La herejía poética de Nicolás Guillén
Por Julio César Sánchez Guerra.
¿Hemos reducido la inmensidad poética de la obra de Guillén a una zona de su creación, esa donde lo social y la negritud toman cuerpo en la voz de los marginados? Es cierto que en Motivos de son y Sóngoro cosongo, hay un mensaje de protesta y sensualidad que buscan el color de lo cubano en la formación de la nación desde sus raíces dolorosas y profundas. Y eso era ya una gran herejía: sin la voz de negros y mulatos, los ninguneados de la Plantación y la historia, no hay Cuba. Pero hay mucho más en la poesía de Nicolás Guillén.
En 1857, se imprime en la litografía de Luis Marquier, un libro raro y hermoso: Los Ingenios; los textos a cargo del hacendado Justo Germán Cantero y las láminas dibujadas por Eduardo Laplante. Las 28 vistas recorren ingenios importantes de la época; la máquina, símbolo de modernidad se exponen en primeros planos de una apabullante belleza, pero el esclavo aparece en ellas en un segundo plano que esconde, el dolor y la sangre que hay detrás de las cajas de azúcar.
Muchos años después, cuando nuestro llamado segundo poeta nacional, Agustín Acosta, escribe La Zafra en 1926, el tema de los ingenios reaparece en los 28 cantos del texto; esta vez, el ingenio convertido en acorazado yanqui, nos presenta al esclavo moderno y la resistencia ante la opresión del trabajo y el tiempo muerto. Guillén sigue con el poema “Caña” (1930), esa subversión que muestra la herida del drama de un país: El negro, junto al cañaveral./ El yanqui, sobre el cañaveral / La tierra, bajo el cañaveral. / ¡Sangre que se nos va!
La poesía de Guillén, destapa aquellos versos que le susurran al oído con la sutiliza de un onírico eco: “Negro bembón”. Es la palabra y la cultura del otro que incluye su dolor, erotismo y belleza. El son baja de la loma y se expande en radios y victrolas, y al fin, junto con ello, hay una voz que viene de Cuba adentro, voces que se mezclan con los sueños de los abuelos Federico y Facundo en su libro West indies, Ltd.(1934)
“Sombras que solo yo veo, / me escoltan mis dos abuelos. / Don Federico me grita / y Taita Facundo me calla; / los dos en la noche sueñan/ y andan, andan./ Yo los junto….”
De esa juntura que eleva el grito y el silencio, desea el poeta, una Cuba mulata que resuelva los conflictos raciales hacia lo mestizo de una unidad en la diversidad, porque los dos abuelos tienen el mismo tamaño, “ansia blanca” y “ansia negra”.
No se limita a la realidad de un país, Guillén se sabe parte del Caribe, de África, de América, de esos abuelos cruzando mares que llevan en la cintura los viejos ríos que duermen y despiertan. En los poemas de El gran zoo, donde el hilozoísmo y el poder devuelven la vida al todo cósmico, asoman otras alturas en el texto “Los ríos”. Ya no es el tema del negro o el azúcar, sino la ambivalencia que rompe con dicotomías y lecturas binarias: “He aquí la jaula de las culebras / Enroscados en sí mismos / duermen los ríos, los sagrados ríos / El Mississippi, con sus negros / El Amazonas, con sus indios…” Y continúan las imágenes plenas de sugerencias y de visiones metafísicas, los niños, fuera de la jaula, arrojan a los ríos “verdes islotes vivos”, luego… “Los grandes ríos despiertan,/ se desenroscan lentamente, / engullen todo, se hinchan, a poco más revientan / y vuelven a quedar dormidos” He aquí la herejía del poeta los ríos duermen y despiertan, son rectos y circulares, es la culebra mordiendo su cola, ¿estamos ante una referencia circular de la vida y la historia? El poeta calla, pero algo de la sabiduría del Olumo africano, salta de estos versos: Nada es lo que parece y los contrarios no son excluyentes.
Las herejías se hacen más notables en Diario que a diario, desde el periódico de los días, hay espacio para todo, un dromedario o una manzana, ya la historia no es reserva de archivos y memorias sino chispas que aparecen y se van, contradicciones aparentes y tremendas como ese pequeño texto donde nos habla de una noticia dramática para los cubanos: “Ha caído José Martí, la cabeza pensante y delirante de la Revolución cubana”…. ¿No hay una contradicción entre pensante y delirante? ¿O es que el pensador anda con su quijotesca locura tan necesaria para armar toda utopía? Si dudas este es otro Guillén, más complejo, sutil y sugerente que desparrama una polifonía de ruidos, voces y luces sobre el alma de las cosas.
En 1968, en México publica Guillén, su conocido poema Digo yo que no soy un hombre puro. Es el año de la Ofensiva Revolucionaria, que cierra bares y negocios, del discurso que alza la idea del hombre nuevo guevariano; y Guillén desenfunda los deseos inevitables del hombre, el comer, el beber, el fornicar hasta con el estómago lleno, y ratifica su posición ante la pureza: “Soy impuro, ¿qué quieres que te diga? / Completamente impuro / Sin embargo, / creo que hay muchas cosas puras en el mundo / que no son más que pura mierda”.
Esa es la poesía de Nicolás Guillén, irreverente, acaparadora de totalidades, poesía que defiende el erotismo y la vida, conoce el sueño íntimo de José Martí, que si se desgrana a un pueblo cada grano tiene que ser un hombre, un hombre de cualquier color que cuenta en la rueda dialógica del Yo con el Tú, no solo ante el soldado, sino ante el hombre común que ríe y sueña.
Dejemos que la voz del poeta, salida de la gruta y de la luz, nos cante el arte de la alegría de sabernos todos mezclados: “La rueda dentada, con un diente roto, / si empieza una vuelta se detiene, a poco / Donde el diente falta ( o mejor no falta, sino que está roto) / la rueda se traba, el diente no encaja / la rueda no marcha, no pasa, no avanza,/ se detienen a poco….. Arriba y arriba la Rueda Dentada”
Desde arriba y abajo, desde adentro y afuera, desde la noche que cae sobre el agua mansa, y el sol que se pasea en la espuela y el gallo, desde el color de lo cubano y el universo que se despoja de murallas, anda el poeta empujando la rueda, el son , la guitarra, las alas.
Tomado de Cartelera Cuba.