Culturales

Insólitos multiversos de Nelsito

Por Joel del Río

Los peores delirios nos habitan, el sueño de la razón engendra monstruos, y seguramente laten pesadillas sin nombre bajo la apariencia tratable de nuestros más apacibles vecinos, todo ello y mucho más sugiere El mundo de Nelsito, el más reciente estreno del cine cubano, producido por el Icaic de conjunto con la española Wanda Films. El protagonista es un adolescente autista de 16 años, Nelsito, que logra fugarse de su casa, donde vive perennemente enclaustrado, tiene un accidente, y desde que se lo llevan al hospital hasta que regresa a su casa, durante una larga noche, sus grandes ojos van registrando cada detalle, porque pareciera que su imaginación desbordada puede ver más allá de lo aparente, y así le cuenta al espectador sobre el lado oscuro, recóndito y oculto de los personajes conocidos que lo rodean, devenidos niños perversos, mujeres asesinas y vengativas, jóvenes prostitutas y estafadoras.

La primera virtud a celebrar en el nuevo filme de Fernando Pérez sería la osadía estructural de un relato que juega con la cronología, los espacios, las facetas de la caracterización, y con los conceptos de lo real y lo imaginario en una película casi tan coral y fragmentaria como Suite Habana, pero, a diferencia de esta, mayormente ambientada por la noche. Por suerte, el cineasta se atiene a su perpetua inconformidad con las narrativas ya probadas, santificadas y reiteradas por el cine más convencional, pero se las arregla para seguir siendo fiel, parcialmente, a ciertos motivos que lo identifican. Aquí reaparece, como ocurría en MadagascarLa vida es silbar y Madrigal el personaje del protagonista-narrador, que nos guía por los laberintos de su imaginación, a través de situaciones que parecen sobrevolar la frontera lábil entre lo que realmente ocurre y lo que es posible, o probable, pero irreal. También ocurre en la nueva película, que protagonistas con problemas de movilidad o comunicación se ven precisados a asumir la narración de la trama, tal y como vimos en algunas de las mencionadas y en La pared de las palabras.

Y en ese punto de ambigüedad es donde tal vez el nuevo filme pierda algunos espectadores, habituados a que el relato cinematográfico distinga con claridad lo real y lo ficticio. Porque es sintomático el modo en que tantísimos espectadores, dentro y fuera de Cuba, parecen muy dispuestos a compartir las experiencias de los superhéroes de Marvel, y mil quimeras similares, mientras rechazan, por extrañas y peregrinas, ese mismo concepto del multiverso cuando se aplica a las elucubraciones de un coetáneo, por ejemplo, un joven autista habitante de un edificio múltiple en Alamar. Por cierto, vale aclarar que el nacimiento del concepto de multiverso se relaciona más con la sicología que con el auge cinematográfico de la ficción fantástica, en tanto define, tal y como hacen Fernando Pérez y su coguionista Abel Rodríguez, los tiempos y espacios paralelos, alternativos e interpenetrados que conforman «lo real».

Y si bien algunos espectadores rechazan este tipo de película donde la representación está condicionada por los sueños o imaginaciones de un personaje (y aparte de ciertas obras de Fernando Pérez, este tipo de películas son bastante raras en el cine cubano, tan preocupado siempre por lo contingente y lo definido), en las tradiciones del mejor cine de autor internacional, desde las vanguardias históricas, sí abunda este tipo de visión completamente subjetiva, y por ende de visos ilusorios y ficticios. Para distanciarse de la tragedia y del melodrama más habituales en su filmografía, el autor asume la perspectiva de Nelsito para que sea él quien atisbe y especule en el envés de la cotidianidad, y allí descubra inhumanos bullicios, burlas, miserias humanas, violencias, crueldades y lesiones éticas del más diverso signo.

Otra virtud o riesgo del filme es que ese teatro de monstruosidades está exhibido, en las mejores escenas, con una intención de comedia cáustica, de humor negro, y los mejores momentos provienen de ese medio tono entre la sonrisa que provoca la exageración o el absurdo y la preocupada exhibición de ciertas decadencias morales. Y en ese sentido destaca una escena que comparten, con la destreza de grandes actrices muchas veces probadas, Isabel Santos, Laura de la Uz y Edith Massola. Me prohíbo contar lo que ocurre porque sería un pecado para el espectador interesado en el suspense, que también se sostiene persuasivamente en los arcos dramáticos que describen estos tres personajes.

Las poderosas historias que protagonizan Paula Alí y Jacqueline Arenal, tan dueñas como siempre de su espacio y sus recursos, me parecieron más pobremente imbricadas con la narrativa principal, y esta ligera desconexión tiene que ver, creo yo, con el modo y el momento en que se exponen sus historias, es decir, con el guion y la edición de Rodolfo Ramos. Encantadora la ancianita delirante de Paula Alí, que desde su inabarcable experiencia histriónica supo descubrir el tono exacto de las alucinaciones tragicómicas que acompañan a un personaje a medias entrañable, a medias caricaturesco, siempre efectivo.

Con personajes que son casi «cameos» por su brevedad en pantalla, y que contribuyen al filme poco más que a la impresionante reunión de grandes nombres y prestigios, Jacqueline Arenal, Mario Guerra y Carlos Luis González hacen lo que pueden para conferir verismo a una breve trama criminal poco sorprendente, muy liviana, y medio desprendida del conjunto, si descontamos a la víctima del accidente, porque en esta película también hay varios accidentes, cuya escenificación resulta veraz por completo a través de la fotografía de Raúl Prado, y más que todo mediante el sonido, que deviene dispositivo absolutamente enriquecedor de la dramaturgia de toda la película, gracias a la pericia con el sonido directo de Velia Díaz (todo se escucha con entera nitidez), y el diseño de banda sonora aportado por Sheila Pool, porque esta película «suena» como muy pocas otras en el cine cubano reciente.

Mil y una dificultades atravesaron Fernando Pérez, su productor Daniel Díaz y el resto del equipo para concluir esta película en medio de la pandemia, y una dificultad añadida pudo ser, creo yo, el cambio de tono más inclinado ahora a la comedia absurda, surrealista. El resultado es a ratos cargante y otras veces frío, distanciado, chocante; porque en lugar de reunir sus esfuerzos en tratar de conmover o llevar hasta las lágrimas a un espectador que ya tiene de sobras ganado, esta vez apostó por un tono bastante inusual en su filmografía, y aunque hable de soledad, tristeza, abandono, orfandad y muerte, esta vez se ha permitido, y nos ha regalado, el cachondeo del absurdo y el relajamiento de la sonrisa burlesca.

Por supuesto que es posible el desconcierto de algunos espectadores ante una película que asume la autoconciencia, lo irracional y la ironía como sus principios rectores, pero recomiendo ir a verla sin prejuicios, con la certeza de que Fernando Pérez volverá a demostrarnos, otra vez, que es el más importante de los cineastas cubanos. O por lo menos el más arriesgado y polisémico, el más inquietante y versátil, cuatro superlativos difíciles de conciliar en otro cineasta cubano contemporáneo.

Tomado de Juventud Rebelde

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