la mayoría de los trabajadores del central. Privilegios que no cegaron a Haydée o a su hermano Abel. Fueron muchas las influencias: José Martí, a través de la lectura; Jesús Menéndez, el luchador sindical; las propias inequidades y desigualdades que veían tan cerca. La sociedad toda debía revolucionarse.
Haydée con 28 años se muda a La Habana en 1951. Desde meses antes Abel estaba allí. La casa de 25 y O sería su hogar.
— Esos horizontes eran muy cerrados para ella –dice la editora de Hay que defender la vida, Caridad Tamayo Fernández, ojos claros y chaleco verde– por la manera en que piensan los pueblos pequeños. Es entonces que Abel la manda a buscar y desarrollan sus ideas políticas; las ideas que habían empezado en Constancia y que chocaban mucho con la familia.
Son las cinco de la tarde, 17 de enero de 2023, Caridad me recibe en una sala pequeña. Las sillas justo frente a la puerta. Caridad Tamayo es filóloga y trabaja como investigadora en Casa de las Américas. Su estreno profesional coincidió con los primeros años del Período Especial.
— Se puede escribir un libro solo con los textos que muestren sus criterios acerca del papel de la mujer en el arte, en la cultura y en la sociedad. Ella lo habla siempre, pues comenzó la Revolución desde su piel de mujer. Ellas, Haydée y Melba, fueron unas iluminadas, con una valentía tremenda…
Hay ruidos. La entrevista transcurre muy cerca del televisor con un juego, que no identifico. Se baja un poco el volumen y consigo escuchar mejor a la mujer que habla frente a mí.
— Haydée reconoce el papel y la importancia de las muchas que colaboraron de forma anónima. Es una de esas cosas que te rompe –y recuerda entonces a la campesina–. Esa mujer tomó esa decisión, llorando, arrastrándose, pero le dio a su hija. ¿Sabemos su nombre? No. Son mujeres anónimas. Sabemos su historia por Haydée. A esa campesina se le deben todas esas balas y detonadores en la Sierra. Haydée analizaba el papel de la mujer en todo el momento. Cuando estaba en Vietnam… ¿leíste?
— Sí.
— Hablan de la natalidad y del matrimonio. Ella estaba muy atenta a lo que sucedía con las mujeres y las infancias en todas partes.
Este interés la llevaría a participar en el Primer Congreso Latinoamericano de Mujeres, realizado entre 19 y 22 de noviembre en Santiago de Chile. Sería, además, la única mujer de la Dirección Nacional de las Organizaciones Revolucionarias Integradas (ORI).
— Su posición a los ojos de hoy era feminista, y más militante que cualquiera, aunque ella no asumiera esa etiqueta. Hay que ver el contexto y cómo era leída esa palabra.
La gente del barrio interrumpe a cada rato. Con amabilidad, Caridad Tamayo responde, paga alguna factura. Y retoma la conversación en la historia exacta.
— La época marca. Por mucho que rompas códigos, no lo vas a hacer hasta el final por cuestiones de la formación. Por más que hayan sido temerarias y revolucionarias, les quedó un resquicio que era la marca de su tiempo. Imagínate tú. Yo me he quedado asombrada con Haydée y las cosas que una descubre.
Caridad Tamayo Fernández no es una editora fría y distante. La filóloga desplegó toda la pasión de la que era capaz en el trabajo del libro Hay que defender la vida. Una entrega cuidadosa para que no haya datos sueltos, para que se entienda el contexto histórico de las cartas, entrevistas y discursos, para que no quedaran fechas incorrectas como pequeñas manchas en el libro, ensuciando el esfuerzo de décadas.
La cámara se cayó y el estruendo provoca incertidumbre en el pequeño equipo de realización, sin apenas recursos para realizar su empeño: un documental sobre Haydée Santamaría. Están en el cementerio de Santa Ifigenia y habían filmado todas las escenas, cuando al camarógrafo se le resbaló la cámara del hombro. Quedaron en total silencio. La rotura, que no era tan grave, se sumaba a una lista de pequeños accidentes.
— Siempre he pensado que Haydée no quiere que se haga este documental, porque a lo mejor no quería protagonismo — dijo Esther Barroso.
— Yo voy a hablar con Yeyé — responde Ana Niria — ella tiene que comprender que nosotros no lo hacemos por ella, sino por las generaciones y las mujeres que necesitan saber quién fue.
Minutos después regresó sonriente.
— Tú vas a ver que lo vamos a terminar porque yo creo que la respuesta que ella me dio fue positiva.
Ana Niria Albo, investigadora de Casa de las Américas que asumió el papel de actriz para el documental Nuestra Haydée, estrenado en 2015, nunca le comentó a Esther Barroso qué le dijo a Yeyé cuando se paró frente a su tumba.
Esther cuenta la historia la tarde del lunes 10 de enero de 2023, poco después de las dos de la tarde –en que la luz entra por la terraza de su apartamento iluminando toda la sala– y se hace esa pregunta: qué le habrá dicho Yeyé. Después de aquel incidente, el proyecto de documental se encauzó. Llegó a dar numerosas alegrías luego de su estreno en el 2015.
