¿En declive la hegemonía estadounidense?
Por Francisco Delgado Rodríguez.
La historia contemporánea de Estados Unidos puede abordarse desde diferentes ángulos, pero todo puede resumirse en su conversión y su permanente lucha por mantener su carácter de nación hegemónica.
El reconocido ensayista y poeta chino de principios del pasado siglo, Li Yutang, acuñó una frase apropiada para abordar esta interrogante: «El máximo de poder es la iniciación de la decadencia». Tal vez de eso se trata al momento de evaluar en qué situación está un sistema de poder representado en el imperio norteamericano, que estrenó justamente ese carácter al inmiscuirse en las luchas por la independencia de Cuba, en las postrimerías del siglo xix. Esa circunstancia probablemente nos otorga cierta autoridad para mostrar que ahora sí, en comparación con otros momentos, la hegemonía estadounidense comenzó un camino de irreversible declinación.
Lo anterior es bueno aclararlo antes que todo; no debe llevarnos al equívoco de que ese deterioro está consumado. Al imperio aún le quedan muchas reservas de índole militar, económica y de orden subjetivo, así como la experiencia para hacerlas valer.
La historia contemporánea de Estados Unidos puede abordarse desde diferentes ángulos, pero todo puede resumirse en su conversión y su permanente lucha por mantener su carácter de nación hegemón. Sin embargo, a estas alturas puede afirmarse, sin pecar de exceso de optimismo, objetivamente digamos, que estamos presenciando el ocaso de esta capacidad.
Como es sabido, el carácter de imperialismo del Estado norteamericano se expresa con nitidez en su política exterior, permitiendo que podamos medir con mayor precisión esta debacle, visto en los desaciertos que los hacedores de esa política internacional han tenido al menos en los últimos años, sin distingo de colores partidarios, aunque obviamente esa problemática se hizo más notoria con la administración Biden.
Desde luego, no se trata aquí de hurgar sobre la inteligencia de los responsables del ámbito exterior de las administraciones estadounidenses. Es algo peor, es volviendo a Li Yutang, que el máximo poder y los arrebatos asociados a este, condujeron al actual estado de cosas una vez arribado a la cima donde lograron ubicarse tras la Segunda Guerra Mundial, momento en que tuvieron su mejor oportunidad y que supieron aprovechar sobradamente.
La hegemonía debe ser vista como un sistema que articula factores de índole económico, vía expansión de las grandes corporaciones; a lo que se suma la imposición de valores ideológicos y culturales, y especialmente el poderío militar, que cumple el doble rol de darle más poder a la élite gobernante, con el complejo militar industrial como instrumento y, al unísono, imponer respeto, so pena de recibir un contundente golpe, que ha costado no menos de 20 millones de personas aniquiladas en los últimos años.
Mucho espacio nos llevaría detallar aquellos aspectos que, primero de forma solapada, y ahora abiertamente, tributan a la declinación de esa hegemonía. Van desde los aspectos económicos, con el ascenso de megaeconomías como la de China, pasando por la pérdida del predominio tecnológico en el ecosistema de las telecomunicaciones, la informática, la robótica, e incluso el ámbito aeroespacial, visto como el rostro amable del complejo militar industrial, que también enfrenta creciente competencia.
Parte fundamental de lo militar se asocia al poderío nuclear; sin embargo, la llamada amenaza nuclear, digamos el máximo de poder destructivo, está concebida justamente para quedar en eso, una amenaza, dada la imposibilidad de su empleo en virtud del empate catastrófico al que se le asocia.
En cuanto a la guerra convencional, y visto en perspectiva, después del desenlace de la Guerra de Corea, los ejércitos estadounidenses no han podido acreditarse más ninguna victoria, incluso allí donde asesinaron a millones de seres, siendo paradigmática la colosal derrota sufrida en Vietnam, em el que se cuenta que los b-52 made in usa fueron enfrentados con ballestas y con otras cosas que el pudor impide mencionar.
En el otro universo martirizado, el Oriente Medio, pletórico de combustibles fósiles, a la postre se repitió otra contundente derrota política, mostrando que, aunque la guerra es una extensión de aquella, tiene su propia lógica y principios.
