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La deuda externa argentina: Volver a Néstor Kirchner

Por Mario Della Rocca (*).

La deuda externa de Argentina con los organismos financieros internacionales, centralmente con el Fondo Monetario Internacional (FMI), tiene una historia negra y vale definirse sin exageraciones como un cáncer que corroe el futuro viable y sostenible de una nación en términos de integridad socio-económica, desarrollo social y soberanía política.

Crecida exponencialmente durante la genocida dictadura cívico-militar iniciada en el año 1976, la democracia política recuperada 1983, salvo la excepción de las soberanas decisiones de los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de imponer condiciones al FMI, estuvo siempre plenamente condicionada por el peso y gravitación del pago de la deuda externa en las cuentas públicas.

En la actualidad, luego de la estafa del préstamo otorgado por el FMI al gobierno neoliberal y claramente insolvente económicamente de Mauricio Macri, con evidente corresponsabilidad en pleno conocimiento de las partes, el actual gobierno de Alberto Fernández, con una mayoría del parlamento, ha asumido una deuda impagable sin un alto costo social y hoy se encuentra con la soga al cuello. Los tiempos de pagos admitidos se aceleran y las posibilidades de realizarlos se han achicado por la crisis económica –producto en gran parte por la post-pandemia-, por lo cual el FMI hoy audita las cuentas públicas argentinas casi como nunca antes, como si el país se tratase de una semi-colonia.

Como dato revelador, y a la vez aterrador, la Argentina al día de hoy cuenta con un cronograma de pagos al FMI, de la deuda más sus intereses anuales, que se extienden hasta el año 2.043[1], hipotecando así hasta a las nuevas generaciones de argentinos.

En general la mayoría de la clase política, desde la recuperación de la democracia política, postuló y naturalizó que no existía otro camino que continuar condicionados a las exigencias del FMI con la amenaza de una catástrofe económica, lo cual conllevó a una dependencia cada vez mayor respecto a los intereses permanentes de los EE.UU. –principal Estado que define las políticas del organismo financiero- de saquear las economías de nuestras naciones latinoamericanas.

Inverosímil argumento si nos remitimos a la historia no tan lejana, como la relación que corresponde a un país soberano establecida con los organismos financieros internacionales a partir del año 2003 por el gobierno de Néstor Kirchner y su continuidad, los mandatos de Cristina Fernández como presidenta de la nación.

Recordar la histórica y plena de coraje político negociación del ex presidente Néstor Kirchner en al año 2005 con el organismo, junto a sus planteos directos al presidente norteamericano George W. Bush –luego de dos años de plantarse en el no pago de la deuda en las condiciones preexistentes a su llegada al gobierno-, es un enorme desafío de cara a la memoria histórica de las grandes causas nacionales y populares argentinas.

En su primer discurso como mandatario ante la Organización de las Naciones Unidas (ONU), en la Asamblea del año 2003 –a pocos meses de haber sido electo presidente-, Kirchner fue contundente ante el mundo en variados temas claves de las naciones periféricas, entre ellos el cepo de la gigantesca deuda al desarrollo económico y social y a la soberanía nacional. Al respecto, expresaba:

“(…) La relación de países como el nuestro con el mundo está signada por una aplastante y gigantesca deuda (…) Nos hacemos cargo como país de haber adoptado políticas ajenas para llegar a tal punto de endeudamiento. Pero reclamamos que aquellos organismos internacionales que –al imponer esas políticas– contribuyeron, alentaron y favorecieron el crecimiento de esa deuda también asuman su cuota de responsabilidad. Resulta casi una obviedad señalar que cuando una deuda adquiere tal magnitud, la responsabilidad no es sólo del deudor sino también del acreedor.


Se necesita rediseñar organismos como el Fondo Monetario Internacional. Ese rediseño debe incluir el cambio de sus paradigmas de modo que el éxito o el fracaso de las políticas económicas se midan en términos de éxito o fracaso en la lucha por su crecimiento, la equidad distributiva, la lucha contra la pobreza y el mantenimiento de niveles adecuados de empleo” (2).

El gobierno de Kirchner había heredado un país quebrado y con escasos activos públicos, los cuales habían sido privatizados a valores misérrimos durante la dictadura cívico-militar y fundamentalmente en el gobierno neoliberal y privatizador de Carlos Menem.

La deuda heredada era de 157 mil millones de dólares, superaba el Producto Bruto Interno (PBI) y constituían cinco veces el valor de las exportaciones del país en ese momento. El previo gobierno de Eduardo Duhalde había llegado a un acuerdo que dilató los tiempos de negociación con el FMI, pero el país se encontraba en default con los acreedores privados desde la gran crisis del año 2001. En septiembre del año 2003, Kirchner suspendió el acuerdo con el Fondo y asumía no acceder a nuevos préstamos. Esta decisión unilateral del primer mandatario fue de una audacia política hasta allí sin precedentes en la historia argentina. Lo cual estimaba de necesidad perentoria para impulsar su programa de gobierno asentado en el desarrollo nacional y social con crecimiento económico, sin la tutela injerencista del FMI y sus condiciones regresivas en lo económico y antipopulares en lo social.

A partir de allí se iniciaron duras negociaciones entre ambas partes. Finalmente, el gobierno obtuvo, a partir de su firmeza y dureza en la negociación, una quita promedio del 65% de la deuda, abonando lo adeudado y continuar con la renegociación hacia futuro. Los pagos se realizaron ya con las reservas nacionales, cortando de cuajo con nuevos endeudamientos y las históricas “misiones” del FMI a auditar la economía nacional. El resultado fue que se redujo a la mitad el peso de la deuda externa sobre la economía nacional.

Fue una de las primeras veces en la historia del FMI en que la propuesta que se impuso fue la de los deudores y el “ejemplo argentino” fue noticia en el mundo.

Las consecuencias catastrofistas que auguraban sectores políticos neoliberales y el establishment económico nacional nunca ocurrieron. Al contrario, como ya lo venía haciendo desde el año 2003, Argentina crecía económicamente fundamentalmente asentada en su mercado interno, se recuperaban salarios y pensiones, inversiones en obras públicas y las predicciones agoreras del “aislamiento internacional” del país jamás se produjeron. Al contrario, eran tiempos de grandes avances en la integración de la Patria Grande Latinoamericana

De cara a las elecciones primarias presidenciales del próximo domingo 13 en el país, las propuestas de los diversos candidatos sobre las medidas a adoptar respecto a la deuda externa y su peso en el desarrollo nacional son esenciales para el futuro argentino.

Sin decisiones soberanas y sin el coraje político que mostró Néstor Kirchner en su oportunidad, la Argentina puede encontrarse pronto ante una crisis similar a la del año 2001 o aún más catastrófica. Hoy más que nunca, sin una política acertada en la relación con los organismos financieros internacionales y sus mandantes imperiales toda propuesta de desarrollo económico e inclusión social suena a engaño o ficción.

(*) Mario Della Rocca es historiador, escritor y periodista argentino. Autor de los libros “Gramsci en la Argentina. Los desafíos del kirchnerismo”, “La Cámpora sin obsecuencias. Una mirada kirchnerista” y “Macri & Durán Barba. Globos, negocios, círculo rojo y guerras sucias” y co-autor de “América Latina en los ’90: Gramsci y la Teología de la Liberación” y colaborador de diversas publicaciones y medios de comunicación en el continente.

Notas

(1) Según el informe “Projected Payments de Argentina to the IMF” del organismo internacional.

Foto de portada: Juan Ignacio Roncoroni / EFE.

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