— Yo quería realizar un perfil sicológico, que cada etapa de su vida estuviera acompañada de la psicología del personaje. Quién era esta mujer, cómo actuaba, cómo pensaba, cuál fue su origen y cómo ese origen le ayudó o no. No era una aventurera, no tenía 18 años, tenía 30. Era una mujer madura, pero no se había casado todavía, no tenía hijos. Hay una carta muy interesante de ella a la historiadora Nidia Sarabia, le dice:
Te agradezco mucho que quieras escribir sobre Abel, pero esto no fue así. Yo no me fui para La Habana siguiendo a Abel, yo me fui porque me tenía que ir de ese lugar, desde que era jovencita no cabía allí en ese central. No quería que mi vida fuera eso.
— ¿Cómo esta mujer pudo aguantar tanto tiempo sin que el medio circundante la obligara a casarse? –se cuestiona Esther–. Por los testimonios y entrevistas que he realizado se cuenta que ella era una mujer conservadora en cuanto al rol de la familia. Una vez que se casó ella, no quería divorciarse. Nadie es perfecto, nadie es el ideal ese. Para ella las mujeres en la Revolución tenían muchos frentes abiertos en la vida y había que cumplirlos todos. Había que demostrar nuestro valor como mujeres en los centros de trabajo, educando a nuestros hijos, con nuestras parejas; a la par, tener tiempo para estar bonitas y no llegar a los lugares desarregladas. Esa es una forma de pensar de los años sesenta. De los ochenta para acá eso ha cambiado. No se puede sacar a la persona de su contexto, su época y su formación.
Un soldado le preguntó, al sentir lo pesada de las dos maletas, si llevaba dinamita.
— Libros, le dije — acabo de graduarme y voy a ejercer en Santiago. Aproveché el carnaval para divertirme un poco después de los estudios. Usted sería un buen compañero para divertirme en el carnaval.
El soldado sonrió amistoso y pasó a darle un lugar para el encuentro. La joven Haydée se baja del tren y camina junto a él.
— Es un compañero de viaje — le dice a Boris.
— Son dos amigos que vienen a esperarme — le dice al solado, quien entregó la maleta y partieron. Luego llegarían los chistes: «Ten cuidado con Yeyé que tiene una cita en el parque con un soldado de la dictadura».
El viaje a Santiago no tenía otro motivo que el asalto al cuartel Moncada.
Resulta difícil reconstruir desde la distancia hechos que resultaron en tanto dolor. Karem Castañón lo consigue bastante bien. Según narra en Una bala no puede detener el infinito, las mujeres eran dejadas un poco al margen en las actividades consideradas masculinas. Elda Pérez, vecina de los hermanos Santamaría en 25 y O, y quien le presentara a Melba Hernández, relata que iban más como espectadoras que a adiestrarse. A pesar de tener conciencia política y encontrarse decididas en la lucha contra la dictadura de Batista, eran vistas de forma condescendiente por sus compañeros. Haydée y Melba sintieron en varias ocasiones miedo de que las dejaran fuera.
El 23 de julio Haydée parte hacia Santiago de Cuba, llega el 25 y se reúne de inmediato con el resto del grupo en la granjita Siboney. Esa noche sería recordada como la más hermosa de todas. El 26, en cambio, tenía una mezcla de un dolor profundo y de la alegría de luchar por algo más.
— Entonces ustedes dos nos esperan aquí — les dice Fidel. (5)
— ¿Cómo esperar aquí?, eso es imposible — le responden Melba y Haydée.
— Pero es que Abel ya salió, ¿cómo asumir la responsabilidad de que ustedes vayan sin que él lo sepa?
— No, lo que ellas plantean es justo, yo me comprometo a llevarlas conmigo y lo que ellas van a hacer en ese tipo de trabajo, yo me las llevo bajo mi responsabilidad — intervino Mario Muñoz.
Aquella era su «protesta eterna», al decir de Melba, pero consiguieron ir, juntas enfrentarían los horrores; irían a la cárcel de Boniato el 13 de octubre de 1953 y luego a la de Guanajay, por siete meses. Al ser libres otra vez, el 20 de febrero de 1954 todavía como moncadistas, divulgaron el manifiesto La historia me absolverá.
— ¿Qué tú crees? — le decía Haydée en ocasiones.
— ¿De qué tú me dices? — respondía Melba.
En esos instantes estaba pensando sin hablar. En otros recibía respuesta a sus pensamientos, sin notar que en realidad estaba hablando. El impacto de la cárcel sería importante. Los cuidados mutuos, una forma de salvarse. Los presos comunes, contrario a lo que dictaría el prejuicio clasista, las ayudaban alertando la presencia de los guardias cerca de su reja, dejada abierta para hacerles daño. Sonaban las cucharas contra el metal de la celda: ta, ta, ta, ta, taaaaa. Ellas se ponían alertas.
— ¡Vilma, Vilma, corre, coge la jaba!— Vilma siempre andaba con un bolso lleno de correspondencia de Frank País.
— ¡Yeyé, Yeyé, corre!
— ¡No, no, yo voy ahorita!
Vilma salta y es recibida del otro lado de la tapia como una virgen. Haydée esa noche no solo se burló del peligro, como dicta la frase hecha, sino que interpretó un personaje… Al abrir la puerta del hogar de los Ruiz no era la guerrillera, la luchadora clandestina, sino una joven inocente y desvalida.
