Internacionales

Más de seis décadas de la injerencia de la CIA en Venezuela (I)

Por José Luis Méndez Méndez* / Colaboración Especial

Resumen Latinoamericano

Desde el más reciente caso del candidato presidencial Edmundo González Urrutia, promovido por la contrarrevolución, fracasado en las urnas y buscado por la Justicia de Venezuela por instigar al terrorismo, la injerencia de la CIA, agencia de la Comunidad de Inteligencia, encargada de instrumentar la política exterior de Estados Unidos, no la única, particularmente diseñada para alcanzar sus objetivos sin escatimar escrúpulos, medios ni métodos en pos de un fin.

Más de seis décadas, las recientes, en el panorama venezolano ese aparato estadounidense ha estado omnipresente para retener las enormes riquezas de ese país al patrimonio imperial, ese es el verdadero propósito, todo lo que se invoque son pretextos. Poco importa la democracia ni los derechos humanos ni el bienestar del pueblo venezolano es pura retórica de la más sórdida. Esta historia es real y continua.

Las protestas urbanas aumentaron en Venezuela en los meses finales de 1960, al extremo que el entonces presidente Rómulo Betancourt apeló a la fuerza militar para imponer el orden por medio del terrorismo de Estado. Mientras su política reaccionaria, también, aupaba al derrocamiento de la emergente Revolución cubana.

El proceso provocador se incrementó y para principios de 1961 la Embajada de Venezuela en La Habana se había convertido en un cubil de torturadores, contrarrevolucionarios y batistianos, hasta llegar a una cifra elevada. Los diplomáticos venezolanos, tenían instrucciones de mantener una política de puertas abiertas en la sede diplomática; utilizaban sus autos amparados en la condición diplomática para introducirlos y sacarlos a fin de  participar en reuniones conspirativas.

Esta situación se agravó en junio de ese año, cuando las autoridades cubanas denunciaron el caso particular de tres asilados, que fueron detenidos el 24 de junio por las autoridades locales cuando se conjuraban en una reunión en un barrio capitalino. El 30 de junio la Embajada venezolana presentó al MinRex de Cuba una nota de renuncia de asilo de los conspiradores, cuando ya llevaban seis días detenidos.

Mientras esto sucedía en La Habana, la sede cubana en Caracas era hostigada; en varias ocasiones se efectuaron disparos contra sus instalaciones y funcionarios; además, se recibían llamadas intimidatorias conminando a la ruptura de relaciones o correr el riesgo de permanecer asediados y en peligro para sus vidas.

Una campaña mediática se desató contra los diplomáticos cubanos en Venezuela, por la radio, televisión y prensa nacional; todo ello se sumó al libelo contrarrevolucionario Debate, dirigido por el inveterado enemigo de las revoluciones en ambos países, Salvador Romaní Orúe, identificado por la CIA como su agente con el criptónimo de Cirake-3, difamador profesional de ambos procesos y quien se destacará décadas después por su accionar subversivo en los sucesos que se derivaron tras el intento de golpe de Estado en Venezuela el 11 abril del año 2002.

Esa agencia creó un llamado Frente Sindical  Democrático de América Latina con sede en Venezuela, este tenía como principal figura a Eusebio Mujal Barniol, sindicalista cubano que respondía a los intereses del tirano Fulgencio Batista Zaldívar y su matriz  en Estados Unidos era dirigida por Maxwell Raab ex miembro del gabinete del presidente estadounidense David Eisenhower.

Diseños como este están dispersos por toda la región, son medios para subvertir y desestabilizar países. Todo lo relacionado con ese engendró se encriptó con el nombre de Cirake, sus agentes se les relacionaba de esa manera, Cirake-1 era José Sobrino Duquez, mientras Romaní Orue era el mencionado Cirake-3, evaluado por sus superiores en la agencia como de extrema confianza y utilidad. Un cable de la CIA, procedente de Caracas, fechado 6 de marzo de 1964, lo certifica: “periodista extranjero en Venezuela, que tiene amplios contactos en la comunidad cubana exiliada y que ha sido un reportero confiable sobre las actividades del exilio…”.

La CIA contaba con el apoyo incondicional de los gobernantes de turno, sus tentáculos los tenía diseminados por todo el tejido económico, político, social y hasta represivo del país. Sus agentes infiltrados en la Dirección General de la Policía, DIGEPOL, llevaban el cripto de CIRASH. Este cuerpo represivo fue mejorado en 1969, con la fundación de la Dirección de Servicio de Inteligencia y Prevención, DISIP, donde ese agencia insertó a doce de sus mejores agentes de origen cubano, entre ellos al criminal Luis Clemente Posada Carriles denominado CIFENCE-3.

