Eran cinco primos
De niño, el tango que más me llegaba era Silencio. Recuerdo que mi padre lo cantaba imitando a Carlos Gardel y al escucharlo, el corazón se me estrujaba: “Eran cinco hijos y ella era una santa, eran cinco besos que cada mañana rozaban muy tiernos las hebras de plata de esa viejecita de canas muy blancas…” y me angustiaba saber que ella luego los perdería por la guerra en los campos de Francia. Después escuché otros, con letras más existencialistas que lo fueron reemplazando en mis preferencias. No pude dejar de acordarme escuchando la historia que me contó Carmen Segarra.
“En poco menos de cuatro años, nos escalábamos mi hermana Adela y mis tres primos, Alicia, Jorge y Laura. Yo nací en abril del ´56 y Laurita en octubre del ´59. Siempre juntos los cinco a todos lados, en la playa en Punta Iglesias, en los juegos infantiles, en las salidas en bicicleta por el Parque Camet, en las pijamadas compartidas como se dice ahora. Ese era el modelo familiar, ya que mi padre y mi tío, a pesar de sus diferencias, compartían mucho en sus vidas: habían sido escolarizados juntos, y luego estudiaron la misma carrera, Farmacia, en la Universidad Nacional de La Plata. Cuando se recibieron, ambos se vinieron a Mar del Plata y luego de un inicio común con la farmacia de Córdoba y Peña, cada uno continuó con su propio negocio. Y llegamos nosotros, uno tras otro. Yo era muy unida a Alicia, y Adela con Jorge, mientras que Laura daba una lucha sin cuartel por ser parte de todo. Siempre nos llevamos muy bien y nos divertíamos mucho, con los primos es más fácil porque te peleás menos que con los hermanos. Y en los años 70, sin siquiera ponernos de acuerdo, nos pusimos a militar en las organizaciones de base del peronismo revolucionario, JUP y Unión de Estudiantes Secundarios. Si bien mi hermana y yo habíamos regresado con mis padres a La Plata, los viajes a Mar del Plata fueron permanentes, en los veranos, en las vacaciones de invierno, en las fiestas de fin de año para visitar a los abuelos. Los cinco primos Segarra no nos despegábamos por nada”, me cuenta Carmen. “Tal vez por eso, Alicia se va a estudiar Ciencias Naturales a La Plata conmigo”.
“Se viene el golpe del ´76. Poco tiempo antes, en enero, me caso con Ricardo Poce, con quien noviaba y militaba desde que habíamos terminado la secundaria en el Colegio Nacional de La Plata. En esos veranos compartidos antes del golpe, disfruté mucho de la relación entre Jorge y Ricardo, se divertían incumpliendo con todas las convenciones sociales y haciéndonos pasar vergüenza. Con esa amistad entre ellos, sentía que la vida de adultos que se avecinaba, iba a ser tan feliz como la niñez y adolescencia. Pero todo se truncó. En ese mismo año quedé embarazada de mi hijo mayor, Ramiro; en octubre secuestran al hermano de Ricardo y a su compañera. Alicia, que estudiaba y militaba en la misma facultad que yo, presencia el secuestro de su compañero de entonces en el centro platense. Mi hermana Adela, también embarazada, y Joaquín Areta, su compañero, también sufren la desaparición de gente cercana. Todos nos vamos de La Plata, y recalamos en el oeste del Gran Buenos Aires. En Mar del Plata solo quedaron Laura y Jorge, pero el cerco igualmente se cierra allí, allanan las casas de mis padres y de mis tíos. Y ellos también se van al oeste. Como si no hubiera otra posibilidad que la de estar cerca. Los cinco estábamos repartidos en distintas casas por Morón, Merlo y San Antonio de Padua. Y aunque no era conveniente por lo que implicaba, hacíamos ‘trampas’ para vernos, nos encontrábamos en las plazas o en los bosques de Palermo, como si no hubiera dictadura, como si pudiéramos conjurar el peligro. Adela y yo llevábamos a los bebés. Estar juntos era como una necesidad vital. A los veinte años no imaginás que te podés morir, ni mucho menos que te pueden matar”.