— ¿Ustedes qué desean?
— No, que nos han dicho que aquí hay gente escondida
— Bueno, entren. ¿Quieren tomar café? ¿Quieren tomar algo?
Empieza el registro y Yeyé va junto a ellos por todas las habitaciones. Los insta a mirar bien en todos los cuartos. Si se les pasa un detalle o una habitación, los llama. Las cartas de Armando Hart estaban en los dobleces de una cortina y pasaron inadvertidas. Yeyé se adelantaba a los guardias y los guiaba a su antojo.
«Vilma, ¿la Virgen de la Caridad o la Virgen María?», se reiría de su compañera, pasado el susto y despedidos aquellos hombres. (6)
En el año 53, Silvia Gil vivía entre Bayamo y Santiago. En aquella época, a la gente, y a ella misma les causó espanto la participación de dos mujeres en los sucesos del Moncada. ¿Cómo pueden meterse en una cosa así? Lo cuenta Jorge Fornet, hijo de Silvia, quien trabaja en una oficina pequeña y llena de libros en Casa de las Américas. Los libros se encuentran organizados, así como las palabras del investigador, editor, ensayista y director de la Academia Cubana de la Lengua.
— Haydée tiene dos vertientes que se conocen y repiten. La de heroína de la Revolución, del Moncada, de la Sierra y la de fundadora de Casa de las Américas, cosa que es cierta, pero incompleta. Hay gente que considera que Haydée no tiene voz y hay que explicarla a través de las voces de los otros y no que ella misma tiene una voz poderosa y lo suficientemente amplia, una parte de la cual se ha recogido en este volumen enorme — señala el libro Hay que defender la vida — . Lo fundamental que resulta escuchar a la propia Haydée, qué pensaba esta mujer de la cual solemos hablar, pero no escuchamos. Cómo esta mujer lograba embrujar por igual a artistas, intelectuales, que a un obrero, pues tenía una sensibilidad y una inteligencia que le permitían hacer eso. Me llama la atención la capacidad que tiene para conversar, tenía ese don de la oralidad.
No pudiéramos, Yeyé, juzgarte por tus destinatarios o remitentes. Podías escribirle con igual respeto a los guerrilleros, intelectuales, músicos, escritores, artistas… y a los campesinos y trabajadores de todo el país. ¿Cómo conseguías conjugar tantas almas en un solo cuerpo?
En la esquina de 3ra y G en que conversamos, existió primero la casa de María Luisa de Betancourt y Castillo; luego, en 1947, fue rebautizada como Casa Continental de la Cultura. Fue el 28 de abril de 1959, apenas meses después del regreso de Haydée el 2 de enero, que se funda Casa de las Américas. Es desde sus orígenes una institución cultural que busca la unidad entre los pueblos del continente. Su impacto es palpable en la institución más de cuarenta años después de su muerte.
— Sí, Myriam, estoy aquí con una entrevista — responde al teléfono — pero le dije a las once y estoy con otra persona ahora. Ok, ok. Muchas gracias.
Déjame correr, pero sin dejar de decir lo importante… ¿Por dónde iba?
— La oralidad.
— Sí. Tenía la capacidad de tener no solo la inteligencia, hay personas inteligentes que no logran comunicar. La recuerdo aquí en la Casa, la recuerdo en el privilegio de ir a su casa. Sabía que era una persona muy importante, la presidenta de Casa de las Américas y me llamaba la atención, por una parte, la voz que era medio aflautada y, por otra, lo relajada que se sentía cuando estaba en confianza. Tenía también una capacidad para desdoblarse, risueña, simpática, bromista. La recuerdo de manera un poco más triste en el año 73, el 20 Aniversario del Moncada. Aquel viaje a Santiago de Cuba lo recuerdo como una fiesta, en cambio a Haydée recuerdo haberla visto poco y taciturna.
«Para mí el Moncada era como cuando una mujer va a tener un hijo: los dolores hacen gritar, pero esos dolores no son dolores. Es la misma sensación que yo tenía en el Moncada: un dolor profundo, pero yo sentía que había nacido algo de mi ser…». (7)
Se echó a correr la niña. Sintió que Haydée Santamaría estaba llegando a la fiesta y fue todo entusiasmo y alegría a recibirla. Para Lidia, Haydée no solo era mujer muy grande, la guerrillera o la jefa de su mamá, Myriam Radlow, sino quien le regalaba postales hermosas de sus viajes. Al encontrarse frente a ella, con toda la honestidad e inocencia infantil dijo: «¡Ay, Haydée, qué vieja te has puesto!».
— Eso fue en el aniversario veinte de la Casa — recuerda Myriam, la jefa de despacho de Casa de las Américas, entonces y ahora — , que se hizo una actividad muy linda en Guanabo con todos los trabajadores. Podíamos llevar a los hijos, incluso.
La conversación sucede el 16 de enero, 2023. La sala resulta acogedora. Hay tonos blancos y amarillos en equilibrio perfecto. El rojo en el sofá solo hace destacar sin romper una visualidad medida y cuidadosa. En la pared un librero. La mujer frente a mí es bastante menuda, ojos azules y una forma de hablar más bien suave.
