Internacionales

El nacimiento de una nación: Algunas reflexiones sobre colonialismo y fascismo en Estados Unidos

Por José Ernesto Nováez Guerrero.

En junio de este año 2023 se cumplieron 70 años del injusto encarcelamiento y ejecución de los esposos Rosenberg. Una familia de clase trabajadora, con ideas de izquierda, que fue víctima del contexto de la Guerra Fría y el carácter marcadamente clasista de la justicia en Estados Unidos. Sus muertes se suman a una numerosa lista de víctimas de la clase trabajadora en el largo proceso de desarrollo, maduración y consolidación del capitalismo en la nación norteña y de la configuración imperialista de su política interior y exterior.

Con plena lucidez, Ethel Rosenberg declaraba en una de las cartas escritas desde la prisión: “Somos las primeras víctimas del fascismo norteamericano”. Y escribía esto en una etapa donde, paradójica y dialécticamente, EE.UU. había alcanzado el pico de su hegemonía como potencia, siendo el claro ganador de la II Guerra Mundial, y, precisamente por esto, la nación se sumía en una histeria anticomunista que expresaba el miedo profundo a perder esa hegemonía.

Recientemente, los activistas del People’s Forum en Nueva York y otras organizaciones denunciaban la petición que hiciera el senador republicano Marcos Rubio al Department of Justice para investigarlos, en un claro gesto macartista de persecución y acoso. El mismo espíritu, en dos épocas distintas, con objetivos y fines similares.

El macartismo fue una de las formas ideológicas en la que se expresaron los temores de una clase media cuya situación económica en la segunda postguerra era de una bonanza sin precedentes y cuya visión del mundo estaba signada por el miedo profundo a perder esa prosperidad.

Pero el macartismo es también la expresión del temor profundo de las élites económicas y políticas norteamericanas a todas aquellas fuerzas que reivindiquen el derecho a una nación verdaderamente más equitativa, inclusiva y democrática. Para entender la naturaleza de este fenómeno, es preciso verlo en relación con el colonialismo y el fascismo, como fenómenos que constituyen la esencia de la específica configuración político-liberal del presente.

Colonización, raza y fascismo

El proceso de expansión colonial europeo iniciado en el siglo XV no solo aportó las condiciones para el desarrollo definitivo del capitalismo como sistema mundial de dominación al servicio del capital, sino que también puso a los europeos frente a la realidad de pueblos y culturas que debieron someter a sus particulares necesidades de apropiación y producción.

La llegada del hombre europeo a América, África o Asia implicó no solo empresas comerciales, que como tal debían rendir dividendos, sino también la necesidad concreta de explicar las razones de su dominación sobre el otro. En una Europa en los albores del Renacimiento, el humanismo y las vertientes más lúcidas y racionales del escolasticismo tardío obligaban a explicar la naturaleza de esos nuevos seres recién descubiertos para el hombre occidental y hacerlo de tal forma que no contraviniera los intereses y negocios de la corona, el papado y las élites financieras que armaban, bendecían y legislaban en beneficio de la empresa colonial.

Nace entonces la idea de raza (sostiene Aníbal Quijano) como útil herramienta para explicar la superioridad de unos pueblos sobre otros. No era ya solo la simple superioridad de la civilización sobre los bárbaros, al estilo de la antigüedad, sino que era el sometimiento de una raza superior sobre razas inferiores, biológicamente incapaces de elevarse desde su condición y que, por tanto, debían trabajar al servicio de la raza superior y, en el proceso, recibir la cultura, lengua y religión de los pueblos “civilizados”.

Esta útil discriminación racial que tenía una clara línea diferenciadora en el color de la piel, va a permitir que millones de seres humanos puedan ser brutalmente explotados en beneficio del desarrollo capitalista en América y otras partes del mundo. Al agotar, por enfermedad, hambre o exterminio las poblaciones nativas del continente americano, los conquistadores inician, con gran lucro, el proceso de traslado masivo de hombres, mujeres y niños desde sus tierras africanas hasta el llamado Nuevo Mundo.

