Juicio por los crímenes de la Quinta Guiñazú en Argentina: Cuando la ESMA pisó el suelo de Menéndez
Por Marta Platía.
Hubo un campo de concentración más en Córdoba para sumar a los ya conocidos de La Perla, El Campo de La Ribera, El chalet de Hidráulica, La Perla chica en Malagueño, y las comisarías de Pilar, Unquillo y Bell Ville entre otras. Se trata de La Quinta de Guiñazú, a la que los militares tomaron durante un violento allanamiento a fines de diciembre de 1977 y usurparon a su dueño, Silvio Octavio Viotti, durante más de cuatro años. Allí mantuvieron a sus víctimas cautivas, infligieron tormentos y asesinaron a hombres y mujeres como en los demás campos de tortura y exterminio.
El juicio de lesa humanidad número 13 de la provincia de Córdoba reconstruye la historia de un secuestro que comenzó en Buenos Aires. Dos testimonios y la disputa entre el Ejército y la Armada para quedarse con los prisioneros y un supuesto botín de “un palo verde”. Inspección a la Quinta Guiñazú, último centro clandestino del Jefe del III Cuerpo del Ejército.
El arquitecto jubilado José Jaime Blas García Vieyra, un hombre de 78 años y fuerte carácter, apenas alcanzó a sentarse ante el estrado del Tribunal Oral Federal 2, cuando le dijo al juez Julián Falcucci:
–Doctor, me detuve a mirar la cara de estos individuos que me tuvieron secuestrado después de 43 años y quisiera saber: por qué, ¿por qué lo hicieron?
El arquitecto García Vieyra tenía urgencia para hablar, para contar lo que le ocurrió en el mediodía de “un domingo (12) de agosto de 1979”: Veníamos en auto con el Rubén Palazzesi por Parque Vélez Sársfield. Yo había ido a comprar un pollo para almorzar. A la vuelta, nos encerraron con un Peugeot y un Taunus”, dijo. La víctima recordó que a su compañero le dijeron: “Al fin te vemos, al fin te agarramos Pochito”. Y narró: “Nos pusieron capuchas y nos metieron en el baúl de los autos. De allí no sé dónde nos llevaron, pero hace pocos años supe que era la famosa Quinta de Guiñazú”. Allí, lo metieron en un sótano infestado “de ratas con las que compartía la comida. Pero con Rubén se ensañaron. A mí me dijeron dos veces: vos sos el próximo”.
El secuestro de ambos fue consecuencia de la “caída” de un grupo del Peronismo de Base en Buenos Aires, en el cual los torturadores obtuvieron el nombre de Rubén “Pocho” Palazzesi, que también integraba de las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP), aunque no sabían dónde buscarlo en Córdoba.
Cuando supo de esas “caídas” –tal la jerga durante el terrorismo de Estado para denominar los secuestros y posteriores tormentos y desapariciones–; Rubén Palazzesi subió a su familia a su auto y dejó su casa el sábado 11 de agosto de 1979 a la tarde, junto a su esposa Cristina Guillén –quien atestiguó en la primera audiencia– y a sus tres pequeños hijos, y le pidió a García Vieyra, por entonces compañero de trabajo en un criadero porcino, que les hiciera el aguante por esa noche y parte del domingo. Viajarían al atardecer hacia Buenos Aires. Pero los represores del Destacamento 141, según surgió de la audiencia, detectaron “una llamada de Rubén en la Unión Telefónica mientras su compañero compraba los pollos”. Los atraparon cuando regresaban a la casa con el almuerzo. Los testimonios son parte del juicio al último campo de concentración de Luciano Benjamín Menéndez en la provincia de Córdoba.
Aullidos en la Quinta
García Vieyra se describió encapuchado y “colgado de un gancho en el techo”. Durante la audiencia, levantó los brazos con sus muñecas pegadas. “Eso lo hacían arriba, no en el sótano. Me sacaban y me colgaban horas. El cuerpo pesaba. Se me salió el hombro. Los dedos de los pies apenas tocaban el piso”, dijo. “Me quedó una cicatriz en el corazón. No me picanearon como a Rubén. Me tenían solo en un sótano donde tenía que ver correr las ratas que me venían a disputar la comida. Eso era de noche. Y de día, me colgaban permanentemente y me pegaban. Uno era el bueno: venía, me ponía un cigarrillo, y después me seguían pegando. Perdí la noción del tiempo. Después me enteré que fueron diez días, cuando cae (Teobaldo) Cavigliaso (que fue secuestrado desde su casa el 22 de agosto)”.
Y continuó: “Durante todo ese tiempo, a Rubén le daban picana y lo golpeaban”, dijo. A los torturadores “le interesaba un palo verde (un supuesto millón de dólares que sería de su organización)”. El arquitecto describió que “tenían una única obsesión: esa plata”. Y acusó: “No eran solamente estos tres”, dijo en relación a los tres imputados del juicio, “El Gringo” Barreiro, Carlos Enrique “El Principito” Villanueva y Carlos Alberto “HB” Díaz, que lo miraban por la pantalla del Zoom. “Había un tal Vert, que acá no está”, agregó. Y señaló al represor “HB” Díaz: “Ahora que le he conocido la cara: ese vive en la misma ciudad que yo, Alta Gracia. ¡De ahí soy yo!”, se quejó indignado -tal vez intimidado- por la cercanía territorial con quien lo secuestró y torturó. Tanto HB, que vive en esa ciudad del suroeste cordobés, como los otros dos acusados, gozan del beneficio de la prisión domiciliaria.