— Fue después del accidente — señala. Haydée la pasó muy mal. Se le hundió el esternón –señala su propio pecho– y hubo que volverlo a su lugar. Ella estuvo muy malita, muy malita. Después de eso Víctor Casaus hace el documental Vamos a caminar por Casa. Se ve que ella está caminando con dificultad.
— Según me han comentado el divorcio la afectó mucho.
— Fue doloroso para ella. Qué te puedo decir. Ella a mí nunca me confesó nada. Ni sé si habló con alguien o no habló. Estaba muy bien mientras trabajaba, cuando estaba haciendo sus labores. Ella decía que si había quedado viva era para seguir trabajando en sus ideales, los ideales de Abel, en los ideales de Fidel y eso la reconfortaba. ¿Tú me entiendes? Ella seguía trabajando y tenía buen ánimo; se podía reír, compartir, hacer chistes, disfrazarse, pero todo tiene su límite, porque de pronto hay un bache y no todo el mundo reacciona igual. La muerte de Celia influyó mucho. Celia era muy amiga de Haydée.
— Cuando te reconozcan por tus apellidos (Hart y Santamaría) di que tu nombre va primero, que te llamas así por Celia Sánchez y es ése el que debes cuidar –le decía Haydée a su hija Celia María–. Es el mejor regalo que te he dado, su nombre. Aprende a respetarlo. (8)
Desarmaba las libretas, con unos hoyitos que tenían las empataba y cosía. Así se volvían más gruesas y resistentes. Cortaba el sobrante con una guillotina. El forro de la libreta tenía una preparación aparte. De las revistas culturales, deportivas, de ciencias, recortaba figuras que irían a la portada de las libretas, con una lámina de cartulina para dar más fuerza a la libreta. Yeyé contaba con una ayudante, Yajaira Croes. Yajaira es hija de dos guerrilleras: Trina Urbina y Haydée Santamaría, su madre adoptiva. Hoy, 24 de enero, sentada en un parque de la calzada 31 en Playa, se pregunta cómo Yeyé pudo estar pendiente de sus numerosas responsabilidades y tener espacio en su vida para tantas personas.
— Ella me enseñaba a hacer los regalos. El Día de las Madres salíamos a las nueve de la mañana todos nosotros con el carro a recorrer y repartir esos presentes, íbamos a casa de la mamá de Boris Luis, Cayita, la mamá de Melba. Luego que terminábamos de repartir los regalos, es que celebrábamos el Día de las Madres con ella. Siempre buscaba la manera de que nosotros compartiéramos en la unidad familiar. En esos momentos había maldades, alegrías, yo a mama no la recuerdo como una mujer triste, sino alegre. ¿Que tenía momentos de tristeza? Sí, pero la mayor parte del tiempo era alegre.
Yajaira lo cuenta así:
— Un ingeniero, un amigo, llega a la casa a saludarla. Pero parece que él venía un poco en tragos. Siguió tomando ahí. En la casa había tumbadora, maraca. Ninguno sabía tocar nada, pero a cada rato nos poníamos a hacer nuestra rumbita allí. Mama dice: «chico, voy a hacerte unos espaguetis». Y eran unos espaguetis con huevo fritos plásticos. El chino, como le decían, empieza a comer, pero no podía picar el huevo. Entonces ella decía: la yema está un poquito dura. «Él respondía no hay problema». Le metió el diente y se lo partió.
El parque esta tarde resulta todo ruido. A cada minuto, una niña llora, sus padres se quejan; algunos adolescentes se divierten a lo lejos; uno que otro vendedor pasa caminando; pero el mayor ruido proviene de las guaguas, carros, ruteros, camiones que pasan por 31. La voz de Yajaira, de algún modo, consigue sobresalir. Al hablar y hacer los cuentos de su mamá adoptiva o simplemente mama (como le decían todos los hijos e hijas) intercala algunos ruidos: «Hizo así, raaa» para describir el instante fatídico en que el amigo de Haydée mordió con fuerza aquel huevo y los espaguetis plásticos. La muela perdida, en lugar de alarma, fue motivo de risa. Excepto para la propia bromista.
— Así que te puedes imaginar. Ella no sabía en dónde meterse. Hay varias bromas. Compartir con ella era bueno. Había una manera de disfrutar el momento que estábamos viviendo. Ella nunca nos transmitió preocupación de ninguna índole, ni ansiedad. En la última etapa fue un poquito más duro para ella.
— ¿A partir de cuándo usted identifica ese cambio?
— El accidente… contribuyó mucho en que ella bajara su ánimo. Ya no era lo mismo. Ella nunca soportó que nadie le manejara, después del accidente ya no podía manejar. Ella siempre fue muy independiente para todo. Creo que eso la marcó, entre otras cosas. Pero bueno, a partir de ahí, más o menos. Todo el mundo cree que el divorcio, pero mama no veía la relación matrimonial como algo que podía aportar a ella un estatus, más allá de lo que se pueden nutrir dos personas como seres humanos. Ella sabía su valía antes y después de Armando. Pero fue un momento muy difícil. Fueron años duros. Ella tiene también el accidente. Muere Celia. Se juntan muchas cosas, pero sobre todo esa parte de no poder ser independiente.
