Internacionales

Ángel Guerra: la pluma y la espada

Por Luis Hernádez Navarro.

Ángel Guerra conoció a Gabriel García Márquez en el verano de 1975, en La Bodeguita del Medio, en La Habana Vieja. El escritor estaba acompañado de su hijo Rodrigo.

Desde hacía cuatro años, Guerrita, era el director de Bohemia, la más importante y antigua de las revistas cubanas.

El encuentro fue propiciado por el comandante Manuel Piñeiro, Barbarroja, encargado por Fidel Castro de la atención a los movimientos de liberación nacional, partidos políticos de izquierda de América Latina y el Caribe, a través del Departamento de América.

Según Ángel, él llevaba una larga lista de preguntas sobre Cien años de soledad. Pero pronto descubrió que sus comensales “estaban impresionados no sólo por los efectos del bloqueo de Estados Unidos en la vida cotidiana, sino por la inventiva desplegada por los cubanos y, en particular, las cubanas, para cocinar, hacer los quehaceres y cuidar su aspecto personal en medio de la escasez generalizada”.

De allí nació una entrañable amistad entre el escritor y el periodista, que le permitiría a Guerra llegar a México. En un momento complicado de su vida, Gabo lo recomendó para un trabajo en la Dirección General de Publicaciones de Conaculta. El consejo le envió la documentación oficial que necesitaba para obtener el permiso de salida de Cuba y la visa de trabajo acá. Llegó al DF en marzo de 1994.

El rompecabezas de su biografía se ha ido completando en largas conversaciones en viajes y encuentros. Su amigo Luis Suárez dio cuenta de una parte muy importante de ella. Ángel nació en Camagüey, el 12 de mayo de 1943. Comunista y antimperialista hasta el último soplo de su existencia, vivió en México sus últimos 29 años, comprometido con la Revolución cubana y las luchas emancipadoras.

Muy joven, mientras cursaba el bachillerato, se sumó a la lucha contra la dictadura de Fulgencio Batista, primero en Camagüey y luego en La Habana. Fue expulsado de la escuela en la capital por organizar una huelga estudiantil. Perseguido y sin posibilidad de refugio, su padre lo envió a Estados Unidos en abril de 1958. Un año después, regresó a Ciego de Ávila y se incorporó a las Milicias Nacionales Revolucionarias, formadas para defender la isla de las agresiones militares estadunidenses. Durante la invasión de Playa Girón fue comisionado para detener contrarrevolucionarios. Ángel conoció al Che Guevara en casa de su padre, porque el argentino comisionó al ingeniero Guerra para desarrollar las máquinas cubanas para cortar caña. Después, convivió con él en distintas ocasiones, como integrante de comisiones para atenderlo en Camagüey. Guerrita deseaba unirse a alguna guerrilla latinoamericana. Así se lo hizo saber insistentemente a Armando Hart. Finalmente, Hart lo llevó a trabajar a su lado en la secretaría de organización del Partido Comunista de Cuba. Se le abrió un nuevo mundo. Viajó al Congo y se vinculó con luchas de liberación africanas.

En octubre de 1967, comenzó a dirigir Juventud Rebelde. Encabezó la publicación hasta 1971, cuando pasó a hacerse cargo de Bohemia, cargo que ocupó hasta 1980. En esos 12 años conoció movimientos revolucionarios en los más distintos países, incluyendo las Panteras Negras de Estados Unidos y a figuras como Rudi Dutschke y Daniel Cohen-Bendit. Entabló, bajo la conducción de Barbarroja, con quien hizo una amistad entrañable, relaciones con la izquierda heterodoxa y la intelectualidad crítica latinoamericana. Entre sus muchas misiones estuvo la de construir puentes con el gobierno progresista del general Velasco Alvarado, en Perú.

Ángel consideraba a Francisco Martínez Heredia y su valoración de la positiva desmesura del proyecto isleño y su aventura intelectual a favor de un marxismo autónomo, como el más profundo de los pensadores surgidos tras la revolución de 1959. En 1972, Guerrita acompañó a Fidel Castro en la gira a países africanos y del bloque socialista europeo. Trabajó en la redacción de los comunicados conjuntos elaborados con las naciones anfitrionas. Las posiciones cubanas sobre el Cono Sur eran muy diferentes a la de los soviéticos y las repúblicas populares. En el viejo continente se desconocía el marxismo latinoamericano y la teoría de la dependencia. En La Habana, Piñeiro lo comisionó para informar a las guerrillas amigas de la isla las experiencias del viaje y hacer explícito que su internacionalismo no había cambiado.

Los artículos de Ángel en La Jornada, cada jueves a partir de 2000, fueron un erudito compendio de geografía política. Historia, economía, análisis de la coyuntura, se mezclaron con erudición para brindar una acabada visión de la lucha de clases en América Latina. No sólo se condensó la erudición de múltiples lecturas, sino el trato directo con una camada de dirigentes revolucionarios. Su trabajo como periodista tuvo tras de sí, muchos años de información privilegiada a la que accedió desde su labor conspirativa.

Cabrera se reunió varias veces con los guerrilleros guatemaltecos Rolando Morán y Mario Payeras; con los salvadoreños Schafik Hándal, y los comandantes Marcial y Ana María; con dirigentes Montoneros y del Ejército Revolucionario del Pueblo argentino; con los Tupamaros uruguayos; con los independentistas puertorriqueños y el Ejército de Liberación Nacional, de Colombia.

En 1980, dejó la dirección de Bohemia, en el marco de una creciente influencia de posiciones prosoviéticas en la isla. Sus nexos con el movimiento revolucionario latinoamericano se redujeron a su mínima expresión. Se dedicó a leer y a ganarse la vida. Aislado, tomó la difícil decisión de trasladarse a México, con ayuda de García Márquez. En 1994 comenzó aquí otra vida, sin abandonar nunca su fidelidad a la causa de la Revolución Cubana y las luchas antimperialistas. Lo posterior es otra historia. Pd. Un abrazo a su compañera sentimental, Mónica Martínez.

Tomado de La Jornada

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