La Casa Azul de Frida y Diego
Crónica
Por
Un leve rumor de ramas estremecidas, un súbito batir de alas, y el polvo se arremolina en el patio. Lluvia de hojas en el instante mismo en que alguien recuerda a Frida Kahlo, diez días antes de su muerte, en la manifestación contra la intervención norteamericana, y el derrocamiento de Jacobo Arbenz en Guatemala. Y parecen lágrimas las hojas, como si la naturaleza sintiera su ausencia.
He recorrido la Casa Azul en Coyoacán, espacio habitado por Frida y Diego a lo largo de muchos, incontables e intensos años, y a cada paso se nos devela la fuerza, la voluntad y la valentía de quienes son prodigio en el arte mexicano y ejemplo de vanguardia artística y política de su tiempo —ambos fueron fervientes militantes comunistas. Primero nuestros pasos nos llevan a las amplias habitaciones que exponen sus cuadros, luego a lo recóndito, a lo íntimo: a la cocina, el comedor, los dormitorios y el taller de trabajo. Es un recorrido a la exaltación de lo mexicano en la vida cotidiana. Ella y él, reverenciaban el pasado ancestral con una obstinación pertinaz que coloca lo propio en las paredes, las sábanas, los armarios, los libreros, las sillas, los espejos, los retratos, las mamparas, los libros, las terrazas y el jardín interior. Unos amores difíciles, intensos, hermosos palpitan allí, como un sentimiento fuerte y perdurable adosado a las piedras, los detalles, las pinturas.
El sufrimiento de Frida por las tantas operaciones a las que fue sometido su cuerpo y los desgarramientos múltiples de su ser, están allí presentes en lo inasible, en la poesía de su existencia y su arte, y en su pasión inextinguible por Diego. Y de allí, de la casa de ambos, vamos al Museo Diego Rivera, soñado por él, proyectado por él como una pirámide en la colina de Anacahualli, desde donde, al pie, puede verse la Ciudad de México, como maíz esparcido en la tierra del valle.
Grandes piedras volcánicas, vitrales de miel y terracota y una estructura descomunal, impactan por su enigmática belleza y la sensación de que entramos a lo sagrado, al origen de las cosas. Un recuento de lo ideado y hecho por los hombres más antiguos de México, hasta el Rivera trasgresor y revolucionario, es la muestra vital del museo. Allí la mirada se detiene en la imaginación desbordada de las culturas prehispánicas, en su profusa producción y en lo sugerente de sus costumbres y tradiciones, hasta deslumbrarse con los gigantescos bocetos de los murales de Diego que hoy aparecen en numerosas edificaciones, a la vista de todos y cumpliendo aún, a pesar del tiempo y de la muerte, el sueño del pintor revolucionario de llevar el arte al pueblo del que ese mismo arte crece.
(Crónica originalmente publicada en Juventud Rebelde, 2004)
Tomado de Cubaperiodistas / Imagen de portada: Ilustración de Isis de Lázaro.