Es 28 de julio, 1980. Yajaira Croes llama a casa de Haydée. Quiere tener noticias de su mama. «Está durmiendo», le dicen. La verdad es distinta. Para la hora en que llamó ya Haydée Santamaría no estaba más. Yajaira conocería la noticia cuando en la madrugada, una patrulla fue a buscarla a la casa de la amiga con quien había pasado la noche. Eran las seis de la mañana del 29 de julio.
— Te recuerdo que yo estaba becada — dice esta tarde de enero en un parque ruidoso y verde a partes iguales — . Iba los fines de semana. Estuve becada toda mi enseñanza y desde abril me fui de la casa…
— ¿Del ochenta?
— Del ochenta. Cuando ella se suicida yo no estoy en la casa. Estaba casada en ese momento, pero no me fui por matrimonio, ni nada de eso. Creí que ella necesitaba espacios con sus hijos. Eran complejos míos. Sentía que se irritaba conmigo, cosa que antes no ocurría. No me di cuenta de que a ella nunca le gustó manifestar — o al menos nunca me confesó a mí — sus angustias, necesidades o por lo que estaba pasando. No tenía con quién hablarlo o no sabía cómo contarlo, no sabía cómo pedir ayuda. La vez del accidente la recoge a ella Ramiro Valdés. Celia fue la que nos preparó para darnos la noticia y que nosotros la viéramos. Ella estaba en unas condiciones muy feas. Ella, que padecía de asma, tenía problemas del corazón. No se murió de milagro. Las piernas las tenía también dañadas. En esa etapa sufrió paros respiratorios y paros cardíacos. De esas cosas nunca nos enterábamos.
ayer murió haydée
dijo en el desconcierto de mi oído
(«Yo estaba en otro borde», Mario Benedetti)
— La verdad quedé deprimida — dice Myriam, y se escuchan maullidos de gatos desde la entrada del edificio — , quedé muy deprimida, repite. Y hace la historia de cómo no podía creer la noticia. No importaba que fuera Libia Ortiz, encargada del trabajo doméstico, quien le dijera que Yeyé había muerto, que ya no estaba más. Notó, entonces, que debía mandarle un file y que no lo hizo porque eran días feriados. Si hubiera mandado aquellos archivos, si hubiera llamado quizás y hubiera evitado la tragedia empezó a imaginar.
— Así pensaba cuando Libia me llamó para decirme lo que había pasado — y deja salir un suspiro largo — . Fue realmente muy muy doloroso. Sentí cargo de conciencia. No solo yo. Después comentándolo comprobé que otros compañeros de Casa se sentían igual.
Recordaban pequeños detalles, que a la luz de finales de julio del ochenta parecían más transcendentales. Para ellos una llamada, una entrega de trabajo podía haber evitado el dolor. La sensación de pérdida que ahora compartían. Myriam se paró frente al féretro, le observó las manos, detenidamente. Demasiado tiempo para los militares que custodiaban el cadáver. Le pedían que se apurara, que siguiera caminando. Había mucha gente en la funeraria de Calzada y K y afuera también, esperando. A lo largo del camino estaban las personas humildes, los que no llegaron a entrar al velatorio, pero se agolpaban en las aceras, por propia voluntad y sin recibir convocatoria.
— El pueblo quería darle su adiós y estaba muy triste. Y que, por haber sido de la forma en que fue, no ocurrió en el monumento a Martí. Eso es algo que se decidió así por el suicidio. No se hizo dónde todos nosotros, los compañeros de la Casa, los amigos, pensábamos: en la Plaza de la Revolución.
«Los que la conocimos de cerca sabíamos que las heridas del Moncada nunca acabaron de cicatrizar en ella. Pero, sobre todo, en los años más recientes, la compañera Haydée venía sufriendo un progresivo deterioro de su salud. En adición a esto […], sufrió un accidente automovilístico que casi le cuesta la vida, lo que agravó aún más su estado, tanto físico como síquico.
Sin embargo, su vida, inmensa, sobrevive a la enfermedad y la muerte. Sigue entre nosotros orientándonos, guiándonos, la revolucionaria infinitamente humana…»
Juan Almeida en la despedida de duelo 29 de julio de 1980.
El dolor era profundo. Compartido. Aquella emoción quedó hecha poesía cuando el poeta Roberto Fernández Retamar interpelaba directamente a Yeyé: ¿Cuántas niñas van a llevar tu nombre en lo adelante? / ¿Cuántas veces volverás a nacer / En un batey, en una aldea, en alguna provincia remota de / un remoto país / Donde no sabrán al escuchar tu primer llanto / Que de nuevo ha caído sobre la Tierra un cometa / De inmensa luz azul, de ávido fuego?
Y es dolor, mucho, el que siente Yajaira Croes en el centro del pecho.
— Aquella funeraria estaba completa. Hubo un momento en que ya no dejaban entrar, cerraban las puertas. Y a la hora de salir estaban los militares y se le puso una bandera. Es un momento muy difícil. No puedes precisar exactamente qué está sucediendo, porque estás inmersa en cómo digerir esa pérdida. Con ese dolor no sabes ni qué pensar. Había gente tirada por el piso, con esa cosa de no creer o no aceptar la realidad.
