Culturales

Sara, entre tus cantos y llantos de la guerra, tu segura victoria

Por Coronel ® Nelson Domínguez Morera (NOEL).

Aunque ella es suficiente razón para escribirle sin necesidad de justificaciones, escogí este mes porque, fue en mayo de 1960 a la edad de 9 años cuando recibe de manos de su padre Berto González la primera guitarra, el instrumento que la acompañaría en el futuro, sobre esto dijo: “La guitarra fue adquirida por Papá, gracias a la ayuda de Compay Segundo. Ellos eran amigos pues trabajaban juntos en la misma fábrica de tabacos”. También en mayo de 1970 inicia sus presentaciones en público.

Nos conocimos en el exterior, durante la Feria Internacional de Barcelona, España, en el Palacio Nacional de Montjuic en el verano de 1974, recientemente ya lo escribí.

Cronológicamente, después tocó turno de encuentro en la recién liberada, armas en mano, Nicaragua algunos meses transcurridos del triunfo Sandinista de 1979.

Diez años se sucedieron para que en 1989, verano angustioso en Cuba por las ambiciones de algunos hasta entonces mal llamados revolucionarios, nos tocó compartir nuevamente en el lejano Pyongyang, Corea del Norte, la zozobra de querer estar en la Patria en aquellos difíciles momentos de la Causa 1 y sin embargo mantenernos fieles y con toda dignidad representando a nuestro pueblo en el XVIII Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes gritándole al Mundo que mucho especulaba entonces, que los revolucionarios cubanos manteníamos la honestidad y la hidalguía infundida por Fidel, aunque algunas ovejas negras se apartaran del rebaño.

No claudicó en ninguno de estos tres escenarios foráneos tan diferentes, ni en ningún otro de los muchos, donde no tuve el honor de acompañarla, siempre enhiesta la bandera, el entusiasmo desbordando su jodedora picardía de buena criolla, entre trago y trago de ron, pero siempre sabiendo mantener con gallarda compostura la representación de su patria y a su revolución en tan disimiles encuentros.

Ejemplos sobran: 1981, Berkeley, California la gusanera le hace un mitin de repudio frente al sitio de actuación, no suspende a pesar de los gritos de “Sara asesina castro comunista”.

En 1992 en el Teatro Benito Pérez Galdós de Las Palmas de Gran Canaria actúa bajo amenaza de bomba, los Bomberos registran y encuentran dispositivo explosivo en el baño público. En Gijón, Asturias es amenazada con interferencias en la actuación en el teatro Jovellanos el 7 de septiembre de 1992 en la gira Sí por Cuba, no se impresiona y el teatro se repleta.

Hay muchos paradigmas más de su valentía personal, no solo en su actitud profesional, sino también en las entrevistas y en las calles. En Chile en septiembre de 1990, asistía al aniversario 50 del Periódico El Siglo y a las exequias de Salvador Allende, le fue imposible llegar al cementerio el día señalado por barreras interpuestas por la policía y días después los grupos de izquierda organizaron una misa y peregrinación a la necrópolis que no pudieron evitar las fuerzas del gobierno de vitrina instaurado, La Gorda cantó entonces en el mausoleo de Salvador Allende ante cientos de personas, tropas de asalto invadieron el lugar y salió debajo de los gases lacrimógenos arrastrándose, ella nunca fue demasiado ágil, solo se detenía a gritarles insultos a los milicos que apresaban a todo el que podían.

La Gorda Sara González Gómez (Cayo Hueso, La Habana,13 se Julio 1951) fue para mí, siempre, particular fuente de inspiración, no solo por sus creativas y patrióticas composiciones o su ejecutoria cancionística, que ya es mucho decir, sino también por su forma de hechura, actuar y encarnarnos.

En Barcelona, consciente de que existía peligro real de que el enemigo siempre al acecho intentara actos hostiles contra nuestras instalaciones (de lo cual la impuse sin reparos, ni pensarlo mucho), fue la primera de cantar y bailar en los pasillos atestados de público visitante en nuestro stand, para desafiar a los execrables de siempre.

En Managua, solícita, quería que la lleváramos con Silvio y Virulo a enfrentar los reductos somocistas que ya se hacían sentir; otro, a pesar de su aparente masculinidad, no se comportaba igual y se enmarcaba en su rol artístico, el que solo, verdaderamente representaba, aunque lo hacía muy bien.