En su hermoso libro Historias del Paraíso (Monte Ávila Editores, 2022), el venezolano Gustavo Pereira aporta algunas cifras que pueden ayudar a tener una idea de la dimensión del tráfico humano en los siglos XVI al XIX y, aunque resulta sumamente difícil dar datos exactos de las dimensiones totales de esta criminal empresa, se atreve a dar un estimado de más de cien millones de seres humanos que en el lapso de varios siglos, cruzaron el océano hacinados en los barcos, vejados y enfermos.

La discriminación racial está en la base de todo el sistema colonial y neocolonial de dominación sobre el cual Occidente constituyó su hegemonía. Esta discriminación se reprodujo entre los propios sometidos y en las nuevas sociedades que fueron emergiendo luego de las guerras de independencia y los procesos de descolonización de la segunda mitad del siglo XX. Las élites locales, condenadas a un lugar complementario en la arquitectura de la dominación mundial, sustentaron su dominación en sus propios países sobre los mismos prejuicios raciales y étnicos.

Una de las raíces del fascismo moderno están en esta idea de la superioridad racial de un pueblo o pueblos sobre otros y en las muchas teorías que justifican “científicamente” las especiales condiciones de algunas razas o las limitaciones crónicas de otras. Amén de las particulares formas de expresarse acorde con la realidad en la cual se desarrolló, el fascismo del siglo XX y su homólogo del siglo XXI tienen en común: la convicción completa de su superioridad cultural y social con respecto a otros pueblos, el desdén e incomprensión de las diferencias culturales, la legitimación de empresas imperialistas de dominación y la negación de cualquier acto de barbarie cometido por la propia cultura. No sorprende entonces que, en fecha tan reciente como agosto de 2018, el perfil en Twitter del partido de ultraderecha Vox, uno de los adalides del neofascismo europeo en España, reivindicara la empresa colonial en los siguientes términos:

“España no tuvo colonias, tuvo provincias de ultramar. Isabel I de Castilla quiso acabar con la esclavitud. Los conquistadores españoles acabaron con el sacrificio humano. El imperio se levantó por igual entre españoles e indígenas”. (1)

El neocolonialismo como forma de dominación económica y política y el fascismo como variante ideológica más extrema para la legitimación de esa dominación son dos formas de un mismo proyecto: el mantenimiento y adecuación de las necesidades de dominación del capital y del capitalismo como orden imperante a nivel mundial.

Por ende es posible afirmar entonces que el fascismo es, en esencia, un fenómeno de las naciones occidentales hegemónicas que se han beneficiado de la particular configuración del mundo que emergió del colonialismo y el neocolonialismo. Y aunque pueda tener su expresión en naciones de la periferia económica y política, estas siempre serán complementarias de procesos políticos en las naciones centrales.

El neofascismo y la crisis de Occidente. Su expresión norteamericana

La hegemonía colonial y neocolonial implicó también la hegemonía de Occidente. Desde finales del siglo XIX se da un proceso de ascenso y consolidación de la primacía estadounidense sobre las otras potencias capitalistas. Las dos guerras mundiales jugaron un papel fundamental en este proceso. Al final de la segunda, la nación norteamericana pudo imponer sus intereses financieros en los famosos acuerdos de Bretton Woods y con el Plan Marshall garantizó el papel subordinado y dependiente de las élites europeas.

A pesar de su imaginario liberal y democrático, la nación norteamericana era el resultado de un proceso de sometimiento de las razas no anglosajonas por la identidad blanca, anglosajona y protestante. Desde la esclavitud directa hasta el expolio sistemático de sus tierras y riquezas. Los modernos EE. UU. se han erigido sobre negros, pueblos indios, latinos, asiáticos, migrantes europeos que por su procedencia no lograron integrarse al núcleo dominante, mujeres y trabajadores. En su libro La otra historia de los Estados Unidos (Editorial Ciencias Sociales, 2012) el profesor Howard Zinn reconstruye la historia de lucha y resistencia de estas identidades.