Yajaira, mientras sufría la pérdida, no cuestionó que velaran a Haydée en una funeraria común. En aquel instante era solo una muchacha que pasaba otra vez por el duelo de perder a una madre, a su mama y el dolor era demasiado intenso para pensar.
Luego sí reflexionó al respecto.
— No me lo cuestioné porque mama siempre defendía que ella era una gente de pueblo, normal. «Eso que hicimos lo pudiste hacer tú también, lo que pasa es que las circunstancias nos llevaron a allí», decía. Y, esto es una locura, lo que te voy a decir, pero su muerte es también una manera de decir: «yo soy humana, no soy distinta a los demás». Es un poco osado decirlo de esta manera (no creo que ella quisiera demostrarlo) pero su manera de morir expresa: «soy una persona igual que otra», «también me he sentido sola».
La empatía crece más al pasar los años. Cuando fue madre, Yajaira pudo entender mejor a Haydée. Empezó a sentir las preocupaciones, sufrió las malas noches por fiebres y enfermedades y recordó con mayor amor a su mama. Pasó los conflictos de la adolescencia de su único hijo y se recordó a sí misma y a sus hermanos, que crecieron en las manos de Haydée.
Eran niños que venían con el trauma de la muerte de su madre Trina; con el desgarramiento por la pérdida de las costumbres y tradiciones venezolanas, de su identidad; niños y niñas rotos, que tuvieron de acostumbrarse a una realidad diferente.
— No tuve a mis padres, perdí a los míos, pero tuve otros. Yo sabía que no eran míos, pero se preocupaban por mí. Tuve una madre, Haydée, que se ocupaba de las fiebres, de si tenía dolores de ovarios, era la que estaba ahí, la que me inyectaba, la que estaba pendiente de cada una de mis alegrías, de mis dolores, de mi vida. Todas las cosas, las mínimas. Yo tenía problemas en la menstruación, trastornos menstruales muy fuertes, con vómitos y diarrea. Era horrible. Ella me inyectaba, probó todo lo que los médicos decían que podía servir para echarme en la barriga. Te estoy hablando de mí, pero eso era conmigo, con Celia María, con Abel Enrique, mi hermano Ricardo. Con cada uno. Después de la muerte, empiezo a entender las dimensiones de mama. La tuve después de que yo parí.
Cúbranla con flores, como a Ofelia.
Los que la amaron se han quedado huérfanos.
(«A una heroína de la Patria», Fina García Marruz)
Una banda militar caminó junto al pueblo hacia el cementerio. Cuentan que cuando dobló por la calle doce para subir, los músicos empezaron a interpretar el «Himno del 26 de Julio». «Marchando, vamos hacia un ideal…» inicia la letra de Agustín Díaz Cartaya. La canción que cantaban en la cárcel de Boniato y que tarareaban en el juicio. A la periodista y directora de cine y televisión, Belkis Vega esa historia se la hizo Enrique Román, quien fuera esposo de una sobrina de Haydée. A Belkis se le humedecen los ojos mientras lo cuenta. A mí también.
La impotencia, dice, fue la emoción dominante; impotencia ante la muerte, que respetaba, pero no dejaba de doler; impotencia ante la forma en que la velaron, en lugar de la Plaza de la Revolución, una funeraria demasiado pequeña para tanto amor de pueblo. Ella ni siquiera pudo entrar.
— Al día siguiente se publicaron en Granma tres líneas, el 29 de julio. Luego una foto de Almeida hablando, no la gente. Esa es la imagen que sabía que existía. No hay fotos de la marcha, ni de ese sepelio. En la prensa no salió publicado. Creo que para los cubanos era importante saberlo. El hecho de que ella se hubiera quitado la vida fue muy mal recibido. Después no se podía casi hablar de ella. Yo no hubiera podido proponer hacer un documental de Haydée. Y mucho menos el documental humanista, y no solamente de carácter político que yo hubiera querido hacer. Por eso he esperado tanto tiempo.
— Cuando mueren las dos, Celia y Haydée, la Revolución perdió sus dos grandes madrinas. Esa fue una actitud de ellas –dice Belkis Vega en la mañana del 20 de enero, 2023–. Justo ahí recordamos las muchas cartas que respondía siempre. Si podía ayudar, si podía mejorar la vida de alguien, lo hacía de inmediato; si no, lo explicaba con detalle.
Una vez la vio en Casa de las Américas en una exposición de artes plásticas que ella cubrió para un programa de televisión universitaria. Otra oportunidad fue en el Tercer Congreso de la Federación de Mujeres Cubanas. Fue celebrado del 5 al 8 de marzo de 1980 y resultaría en un reportaje «Mujeres simplemente» y una brevísima conversación con Haydée.
— Recuerdo que cojeaba un poco. En un intermedio hablamos de algo intrascendente. La acompañé a la presidencia del congreso. Esa es la única vez que le hablé y caminamos juntas. En esa época el tipo de cine que se hacía en los estudios de las Fuerzas Armadas era de encargo, todavía no habíamos logrado proponer temas que nos interesa a nosotros. Luego cambia y se empiezan a proponer temas relacionados con la historia o problemas sociales. Cuando esto es una realidad, ya Haydée no existe. Fue un mazazo en la cabeza.
