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Un lugar del Serpaj donde otro mundo es posible: Veinte años de la Aldea Jóvenes para la Paz de Pilar

Por María Daniela Yaccar.

León Gieco, Tristán Bauer y Edgardo Esteban acompañaron a Pérez Esquivel en el aniversario de la sede Pilar del complejo de talleres y escuelas para niños y adolescentes vulnerables.

Todo esto eran ruinas. Un territorio abandonado, habitado por murciélagos, ratas y arañas, cuyas construcciones estaban absolutamente deterioradas. “Primero hubo que desmalezar, con machetes, bordeadoras. Limpiar todo esto. Sacar toda la basura. Llovía más adentro que afuera. Nosotros lo recuperamos”, recuerda ante Página/12 Adolfo Pérez Esquivel, quien hizo de estas ruinas ubicadas en el partido bonarense de Pilar un centro educativo y productivo para chicos en situación de riesgo social. Fue hace 20 años. En conmemoración del aniversario de la Aldea Jóvenes para la Paz de Pilar –existe una similar, fundada anteriormente, en General Rodríguez– el espacio del Serpaj recibe la visita de León Gieco; el ministro de Cultura, Tristán Bauer; y el director del Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur, Edgardo Esteban.

La historia de las aldeas para la Paz
 
“¡Esto es genial!”, “¡increíble!”: León no ahorra adjetivos al ingresar a los distintos galpones –muy parecidos a los del ferrocarril– y construcciones distribuidos por el enorme espacio verde, donde se realizan distintos talleres. Le sorprende que un proyecto de estas características sea tan poco difundido y conocido. Los invitados recorren las instalaciones y conocen las actividades que emprende la aldea: alfarería, artesanía en vidrio, herrería, carpintería, panadería, apicultura, electricidad, conservación de alimentos. Cuenta, además, con una granja, una huerta y es sede del plan FinEs. Por lo que se ve, para les pibes, una de sus atracciones centrales es la canchita de fútbol. Algunas de las cosas que aquí se producen se venden en una feria. 

“Vienen tres veces por semana entre 40 y 60 chicos. Tienen entre 12 y 17 años. Consideramos que es la franja en que están más vulnerables porque es cuando dejan la primaria, la secundaria o son expulsados”, precisa Ana Almada, presidenta del Serpaj desde 2020 –cargo hasta ese año ocupado por Pérez Esquivel– y coordinadora del centro junto a Marisa Marino. La aldea se encuentra en la localidad de Villa Rosa, a diez cuadras de la Panamericana, y asisten chicos, fundamentalmente, de los barrios San Alejo, Agustoni, La Lomita y Santa María. Padecen de “pobreza extrema, mucha violencia, discriminación, adicciones o están en el círculo del delito”. Los trabajadores son 22, entre profesores, cocinera y caseros. Algunas de las horas que dedican a su tarea son reconocidas por la Dirección General de Escuelas, aunque gran parte de su trabajo es voluntario.

Para entender la historia hay que ubicarse en los noventa, cuando el Nobel de la Paz comenzó a trabajar con chicos que vivían en la calle. Inspirado en las escuelas de artes y oficios imagina este proyecto. “Nosotros poníamos el cuerpo pero había que poner materiales”, explica. Con fondos donados por Danielle Mitterand, esposa del expresidente francés François Mitterrand, compró diez hectáreas a un cura en General Rodríguez. Actualmente en esa aldea funcionan 19 talleres y una escuela secundaria que se cursa en tres años, con materias básicas y formación en panadería. “No había luz. No había nada. Planté el molino, lo primero, con mis hijos, con Ernesto. Ibamos todos los días a Rodríguez. Un rancho de paja, un quincho. Y después fuimos generando talleres”, evoca el activista.

La aldea de Pilar está montada en un terreno donde funcionaba una escuela de formación profesional, cerrada en el menemismo. “En los años ’70 se convirtió en un espacio para chicos en conflicto con la ley, una cárcel particular donde podían aprender oficios. Se abrió a la sociedad, podían venir jóvenes de afuera a aprender”, relata Almada frente a un mural dedicado a Evangelina, una trabajadora social que fue secuestrada en 1976 y continúa desaparecida. Este mural está cerca de una lámina con una pintura de Pérez Esquivel (Y lo reconocieron al partir el pan). 

