El alma creadora: La fundación del Partido Revolucionario Cubano
Por Yoel Cordoví Núñez.
Los partidos suelen nacer en momentos propicios, escribió José Martí, impulsados ya fuese por “un astuto aventurero”, instigado por “un pecho encendido que inflama en pasión volátil a un gentío apagadizo” o por “el empuje de un pueblo aleccionado” que proclama su redención. Cuando el 10 de abril de 1892, José Martí declaró constituido el Partido Revolucionario Cubano (PRC), subrayó el propósito que animaba ese acontecimiento. El partido surgía para impedir por todos los medios posibles que surgiera la guerra “como empresa personal que mueva a celos a los rivales descontentos”.
EL PRC fue el punto culminante de un proceso de búsqueda de formas organizativas viables, a partir de las experiencias de los factores que condujeron al fracaso de la Guerra de los Diez Años, la Guerra Chiquita y todos los proyectos revolucionarios concebidos en el exterior durante el período que sobrevino a la firma del Pacto del Zanjón en 1878.
Martí insistió desde temprano en la necesidad de que la revolución no fuera presentada como interés de un grupo determinado, ni resultado de los afanes gloriosos de una agrupación militar o civil, de una clase o de una raza. La unidad de las emigraciones y de los revolucionarios cubanos de dentro y fuera de la Isla era “un complicadísimo problema político”.
La época histórica en que debía surgir y desenvolverse el movimiento independentista exigía la más extrema prudencia y previsión. La organización de la “guerra generosa y breve” tenía lugar en medio del despliegue de numerosas fuerzas internas y externas que conspiraban, no solo contra la independencia de Cuba del colonialismo español, sino también del éxito de la deseada república independiente y soberana. De ahí las advertencias de Martí a Gonzalo de Quesada, luego de la Conferencia Internacional Americana de 1889: “[…] Sobre nuestra tierra, Gonzalo, hay otro plan más tenebroso que lo que hasta ahora conocemos y es el inicuo de forzar a la Isla, de precipitarla a la guerra, para tener pretexto de intervenir en ella, y con el crédito de mediador y de garantizador, quedarse con ella. Cosa más cobarde no hay en los anales de los pueblos libres: ni maldad más fría”.
En un contexto marcado, además, por la férrea propaganda y planes autonomistas, contrarios a la lucha armada, así como la división del liderazgo independentista y de las asociaciones patrióticas de la emigración, transcurrieron los hechos decisivos en la descomunal obra de pensamiento y acción que tuvo su colofón en la fundación del partido. La acción se imponía: “Para combatir a nuestros adversarios tenemos que mostrarnos superiores a ellos. Si la guerra cae en esas manos, ―si el último esfuerzo del país es abatido por haberlo dejado ir a esas manos, no sabríamos donde esconder nuestras cabezas culpables”.
En el último trimestre de 1891 se sucedieron una serie de acontecimientos notables en el quehacer organizativo de la emigración. El 25 de noviembre de ese año llegó Martí a la localidad de Tampa, invitado por Néstor L. Carbonell, presidente del Club Ignacio Agramonte. Como resultado de su labor política unificadora, sintetizada magistralmente en el contenido de los discursos “Con todos y para el bien de todos” y “Los pinos nuevos”, fueron aprobadas las cuatro resoluciones que establecían la creación de una organización revolucionaria, no con fines electorales, sino basada en el principio de la unidad “en acción común republicana y libre”.
Más compleja, empero, se presentaba la labor de acercamiento al proyecto martiano por parte de la combativa comunidad de emigrados de Cayo Hueso, con clubes e instituciones revolucionarias fortalecidos y un liderazgo reconocido y consolidado durante décadas. No obstante, el 5 de enero de 1892, en un cónclave que aglutinó a lo más selecto de la dirigencia de esa localidad, fueron aprobados las Bases y los Estatutos secretos del PRC.