«Los ojos de Abel Santamaría / están en el jardín. / Mi hermano duerme bajo las semillas. / Santiago alumbra / la frescura del tiempo / que nos tocó vivir. / Un niño baila / el dulce aire de julio / en la montaña. / Alguien escucha su canción bajo el estruendo puro / de una rosa». Nancy Morejón lo escribe en Paraje de una época, publicado en 1979. A décadas de distancia, José Julián Picans Hart dice que no la conocieron directamente. Saben a partir de testimonios de terceros. Pero la presencia de Haydée, Abel, Joaquina, Benigno y la familia Santamaría es constante. Hay dos principios: el coincidir la palabra con la acción y no hacer daño.
— Si haces algo mal, sientes que estás irrespetando la memoria de mi abuela — en el segundo plano de la conversación hay música suave, cafés que suenan al chocar con la mesa, cucharas y azúcar; más al fondo, olas del mar — . Eres un Santamaría, tienes que hacer lo correcto. Tienes que ser buen padre, quizás no el mejor, pero no desligarte de tus hijos. Tienes que ser buen esposo, buen amigo.
Realmente no la conocimos — repite José Julián Hart en una cafetería muy cerquita del mar, en 1era y 14, en que la brisa hace de esta una tarde feliz — pero sí escuchamos mucho de ella. De su madre, Celia María Hart Santamaría escuchó las historias de la abuela Haydée.
Fue construyendo su propia imagen. Su abuela tenía el umbral del miedo demasiado alto, explica, y es también la que debe afrontar numerosas pérdidas. Pierde a Abel, a Boris, José País, a Frank, a René Ramos Latour, al Che…
— Ella no tuvo amigos simplemente sino hermanos de lucha.
Y cada ausencia causa un dolor que él mismo, huérfano de esa madre querida desde el siete de septiembre de 2007, puede entender. José Julián calibra cada palabra, pero las dispara con certeza. Dice que nadie me lo dirá, pero que los sucesos del Mariel también le dolieron mucho a Haydée; que en Cuba hay mucho machismo y ocasionó al menos un error fundamental.
— Todavía no se le da la suficiente importancia y valor. ¿Quién puede negar la relevancia que tiene Haydée Santamaría? ¿El valor de Casa de las Américas y del Premio Casa?
Cuando era una niña de ocho o diez años encontró un libro, Haydée habla del Moncada. Lo leyó sentada en el portal. Fue una lectura rápida, representó un descubrimiento. «Yo vengo de aquí», se dijo.
— Una vez alguien me dijo: «yo conozco más de tu abuela que tú». Me tuve que reír — dice Haydée Rosa Hart Hernández, sentada en unas banquetas en el Kcho Studio, donde labora — . A mí me crió la persona que ella educó. Mi papá rompía todos los moldes de la sociedad, y sé que es la educación que ella le dio, la humanidad. Su sencillez. Su capacidad de ser feliz, como los niños. Era admirable.
La mujer, actriz y madre que es hoy Haydée Rosa, fue también la adolescente que sintió pena de ser la nieta de Yeyé y Armando. Fue cuando leyó su biografía que la timidez se cambió por el orgullo.
Se sintió identificada:
Con la inconformidad.
Con el sentido de la justicia.
Con la oposición constante a las normas impuestas.
Con la rebeldía.
Con Haydée.
— A Haydée la respetan los delincuentes, los revolucionarios, los que no son revolucionarios. Todo el mundo tiene un cuento bueno que hacer de ella. Nunca podré dejar de ser su nieta. Hay gente que dice: «Tú abuela me regaló una cuna». Otra persona no tenía dónde enterrar a los hijos y ella le consiguió una bóveda. Ella iba por la vida haciendo buenas acciones por las personas y, de alguna manera, todas esas acciones se me han devuelto.
Recuerdo entonces a Arquímides, el trabajador de Casa de las Américas, viudo y padre de un hijo; ella estuvo atenta a cómo ayudarlo. Viene a mi mente el esposo de Myriam, que enfermó y en el proceso de recuperación recibió libros, muchos libros. Regresa a mi memoria, también, Roberto Fernández Retamar al decir, con una de las voces más dulces que he escuchado: «Querida niña, querida hermana, querida justicia, querido Amor. Sabes todo lo que te seguimos necesitando».
— Ya ella está lista para grabar — le dice Georgina Leyva Pagán a Julio Camacho Aguilera la mañana del sábado 21 de enero de 2023. (9)
— Yeyé es una mujer extraordinaria. Siento admiración por su entrega, su obra y sus sentimientos. Los golpes violentos que recibió no le impidieron luchar, sino que siempre reaccionaba ante la adversidad para completar las aspiraciones mambisas. Cuando mataron a Frank vi rodar las lágrimas por sus mejillas. Vi llorar a Yeyé esa muerte. Recuerdo que tuvimos que venir, y había un tal Vega que no quería que una mujer fuese dirigente por sobre él. Conversamos con Yeyé, conocimos esa oposición y nos unimos para que brindaran ese apoyo que ella merecía. Ella era una luchadora, una revolucionaria, que admiro y que jamás en mi vida olvidaré.
