Internacionales

San Martín, prócer de los descalzos

Por Pedro Patzer.

La historia oficial, la que heredamos de Mitre, nos hizo creer que San Martín era un hombre de bronce, un prócer lejano. Y consagró su lucha a la inmovilidad de las estatuas y al amarillo de los manuales escolares. Correctos himnos y solemnes retratos lo hicieron santo del espada, antes que mostrarlo como un hombre rebelde: “Es cierto que tenemos que sufrir escasez de dinero, paralización del comercio y agricultura, arrostrar trabajo y ser superiores a todo género de fatigas y privaciones; pero todo es menos que volver a uncir el yugo pesado e ingenioso de la esclavitud”. Lo conservadores vistieron a San Martín como un patriota ingenuo para ocultar su desnudez revolucionaria: “Me he consagrado ardientemente a la causa de la revolución. Ni mi salud valetudinaria, ni sacrificio alguno es capaz de arredrarme” Porque por más que insistan los solemnes señores, San Martín está ausente de los aristócratas institutos y de los aburridos museos, su espíritu está presente en la esperanza de los oprimidos, en los que sueñan la auténtica emancipación económica y cultural de la Patria Grande: “Mis promesas para con los pueblos en que he hecho la guerra están cumplidas: hacer su independencia y dejar a su voluntad la elección de sus gobiernos”.

San Martín vive en las pintadas que recuerdan a Kosteki y Santillán, en las ollas populares, en los libros y canciones que hacen un puente espiritual entre las patrias chicas, obras que nos ayudan a cruzar la cordillera del pensamiento colonizado y alcanzar el otro lado: el pensamiento libertador. “En el último rincón de la tierra en que me halle estaré pronto a sacrificar mi existencia por la libertad”.

No busquen a San Martín en los cuarteles, búsquenlo en el amor del maestro que da clases en la villa: “Deseo que todos se ilustren en los sagrados libros que forman la esencia de los hombres libres”. 

No busquen a San Martín en los nacionalistas búsquenlo en los que sueñan un continente hermanado, una Patria Grande justa, sin olvidados: “Cada gota de sangre americana que se vierte por nuestros disgustos me llega al corazón”.

Busquen a San Martín en el espectro de Túpac Amaru, en la marcha de Guevara en la selva , en los sueños populares de Mariano Moreno, Yrigoyen y Perón, en el puño alzado de Evita, en la “canción con todos” de Tejada, en la pasión del Padre Mugica hallando al Dios del pobrerío, en la guitarra de Yupanqui, en la poesía de Discépolo y Manzi, en la pintura de Berni, en los trenes según María Elena Walsh. Escuchen a San Martín tarareando “Los Dinosaurios” de Charly García. Por favor, no se pierdan al San Martín que habita en el amor de la enfermera del hospital público, el San Martín que se puso el hombro la fábrica recuperada. No dejen de abrazar al San Martín que es el joven científico que trabaja para erradicar el chagas, o a la San Martín que pelea contra la trata de personas: “Para defender la Libertad se necesitan ciudadanos, no de café, sino de instrucción y elevación moral”.

Hablen con el San Martín que milita en barrios carenciados, ¿Acaso San Martín no fue también Claudio “Pocho” Lepratti, aquel “ángel de la bicicleta” asesinado en la crisis del 2001 por la policía santafecina? Abrace al sabio San Martín que jamás blandiría la espada contra un hermano “El general San Martín jamás derramará la sangre de sus compatriotas, y sólo desenvainará la espada contra los enemigos de la independencia de Sud América”. Un San Martín que jamás humillaría a su patria y mucho menos ante la ambición extranjera: “pero lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempos de la dominación española: una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer…”

Acérquense al San Martín que la oligarquía del pensamiento ha tratado de escondernos, aquel que decía: “Hace más ruido un sólo hombre gritando que cien mil que están callados” no se pierda al San Martín que arengaba a sus tropas: “La guerra se la tenemos que hacer como podamos: si no tenemos dinero; carne y tabaco no nos tiene que faltar. Cuando se acaben los vestuarios, nos vestiremos con la bayetilla que nos tejan nuestras mujeres y sino andaremos en pelotas como nuestros paisanos los indios, seamos libres y lo demás no importa”. Pídale consejos al San Martín anciano que por años manejó trenes o trabajó en la mina o fue tejedora, o fue médico de pueblo, pídale al San Martín que tuvo almacén por cincuenta años que les cuente cuántas veces le fío al vecino, sin especular con las tantas tragedias económicas del país “Al hombre honrado no le es permitido ser indiferente al sentimiento de la justicia”.

