Internacionales

Trampas para la política exterior estadounidense en el período 2025-2029

Por José Ramón Cabañas Rodríguez.

 

En momentos en que están en pleno desarrollo los actos políticos de campaña con vista a las elecciones presidenciales de noviembre del 2024, se multiplican los pronósticos sobre personas y partidos, tanto con vista al máximo puesto ejecutivo, como respecto a mayorías y minorías en senados y cámaras federales y estaduales.

Poco se escribe, sin embargo, sobre aquellos temas internos que deberán ser abordados de una u otra manera por el futuro gobierno y, mucho menos, sobre cómo se articulará la política exterior estadounidense para el período 2025-2029.

Es difícil realizar dicho ejercicio, incluso construir escenarios alternativos, teniendo en cuenta no solo la falta de consenso interno respecto a prioridades nacionales y de cara al exterior, sino también, por desconocerse las variables sobre la preparación, el conocimiento y los objetivos que tendrán aquellos que asuman la tarea desde los puestos claves de gobierno.

Resulta obvio que en ese período, como en cualquier otro, Estados Unidos intentará mantener su posición de liderazgo en los temas internacionales, sometiendo a supuestos aliados, presionando a terceros, lanzando acciones militares e imponiendo sanciones económicas de todo tipo contra aquellos que tengan intereses opuestos. Las preguntas serían, cómo esperan hacerlo, si tienen la capacidad real para lograrlo y si existe un consenso interno sobre prioridades y agenda.

Los discursos de campaña aportan poco en ese sentido, pues de manera progresiva, los potenciales candidatos presentan declaraciones menos elaboradas, donde la visión del mundo y sus problemas ha sido sustituida por simples impulsos digitales, clics e imágenes, consignas, más que contenidos razonados.

No obstante, queda al menos el recurso de buscar cierta orientación a través de la consulta de proyecciones elaboradas por expertos que han tenido, o tienen, cierta actuación dentro de agencias federales relacionadas con la política exterior, que cuentan con capacidades para delinear planteamientos teóricos y que pueden caracterizarse además como una especie de funcionarios-vértices, ya que han estado al frente de un ente ejecutivo importante, o hacia sus posiciones directivas ha tributado el pensamiento de cientos de subordinados, durante largos años.

Son personas que han tenido además la responsabilidad de tratar de defender la “visión estadounidense” en infinidad de eventos públicos, dentro y fuera de Estados Unidos, y se han visto obligados a responder a preguntas más allá de los “puntos de conversación” que llevaban elaborados en sus agendas para cada caso.

No existe una metodología establecida para escoger dichas fuentes y cualquier resultado entrañaría un riesgo de error, pero en cualquier caso son relevantes, se coincida o no con las fundamentaciones que ofrecen. En este ejercicio podemos ser parte de la equivocación que significaría pensar que la política exterior estadounidense se basa en razonamientos profundos, coherentes y consensuados, sustentados por datos históricos, que observan reglas claras e inviolables.

Pero cada vez más la política exterior de aquel país es cortoplacista, accidentada, caótica, mal implementada, declarativa más que ejecutiva, responde a intereses económicos muy específicos y en muchas ocasiones contradice lo que teóricamente se ha considerado como el llamado interés nacional y se ha reflejado en tal categoría sobre documentos programáticos.

Para el análisis que proponemos se han escogido reflexiones de Richard Haass, presidente durante 20 años del Consejo de Relaciones Exteriores y funcionario gubernamental desde el gobierno de James Carter hasta George Bush; Robert Gates, secretario de Defensa tanto para George W. Bush, como para los primeros años de Barack Obama; más Jake Sullivan, ex jefe de oficina de Hillary Clinton como secretaria de Estado y asesor de seguridad nacional de Joe Biden como presidente.

Los dos primeros han alternado sus funciones bajo el manto de demócratas y republicanos. La experiencia del tercero no está balanceada en ese sentido con una cuarta figura, pero aporta una visión de doce años desde cargos ejecutivos recientes, un período en el que no existe una fuente similar entre las huestes republicanas y mucho menos alguien con un pensamiento intelectual de cierta elaboración. Sería una distracción recurrir a lo escrito o dicho por alguien como John Bolton.

Si bien desde Cuba, como desde el resto del mundo, se difiere con la argumentación de sus razonamientos, es interesante revisar los puntos de coincidencia entre sus apreciaciones en cuanto a los principales retos para Estados Unidos en sus relaciones con el mundo y en cómo hacerle frente a los mismos en el futuro inmediato.

Paradójicamente los tres coinciden en que quizás la mayor limitante, el principal “enemigo” en la actualidad, no es externo, sino que se encuentra al interior de los Estados Unidos.