A mi alrededor hay libros. Muchos libros. Hay también cuadros y fotografías de Gina y Camacho más jóvenes. De Camacho junto a Fidel y Raúl. En las imágenes se ven jóvenes y saludables. Frente a mí encuentro a una pareja de ancianos que se cuidan y acompañan… Ambos sentían mucha admiración por Haydée. Gina me entrega un texto inédito que escribió hace más de diez años, me presta dos libros ,y cuando creo que no hablará, se dispone a contar, reanuda el diálogo.
— Cuando uno habla de Haydée Santamaría, lo primero que viene a la mente es un símbolo de la mujer revolucionaria.
— ¿Ya está grabando? — dice Camacho.
— Sí — respondo.
«Yeyé no está bien de salud, vamos a verla», le dice Melba a Gina. Si seguimos el hilo de la memoria de Gina, veremos aquel día en que la visitaron y encontraron acostada en una cama grande. Se tiraron a conversar como niñas pequeñas.
— Era una mujer de un gran sentimiento, de una gran sensibilidad. No dijo nunca: «Yo soy Yeyé». Ella tenía una amistad entrañable con Melba. Aquella visita la estimuló mucho. Pero eso no quiere decir que yo siguiera visitándola. Yeyé no te daba esa oportunidad de tú entrar. Además, todas vivíamos muy ocupadas trabajando. Me acuerdo de ese gesto de Melba de decir: «vamos».
Era difícil reunirse y solo conversar de temas sin importancia. Aquel encuentro sería recordado con cariño. Y sería llevado en un sitio en el corazón / Donde ahora vives y sería recordado, décadas después, con toda la ternura.
— Yo estaba en el equipo de apoyo de Fidel y siempre esperábamos hasta las once de la noche a que llegara, hablaba con nosotros de trabajo y se iba. Ese 28 eran las once cuando entró. Como si fuera un muchacho, nos preguntaba: «¿por qué lo hizo?, ¿por qué lo hizo?». «Estaba alrededor del día del ataque al Moncada. Es verdad que estaba en esos días en que ella pensaba mucho». Aquello me impresionó. Al otro día nos fuimos a la funeraria. En el camino al cementerio, nosotros íbamos en un carro casi detrás del armón. Las aceras estaban llenas con un cordón de gente. La mayoría eran mujeres. Había una mujer que gritaba: ¡Yeyé es nuestra!
Es nuestra.
Salieron al patio. La luna era más grande y brillante. Las estrellas relucían con más fuerza. Las palmas eran más altas y rectas. Los rostros de los seres queridos eran los más bellos del universo. Los padres, la sobrina, eran revestidos con un manto de ternura y amor. Los taburetes viejos e inservibles eran más lindos en la granjita Siboney. Fue el 25 de julio de 1953. «La noche era más linda, era como algo que merecía verse toda la vida, y a lo mejor ya no veríamos más.» Es una fiesta, una fiesta de quince, lo que traía Yeyé en su interior.
Fue la noche de la vida.
(1) Esta escena es descrita en el documental Conversatorio de Haydée Santamaría, realizado por Manuel Herrera y aparece publicado con el título «Monólogo para un documental del Icaic» en el libro de Haydee Santamaría: Hay que defender la vida , La Habana, Fondo Editorial Casa de las Américas / Ocean Sur, 2022, p. 524.
(2) Se toma como fuente de información la «Charla sobre el Moncada», realizada el l 13 de julio de 1967 en la Escuela de Ciencias Políticas de la Universidad de La Habana y publicada en el libro Hay que defender la vida p.163.
(3) Esta historia es relatada en «Una mujer de la Revolución Cubana. Entrevista de Margarita García Flores», publicado en el libro Hay que defender la vida. (p.193)
(4) Pablo Milanés cuenta esta historia en el documental Nuestra Haydée, realizado por Esther Barroso y estrenado en 2015.
(5) Aparece en «Aquel 26 de julio. Entrevista de Lisandro Otero» publicado en el libro Hay que defender la vida, p. 116.
(6) Esta historia aparece en «Todo es una sola cosa. Entrevista con Haydée» realizada por Nils Castro y publicada en Haydée Santamaría, de la Colección Vanguardia (Ocean Sur, p.14). También aparece en el libro Hay que defender la vida (p.448).
(7) La anécdota del tren y la reflexión sobre el Moncada aparecen en «Conversación con Carlos Franqui», publicado en el libro Hay que defender la vida, p.80
(8) Así lo relata Celia María Hart Santamarría en: «Este, el prólogo» publicado en Cubadebate http://www.cubadebate.cu/opinion/2005/07/25/este-el-prologo/
(9) Georgina Leyva Pagán es Profesora de Historia. Combatiente del Ejército Rebelde y fundadora del Frente de Camagüey, del Partido Comunista de Cuba y de la Federación de Mujeres Cubanas.
Julio Camacho Aguilera es Comandante de la Revolución. Nacido en Santa Lucía ubicado en la actual provincia de Holguín (Rafael Freyre). Participó en el levantamiento popular del 5 de septiembre en Cienfuegos y el alzamiento santiaguero del 30 de noviembre de 1956. Fue jefe de Acción y Sabotaje del Movimiento 26 de Julio en Guantánamo y las Villas del Movimiento 26 de Julio. Integró la Columna 13 del Ejército Rebelde.
Tomado de El Caimán Barbudo.