«Yo soy jefe y se me subordinan hombres»
Por Hernando Calvo Ospina
Los mejores sabuesos la buscaban sin cesar. Nacida en un hogar burgués, a los seis meses de haber ingresado a la facultad de Sociología, en la Universidad de Chile, empezó a participar en las manifestaciones contra el régimen militar. Casi a la par se sumó a las filas de las Juventudes Comunistas, organización proscrita por […]
Los mejores sabuesos la buscaban sin cesar.
Nacida en un hogar burgués, a los seis meses de haber ingresado a la facultad de Sociología, en la Universidad de Chile, empezó a participar en las manifestaciones contra el régimen militar. Casi a la par se sumó a las filas de las Juventudes Comunistas, organización proscrita por la dictadura. Su familia lo supo dos años después y por su propia boca: «soy miembro del Partido Comunista. Soy comunista.» (1) Las relaciones con su padre, al que adoraba, se volvieron tensas, pues en esa familia se aplaudía al general Augusto Pinochet.
Poco después ingresó a la guerrilla del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, FPMR, después de tomar la decisión más dura de su vida: dejar de compartir el día a día con su hija de dos años. El padre de la niña, que la apoyaba en su compromiso, asumió la crianza. Ante las críticas, ella repetía a su hermana: «No puedo sufrir por una sola niñita, que es mi hija y que amo, cuando veo sufrir a miles de niños que no tienen derecho a nada«. Ya dejar lo demás no era problema: la comodidad y el prestigio que le podían dar la riqueza de su familia. «Ingresé a esto porque creía en una sociedad diferente, más justa y este camino es más realista. Soy consecuente con mis ideas (…) La lucha es la única forma realista y válida de cambiar el rumbo del país», dijo a la revista HOY desde la clandestinidad en 1987.
De ojos vivaces, buenamoza, encantadora, muy tierna y de gran ímpetu, se oponía a la mediocridad: «Aunque seas barrendera, debes ser la mejor«, le repetía a su hermana menor. A esta infatigable lectora sus compañeros la bautizaron como «Tamara», en recuerdo de la revolucionaria que luchó al lado del Che, Tamara Bunke.
Se inició en la lucha militar participando de la voladura de un puente ferroviario, y asaltando una casa de cambio, de donde escapó a tiros montada en una motocicleta. Logró un vertiginoso ascenso al interior de la organización guerrillera, hasta llegar a ser la única mujer que obtuviera el grado de «comandante» en la cerrada dirección del Frente. Es que eran innatas en ella sus capacidades políticas y militares, además de ser una gran conspiradora. Siempre trató con cariño a quienes tuvo bajo su mando, preocupándose hasta de sus problemas personales, como debe ser en un dirigente.
A mediados de 1986, Cecilia Magni, ya convertida en la «comandante Tamara», estuvo entre el reducido grupo de dirección que planificó la acción más arriesgada que hasta entonces realizaba el FPMR. Se llamó «Operación Siglo XX», y su objetivo era dar muerte al dictador Pinochet. A pesar de sus protestas, a último momento se decidió que ella no participaría en la emboscada, ante la probabilidad que ningún guerrillero saliera con vida. Y su experiencia en la logística era indispensable para el Frente. El 7 de septiembre de ese año Pinochet regresaba a la capital luego de un fin de semana de descanso, cuando una veintena de comandos del Frente recibieron su caravana con nutrido fuego. Al final de los ocho minutos que duró el intrépido operativo quedaron cinco escoltas muertos y once resultaron heridos. Pinochet salió ileso pues el cohete que se lanzó contra su auto no estalló: al dispararse a corta distancia no alcanzó a activarse lo suficiente para traspasar el blindaje. Ningún guerrillero murió. La responsabilidad de Tamara en la consecución de autos y casas para resguardar al grupo, así como el traslado del armamento tuvo cero faltas. La acción fue destacada por la dictadura como «un perfecto operativo de inteligencia.»
El 21 de octubre de 1988, junto al máximo responsable del FPMR, Raúl Pellegrín, dirigió la toma militar al cuartel de los Queñes, al centro del país. Los servicios represivos iniciaron una cacería implacable contra la pareja hasta lograr su captura. El día 29 fue hallada en un río. Al día siguiente se encontró a Pellegrín. La dictadura aseguró que habían «muerto ahogados», pero sus cuerpos tenían horribles muestras de tortura, incluida la ruptura de la columna vertebral de Cecilia. Su captura se debió a una traición. Cecilia «Tamara» Magni tenía 31 años.
Pellegrín no solo era un compañero político sino el hombre de su vida. El padre de su hija dijo tiempo después: «Cecilia, en el amor y en la política, fue fiel y leal hasta las últimas consecuencias«.
Su padre aseguró que si él hubiera sabido que iba a morir así, «jamás me hubiera enojado con ella en la vida«. Mientras que la hija, ya siendo una joven, expresó: «Las decisiones de las personas valen, cuando las toman valen, y yo no puedo invalidarla a ella, sería faltarle al respeto«.
En la entrevista que le realizara la revista HOY a la Comandante Tamara en 1987, también dijo: «Yo soy jefe y se me subordinan hombres. He estado a cargo de tropas, masculinas por supuesto. Nunca he tenido problemas. Te aseguro que mis subordinados difícilmente ven en mí a una mujer. Una vez me vieron con las armas encima. Me vieron con granadas, con revolver. Y ésa fue la única vez que me han dicho «qué linda estás«.»
· Periodista y escritor. Colaborador de Le Monde Diplomatique. Este texto hace parte de un libro, a editarse próximamente, llamado «Flores Rebeldes Latinoamericanas».
1) Salvo las dos citas tomadas de la revista HOY, las otras provienen del documental «Cecilia Magni Camarada Tamara». Televisión Nacional de Chile. Programa «Informe Especial».
Tomado de Rebelión