El proyecto político norteamericano tiene en su seno, entonces, los gérmenes de un proyecto de segregación racial y supremacismo nacional, que en el caso norteamericano (como el de todo imperio) se asume como una excepcionalidad divina. Estados Unidos de Norteamérica ha sido elegido por Dios para cumplir su misión sobre la tierra. De ahí que la asista el derecho a someter e invadir otras naciones, por demás “oscuros rincones del mundo” (Bush hijo dixit), para llevarles la luz de la civilización y los valores norteamericanos, entendidos como universales.

Las décadas que siguieron a la II Guerra Mundial fueron de una bonanza económica extraordinaria para el país. La situación económica de la clase media se consolidó notoriamente. Pero con esta bonanza, vino también el miedo a perder el estatus y la seguridad económica ganados. De ahí que la clase media norteamericana se guareciera en sus prejuicios y creyera firmemente en individuos como McCarthy, que alimentaron esos temores con fines políticos.

Aunque hubo excepciones, el núcleo conservador del proyecto norteamericano encontró en estos sectores de clase media la base social para la preservación de su proyecto. Si bien en esos años las identidades sometidas libraron importantes batallas por sus derechos, siendo el punto más alto el Movimiento por los Derechos Civiles, y lograron importantes avances en materia de su reconocimiento político y social, el núcleo ideológico que alimentó y alimenta el fascismo norteamericano permaneció intacto.

Esta actitud neofascista se ha nutrido a lo largo de las últimas décadas de diversos factores: los miedos de las clases medias de la sociedad, explotados por las élites con fines políticos; los prejuicios sociales y de clase, heredados o aprendidos; el deterioro del nivel de vida de las clases medias desde el inicio de las políticas neoliberales en los ochenta; las concepciones supremacistas y racistas que están en la base del proyecto nacional norteamericano y que han sido explotados con tanto éxito reciente por un populista como Donald Trump.

El declive económico y político de los EE.UU. como la mayor potencia del denominado “Occidente colectivo”, implica la crisis de este mismo Occidente. Los factores sobre los cuales sustentaba su hegemonía comienzan a ser cuestionados y, en no pocos casos, activamente superados. Emergen nuevas potencias regionales y globales capaces de disputar la geopolítica dominante, como es el caso de Rusia, China y la India, por poner tres ejemplos. China se consolida como actor económico, con un potencial de desarrollo creciente. El patrón dólar comienza a ser suplantado por otras monedas en los intercambios internacionales. Y los valores y creencias que sustentaban el proyecto occidental de dominación comienzan a ser disputados en todos los continentes.

Esta crisis de la hegemonía Occidental, viene en paralelo a las consecuencias sociales que décadas de neoliberalismo han dejado sobre las poblaciones, incluso en aquellos países del núcleo duro del capitalismo. La extrema derecha y el neofascismo son la respuesta a estas crisis. Y más en sociedades donde la superación revolucionaria del orden de cosas imperante ha sido sostenidamente demonizada.

Entender el fascismo solo en relación con los derrotados proyectos en Alemania, Italia y otros países europeos, impide comprender que el fascismo es un producto natural de las visiones más conservadoras del capitalismo contemporáneo. Su populismo y su aparente política de mano dura en materia de seguridad y política exterior, lo convierten en un elemento muy atractivo para sectores de la clase media y los trabajadores que ven cómo se precariza su vida y aumentan los niveles de criminalidad e inseguridad.

Ante este escenario, y en virtud de la compenetración que caracteriza al capitalismo en esta fase de su desarrollo, resulta peligrosamente ingenuo ver las manifestaciones del fascismo ascendente como elementos aislados. La fuerza creciente del espíritu macartista y conservador en EE. UU., su odio patológico en contra de los trabajadores, las minorías y sus expresiones organizadas, resulta sintomático. El fascismo y el neocolonialismo como herramientas para la preservación de los intereses de las élites, son fuerzas vivas y actuantes. Solo podremos combatirlos desde la creación de conciencia como un paso previo para la creación de un amplio frente de lucha a escala internacional.

Tomado de Mate Amargo / Foto de portada: Getty Images.

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