Toda la cúpula ejecutiva de ese instrumento de terror en Venezuela, eran asalariados de la agencia estadounidense, su Director General el cubano Orlando García Vázquez, jefe además de la seguridad personal del presidente Carlos Andrés Pérez, aparece en los archivos de la CIA, como WKTANGO-1, la DISIP, era WKSCARLET, como órgano. El referido Posada Carriles en momentos fue WKSCARLET-3

De regreso a cómo la CIA desde Venezuela intentaba derrocar a la Revolución cubana, es conocido que se articuló un mecanismo provocador entre los funcionarios del Ministerio de Relaciones Exteriores de Venezuela, la policía y los contrarrevolucionarios, que recibían de forma oportuna la debida protección para organizar provocaciones y amenazas contra delegaciones, correos diplomáticos, y todo viajero llegado de Cuba en representación de sus autoridades. Con total impunidad se les hostigaba, agredía, provocaba, y dilataban sus trámites migratorios y aduanales.

 El 8 de agosto es denunciado el documento secreto enviado al embajador estadounidense en Venezuela Teodoro Moscoso. En ese mismo mes la CIA amplía y fortalece sus estructuras operativas en su estación de Caracas; experimentados oficiales son trasladados de su estructura especializada WH-3, Hemisferio Occidental No. 3, un grupo especializado, creado por esa agencia para preparar el derrocamiento de la Revolución cubana.

El testimonio de uno de los seleccionados, el oficial Joseph Burkholder Smith, aparecido en su libro Retrato de un Guerrero Frío, revela y expone con toda nitidez las pretensiones de la administración “demócrata” de John F. Kennedy por evitar que en Venezuela se produjeran cambios democráticos. De hecho, Burkholder expresa: “Cuando asumí la responsabilidad de la sección venezolana en agosto de 1961, todavía no estaba claro qué ocurriría respecto a Cuba, pero el Presidente le había ordenado a la Agencia (CIA) que garantizara poner fin a los esfuerzos de Castro por exportar su revolución en el hemisferio. Venezuela era uno de los lugares que Castro había seleccionado como objetivo prioritario para realizar la revolución. La razón era clara –el petróleo–. No era sólo el hecho de que Castro pudiera utilizar el petróleo para sí, sino que la idea de que un gobierno marxista bajo su influencia le negara a los Estados Unidos su principal fuente de crudo del exterior era una idea a acariciar. Cuando analicé los activos de la estación de Caracas, con franqueza me sentí desalentado respecto a la posibilidad de detenerlo”.

Según este oficial de la CIA ya retirado, los esfuerzos de la estación de la CIA estaban concentrados en conocer a la policía de Rómulo Betancourt, quien el 7 de diciembre de 1958 había resultado electo presidente de Venezuela, era fundador y líder del partido Acción Democrática. Su gobierno autoritario y derechista estuvo identificado con Estados Unidos. En su mandato creó diferentes cuerpos represivos, entre estos la mencionada DIGEPOL, la llamada PALPOL, la PTJ, la tenebrosa Casa Gris, la SIM, la SIP y los llamados terribles “Sotopoles”.

Aun así, la CIA no confiaba en ellos. Con el derrocamiento del dictador Marcos Pérez Jiménez se habían producido cambios y había dudas sobre el supuesto pasado oculto de Betancourt, de quien se decía que había tenido ideas comunistas en algún momento de su vida política.

El presidente John F. Kennedy había dado órdenes expresas de realizar acciones para evitar el avance de la influencia revolucionaria de la Revolución cubana por medio de su ejemplo, lo que se generalizó entonces como “exportar revolución”, si eso fuese posible y si las ideas no estuvieran acordes con las exigencias del momento histórico. Un vasto plan de contrainsurgencia se puso en marcha por esa administración norteamericana para diseminar por toda América Latina asesores para los cuerpos represivos, muchos de ellos seleccionados dentro de la cantera amplia de sus agentes captados entre los mercenarios de origen cubano, que habían sido derrotados en la invasión que fracasó en Playa Girón.

La estación de la CIA local no estaba preparada entonces para cumplir esa misión y debía cambiar. Según Burkholder, en julio de 1961 el dinero sobraba para subvertir el orden interno de Venezuela. Se había asignado una partida adicional de diez millones de dólares, que era entonces una cifra considerable. Ni en ese país ni en otros del área, susceptibles del ejemplo cubano, había proyectos específicos en qué invertir para alcanzar los objetivos presidenciales. El reto era lograr la capacidad inmediata para realizar operaciones políticas de influencia y recopilar información certera y oportuna, que pudiera pronosticar e influir en el curso político del país acorde con los intereses estadounidenses, que desde hacía años añoraban controlar los enormes recursos naturales de Venezuela en explotación y sus reservas. Este era, ha sido y es el verdadero afán de dominación.

(*) Escritor y profesor universitario. Es el autor, entre otros, del libro “Bajo las alas del Cóndor”, “La Operación Cóndor contra Cuba” y “Demócratas en la Casa Blanca y el terrorismo contra Cuba”. Es colaborador de Cubadebate y Resumen Latinoamericano.

Foto: El Espectador

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