Internacionales

Miguel Enríquez: la construcción del poder popular y los pobres del campo y la ciudad

Por Carlos Torres

Quizás a 50 años de su partida recordamos a Miguel con mayor nostalgia que en otros momentos de la historia, probablemente debido a la orfandad en la que se encuentra la izquierda y el movimiento popular.

Nos encontramos en uno de los momentos más adversos desde el golpe de Estado de 1973. Enfrentamos el reflujo más complejo del movimiento social y el repliegue profundo de sus organizaciones políticas y sociales. Carecemos de una perspectiva anticapitalista y antineoliberal que pueda convocar y cuestionar el régimen neoliberal que sirve de bastidor al sistema político, léase las fuerzas políticas de derecha, centro y centro izquierda; todas expresiones que cohabitan y compiten por quien administra más eficientemente el modelo actual.

Eficiencia que se mide por vectores de la acumulación vertiginosa y piramidal de la renta que produce el extractivismo sobre el salario y la vida natural. El trabajo y el medio ambiente son medidos como externalidades funcionales al proceso de acumulación acelerada del capital, sin importar los efectos destructivos múltiples para la vida y el futuro de la Humanidad. Estamos enfrentados a una clase política indolente ante el clamor de justicia social. En tanto la democracia es reducida a ciertas formalidades necesarias para el funcionamiento del régimen neoliberal.

El neoliberalismo percibe la democracia como una circunstancia histórica, pero no la concibe como un proyecto consustancial de la libertad económica. En ese sentido, entiende que la libertad a la que apela trasciende el imaginario político de la democracia. Es decir, podría haber neoliberalismo sin democracia, tal como fue concebido en Chile.Las luchas del presente navegan por océanos de confusión, sectarismo enfermizo, abandono de premisas históricas y mutaciones múltiples; parece ser la era de los conversos de viejo y nuevo cuño, evocando frases de Mónica Echeverría. La conversión como fenómeno ideológico irrumpe con el viraje del eurocomunismo y la renovación de los socialistas chilenos que los ha llevado a un derrotero sin final ni fronteras: unos impulsaron el despojo y otros lo consintieron y en el presente mirar hacia el techo les parece más cómodo que enfrentar su conversión al liberalismo socialdemócrata, aceptando las reglas del juego legadas por la dictadura. Es el despojo de los bienes comunes y del trabajo bajo la égida del capital liberado de las amarras del alicaído Estado.

Las características de la dirección política del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) bajo el liderazgo de Miguel nos conferían certidumbres y horizontes de victoria, el camino se hacía expedito y el pueblo y sus organizaciones percibían el cambio de rumbo. La toma del poder (por la clase obrera y el pueblo) y la construcción del socialismo (anticapitalista) eran la hoja de ruta que conducía nuestros pasos emancipadores. Se trataba de liberar a las clases populares de la dominación del poder burgués y enrumbar hacia una nueva sociedad, dotados de una nueva forma de enfrentar la política, recapitulando la actitud de Miguel, que fue probablemente el más elocuente al respecto: fraterno, solidario y dispuesto a jugarse la vida por la revolución, ello incluía a sus compañeros y compañeras. No obstante, como recuerda Carmen Castillo, “cada acción de nuestros días, el menor gesto en ese lugar, (era) realizado como si fuera el último. Ni una componenda, ninguna ligereza, ninguna flaqueza que hubiera que reparar al día siguiente. No teníamos tiempo para eso. La belleza de la vida”.

El poder de los obreros y campesinos y el socialismo no eran, ni son, un proyecto de vanguardias iluminadas para su propia redención ni superioridad ideológica o moral por encima del capitalismo. Se trataba, como anunciaba Miguel, de construir el poder de los obreros y campesinos y sectores subordinados y oprimidos de la sociedad para iniciar la marcha hacia la nueva sociedad.

Es decir, en palabras de Lucía Sepúlveda, “Miguel y el MIR concibieron a la clase obrera como la fuerza motriz de la revolución y, sin embargo, supieron identificar a los sectores sociales no representados y marginados, en los cuales el MIR logró su desarrollo más dinámico, aunque no logró tener una presencia considerable en la clase obrera de la gran industria debido a la influencia de las políticas reformistas”.

Los alcances históricos de esta afirmación son fundacionales en la visión y perspectiva del liderazgo de Miguel. La clase obrera del siglo XX por su dimensión y tradiciones políticas constituía una fuerza social insuficiente para transformar el capitalismo dependiente de Chile; su fortaleza indiscutible requería de las llamadas fuerzas auxiliares y explosivas debido a las carencias en las que las mantenía la economía capitalista; ellos verdaderamente no tenían nada que perder.

