Cuba

A 90 años de un cambio revolucionario

Por Francisca López Civeira.

En 1933 se produjeron en Cuba hechos trascendentales que marcarían de manera muy profunda la historia del siglo XX cubano, como fueron: entre julio y agosto una huelga general que resultó nacional, el 12 de agosto la huida de Gerardo Machado del país, el 4 de septiembre un pronunciamiento de sectores bajos del Ejército que derivó en golpe de Estado, el 5 de septiembre la creación de un gobierno colegiado denominado Pentarquía, el 10 de septiembre la designación de Ramón Grau San Martín como presidente, función que desempeñó hasta el 15 de enero de 1934 cuando fue depuesto por un golpe de Estado. Esa sucesión de hechos pudiera parecer una simple cronología de acontecimientos en la esfera política; sin embargo, marcaron un momento de cambio de gran importancia para el devenir de Cuba.

Quizás el recuerdo de un poema como “Ya estamos en combate” de Raúl Gómez García, creado en vísperas del 26 de julio de 1953, puede ilustrar el valor de lo acontecido dos décadas antes. El poeta de la Generación del Centenario de Martí plantea estar en combate “Por el heroico gesto de Maceo, / Por la dulce memoria de Martí” y por “La lucha pura de Mella y de Guiteras”. Esa invocación muestra cómo caló en la nueva generación lo realizado por quienes protagonizaron el proceso que llevó a lo acontecido en 1933. Por tanto, es necesario mostrar por qué ese impacto y en qué consistió aquel devenir en su honda significación.

Lo ocurrido en 1933 fue consecuencia de un proceso revolucionario que había comenzado a gestarse en la sociedad cubana desde años anteriores, donde un Julio Antonio Mella, un Rubén Martínez Villena, un Alfredo López y otros dirigentes obreros, estudiantiles e intelectuales de filiación revolucionaria, algunos de ellos dentro del marxismo, marcaron el camino hacia esa revolución. La caída de Machado fue, por tanto, la expresión de las luchas populares que llegaron a su punto más alto en ese año.

Mas, ¿la huida del dictador era suficiente para determinar ese derrotero?

Ante la agudización de la crisis del machadato, las maniobras que tenían como centro al embajador estadounidense, Benjamin Sumner Welles, intentaron eliminar la impronta popular y revolucionaria de aquel momento, pero la fuerza de las masas expresada en la huelga general -que había desarticulado al gobierno, pero no al sistema- mantuvo su fortaleza, con lo que otros sectores se vieron también involucrados en ese proceso de cambio, entre ellos las capas de clases y soldados del ejército.

El pronunciamiento del 4 de septiembre en Columbia por un grupo que integraba lo que se conocía como Junta de los Ocho fue resultado de cómo la situación revolucionaria había permeado ese cuerpo; no obstante, el pronunciamiento no rebasaba las demandas propias de esos sectores dentro del cuerpo militar; sin embargo, el ambiente revolucionario lo empujaría más allá. La irrupción de representantes de organizaciones como el DEU, Pro Ley y Justicia y otros le impregnó un sentido político para convertirlo en golpe de Estado que marcaría una ruptura fundamental: se instauraba un gobierno colegiado que estaba fuera del control de los sectores oligárquicos y, por tanto, de la influencia de la embajada norteamericana.

El proceso revolucionario de los años treinta, para algunos Revolución del 30 y para otros Revolución del 33, más que la identificación con un año específico, fue todo un proceso donde la situación revolucionaria, que se había gestado desde los años veinte y se había hecho evidente hacia 1930, se fue desarrollando hasta llegar a su punto climático en 1933, cuando la acción popular llevó a la ruptura del poder oligárquico.

La instauración del gobierno provisional, presidido por Grau, implicó el inicio de cambios fundamentales en lo político y lo social básicamente, aunque dentro de un equipo de gobierno muy heterogéneo, sin un proyecto común y donde muy pronto hubo fuerzas que traicionaron al entrar en contacto con la Embajada estadounidense y, desde esa alianza, trabajar para la restauración del poder oligárquico. Ese fue el caso de Fulgencio Batista, quien con gran habilidad supo capitalizar en su persona la acción militar y actuar entonces como jefe del Ejército y centro de la conspiración golpista desde dentro. Esa situación enajenó posibles apoyos en sectores populares que no percibían una línea clara de actuación.