En Corea, consciente de que fundadamente manteníamos cierto recelo con la actitud política de Maggy Carlés muy a pesar del origen “seguroso” de su pequeñín esposo Luis, sin orientárselo, atendiendo a su refinada intuición no le perdía pies ni pisada y emulaba desventajosamente con ella noche a noche en sus presentaciones en los teatros operáticos, nada menos que intentando los altos y agudos de la soprano en dúos desiguales de Schubert y con su Ave María.

Ella estaba segura que en algún momento traicionarían a partir de una discusión en que Maggy y Luis insistían en cantar La Candela del repertorio de Celia Cruz y aquello tomó un cariz más ideológico que artístico y Sara ya sabía de qué parte venían los truenos. Otro tanto ocurrió en Costa Rica en el Festival de las Artes del 93 donde su fino olfato le descubrió la posible deserción de Albita Rodríguez y así lo advirtió.

Entre uno y otro encuentro en el extranjero, y para mantener nuestra costumbre, acá en lo interno, llovían las aportaciones que le solicitábamos en los más variados espacios, algunos sin mínimo de condiciones acústicas o técnicas, abusando de su atiborrado horario de actuaciones, composiciones, arreglos, ensayos etc. Nunca dijo no, ni puso reparos ni un solo pretexto, en ocasiones solo requería que, terminando de entregar su última nota, confiriéndole de agradecimiento infinito un sencillo ramo de flores, la trasladáramos rápido al lugar donde actuaba y que le habíamos entorpecido.

Soy testigo de excepción de la empatía que el Comandante en Jefe y ella se profesaban, tengo anécdotas. En aquél memorable “SI POR CUBA” del 4 de Abril de 1992 organizado por la UJC para celebrar su 30 Aniversario y de paso gritarle al Mundo nuestras alegrías, convicciones y esperanzas, ante los coros y estribillos de otro grande amigo el entrañable Antonio, Gades de apellido, aunque no lo necesitaba para los cientos de miles reunidos en la inseparable Plaza, el cual ya no solo coreaba cosas de picardía y dobles sentidos, sino que espetaba alguna que otra ligera mala palabra. Ella, desternillada de la risa fue capaz de subirse a la tarima y con improvisaciones ayudarlo a enrumbar el camino.

Aquella noche el Comandante, después de haber actuado de padrino o testigo de una boda entre jóvenes militantes de la UJC oficiada en la base del monumento al más grande de los cubanos, y finalizado el acto político cultural, optó por observar desde los elevados escalones, como se retiraban los participantes ya en penumbras, porque de percibirlo, la multitud no se iría.

Aguzando los sentidos, atento y acucioso presenció como aquel enjambre de personas que siempre había escudriñado de a codo con codo y apretujados, ya de madrugada, disciplinadamente se retiraban solos o en pequeños grupos, de a pie a su destino final o a tomar las rutas de ómnibus desviadas para la ocasión, por el acto.

Ella se mantuvo al lado de él como acicate madruguero y este lo agradecía comentándole casi de susurro e íntima y confesionariamente, como cada mañana se despertaba oyéndolos a ellos, los trovadores épicos de la Revolución, los mencionaba por sus nombres, ella y Silvio de primeros, (hoy no vale la pena repetirlos máxime cuando hay uno que ya defraudó ese merecimiento).

A Sara, la modestia y sencillez le brotaban por los poros, le eran intrínsecas, nunca ponía reparos. En Managua, después de fatigosas jornadas a Plaza abierta o en el teatro Darío, la íbamos a buscar para que cantara en privado a uno de sus principales dirigentes aquello que distinguía a capela, y que intitularía este artículo si no fuera porque uno de nuestros Cinco Héroes, se anticipó…. “A los héroes, se le recuerda sin llanto…”. Aquel hombre de inexpresión consuetudinaria, que por razones obvias le valía el sobrenombre callado de “cara de piedra” se estremecía en sus cimientos y hasta le vi aguarse de ojos.

La Gorda, repetía y repetía hasta la saciedad ese himno, o el otro, el de “Girón, La Victoria”:… “Y cuando no se olvida que no hay Libertad regalada sino tallada, Sobre el mármol y la piedra, De monumentos llenos de flores y de tierra, Y por los héroes muertos en las guerras, Se tiene que luchar y ganar, Se tiene que reír y amar, Se tiene que vivir y cantar, Se tiene que morir y crear…“ hasta que al final, vencida por su siempre pertinaz asma bronquial, terminaba agotando el spray de salbutamol, el de ella y el mío, motivando hacerle llevar al servicial y también emérito como ella, pero en su caso como médico, el profesor asmatólogo, mi hermano ya también ausente, “Cuco” Rodríguez de la Vega, quien pacientemente la auscultaba y mandaba la sempiterna Prednisona, aunque recomendando moderar sus excesos de canto y tragos.