Dependiente del área de Niñez del Estado Nacional, el espacio fue escuela de formación profesional y alojó a jóvenes en conflicto con la ley hasta su desguace en los noventa. Antes había sido una escuela de élite, construida en 1913 por amigos de Carlos Pellegrini en su honor. El Serpaj convenia el espacio cada 10 años con la Secretaría de Niñez. “Este año logramos que la Agencia Administradora de Bienes del Estado nos ceda diez hectáreas. Estamos con toda esa gestión. Va a ser nuestro”, se entusiasma la coordinadora. 

El temor por lo que podría suceder políticamente se instala en la recorrida. Pregunta Gieco: “¿Todos estos lugares están protegidos? ¿No puede venir ningún loquillo con la motosierra?” “Tenemos elementos. Ya intentaron hacerlo. Nos opusimos. Vinieron con las topadoras en 2017. Prendieron fuego en el bosque y desmontaron parte del lugar. No nos movimos”, responde Almada. Aclara que el macrismo –instalado también en la Municipalidad en esos tiempos– buscaba “privatizar parte del espacio”. Hubo vigilias y la presentación de recursos de amparo ante la Justicia Federal. Las topadoras tuvieron que retirarse. La Justicia falló a favor del Estado Nacional, para la preservación del lugar.

Son alrededor de 300 chicos los que participan de las distintas propuestas del Serpaj. Están, también, el Equipo Buenos Aires y el Equipo Zona Norte. “Ahora las nuevas generaciones se hacen cargo y tienen que seguir esto. Les pasé la posta”, expresa Pérez Esquivel, de 92 años. Busca “que los chicos tengan perspectiva de vida” y que su educación no pase, simplemente, por “aprender a leer y a escribir”. Que puedan, también, tener “un oficio para ganarse la vida”. 

Gieco manifiesta su deseo y compromiso de conocer la aldea de General Rodríguez. Cita a Evo Morales (la película sobre la vida del exmandatario, Seremos millones, lleva su música): “Hay gente que nunca lucha, no tiene el deseo de luchar, entonces no lucha nunca en su vida. Hay otros que tenemos el deseo de luchar y tenemos que luchar toda la vida. O sea que la lucha es permanente, para conseguir un mundo mejor. Los invito a ustedes a hacer un mundo mejor”. Por supuesto que el cantante es el encargado de musicalizar la jornada. Pone a todos a cantar con varios de sus himnos: “En el país de la libertad”, “Hombres de hierro”, “La cultura es la sonrisa”, “La colina de la vida”, “El ángel de la bicicleta”, “Como la cigarra” y “Sólo le pido a Dios”. Después no se cansa de firmar autógrafos y sacarse fotos.

La importante noticia de que el Comité de la UNESCO declaró al Museo Sitio de la Memoria ESMA como Patrimonio de la Humanidad se filtra en la conversación de la mano de Edgardo Esteban, quien está “emocionado” por ello. “Me temblaban las manos hace un rato; tenía ganas de llorar. La construcción de sentido y memoria tiene que ser todos los días. Más en este tiempo que se hicieron tantas cosas absurdas, tantas injusticias, y tanto daño se pretende hacer. Hay que trabajar todos los días en lo que significan la memoria, la verdad y la justicia, y también en la soberanía. No solamente en la marítima y territorial. También en la soberanía educativa, cultural, económica y fundamentalmente la comunicacional”, dice el veterano de la guerra de Malvinas, impulsor de toda esta movida.

“Hasta en los momentos más oscuros aparece la luz. Me acuerdo perfectamente de aquel momento terrible de nuestro país, de persecución, muerte, desaparición. En 1980, frente a esa desazón, nos enterábamos de que un argentino obtenía el Nobel de la Paz. Nos honraba y llenaba de luz en esa oscuridad ver la figura de Adolfo, su lucha, ese premio, y ver cómo continuó la tarea”, elogia Bauer. “Siempre fue un ejemplo de esa lucha de la que nos habla León. La lucha debe ser constante. Esta casa es un ejemplo en un mundo complejo, en un país donde estamos atravesando un momento difícil. No aflojemos. Que triunfen la paz y el amor, y luchemos todos y todas por un mundo mejor”, concluye el ministro.

Los oradores tienen un punto de encuentro en Iluminados por el fuego (2005), film basado en el libro homónimo de Esteban, dirigido por Bauer, con música de Gieco. La charla finaliza con una entrevista que les chiques realizan a los invitados, en torno a Malvinas, ya que están investigando el tema en el marco del programa “Jóvenes y Memoria”, de la Comisión Provincial por la Memoria. 