El equipo que integraron el Gabinete y el presidente Grau, por su heterogeneidad, hacían que las proyecciones del Gobierno oscilaran entre la reforma y la revolución; pero es innegable la impronta del grupo revolucionario, antimperialista, representado en la figura del secretario de Gobernación Guerra y Marina, Antonio Guiteras, que impulsó medidas de franco matiz revolucionario.

El gobierno tomó decisiones importantes con medidas de justicia social, de desarticulación del viejo aparato político militar y de rescate de la soberanía nacional, como fueron: decretos para sustituir el aparato político militar por nuevas instituciones que alcanzarían forma definitiva en una Asamblea Constituyente, cuya convocatoria establecía el sufragio universal masculino y femenino; Tribunales de Sanciones para juzgar los delitos cometidos por los machadistas; jornada laboral de 8 horas; protección  por enfermedades de trabajo; regulación de los jornales a los trabajadores cañeros; rebaja de las tarifas de electricidad y gas; obligatoriedad de tener un mínimo del 50% de trabajadores nativos; autonomía universitaria; proceso de depuración en los centros docentes y otorgamiento de mil matrículas gratuitas para estudiantes de la Universidad; protección a la producción nacional de arroz; derecho de tanteo del Estado de manera preferencial en las subastas públicas y, ante la actitud saboteadora de algunas compañías norteamericanas, se decretó la ocupación de algunos centrales por el Estado y la intervención de la Compañía Cubana de Electricidad, subsidiaria  de la American & Foreign Power Co., subsidiaria a su vez de la Electric Bond & Share. También se creó la Secretaría del Trabajo y un Reglamento sobre la Organización Sindical que fue muy debatido por considerarlo de “sindicalización forzosa”.

Las medidas señaladas provocaron fuertes contradicciones, por la afectación a los monopolios norteamericanos y también dentro del movimiento obrero, por la cantidad de trabajadores extranjeros asentados en Cuba que serían desplazados, entre otras. Debe apuntarse también la actuación de la delegación cubana en la VII Conferencia Panamericana celebrada en Uruguay, en diciembre de 1933, en defensa de la dignidad y la soberanía.

El gobierno llamado “de los 100 días” enfrentó una situación sumamente compleja por sus contradicciones internas y por la oposición desde fuera del gobierno, tanto por fuerzas domésticas como externas, lo que se acompañó de una política de represión masiva por parte de las fuerzas armadas que enajenó más aún los posibles apoyos.

El mes de enero de 1934 sería decisivo. La confrontación del gobierno provisional con los sectores oligárquicos y el imperialismo había alcanzado un clima de máxima tensión pues decisiones como la destitución de Thomas Chadbourne como presidente de la Corporación Exportadora Nacional de Azúcar el día 11, el 12 la suspensión temporal del pago de la deuda al Chase National Bank y el 14 la intervención de la compañía eléctrica, precipitaron las acciones. Las fuerzas contrarrevolucionarias asumieron la ofensiva para recuperar la hegemonía con un golpe de Estado.

Como señaló Antonio Guiteras en “Septembrismo”, el programa de la revolución tenía que ir “a la raíz de nuestros males: el imperialismo económico.” En su opinión, el fracaso se debía a la falta de unidad ideológica y de un programa constructivo en el equipo de gobierno. Sin embargo, consideraba que “A pesar del quebranto, el gesto del gobierno de Grau no ha sido estéril. (…) Esa fase de nuestra Historia es la génesis de la revolución que se prepara —que no constituirá un movimiento político con más o menos disparos de cañón, sino una profunda transformación de nuestra estructura económico-político-social”.

Cuba no pudo ser igual después de aquel proceso, nuevos actores y fuerzas habían entrado en la lucha política y habían mostrado fortaleza en la misma, las conquistas de ese momento no podrían ser desconocidas en lo adelante, por lo que momentos como la aprobación de la Constitución de 1940 -con seis delegados comunistas y tres mujeres- evidenciaron la necesidad de un nuevo pacto social. Las fuerzas oligárquicas tuvieron que acometer algunas reformas en el sistema para preservarlo. La revolución no logró estabilizarse, pero, como afirmó Martí en 1873: “un pueblo antes de la revolución no puede ser después de ella como era”, no pasan en vano las revoluciones para los pueblos y aquel proceso marcaría de forma indeleble el devenir de la sociedad cubana.

Tomado de Cubadebate/ Foto de portada: Bandera cubana en el Museo de la Revolución / Abel Padrón Padilla/ Cubadebate/ Archivo.

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