No crea que San Martín era hijo del diccionario de la real academia española, ya que el pueblo donde nació tiene nombre guaraní “Yapeyú” que según algunos significa: “el fruto que ha llegado a su tiempo” ¿Acaso el alma de San Martín haya sido ese fruto, eco de siglos de rebeliones que maduran en un hombre, destinado a cambiar la Historia? Yapeyú, río indígena que dio nombre al pueblo natal del libertador se parece a la sangre de este José de indios y criollos, este José de soldados y desamparados, este José de los próceres postergados de nuestra cultura: “He estado, estoy y estaré en la firme convicción de que toda la gratitud que se debe esperar de los pueblos en revolución, es solamente el que no sean ingratos”. Por favor, cada vez que le vengan con las zonceras de siempre y le hagan creer que San Martín era un héroe almibarado, recuerde sus palabras: “En defensa de la patria todo es lícito menos dejarla perecer” San Martín no es un condenado a muerte en los fríos y grises monumentos, véalo al San Martín cuidando el cerro para que no lo envenene la minería o peleando para que el glifosato y la soja no hagan de la fértil tierra un inhóspito desierto. No considere a San Martín un cómodo exiliado en la Billiken, él no sólo habita las hermosas páginas de la liberación continental sino que vive en los actuales párrafos, hay un San Martín que combate al paco en los barrios, un San Martín que trabaja en los comedores comunitarios, un San Martín que a veces le cuesta llegar a fin de mes, pero jamás se lo escucha decir “este país de mierda”. “Para defender la causa de la independencia no se necesita otra cosa que orgullo nacional”.

Un San Martín que camina junto al chango que recorre doce kilómetros para ir a la escuela, hay un San Martín en el político que considera fundamental la unión Latinoamericana y no las relaciones carnales con el imperio. Hay un San Martín en el que alfabetiza porque en su corazón resuenan sus palabras: “La biblioteca destinada a la educación universal, es más poderosa que nuestros ejércitos” Hay un San Martín que sigue adelante pese a todo, sin culpar al otro: “Si hay victoria en vencer al enemigo; la hay mayor cuando el hombre se vence a si mismo”.  Un San Martín que nos enseña: “La conciencia es el mejor juez que tiene un hombre de bien”, un San Martín que halla en Bolívar un hermano con la misma vocación emancipadora, y por eso, relega su gloria personal (ante las traiciones de Rivadavia y sus muchachos pro-ingleses) y se pone a las órdenes del prócer venezolano “No hay revolución sin revolucionarios, los revolucionarios de todo el mundo somos hermanos” Hay un San Martín tan lírico que se hizo protagonista de la Poesía de Neruda: “San Martín, otros Capitanes, fulguran más que tú ,llevan bordados/ sus pámpanos de sal fosforescentes ,otros hablan aun como cascadas, pero no hay uno como tu ,vestido./ De tierra y soledad, de nieve y trébol./ Te encontramos al retornar del río, te saludamos en forma agraria/ de la tucumanía florida, y en los caminos, a caballo te cruzamos/ corriendo y levantando tu vestidura, padre polvoriento./ Hoy el sol y la luna ,el viento grande maduran tu linaje/ tu sencilla composición, tu verdad era verdad de tierra/ arenoso amasijo estable como el pan, lamina fresca de greda/ y cereales… pampa pura.” un San Martín que se escapa de la hermética academia y marcha junto a los que día a día, en sus barrios, pueblos, trabajos, escuelas, hacen la Historia. “Yo no puedo ser sino un instrumento accidental de la justicia y un agente del destino”.

 

Tomado de Acercándonos/ Imagen de portada: Archivo Getty Images.

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