No obstante, las ideas de Miguel apuntaban igualmente a romper no solo con los límites de la legalidad autoritaria del capitalismo (burgués), sino que también con el limitado imaginario de la izquierda tradicional e incorporar a la ciudadanía política a sectores sociales de menor impacto, pero de un poder simbólico y material anclado en la sociedad, dado su origen campesino y amarre poblacional, marginal, como denominaba la casta en el poder. En esa misma dirección, aunque con otra proyección social, se encontraba el pueblo cristiano y sus comunidades de base las cuales tal como otros sectores del país se hallaban en disputa con la jerarquía eclesiástica. Allí el MIR logra romper el cerco ideológico y cultural de la izquierda tradicional para ampliar su base social e influencia política, lo cual será más evidente hacia fines del gobierno de Salvador Allende y durante la dictadura, como bien sabemos.

La lucha política, como insistía Miguel, se mostraba al descubierto y todos los sectores y ámbitos de la cultura, la economía y la política se manifestaban en tensiones y confrontaciones en los lugares de trabajo, educacionales y la esfera pública en general. En esos espacios la militancia del MIR debatía en profundidad y con urgencia para construir y acumular fuerzas para la revolución y el socialismo. Miguel también alertaba, en un llamado al conjunto de la izquierda, que “no estamos asistiendo al crepúsculo de una revolución. El largo y difícil camino de la revolución obrera y campesina recién comienza. Reagrupémonos para los combates decisivos que se avecinan”. Un llamado que tuvo eco limitado en una izquierda indefinida y vacilante. La vehemencia de Miguel Enríquez se manifestaba mucho más allá del discurso, articulaba aspectos que, por la premura y corta vida política del MIR, apenas fueron esbozados y en algunos casos alcanzaron a sentar bases embrionarias para construir la fuerza social proporcional para darle impulso estratégico a la lucha por la toma del poder. Se trataba de construir un poder alternativo al existente y disputarle la hegemonía al capitalismo en todos los terrenos, como sostenía Miguel. En otras palabras, se trataba de construir poder popular afincado en los sectores sociales que hacían funcionar y producir el país. Para hacer prevalecer la democracia popular.

Como es sabido el socialismo no empezó a construirse en los países de capitalismo avanzado y con una clase obrera industrial numerosa y experimentada, sino en países de incipiente desarrollo capitalista, de población predominantemente campesina y subproletaria; los pobres del campo y la ciudad. Por lo tanto, fue necesario desarrollar una lectura nueva de las características sociales, políticas y culturales de la sociedad chilena. Es necesario en el presente definir las características actuales de este país para identificar una matriz de análisis actual e impulsar las transformaciones que necesitan los sectores sociales subordinados. Que en Chile el capitalismo haya transformado el país no implica que los problemas del mundo del trabajo se hayan corregido. Esa tarea Miguel la entendía con gran lucidez; era menester conocer el funcionamiento y desenvolvimiento de las relaciones productivas y sociales y evaluar las contradicciones principales y las secundarias que atizaban la lucha de clases y la lucha política.

Medio siglo después del 5 de octubre de 1974, seguimos con la memoria y la vida integradas a lo que somos en tanto seres humanos que no olvidan, no tranzan ni negocian con formas de justicia que permiten la impunidad.El mundo ha cambiado y el sistema capitalista también, pero las mayorías oprimidas, no han cambiado sus condiciones de vida; la violencia y los abusos tampoco han cambiado, salvo en su forma. Vivimos tiempos de barbarie y Estados policiales y algunos quieren militarizar la existencia humana. Confrontados a dilemas históricos de proporciones colosales, no podemos eludir nuestro papel ni responsabilidad; todas las luchas por la emancipación son también nuestras, las movilizaciones de todos los sectores oprimidos son nuestra preocupación y acción. Seguimos el camino de superar el capitalismo, su voracidad extractivista y su poder destructivo.

La profunda brecha que divide al país se demuestra en el reciente estudio de la Fundación Sol: “el 55% de las personas trabajadoras en Chile no logra sacar a una familia de la pobreza». El último estudio de la Fundación Sol reveló que el 50% de los trabajadores y trabajadoras en Chile gana menos de $583 mil líquidos y que dos de cada tres asalariados recibe menos de $780 mil líquidos. La pertinencia del liderazgo de Miguel sigue teniendo validez a la luz de la debacle social que vive la mayoría del pueblo de Chile.

