La Cultura que nos da vida
Por Daylén Vega Muguercia.
Tiene la Patria una sólida base en la preservación del patrimonio cultural. En la defensa de sus raíces autóctonas, un escudo para cubrirse y repeler todo aquello que intente menospreciar, lacerar o aniquilar la cultura cubana.
Decía José Martí que “la Patria es sagrada, y los que la aman, sin interés ni cansancio, le deben toda la verdad”. Así nos debemos por completo a la Cultura quienes amamos esta tierra de virtuosos artistas y grandes maestros.
La cubanía no es un calificativo que se adjudica sólo por derecho de nacimiento. Es la mezcla de emociones y expresiones de las personas, de la sociedad como conjunto, de la nación como un todo; de ayer y de hoy, también de mañana.
Al monstruo de la colonización cultural hay que hacerle frente; incluso desde nuestra postura de David enfrentando a un Goliat enfurecido. Un gigante moderno que, nutrido de mediocridad, banalidades y ansias de dominación, golpea una y otra vez nuestra cotidianidad.
Ni uno ni otro son fenómenos nuevos. Uno te da sentido de pertenencia, el otro te despoja de todo lo que te identifica o te define. “Sin identidad (sin cultura) no hay libertad posible”, sentenciaba inmenso Fidel Castro.
¿No es acaso la libertad el bien más preciado de un individuo? Aquello a lo que aferrarse para ser. La base misma de la existencia. Arte y cultura son pilares fundamentales de la nación, de la libertad, de la identidad, de nuestra idiosincrasia.
La cultura salva, libera, empodera. Lo hizo en 1959 cuando triunfó la Revolución, cuando los cuarteles dejaron de albergar armas y se llenaron de libros, libretas, lápices, conocimiento; cuando los teatros se abrieron para todos por igual, los del campo y los de las ciudades, los letrados y los que no, los hijos de médicos o campesinos, cubanos y cubanas sin distinción.
Cuando un elitista campo de golf cambió su valor de uso y allí se construyeron las Escuelas de Arte de Cubanacán, para todos en igualdad de derechos y oportunidades, porque la cultura y el arte no pueden ser privativas para unos pocos.
Sobre el suelo que caminaran aristócratas habaneros, caminaban entonces los futuros talentos artísticos de la nación. Era el bien de muchos triunfando sobre la opulencia de pocos. Fidel lo había entendido y elegido, años atrás, como destino. Y así lo continuamos eligiendo hoy, en medio de tantas dificultades económicas y materiales que para nadie son un secreto.
En un contexto marcado por el recrudecimiento del Bloqueo de Estados Unidos a Cuba, por campañas mediáticas feroces que buscan desacreditarnos también desde la cultura, por el asedio terrorista a delegaciones y embajadas, por un odio contra todo lo que represente a Cuba o cubanía; la revolución continúa siendo uno de los acontecimientos más importantes de este siglo, como lo fue del anterior. También nuestra cultura.
“Los enemigos de la Revolución, no tienen ningún derecho contra la Revolución, porque la Revolución tiene un derecho: el derecho de existir, el derecho a desarrollarse y el derecho a vencer”, decretaba Fidel Castro en su discurso pronunciado como conclusión de las reuniones con los intelectuales cubanos efectuadas en la Biblioteca Nacional en junio de 1961.
Nadie tiene derecho sobre nuestra cultura, salvo nosotros mismos. Nuestra cultura tiene el derecho de existir, de desarrollarse y de vencer.
Y vence cada día desde nuestras Escuelas de Arte, en los jóvenes aprendices, en los consagrados maestros, en los trabajadores de cada uno de esos centros, en los directivos.
La cultura no está prisionera o exclusiva en los teatros, los cines, las galerías, las librerías; la cultura está en nuestras calles, en el pregón, en la guitarra en el malecón, en la trompeta en un parque, en las acrobacias callejeras, en el saludo a la bandera, en los colores que nos definen, en el aire que nos da vida; porque la cultura nos da vida.
Foto de portada: Javier Ortiz.