Crónicas de un instante: Con los pies descalzos
Por Octavio Fraga Guerra* / Colaboración Especial para Resumen Latinoamericano.
Parecen estar lejos, en un espacio donde las probabilidades de una posible ruta no tiene trazo definido. Se aprestan a todo, destrabando acertijos y escribiendo preguntas. Esas que se imponen ante los urgentes retos que marcan brasas de encendidas llamas, dispuestas a truncar los ardores de la vida, a sembrar pilares de muerte.
La geometría es un cuadro de dos dimensiones. Es, apenas, un tramo de nada y el fuego asume que “será el protagonista” o al menos eso pretende en una noche que en verdad no ha terminado.
Bajo un descomunal manto, legumbres de humo y sonidos irrepetibles se avivan los ardores del incendio. En sus faldas atornilladas, hombres de estatura artesana dan los primeros pasos, apertrechados de una encomienda: la apuesta por la vida.
El fotograma se nos revela como un campo de batalla. El empeño es, sin dudas, protagonista de la contienda. Distantes de los oficios del cronista que nos reserva un instante para el cerco de lo inmediato, se tejen sustantivos apuntes de excepcionalidad. La lente de la cámara boceta una singular perspectiva, resuelta en dos planos.
Dispuestos a desarrollar sus labores bajo una imperceptible línea que marca los límites de un horizonte tardío, destraban y afinan sus brazos de agua, sacados de los anclajes de un distante nicho que el silencio abrigó por la voluntad del tiempo.
Lo descomunal de la escena rompe con los hábitos de sus oficios dispuestos en trazos de amaneceres. Les apremia todo, el tiempo no espera y se impone materializar los múltiples planos de una contienda, bocetada sobre los ardores de la noche.
Se desatan —la escritura de la foto así lo revela— encendidos cúmulos nimbos que emergen en escalonadas formas. Agolpan dispuestos a devorar los caminos del silencio y la paz de una ciudad de salitre y penachos de mar, ahora destronada.
En esta primera noche se avista la aritmética de un fuego que escribió, con escritura rolliza, toda una batería de abultados desafíos para el trocar de hombres vestidos con manos de entereza.
El cuadro muestra toda la geometría de la escena donde importa cada centímetro de sus patinas. En la parte superior del fotograma, los tanques soportan la fuerza de un fuego desaforado. Las brasas se apropian de cada parte del todo y toman las postrimerías del encuadre. Se dibuja una danza de proporciones descomunales.
Bajo los cimientos de toda la escena, hombres de rostros imperceptibles, anónimos nombres, destraban la robustez de sus artilugios. Son estos, cómplices acompañantes que asisten a la escena, empeñados en quemar las llamas de la noche con la sabia de sus labores artesanas, con el oficio de manos tejidas de aguaceros.
No hay temor ante lo descomunal. No se avistan palabras agrietadas o dobleces. Encaran su labor de anular el fuego, de aniquilar esos sonidos que han subvertido la paz y el silencio, de un espacio que hasta hoy parecía inconfesable. Se aprestan a tomarlo todo y lo hacen desde los bordes y límites de empinados contrincantes.
Alguien me contó que esa noche, dibujaron trazos de luz con los pies descalzos.
(*) Periodista cubano y articulista de cine. Especialista de la Cinemateca de Cuba. Editor del blog Cine Reverso.
Foto de portada: Raúl Navarro / Periódico Girón.