Cuba

Cuba: Testimonios de combatientes en Girón

Por Coronel ® Nelson Domínguez Morera (NOEL)*.

 

 

 I) BAUTIZO DE FUEGO / Playa Larga

    Batería de morteros del BON 119 de las MNR

      Incorporada al 123

  

…..Héctor (artillero), en el único camión de la caravana, viajaba con unos pocos, delante del autobús donde se trasladaba Noel (2do jefe batería morteros) su primo hermano.

El camión era una peligrosa montaña de cajas de obuses de morteros de 82 mm., lo cual mantenía preocupado al primo hermano, que lo observaba a través del parabrisas del ómnibus…

La imponente caravana de 24 autobuses Leyland reinició su lenta marcha, dobló izquierda en Playa Larga y continuó por el arenoso terraplén hacia la playa
siguiente: Girón. Iban embelesados mirando el Houston arder y haciéndole bromas a Guerra, el negro cocinero, que desde el asiento delantero era el
único que escrudiñaba el cielo, infructuosamente en busca de aviones enemigos.

Transcurrieron unos breves minutos hasta que espantado y señalando hacia el cielo, Guerra dio la voz de alarma….¨ ¡Ahí vienen los hijos de puta! ¨…..
Dos aviones -B-26 picaron sobre la caravana, la cual transitaba desprovista del necesario apoyo antiaéreo, que la premura o la inexperiencia no alcanzó
a incorporar.

El chofer del autobús, un civil, solo atinó abrir la puerta delantera y ponerse a buen recaudo. Los demás lo hicieron atropelladamente, corriendo por el pasillo del autobús hasta ganar la puerta delantera para salir a la mayor velocidad posible con la esperanza de guarecerse entre el terraplén y el arrecife.

Noel echó una mirada al primer avión y como estaba pintado con nuestras insignias, se sintió transitoriamente aliviado. Esta sensación terminó bruscamente cuando el tirador de cola del aparato comenzó a escupir plomo de su calibre 50 contra los vehículos estancados en el camino de gravilla blanca.

Era el bautizo de fuego. Todos indefensos, con armas ligeras insuficientes para enfrentar aquella vorágine de ametrallamientos sucesivos realizados por
los vuelos de pases rasantes. Las piezas de los morteros habían quedado en los autobuses, como también quedó Galarraga (Enrique Galarraga Rodríguez), el espigado y alegre negro alfabetizador, quien no pudo abandonar el ómnibus e intentó guarecerse en el espacio entre el último escalón y la puerta trasera, que desgraciadamente se encontraba cerrada.

Las primeras ráfagas lo alcanzaron, por lo que resultó herido.
Posteriormente, cuando era trasladado hacia el hospital en una ambulancia, esta fue atacada, a pesar de llevar visible la identificación de la Cruz Roja. Un avión enemigo descargó sus ametralladoras contra el vehículo, lo cual le causó la muerte. Fue el primero de los mártires de la batería.

El resto de la desorganizada tropa, atrapada entre los arrecifes y el terraplén, totalmente a la descampada, solo atinaba a mirar al cielo y ver las lengüetas de fuego sobre ellos…

Cuando pensaron que lo peor había pasado, comenzaron otras estridentes explosiones unidas a un abrazador impacto de calor sofocante. “¡Están bombardeando con napalm!¨ se escuchó un gritó de alguien que no ocultaba el temor que sintió en aquel momento. Efectivamente, de los aviones se veían caer unos bultos que sin un orden o dirección precisos, descendían rápidamente dando irregulares vueltas y al chocar con cualquier superficie – ómnibus, arrecifes o peor aún, sobre cuerpos humanos-, explotaban. Su contenido se expandía de inmediato por metros que parecían leguas, diseminando a su alrededor un fuego brillante, potente y gelatinoso.

Algunas de las víctimas alcanzadas por aquella sustancia, envueltas por el fuego y desesperadas, corrieron hacia el mar cercano, se hundieron en él para volver a salir en idénticas condiciones: el cuerpo en llamas y lanzando terribles alaridos. “¡Revuélcate, revuélcate en la arena!¨ vociferaban los más ecuánimes, presumiendo de una experiencia, por demás, nunca antes conocida y sin embargo, solo así se lograban apagar aquellas impresionantes antorchas humanas…las primeras víctimas del napalm que después de aquel experimento, incrementaron los gringos en Viet Nam.

 

II) DESTROYERS USA / Playa Girón, Victoria

 

… Mientras Noel disfrutaba viendo la ocupación de los camiones y  jeeps pertenecientes al enemigo, fijándose particularmente en uno que personalmente conducía Ameijeiras (Efigenio, Jefe PNR) su primo hermano Héctor se ocupaba de reagrupar a los morteristas, esperando nuevas instrucciones. Entonces Noel se fue acercando a la costa  donde le llamó la atención el acelerado emplazamiento por nuestras tropas de una batería de cañones 122 mm de largo alcance.