Haass lo expresó de la manera más dramática, al romper con el tema principal de atención en su larga carrera en el servicio público y escribir un libro sobre política interna, The Bill of Obligations, en el que se explica que “el principal peligro para el país, sin embargo, no viene desde el exterior sino desde dentro, de ningún otro que nosotros mismos. La pregunta es si los estadounidenses están preparados para hacer lo que se requiere para salvar la democracia”, entendiéndose este último término como el conjunto de reglas del rejuego político al que la mayoría no tiene acceso.

Haass considera que más allá del debate sobre los derechos de cada cual, se debe formar una conciencia sobre las obligaciones de cada ciudadano y define las diez que considera principales: estar informado, involucrarse, estar dispuesto a llegar a acuerdos, tener un comportamiento civilizado, rechazar la violencia, dar valor a las normas, promover el bien común, respetar el servicio gubernamental, apoyar la enseñanza de valores cívicos, poner al país por delante. Dicho de otra manera, una contralectura de todas las conductas representadas en el trumpismo.

Es tal la crisis de valores al interior de Estados Unidos que Haass plantea que “nuestra situación política doméstica no es solo una con la que otros no quieren tener parecido (…) ha introducido un grado de imprevisibilidad y una falta de fiabilidad que es realmente venenosa (…) hace muy difícil para nuestros amigos depender de nosotros”.
Para Haass lo que diferencia la actual coyuntura de cualquier otra anterior es que en ninguna “hubo amenazas para el sistema, su tejido”, como existirían ahora.
Gates, por su parte, con una visión más de Estado Mayor y distante de las contradicciones que se manifiestan en la base social del país, describe ese riesgo diciendo que “en el mismo momento en que eventos demandan una fuerte y coherente respuesta de los Estados Unidos, el país no puede dar una.

Su liderazgo fracturado —Republicanos y Demócratas, en la Casa Blanca y el Congreso —ha fallado” incluyendo “la articulación de una estrategia al más largo plazo” y la explicación “a todos los estadounidenses” de los riesgos externos. Más adelante planteó “Estados Unidos se encuentra en una posición particularmente traicionera: enfrenta adversarios (…) incapaz de ensamblar la unidad y la fuerza necesaria para disuadirlos (…) la disfuncionalidad ha convertido al poder estadounidense en errático e inconfiable”.

En la visión del ex secretario los legisladores del país han fallado además a la hora de aprobar el presupuesto del país, en particular las modalidades para los gastos militares y por no poner límites a los gastos sociales. Es decir, estaría aún por mayores desequilibrios.

Dejando claras sus preocupaciones de cara al 2024, Gates escribió que “el desdén del ex presidente Donald Trump hacia los aliados de EE. UU. (…) su disposición a poner en duda el compromiso de los Estados Unidos respecto a sus aliados de la OTAN, y su comportamiento generalmente errático, minaron la credibilidad y respeto hacia EE. UU. por todo el mundo”. En varias ocasiones el ex funcionario relaciona otros errores de Trump.

A Sullivan también preocupan los problemas internos que estarían minando la capacidad estadounidense para actuar en el exterior y aunque no los explica con total transparencia, señala que “el poder internacional depende de una economía interna fuerte, medida no sólo por su tamaño o eficiencia, sino también por el grado en que responde a todos los estadounidenses”.

Más adelante agrega, “no debe haber dudas de que Washington necesita romper la barrera entre la política doméstica y la externa y de que mayores inversiones públicas son un componente esencial de la política exterior”.

Se trata de tres maneras distintas de decir que el mapa político interno estadounidense está muy segmentado y polarizado, que la clase política está cada vez más distante de la base social, que la opinión pública no podría apoyar ninguna incursión militar costosa y a largo plazo en el exterior y mucho menos comprender que se aprueben grandes gastos para apoyar “aliados”, como se ha hecho en situaciones recientes con Ucrania e Israel.

Los tres autores coinciden en que la política exterior se define en un contexto totalmente nuevo en el ámbito internacional y, con sus diferencias, se refieren al enfrentamiento entre Grandes Poderes, que está recogido en la doctrina estadounidense más actualizada sobre seguridad nacional.

Se trata de, en primer lugar, tratar de contener el empuje de la República Popular China en todos los frentes y de Rusia, en segundo lugar, básicamente en el plano militar. La India es mencionada como un factor de equilibrio que estaría jugando a favor de los intereses de Estados Unidos. Europa es una especie de retaguardia segura y el llamado Sur Global es aquella zona del mundo que hay que atender solo para debilitar los avances chinos y rusos, no porque ella misma sea significativa dentro de la comunidad internacional. Asia y África se mencionan algunas veces, América Latina y el Caribe ninguna.

En el enfrentamiento a esas otras grandes potencias tendrían un valor de primer orden para Estados Unidos todo lo que se haga para impedir que China ejerza soberanía sobre Taiwán y evitar una victoria de Rusia en su operación militar en territorio ucraniano. En el primero de los casos las visiones van desde la posición de Gates de evitar “errores de interpretación chinos” a través del uso de la fuerza militar, hasta la comprensión de Sullivan de que China y Estados Unidos son países “muy interdependientes”, entre los que las cuestiones económicas tienen un papel de primer orden.