Según el testigo víctima “había 4 o 5 personajes” que no figuran en la causa. Más tarde nombró a “Palito” Romero y a Luis “Cogote de violín” Manzanelli. “A mí me amenazaban directamente: ´Vos sos el próximo´”, explicó.
“Yo escuchaba los gritos, los alaridos de Rubén… Pero en un momento se para todo. Creo que a los 10 días se para todo. Un silencio… Allí, infiero que mataron a Rubén. Es una inferencia. Y fue antes del 22 de agosto”. Y, agregó: “Antes que lo trajeran a Cavigliaso”.
A partir de ese día empezó algo distinto: “Presiento que vino un personaje de muy alto rango, o de más alto rango, porque me dieron una toalla mojada para que pudiera limpiarme un poco. Creo que esa situación fue producto de lo que había sucedido”. Y dijo: “Apareció un individuo y dijo: ´Vos te vas a salvar. Antes no hubiéramos esperado y te hubiéramos tirado en una zanja, ahora no´. Uno me dijo que era de la Marina: ´porque vos te rebelaste cuando hiciste el servicio militar´. Eso me dio indicios claros –agregó– que venían de la Marina (de la ESMA)”.
En cuanto a “la visita de alto rango” a la Quinta de Guiñazú, agregó: “Me habían aseado y esposado. Alguien, un personaje estuvo frente mío, me miraba y no habló. No sé si era del Tercer Cuerpo. Hicieron una especie de formación”. El sobreviviente no lo dijo, pero los funcionarios judiciales infieren que podría haberse tratado de Luciano Benjamín Menéndez. El modus operandi, el protocolo con los secuestrados, era el mismo que en La Perla cuando el jefe del Tercer Cuerpo visitaba la Cuadra de ese campo de concentración.
Jaime García Vieyra siguió: “En un momento, como a los días, trajeron a una persona que estaba destrozada, destrozada. Me acuerdo que balbuceaba. Balbuceaba porque de tan golpeado no podía ni hablar. Era Cavigliaso”, dijo sobre el cuñado de Rubén Palazzesi. “Está allí un par de días. Lo escuché lamentarse toda la noche. Se vé que le habían dado una paliza tremenda”.
Tres o cuatro días después, “me sacaron de la casa. Me acuerdo que había unos escalones. Habían habían pasado 14, 15 días. Me llevaron a la calle Mariano Moreno (sede del D2). Ahí había policía y me llevaron dos militares para entregarme a las fuerzas legales. Eso para mí era volver a vivir, porque hasta ahí era un desaparecido. Quedo allí 1 o 2 días, nadie me daba bolilla. Me alcanzaban un sánguche. La que me afeita, era una famosa torturadora, creo que le decían “la Tía”, creo que Antón. Me afeita y dice que en cualquier momento me metía la navaja en la verga”.
Posiblemente, haya sido Graciela “Cuca” Antón, y no Argentina Mercado de Pereyra, alias “la Tía Pereyra”, quien ya había muerto en un atentado a la salida del Policlínico Policial. Una facción del D2 la habría “entregado al PRT-ERP”, según surgió en el juicio a Videla-Menéndez de 2010 durante el testimonio de Charlie Moore, el único cautivo que sobrevivió seis años en la D2; y del libro La Cuca, de la periodista y escritora Ana Mariani, quien precisó la fecha: el 2 de octubre de 1975.
En cuanto a Rubén “Pocho” Palazzesi, García Vieyra aclaró a los jueces y fiscales: “Supongo, siempre supongo, y por los tipos que llegaron de Buenos Aires (la ESMA), yo creo honestamente que lo mataron por el palo verde”.
Una inspección ocular al infierno
Silvio Octavio Viotti, hijo del dueño de los propietarios originales de la Quinta Guiñazú, tenía sólo 16 años cuando lo secuestraron junto a su padre y un hermanito de 11 años, el 5 de septiembre de 1977, en la casa cuya propiedad compartían con el matrimonio de Juan Mojilner y María Irene Gavaldá, con cuatro hijos. Los represores lo llamaron: Operativo Escoba, contra el Partido Comunista Marxista Leninista (PCML).
A Viotti la dictadura lo mantuvo preso hasta febrero de 1978. Pasó por La Perla, el Campo de La Ribera y la cárcel UP1. Entre otros daños inmensurables, en las torturas le “reventaron un testículo”. A sus actuales 68 años el ex farmacéutico denuncia la usurpación de la propiedad familiar y su conversión en campo de detención clandestino después del cierre de La Perla, en diciembre de 1978.
La fiscalía se interesó por la descripción de la que fuera la hacienda, y lo que encontró cuando culminó la dictadura. Viotti la detalló destruida. Habían arrasado con todo. Desde “la plantación de unos 80 durazneros, ciruelos, damascos y demás hortalizas” hasta el saqueo casi total del casco principal y la casa chica. Dijo que hasta “se robaron el piso“, ya que los represores “levantaron el piso de adoquines de algarrobo lustrado, un trabajo de carpintería muy fino. También arrancaron los enchufes de las paredes, los marcos de ventanas y puertas“. La querella liderada por Claudio Orosz pidió una inspección ocular a La Quinta de Guiñazú, solicitud que fue apoyada por los fiscales, las abogadas defensoras de oficio y aprobada por el Tribunal. Todas las partes realizaron la inspección a la Quinta, el martes 21 de marzo.
Tomado de Página/12/ Foto de portada: Archivo: Familia Viotti.