No es casualidad que se hayan escrito múltiples canciones, poemas, documentales, obras de teatro y musicales, como también ensayos, artículos, reportajes, libros, críticas y análisis sobre el papel de Miguel Enríquez como dirigente revolucionario, a pesar de sus cortos 30 años y su incuestionable consecuencia y sin tregua hasta el último hálito. Al igual que el presidente Salvador Allende, Miguel, el secretario general del MIR, sabía mejor que nadie que no se rendiría ante el designio perverso de la Historia.

La conversión es un fenómeno reciente y desconocido en la izquierda y el pueblo, eso lo aprendimos de las luchas populares y de la lucidez de Miguel Enríquez, es decir, no debemos perder jamás la coherencia y el compromiso con el pueblo, sus derechos y su dignidad. Por ello, es clave la memoria política y documentarla es un imperativo, no como ceremonia litúrgica, sino más bien como necesaria referencia histórica para no confundir el rumbo y el camino hacia el bien común.

Las características de la dirección política del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) bajo el liderazgo de Miguel nos conferían certidumbres y horizontes de victoria, el camino se hacía expedito y el pueblo y sus organizaciones percibían el cambio de rumbo. La toma del poder (por la clase obrera y el pueblo) y la construcción del socialismo (anticapitalista) eran la hoja de ruta que conducía nuestros pasos emancipadores. Se trataba de liberar a las clases populares de la dominación del poder burgués y enrumbar hacia una nueva sociedad, dotados de una nueva forma de enfrentar la política, recapitulando la actitud de Miguel, que fue probablemente el más elocuente al respecto: fraterno, solidario y dispuesto a jugarse la vida por la revolución, ello incluía a sus compañeros y compañeras. No obstante, como recuerda Carmen Castillo, “cada acción de nuestros días, el menor gesto en ese lugar, (era) realizado como si fuera el último. Ni una componenda, ninguna ligereza, ninguna flaqueza que hubiera que reparar al día siguiente. No teníamos tiempo para eso. La belleza de la vida”.

El poder de los obreros y campesinos y el socialismo no eran, ni son, un proyecto de vanguardias iluminadas para su propia redención ni superioridad ideológica o moral por encima del capitalismo. Se trataba, como anunciaba Miguel, de construir el poder de los obreros y campesinos y sectores subordinados y oprimidos de la sociedad para iniciar la marcha hacia la nueva sociedad.

Es decir, en palabras de Lucía Sepúlveda, “Miguel y el MIR concibieron a la clase obrera como la fuerza motriz de la revolución y, sin embargo, supieron identificar a los sectores sociales no representados y marginados, en los cuales el MIR logró su desarrollo más dinámico, aunque no logró tener una presencia considerable en la clase obrera de la gran industria debido a la influencia de las políticas reformistas”.

La lucha política, como insistía Miguel, se mostraba al descubierto y todos los sectores y ámbitos de la cultura, la economía y la política se manifestaban en tensiones y confrontaciones en los lugares de trabajo, educacionales y la esfera pública en general.  En esos espacios la militancia del MIR debatía en profundidad y con urgencia para construir y acumular fuerzas para la revolución y el socialismo. Miguel también alertaba, en un llamado al conjunto de la izquierda, que “no estamos asistiendo al crepúsculo de una revolución. El largo y difícil camino de la revolución obrera y campesina recién comienza. Reagrupémonos para los combates decisivos que se avecinan”. Un llamado que tuvo eco limitado en una izquierda indefinida y vacilante. 

La vehemencia de Miguel Enríquez se manifestaba mucho más allá del discurso, articulaba aspectos que, por la premura y corta vida política del MIR, apenas fueron esbozados y en algunos casos alcanzaron a sentar bases embrionarias para construir la fuerza social proporcional para darle impulso estratégico a la lucha por la toma del poder. Se trataba de construir un poder alternativo al existente y disputarle la hegemonía al capitalismo en todos los terrenos, como sostenía Miguel. En otras palabras, se trataba de construir poder popular afincado en los sectores sociales que hacían funcionar y producir el país. Para hacer prevalecer la democracia popular.   