“Durante el Mundial 78 secuestran a mis tres primos y a Joaquín, mi cuñado. Los dos varones estaban en un bar, a Laura la sacan de su casa en Merlo junto con Pablito Torres Cano. De Alicia nunca tuvimos noticias de cómo fue su secuestro junto a Carlitos Mendoza. Ambas estaban embarazadas, Laura a punto de parir. Con Adela nos enteramos enseguida por mis tíos. Y en diciembre de ese año secuestran a mi esposo Ricardo. Fue insoportable no tenerlos más. Éramos militantes de base, tratábamos de insertarnos en los lugares de trabajo o en los barrios donde vivíamos, hacíamos tareas de difusión contra la dictadura y algunas de logística”.
“En enero del ´79, Adela y yo nos vamos a Brasil en un simulado viaje familiar con nuestros padres y sin nuestros hijos, dos semanas más tarde ellos y mis suegros nos traen los bebés, y luego de cuatro meses viajamos a Francia. Y así logramos sobrevivir”.
Y en este momento de la historia aparece la “santa” como dice el tango que cantaba mi padre: Negrita Segarra, la madre de Alicia, Jorge y Laura quien nunca llegó a tener a ningún nieto en sus brazos, y que se transformó en una Abuela con mayúsculas. La gran diferencia con la letra de Alfredo Lepera fue que ella no era ninguna “viejecita”, ya que solo tenía 44 años cuando secuestraron a sus tres hijos.
“Mi tía sacó fuerzas no sé de adonde y se puso al hombro la búsqueda de sus tres hijos desaparecidos. Nunca había estado en ninguna actividad política, pero aprendió y no se detuvo jamás. Convirtió a su casa en una oficina, alojaba a todos los militantes de derechos humanos que venían a Mar del Plata, y junto con referentes de otros organismos como Nenona Toledo difundieron lo ocurrido en Argentina, América Latina y Europa. Nunca logró conocer ni un solo dato del destino de sus hijos y nietos. Supe que, al poco tiempo de la desaparición de sus hijos, a veces se tomaba el tren hasta Buenos Aires y se quedaba durante horas dando vueltas en la estación de Constitución para ver si se los cruzaba, y luego se tomaba el tren de regreso. Pienso que de alguna manera el andar fue una marca en ella, nunca se detuvo, como la hormiguita viajera. Era difícil seguirle los pasos, nunca sabíamos cuando partía y hacia dónde, podía estar en Buenos Aires, en otro lugar del país o en el exterior. Cuando estaba en Mar del Plata, a veces se iba caminando hasta el puerto, era su manera de estar en paz, decía. No dejó de caminar casi hasta el final de sus días”.
“En el año 2000, mi tía fue una de las impulsoras del Juicio por la Verdad, y me vino a buscar para que nos integrásemos, ella tenía muy claro que había que incluir a organizaciones de la sociedad civil en esa querella, que no fueran solo de organismos. Y se logró algo inédito en el país cuando se sumaron la Universidad, varios colegios profesionales y el gremio de los docentes universitarios que yo integraba. Estos juicios, que no tenían un carácter punitivo, permitieron reconstruir la historia de la represión en Mar del Plata y mantener viva la llama de la justicia, que luego sería una política del estado argentino de la mano del presidente Néstor Kirchner. Años después y luego de que mi tío falleciera en el 2006, Negrita se fue apagando de a poco. La acompañamos y cuidamos hasta el último día que fue el 14 de julio de 2020. Era lo que se merecía y lo que correspondía, siempre pensé que mis primos lo hubieran hecho por mi mamá si hubiésemos sido nosotras las desaparecidas”.
Le pregunto a Carmen sobre la actualidad de sus recuerdos: “Sobre mis primos, puedo decirte que no tenerlos fue un castigo demasiado grande. Y que los seguimos extrañando, su recuerdo duele con la intensidad del primer día. ¿Sabés que durante años no pude ver los mundiales de fútbol? Recién en el último, pude disfrutar la alegría de mis hijos, mis nietos y mis sobrinos. Supongo que fue una especie de sanación, a pesar de que no hubo ninguna justicia para ellos”, cuenta Carmen con su sonrisa franca que siempre deja entrever algo de melancolía.
Porque aunque lo diga el tango, no hubo una guerra y no fue en Francia, y no hay silencio en la noche ni mucho menos todo está en calma. Porque aunque sobrevengan tiempos negacionistas que pretendan hacerla callar, ya hemos aprendido que tenemos que poner a caminar a la memoria, porque es la única manera de que lo sucedido no vuelva a ocurrir.
Tomado de Página 12