El Hotel Trotcha en Cuba
Por Ciro Bianchi Ross
Los vientos que anunciaban la cercanía del huracán Irma terminaron por llevarse lo poco que quedaba ya del hotel Trotcha. El meteoro, que pasó por Cuba entre el 8 y el 10 de septiembre de 2017, con vientos de hasta 256 km/hora, llegó a La Habana con vientos de 150 y una marejada sin precedentes. Testigos refirieron que vieron cómo se tambaleaba la precaria columnata clasicista de la fachada del establecimiento que, en medio de un estruendo angustioso, no demoró en venirse abajo, y llegar con sus cascotes a la acera de enfrente.
Todavía en las guías turísticas de La Habana correspondientes a los años 50 del siglo pasado, aparecía consignado el hotel Trotcha, en Calzada esquina a 2, en El Vedado. Más acá en el tiempo desapareció la parte de la instalación que daba servicio de alojamiento y subsistió el local del llamado salón que se convirtió en cuartería. A mediados de la década de 1990, o un poco antes, un incendio redujo a cenizas aquella triste casa de vecindad y dejó invictas las columnas de la fachada que desaparecerían con los embates del Irma.
En enero de 1890, apenas nueve meses antes de su fallecimiento, el poeta Julián del Casal, luego de un paseo por el “simpático caserío del Vedado”, reseñó el Trotcha en una de sus crónicas, y dijo que estaba montado a la altura de “los mejores hoteles de Europa”. Renée Méndez Capote lo evoca en sus Memorias de una cubanita que nació con el siglo como un sitio que atraía a los niños por su criadero de cocodrilos y a las damas por sus jardines donde sobresalían hortensias, dalias, nomeolvides, ixoras, gardenias, violetas… Sergio, el protagonista de Memorias del subdesarrollo, la famosa película de Tomás Gutiérrez Alea, desde su apartamento en el edificio Naroca, en Línea y Paseo, visualiza el hotel con un catalejo y recuerda que sus abuelos pasaron allí su luna de miel.
El pasado 31 de mayo, el lector Jorge Vivó, mediante correo electrónico, pidió al cartulario información sobre este hotel. Lo complaceré hasta donde pueda.
Un peñón marino
Bonaventura Trotcha y Formaguera fue el fundador del hotel que llevó su nombre. Nació en Arenys de Mar, Cataluña, y murió en La Habana el 4 de mayo de 1910, luego de unos setenta años de permanencia en la Isla. Fue un enamorado de El Vedado; el hombre que posibilitó que el agua del acueducto de Albear llegara a la barriada.
Abrió el salón Trotcha sus puestas en 1883, y ya en 1890, cuando lo visita Casal, se le había adicionado el área hotelera.
Escribía el poeta en su crónica:
“Llegamos al risueño pueblecito, el más tranquilo, el más pintoresco y el más moderno de los que se encuentran en los alrededores de la capital.
“Todo el que vive en La Habana lo ha visitado alguna vez. Tiene el brillo de una moneda nueva y la alegría silenciosa de las poblaciones. La miseria no ha penetrado en sus ámbitos y sus habitantes parecen dichosos. Allì se refugian, en los meses de verano, los que el calor destierra de la ciudad, los escasos poseedores de bienes de fortuna y los que no se atreven a alejarse del suelo natal.
“Dentro de este sitio encantador, se han levantado, en los últimos años, numerosos edificios, construidos a la moderna y de diversas proporciones. El más grande de todos es el salón Trotcha, nombre igual al de su propietario. En los primeros años ha sido el punto de reunión de los temporadistas, y se ha convertido en un magnífico hotel, semejante a los de Niza, Cannes, San Sebastián y otras ciudades balnearias”.
Renée Méndez Capote, que nació con el siglo, decía por su parte:
“El Vedado de mi infancia era un peñón marino sobre el que volaban confiadas las gaviotas y en cuyas malezas crecía silvestre y abundante la uva caleta. Las únicas calles dignas de ese nombre, sin verse interrumpidas por las furnias, eran Línea y 17 y parte de Calzada. Todas las demás eran trillos abiertos entre la maleza, derriscaderos y dienteperros. En la loma había pocas casas, la mayoría con techos de tejas catalanas. Y en la parte baja, además de alguna casa quinta, solo recuerdo al hotel Trotcha, la casona de tablas de la Asociación de Propietarios y alguna casa de dos pisos muy cerca del mar…”
Visita guiada
Se traspasaba la verja de hierro cuyas hojas se mantenían permanentemente abiertas y el visitante accedía al jardín del hotel Trotcha. Era el llamado Jardín del Edén por hallarse ubicado junto al área así denominada del establecimiento. En los ángulos del jardín se hallaban cuatro glorietas espaciosas bajo cuya sombra descansaban los huéspedes y saboreaban sus bebidas predilectas.
El área destinada a alojamiento era de madera. El salón se componía de dos pisos. En el primero, al nivel del jardín, se hallaba el restaurante, un espacio largo rodeado de elegantes gabinetes. Allí se daban cita, en los días festivos, numerosas familias habaneras, pertenecientes a las más altas clases de nuestra sociedad.
Apuntaba Julián del Casal en su crónica:
“Todo parece que convida a satisfacer las más imperiosas necesidades humanas. Las mesas elegantes, cubiertas de blancos manteles; los platos de fina porcelana, fileteados de rayas doradas; los manjares exquisitos, servidos en fuentes de plata; la profusión de licores, suficiente para todos los caprichos, y la finura de los dueños que se desviven por complacer a sus favorecedores hacen que este lugar sea el escogido por las personas de gusto refinado”.
Se dejaba atrás el restaurante y se ascendía por una ancha escalinata de mármol, rodeaba de una baranda verde. Franqueado el dintel, se entraba a un salón ornado de muebles labrados, espejos venecianos, alfombras suntuosas, jarrones japoneses y meas cubiertas de bibelot.
“Este salón tiene la apariencia de un parloir inglés”, comenta Casal. Seguían las habitaciones de los huéspedes, lujosamente decoradas.
Esplendor de las ruinas
“Todo pasó cuando ya fue pasado”, exclama José Lezama Lima en uno de sus más célebres poemas.
Ya no queda nada del hotel Trotcha. Ni siquiera su columnata clásica que desafiaba el tiempo en una esquina privilegiada de La Habana hasta que la derribaron los vientos del huracán Irma. Seguirá vivo en el imaginario de los habaneros que preferimos el esplendor de unas ruinas al mal gusto constructivo de los nuevos ricos.
Fuente: Cubadebate