Pero, cuando más evidente fue su garrafal modestia, la cual se transformó en casi reprensible, fue cuando conocimos que acostumbraba dormir en su auto por no poseer domicilio propio ni techo seguro. Sin que lo supiera, porque irremediablemente se hubiera negado, impusimos de ello a Abel, entonces en la UNEAC, quien, con su sensibilidad y espíritu solidario de siempre, lo tramitó y aquel 31 de diciembre de 1997 casi inauguramos su nuevo hogar.

Esperamos entonces allí, las 12 de la noche como si no tuviéramos más familia que atender en tan significativa fecha, jugando dominó de pareja con Abel en contra de ella y su inseparable, ya Fidel la ponderó, Diana Balboa Hernández.

La última vez que fui testigo de un encuentro entre ella y el Comandante, fue en la presidencia de un acto en el Carlos Marx dedicado al aniversario 45 de la Victoria de Girón el 19 de Abril de 2006. Sin descorrerse aún las cortinas el Comandante decidió estrecharnos la mano a los presentes que aguardábamos sentados en la presidencia, muchos participantes de aquella epopeya. Con su siempre afinado humor, nos manifestó… “Pero Uds. no se ven tan viejitos a pesar de los 45 años transcurridos de aquella victoria…”.

La Gorda Sara, sin pensarlo dos veces ya en formación para comenzar a vocalizar también desde atrás de las cortinas aun no descorridas, desenfadada como siempre, habló por todos… “Comandante …la procesión va por dentro”… lo cual provocó un estallido de carcajadas que sorprendió a más de uno cuando las automatizadas cortinas se alzaron haciéndonos visible a las más de 5000 personas ocupantes del colosal coliseo y que estallaron en aplausos al ver al Jefe de la Revolución, todo radiante de salud.

Nos topamos por última vez informalmente, fue de carro a carro en la calle Paseo, en la mañana del 24 de Julio de 2008 ella en un bus tipo panel blanco junto a otros artistas que no atiné a reconocer porque siempre que la divisaba acaparaba ella sola toda mi atención, me gritó… “Diente (epíteto con el que me rebautizara mi hermano Silvio hace muchos años, más de treinta y dos) ¿y tú… no vas para Santiago?… se refería al acto por el Aniversario 55 de los asaltos al Moncada y al Carlos M. de Céspedes, que allí se realizaría.

Al contestarle negativamente, me espetó una de las suyas… “pues te jodiste socio porque eso va a estar en grande…”

Cuanto lamenté no ir a verla cuando ya enferma y de pase médico, nos avisó a sus íntimos, el día de navidad del pasado 2011, para el Patio de la Gorda, o más aun cuando casi le exigí a Virulo que me llamó recién después de mis setenta, el 8 de enero de este nuevo año, desde su casa para ponérmela al teléfono, pero no recuerdo que carajo se interpuso y me quedé sin oír para siempre, aquella entrañable, ronca, mal hablada y siempre estrepitosa, voz amiga.

Estuve casi todo el tiempo en la exposición de sus cenizas en el Instituto de la Música, no así al dejarlas en la Bahía como perenne custodia, para mí sería demasiado, pero la conservo fresca y desafiante en mi memoria, gritándole hijos de la gran puta a los gusanos en cuanto acto hostil le escenificaban en el extranjero o dispuesta enfrentar fusil en mano, a los que en otras latitudes pretendían lo mismo con otros revolucionarios. O para lo interno, teniendo que embarajarle para no permitir que se incorporarse a las masividades de enfrentar provocadores y tener que insistirle que su papel era otro, el desafío y la victoria desde la escena desbordando sus composiciones autóctonas y emblemáticas: … Y por los héroes muertos en las guerras Se tiene que luchar y ganar Se tiene que reír y amar Se tiene que vivir y cantar Se tiene que morir y crear…Canto y llanto de la tierra Canto y llanto de la gloria… Sara, entre tus cantos y llantos de la guerra, tu segura victoria.

Foto de portada: PL.

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