La paz de los chicos
Coordinadores de distintos talleres toman la palabra en la recorrida. Por ejemplo Jonathan, exalumno, que ahora es profesor del taller de herrería, “gracias a Dios”. “Es un orgullo trabajar donde estudié. Tengo alrededor de ocho chicos que disfrutan de lo que hacen. Les gusta estar acá. A veces traen sus bicis y las sueldan. Aprender a soldar como un profesional es un logro”, subraya. La última tarea fue hacer utensilios para parrillas. “Ahora vamos a hacer parrillas para vender”, se entusiasma. 

“Las profes son todas mamás y abuelas de nosotros, así sea que nos pase algo malo, siempre están cuidándonos, brindándonos atención”, destaca Agustina (16), que hizo alfarería y ahora asiste al taller de conservación de alimentos. Destaca, también, los viajes a Chapadmalal al Encuentro de Jóvenes y Memoria y las cosas que aprendió en el marco de este programa: “Tenía muchos pensamientos machistas, que no sabía que lo eran, y acá me lo enseñaron”. 

En el patio, en medio de la merienda de mate cocido y pastafrola elaborada en la panadería de la aldea, Lucas (21) aporta su visión. “Vengo a comer, a divertirme, pasarla bien y tener paz, porque allá en San Alejo hay un re kilombo”. Con Jero, que asistía a talleres y ahora es bachero (voluntario), pintan el panorama del barrio: “Mucha droga, delincuencia, asesinato”. “Salís a la esquina y están fumando, en otro lado están tomando alcohol… acá te divertís, jugás, aprendés y los profesores son buena onda. Hice carpintería, alfarería y otros talleres. Ahora vengo a despejarme de los problemas de mi casa, del barrio y de las drogas. Como en un centro de rehabilitación”, revela Lucas. Es uno de los más entusiasmados con la visita de León. Se lo ve en el minirrecital filmando el momento para compartirlo en sus redes. De todos los temas le queda resonando “Sólo le pido a Dios”. Porque cree en Dios, dice. 

La fe también se vuelca en un ritual que se ve a unos metros. Los chicos cuelgan de las ramas de un árbol sus deseos, escritos en fibrón en unos carteles de madera. Se lee: desde “una moto” hasta “que no haya más guerras en el mundo”. Saben que están en un lugar que antes fue un deseo.

Pérez Esquivel

“Hay que hacer memoria. Muchos jóvenes se dejan arrastrar… ¡por favor que no voten a sus verdugos! No quieren educación y salud pública, las Malvinas, no quieren, no quieren. Con el odio no se construye. Hay que generar conciencia crítica y valores, para que cada uno y una pueda discernir qué quiere hacer en la vida”, dice Pérez Esquivel a este diario. Para él, la inclinación de la juventud hacia la derecha se explica por “los medios de comunicación, la falta de información y la distorsión de la verdad”. “Hay que hacer docencia. A mis 92 años sigo siendo docente en la facultad y aquí. Lo importante es no perder la sonrisa de la vida. El día que dejás de sonreír es porque te vencieron. Eso nunca. A pesar del negacionismo hay gente que está unida, lucha, construye, trabaja. No hay que desesperar. Cuando me dicen que un miltante está amargado digo, ‘ojo, no es un militante, es un amargado’. Un militante no puede perder la esperanza de que otro mundo es posible”, concluye.

Gieco
“Para mí estos son los lugares más importantes para tocar. No se habla de caché, de nada. Se habla solamente de amor, solidaridad, los intercambios son culturales. Son fuentes de composición. Los temas son cantados de otra forma y suenan diferente. La gente los entiende de otra forma y yo también”, dice Gieco.
–Son temas que además tienen mucha vigencia. ¿Cómo estás viviendo este momento social y político?
–Me hago la pregunta que se hacen todos: qué es lo que vamos a vivir. En el año ’70, después de ver Woodstock, Stephen Stills fue a un programa de televisión y dijo: “todavía traigo el barro de Woodstock”. Dijo unas palabras que no entendí en ese momento. Ahora sí las entiendo. Estaban hablando de la guerra de Vietnam. Y él dijo “hay cosas que tienen un misterio que si deciden pasar van a pasar”. Eso siento en ese momento. Lo que tiene que pasar, que no sé qué es, va a pasar sí o sí. Amén de la fuerza que hagamos. Hay cosas que son superiores y misteriosas, energías que no se pueden atajar. Las vamos a tener que vivir sea lo que sea. Estoy expectante. Así como Liv Ullman, que no se quería operar de la cara porque estaba expectante, porque tenía una gran incertidumbre de saber qué cara le tenía presentada Dios cuando fuera grande.

Tomado de Página/12 / Fotos: Sandra Cartasso.

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