Un poco apartado, de espaldas hacia él, un hombre alto y corpulento,  mirando por prismáticos hacia el mar, impartía órdenes a otro que  agachado por el peso del transmisor que cargaba en sus espaldas, transmitía  por un micrófono que sostenía en la mano. Se sorprendió al verlo tan cerca. Era el mismo a quien había sufrido tanto por sus exigencias en la Escuela de Milicias de Matanzas, ahora devenido en el respetado y reconocido por todos, Jefe de Operaciones de aquellos  encarnizados combates, el capitán José Ramón Fernández Álvarez.

El “Gallego” Fernández, escudriñaba el horizonte valiéndose de los prismáticos e impartía órdenes por la planta de radio, solicitando urgente el envío de nuestros aviones. Era necesario  ametrallar las barcazas de goma que había arrojado al mar un destroyer norteamericano que asomaba en el horizonte. Este era el último recurso para que los mercenarios, derrotados y a la desbandada, pudieran evadirse en el navío de guerra de la armada norteamericana.  El cual se  mostraba en la lejanía como un gigante a la expectativa, sin entablar combate, pero presente, apoyando a sus miserables gusanos.

Los inoperantes morteros del batallón, yacían por los alrededores, al igual que los integrantes de la batería, quienes desesperados buscaban  agua y comida. De repente, una estruendosa explosión  dejó sordo del todo y atolondrado al 2do jefe de la batería de morteros del 119, que se dedicaba a curiosear.  Una de las dotaciones milicianas que integraban la primera de las piezas de artillería de 122  mm.,  sin encomendarse a nadie y por sus santos cojones, abrió fuego con un tremendo disparo contra el lejano destroyer, lo cual  levantó  una inmensa columna de agua muy cerca del mismo.

Todavía estaba él anonadado, deambulando con la sordera y la vista nublada, cuando la segunda pieza manipulada por los jóvenes artilleros arremetió con el próximo y descomunal cañonazo. Aquello fue como si lo hubieran noqueado.  Estaba tan aturdido que no entendía a “El Gallego” Fernández.

Este la había emprendido  a gritos, gesticulaba, pero  él estaba ido,  no entendía.  De pronto se dio cuenta que “El Gallego” estaba ordenándole algo, que comprendió más por su mímica que por lo auditivo…  “¡Miliciano! ¡Dígale a esos irresponsables artilleros que paren de inmediato el tiro!¨ ¨ ¡Si ese buque responde el fuego, aquí no queda  ni polvo!¨.

El bisoño 2do Jefe de la batería, comprendió rápida y oportunamente. Quien le hablaba a gritos, era un jefe militar cualificado como casi ningún otro, con experiencia  en academias, incluso estadounidenses, desde antes de la Revolución, lo que había demostrado fehacientemente en este batallar. 

No esperó más, corrió con todas sus fuerzas para tratar de persuadir, de hacerse entender, por aquellos entusiastas valientes, quienes pensaban que  “se la estaban comiendo” emprendiéndola contra un destroyer  yankee que solo había estado en aparente expectativa. Digo había estado, porque al tronar el tercer disparo, que casi lo alcanza, cambio su presunta posición defensiva que lo mostraba lateral hacia ellos y  puso   la proa frontal hacia la costa, apuntando a las tropas cubanas y en completa posición de tiro.

El viejo Carreras (Enrique Carreras) apareció entonces en el cielo, respondiendo  la solicitud que Fernández  impartiera por el sistema de radio. Piloteaba  su gastado avión de combate B 26, lo acompañaba  otro de la maltrecha Fuerza Aérea Revolucionaria.  Ambos aviones  picaron sobre  las innumerables barcazas de goma disparando  un nutrido fuego de sus ametralladoras, hasta que las hundieron. El representante imperial, silencioso y también derrotado, testigo  de su incapacidad, optó entonces por retirarse humillado, sin participar en el resto del combate y dejando a su libre albedrio a los mercenarios.

Los valientes, aunque inexpertos artilleros,  lo despedían desde la arenosa costa, con burlas y abrazos entre ellos, de los que hicieron partícipe también a Noel, pero sobre todo, al espigado y ríspido “Gallego” Fernández, aunque este siempre mantuvo  su compostura, de apariencia con hidalguía guerrera, típica de nuestra oficialidad mambisa, tan inusual en aquel entorno….

(*) Periodista de Prensa Latina y combatiente de Playa Girón.

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