Como es sabido el socialismo no empezó a construirse en los países de capitalismo avanzado y con una clase obrera industrial numerosa y experimentada, sino en países de incipiente desarrollo capitalista, de población predominantemente campesina y subproletaria; los pobres del campo y la ciudad. Por lo tanto, fue necesario desarrollar una lectura nueva de las características sociales, políticas y culturales de la sociedad chilena. Es necesario en el presente definir las características actuales de este país para identificar una matriz de análisis actual e impulsar las transformaciones que necesitan los sectores sociales subordinados.  

Que en Chile el capitalismo haya transformado el país no implica que los problemas del mundo del trabajo se hayan corregido. Esa tarea Miguel la entendía con gran lucidez; era menester conocer el funcionamiento y desenvolvimiento de las relaciones productivas y sociales y evaluar las contradicciones principales y las secundarias que atizaban la lucha de clases y la lucha política.

Cada palabra, párrafo o borrador que se ha escrito con relación al MIR lleva la impronta de la derrota sufrida por el conjunto de la izquierda; llevamos a cuestas una tragedia que con saña el capitalismo descargó contra el pueblo de Chile.

Acá seguimos y ciertamente con el afán de trabajar desde la voluntad política de modo de incidir en los espacios de resistencia cultural y política y enfrentar a las estructuras dominantes neoliberales. 

Medio siglo después del 5 de octubre de 1974, seguimos con la memoria y la vida integradas a lo que somos en tanto seres humanos que no olvidan, no tranzan ni negocian con formas de justicia que permiten la impunidad.

El mundo ha cambiado y el sistema capitalista también, pero las mayorías oprimidas, no han cambiado sus condiciones de vida; la violencia y los abusos tampoco han cambiado, salvo en su forma. Vivimos tiempos de barbarie y Estados policiales y algunos quieren militarizar la existencia humana. Confrontados a dilemas históricos de proporciones colosales, no podemos eludir nuestro papel ni responsabilidad; todas las luchas por la emancipación son también nuestras, las movilizaciones de todos los sectores oprimidos son nuestra preocupación y acción. Seguimos el camino de superar el capitalismo, su voracidad extractivista y su poder destructivo.

La profunda brecha que divide al país se demuestra en el reciente estudio de la Fundación Sol: “el 55% de las personas trabajadoras en Chile no logra sacar a una familia de la pobreza». El último estudio de la Fundación Sol reveló que el 50% de los trabajadores y trabajadoras en Chile gana menos de $583 mil líquidos y que dos de cada tres asalariados recibe menos de $780 mil líquidos. La pertinencia del liderazgo de Miguel sigue teniendo validez a la luz de la debacle social que vive la mayoría del pueblo de Chile.

No es casualidad que se hayan escrito múltiples canciones, poemas, documentales, obras de teatro y musicales, como también ensayos, artículos, reportajes, libros, críticas y análisis sobre el papel de Miguel Enríquez como dirigente revolucionario, a pesar de sus cortos 30 años y su incuestionable consecuencia y sin tregua hasta el último hálito. Al igual que el presidente Salvador Allende, Miguel, el secretario general del MIR, sabía mejor que nadie que no se rendiría ante el designio perverso de la Historia.

Le decimos a Miguel Enríquez que su turno es verdaderamente hoy; que sus ideas y su proyecto contra el imperialismo y todas sus representaciones materiales y mentales, contra el dogmatismo, tienen la fortaleza y el vigor de la vida, tienen la vivencia íntima del hombre que lucha por la libertad del hombre. «Por eso, Miguel Enríquez, ahora que es nuestro turno también, acompáñanos”. (Rosario Alfonso Parodi)

El titánico esfuerzo por superar el tiempo adverso que enfrenta la Humanidad en Gaza y Ucrania nos exige asumir el gran desafío de también luchar por la paz y la solidaridad. Y tener la capacidad, en Chile, de acompañar la reivindicación cultural y territorial del Pueblo Nación Mapuche. Igualmente, a cinco años de la Revuelta Social nos identificamos plenamente con las demandas del estallido que demostró que las voces de la calle todavía no han dicho la última palabra.

Podemos declarar, en este confuso trance histórico que, aunque nos acompañó por un breve lapso de vida, Miguel Enríquez y su ejemplo sigue concitando a innumerables grupos y colectivos a estudiar su vida y compromiso con los pobres del campo y la ciudad y la clase obrera y el pueblo. Hasta nuestros días, el compañero, sigue siendo una referencia de pensamiento crítico, consecuente y de acción rebelde; un destello que no deja de iluminar el rumbo, dejó luces en camino. Miguel señalaba: «mi felicidad es la lucha».

(*) Chileno, ex militante del MIR

Fuente: Correo del ALBA

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