Al cabo del tiempo, en los países atacados sobrevinieron gobiernos relativa o abiertamente hostiles a los intereses imperiales, tal los casos más sonados de Afganistán, donde una vez más los marines se amontonaron en aviones y helicópteros, al estilo de Saigón; vemos lo sucedido en Irak, cuyo parlamento ha expulsado reiteradas veces a los mismos marines, a pesar de ser el lugar en el que se dio la primera guerra televisada, para mostrar el poder de las bombas imperiales.
A propósito del Medio Oriente, y del genocidio que Israel perpetra contra el noble pueblo palestino, pudiera decirse que, más allá del desenlace de esta pesadilla, es probablemente uno de los ejemplos más abarcadores del declive. El efecto negativo sobre la imagen pública que está sufriendo el Gobierno de Biden es inconmensurable, tanto a nivel internacional como interno, algo que también nos recuerda a Vietnam. Desde su proverbial soberbia, el Gobierno israelí desoyó a los llamados demagogos a la moderación, de parte del Departamento de Estado. Es decir, ¿ni su firme aliado se le subordina? Es la pregunta puntual para evacuar.
Si esto no fuera suficiente, emerge de este conflicto la inesperada osadía de las milicias yemenitas. Se dice que Yemen es uno de los países más atrasados del mundo, se dice que es de los más débiles, de ahí lo inesperado. Nadie pudo predecir que el imperio fuera desafiado por una estructura militar por cierto informal, en un entorno de pobreza. No cuenta aquí que tengan apoyo iraní o cualquiera de las teorías conspirativas; el caso es que los yemenitas pusieron en vilo el paso en el estrecho de Bab el Mandeb, obstaculizando el flujo mercantil hacia la «Palestina ocupada», como le dicen a Israel, e incluso, se asegura que atacaron embarcaciones estadounidenses, una temeridad impensable hace unos años.
Más al sur y más al oeste, en África y en América Latina, el hegemón debe lidiar con la irrupción de permanentes muestras de indisciplinas de los pueblos y liderazgos, que construyen la manera de comenzar a procesar, probablemente, su segunda y definitiva independencia.
En la otra parte del mundo, en Ucrania, aledaño al llamado jardín eurooccidental, se desarrolla otro de los conflictos militares que, razonablemente, tendría un desenlace a favor de Rusia. De confirmarse esto, podría considerarse el golpe más demoledor para la OTAN, en especial de su liderazgo estadounidense. Algunos enfoques hablan incluso de un antes y un después; veremos.
A propósito de lo anterior, este conflicto arroja otra de las consecuencias que también conspiran contra la hegemonía estadounidense que, como bien sabemos en Cuba, apela a una extendida política de sanciones para neutralizar y dominar a sus adversarios, aunque en ciertos casos genera un efecto contrario; por caso Rusia, que emergió, al cierre de 2023, en la quinta economía del mundo.
En este punto es bueno insistir en el carácter genocida de esa política, en especial cuando se aplica a países con escasos recursos naturales, como es el caso de Cuba, que suma miles de millones de dólares en pérdidas, en las más de seis décadas de existencia del bloqueo.
La propia resistencia de la Revolución Cubana es quizá el más revelador ejemplo de las grietas en los afanes hegemónicos del imperio estadounidense.
A solo 90 millas de distancia de la Florida, con una desproporcionada diferencia a favor del vecino en materia demográfica, económica y, desde luego, militar, resulta francamente incomprensible para un observador desprevenido la capacidad de resistencia de Cuba. De ahí proviene, probablemente, la principal razón para que, más allá de los matices, la nación cubana no pueda esperar un perdón de la plutocracia estadounidense. La claridad estratégica en este aspecto es primordial, y nuestro desarrollo y nuestra soberanía, a los que tenemos todo el derecho del mundo, dependerán de nuestro coraje, de nuestra inteligencia, y nunca de la indulgencia del imperio.
Tomado de Granma/ Foto de portada: AFP.