Esta vez los mambises entrarán a Santiago de Cuba
Por Ana Hurtado.
Cuando llegue la luna llena, iré a Santiago de Cuba, iré a Santiago en un coche de agua negra.
Hace 30 años que consumo a Lorca. Hace casi los mismos que escuchaba en mi casa el “Son de Negros en Cuba” en la voz de Ana Belén y yo, niña, me preguntaba qué habría en Santiago. “Lorquiana”, disco en el que Ana Belén musicaliza algunos de los poemas de Federico, se había convertido en la banda sonora del coche de mis padres cuando hacíamos viajes entre provincias en Andalucía. La misma en la que dijo Federico a su madre que lo mandaran a buscar si se perdiera. En Andalucía o en Cuba. Tantos años después y yo que con cierta experiencia personal me atrevo a decir lo mismo.
Con la rubia cabeza de Fonseca, iré a Santiago. Y con el rosa de Romeo y Julieta, iré a Santiago.
Pasaron los años y con ellos la vida; así como un paisano mío dice que igual que pasan las cosas que no tienen sentido. Salí de la infancia a la adolescencia y llegó la Universidad. Con ella, el sentido.
Mi nivel de conocimiento ideológico estaba reducido a la historia de España y el Ejército Rojo soviético. Las historias de mis abuelos de pequeños en la posguerra. Los refugios antibombas españoles cuando bombardeaba la aviación italiana o alemana. Mi bisabuelo en la cárcel. Su retorno al pueblo y la clandestinidad con mi abuelo y con mi padre en un Partido Socialista Obrero Español que ahora lo mejor que puede hacer es retirar de sus siglas la “s” y la “o”. Por decencia con nuestra historia.
Y en la Universidad me amplío. Me acerco al guerrillero heroico y a “él”. Y termino de completar la conciencia que me había sido legada, con argumentos propios y experiencia. Veo de lejos a la Revolución Cubana y la admiro y contemplo. Escribo sobre ella y empiezo a hablarle a los que estaban a mi alrededor de Fidel, de los suyos, del pueblo que en mí despertaba una emoción que hasta día de hoy no he sabido ponerle nombre.
Cantarán los techos de palmera, iré a Santiago. Cuando la palma quiere ser cigüeña, iré a Santiago.
Llegué a Cuba y la hice parte de mi vida. Ser revolucionario es una manera de vivir y de pensar. Vivas donde vivas. Estés donde estés. Pero no se acercaba nunca el momento de ir a Santiago. La Habana me envolvió y me envuelve. Creo que actualmente no puedo vivir sin ella. Y cuando estoy fuera la extraño como Antonio Machado añoraba su infancia y sus recuerdos en un patio de Sevilla. Como también extraño el olor a azahar cuando florecen los árboles en primavera en Sevilla. La de la infancia del poeta y la de la mía propia.
¡Oh cintura caliente y gota de madera! Iré a Santiago. ¡Arpa de troncos vivos, caimán, flor del tabaco!
Y ha sido el 65 aniversario de la Revolución Cubana el momento en el que he ido a Santiago. Ciudad hospitalaria y heroica que acogía el acto de celebración.
La espera ha merecido la pena. Vivir Santiago es una mística en la que quizás Marx no estaría muy de acuerdo conmigo, pero no hay teoría que pueda explicarla. Simplemente es empirismo. Y en este caso yo me acojo a él.
Santiago es todo aquello que quise ver y no había visto antes en ninguna otra ciudad del mundo. Santiago huele a sangre vertida por la victoria y a valentía.
Santiago es Santiago.
Santiago es la rebeldía frente al imperio, es la resistencia ante cualquier tipo de opresión. Es la fe en la victoria, la crítica constructiva, el avance hacia el socialismo. Es el humanismo como motor principal del proyecto revolucionario de Cuba y del mundo. Lo respiré en la Granjita de Siboney. En el Cuartel Moncada. En Santa Ifigenia. Pero de Santa Ifigenia tengo que escribir cuartillas aparte.
En el Morro, pude ver a través de la marea como en 1898 se rindieron las tropas españolas en zona santiaguera. Como los Estados Unidos entrometieron sus zarpas en la isla que más tarde perdieron para siempre y que no han podido ni podrán recuperar jamás. Cuba pasó del colonialismo español a la intervención y ocupación del gobierno norteamericano. Un cambio de amo, pero con un pueblo con sangre ardiente en las venas que años después se alzaría en la Sierra, a poca distancia del Morro.
Ya en aquella época el jefe militar estadounidense impidió que los mambises pudieran entrar en la ciudad. Vi a través del agua como la isla sufría y se sublevaba con figuras históricas hasta que llegó el 1 de enero de 1959.
Iré a Santiago, siempre he dicho que yo iría a Santiago.
Raúl, con un ímpetu que impresiona, habló a pocos metros de mí un mismo primero de enero 65 años después. Y me sentí una testigo privilegiada de la historia digna del mundo. De la hecha por hombres y mujeres reales y leales. La hecha por un pueblo. Fidel estaba presente.
Y si algo sentí a flor de piel, y bien los enemigos de la paz y de la Revolución Cubana saben, es que hace 65 años, se marcó un hito en el camino, que irá avanzando con el tiempo y progresando.
Que como dijo el propio Fidel aquel año nuevo:
“Esta vez los mambises entrarán a Santiago de Cuba”.
Y allí se quedaron.
Tomado de Cubadebate/ Foto de portada: Victor Villalba Gutiérrez/ Resumen Latinoamericano.