En esa misma reunión se nombró una Comisión Recomendadora, presidida por Martí, encargada de la aprobación de los documentos fundacionales por las diferentes organizaciones existentes en Tampa, Cayo Hueso y Nueva York. De esta decisión, escribiría el Maestro al secretario de la Comisión, Francisco María González, presidente de la Liga Patriótica Cubana del Cayo: “A tiempo pedí a Vd. que moviera a los señores presidentes a hacer examinar y ratificar si lo creyesen bien, las Bases y Estatutos aprobados, y antes dudaré de mí que de un patriotismo de cuyo vigor y pureza fui, en días inolvidables, tan agradecido como indigno objeto”.
Las bases del partido, agrupadas en nueve puntos, sintetizaban las directrices programáticas en las que venía trabajando el líder revolucionario desde la década de 1880. El alcance de sus propósitos quedó delineado en su primer artículo: “El Partido Revolucionario Cubano se constituye para lograr con los esfuerzos reunidos de todos los hombres de buena voluntad, la independencia absoluta de la Isla de Cuba y fomentar y auxiliar la de Puerto Rico”. Pero la revolución trascendía en sus objetivos la mera independencia de la colonia hispana. De ahí que el PRC estuviera enfocado desde la propia guerra en establecer las bases fundacionales de “un pueblo nuevo y de sincera democracia”, con métodos que desterraran las prácticas autoritarias y burocráticas de la colonia, tanto en lo político como en el ámbito económico.
Los Estatutos, por su parte, eran secretos y normaban la estructura y el funcionamiento de la organización. En la base del partido radicaban las asociaciones independientes con amplia autonomía y los Cuerpos de Consejo, constituidos por los presidentes de los clubes de cada localidad, los cuales fungían, a su vez, como intermediarios entre las asociaciones y el Delegado. La recaudación de los fondos de guerra y de acción, así como su distribución estarían a cargo de un tesorero.
La salida a la luz pública del periódico Patria en Nueva York, el 14 de marzo de 1892, fue otro paso trascendental en las tareas de unificación orientadas a la formación del partido, proceso difícil que discurrió entre múltiples incomprensiones, resquemores y enfrentamientos abiertos al quehacer político martiano dentro y fuera de Cuba.
Pero la perseverancia, convicción y agudeza política del joven revolucionario se impusieron. Estaba enfrascado en la búsqueda de formas de organización viable para reemprender la lucha armada independentista, vivía y sentía las realidades de los países que visita; tocaba las puertas de los pobres y a cada paso la sensibilidad que lo conducía a reafirmarse como revolucionario radical. Fue su bregar independentista el que lo condujo a comprender la articulación necesaria de la liberación nacional con el antiimperialismo. Y mientras más identificó los peligros y avizoró las fuerzas emergentes en el desbordante capitalismo industrial estadounidense en su tránsito al imperialismo finisecular, en mejores condiciones estuvo de comprender las implicaciones que para “nuestra América” representaba la independencia de Cuba y las Antillas.
La grandeza del Maestro estribó precisamente en que supo comprender los problemas de su tiempo y las tareas históricas que implicaba imprimirle un sesgo radical al proyecto de liberación nacional. Quien estaba a punto de dar su vida por Cuba en los albores de la revolución de 1895, sabía que la magna obra llevaba implícita revertir centenarias deformaciones estructurales, fundar un pueblo entre las cenizas de la esclavitud y erigir un estado independiente sobre la balanza de un mundo que mostraba claros desequilibrios. Pero primero había que organizar, aunar, despejar trabas personales e ideológicas, articular y consensuar pareceres en medio del universo plural y escindido de la emigración cubana y de los componentes revolucionarios en el interior de la Isla; se requería un partido.
La constitución del PRC era un hecho el 8 de abril, fecha en que fueron electos Martí como delegado y Benjamín Guerra en función de tesorero. La estructura organizativa quedó consumada con la creación de los Cuerpos de Consejo y la elección de sus presidentes y secretarios. Las condiciones estaban creadas para la proclamación del PRC el 10 de abril, haciéndola coincidir con la fecha en que se aprobó la primera constitución de la República de Cuba en Armas en 1869, y con él la organización capaz de “llevar a la patria el alma creadora de sus hijos ausentes”.
Tomado de Cubadebate/ Foto de portada: Martí y fundadores del PRC en Key West/ Habana Radio.