Es esta segunda visión la que trataría de transformar lo que Donald Trump y los sectores de las prácticas del libre comercio han denominado como “desconexión” (de-coupling) económica respecto a China, en algo también impracticable pero un poco más realista denominado “reducción de riesgos” (de-risking), evitando una relación económica estrecha en aquellos sectores que puedan constituir un riesgo para la seguridad nacional.

En relación con lo que plantean los autores como opciones para el caso de Ucrania, apenas unos meses transcurridos después de sus afirmaciones la realidad en el terreno indicaría que Rusia no sufre el efecto de las sanciones impuestas por EE. UU. y la OTAN en la forma que fueron diseñadas, que algunas de ellas han tenido un efecto más determinante y negativo sobre zonas de la Unión Europea, que Ucrania depende completamente del envío constante de recursos y medios, que no pueden ser ofrecidos de forma ilimitada.

En ninguno de las tres reflexiones se mencionaron como una prioridad la estabilidad, o la paz en el Medio Oriente, ni se alertó sobre riesgos. Más bien es un área pretérita de la que hubo que partir de forma desordenada, para dedicar tiempo y recursos a los “nuevos retos”.

Si se parte del supuesto teórico de que es difícil aceptar la teoría de que los servicios especiales israelíes desconocían en toda la línea los preparativos militares realizados por la resistencia palestina de cara a los hechos del 7 de octubre del 2023, entonces quedan solo dos opciones respecto a lo que puede haber comunicado, o no, Tel Aviv a Washington en los días previos.

El gobierno de Netanyahu pudo haber compartido parte de sus hallazgos de inteligencia con las agencias federales estadounidenses e incluso el tipo de respuesta que tenía previsto dar, o no hubo alertas, lo cual dejaba al gobierno de Biden con la única opción de respaldar inequívocamente el genocidio israelí.

Habría al menos tres factores adicionales a tener en cuenta a la hora de valorar el acompañamiento estadounidense: la magnitud con que el aparato de propaganda corporativa apoyó de manera irrestricta las primeras acciones israelitas y la forma en que asumieron posturas menos entusiastas cuando las cifras de víctimas civiles palestinas aumentaban.

El segundo tiene que ver con la manera en que los paquetes de ayuda militar al ejército israelita fueron aprobados por la Casa Blanca, sin supervisión congresional. Tercero, al interior de la sociedad estadounidense se produjo una movilización contra las acciones israelitas posiblemente superior a los sentimientos antirrusos generados por las acciones en Ucrania.

Esta situación crítica, que aún se encuentra en pleno desarrollo y con posibilidades de escalar, deberá sin dudas sumarse a los escenarios que se construyan para la posible acción exterior estadounidense en el período 2025-2029. Al parecer los estrategas mencionados en el presente texto no tenían en sus predicciones la posible actuación de aliados insubordinados con agendas propias.

En sus visiones hacia futuro, los tres autores también comparten ciertas coincidencias. Gates sentencia que “en el mejor de los mundos —uno en el que gobierno estadounidense tenga apoyo público, líderes enérgicos y una estrategia coherente— estos adversarios (China y Rusia) representarán un reto formidable. Pero la escena interna hoy está lejos de tener orden: el público estadounidense mira hacia adentro; el Congreso ha descendido a los dimes y diretes, y sucesivos presidentes ha desatendido o hecho un trabajo pobre al explicar el papel global de Estados Unidos (…) El peligro es real”.

Para Sullivan, que escribe desde la lógica de que las políticas de Biden han sido correctas y que, por tanto, debe ser reelecto, aún hay varios objetivos no alcanzados. Por ello plantea:

“Estados Unidos se encuentra ahora al comienzo de una tercera era: una en la cual se está ajustando a un nuevo período de competencia en una época de interdependencia y retos transnacionales (…) El resultado de esta fase no estará determinado solamente por fuerzas externas. También, en larga extensión, será decidido por las propias elecciones de los Estados Unidos”.
La manera en la que Haass se refirió al mismo problema fue diciendo: “no estamos donde necesitamos estar y no estamos en la trayectoria en que deberíamos estar (…) nuestra habilidad para tener un papel en el mundo y nuestra habilidad para hacerlo de manera efectiva depende de algo que damos por sentado, esencialmente una democracia funcional. Bueno, ya no tenemos ese lujo. No lo podemos dar por sentado (…) nunca pensé que diría algo como eso”.

Si se tiene en cuenta que el Partido Republicano en términos prácticos no existe, como entidad política con cierta estructura de niveles de mando, en la forma en que se conoció durante los últimos cien años. Si se conoce que el Partido Demócrata por su parte ha retrasado una transición de liderazgo, debido a la incapacidad de ciertos cacicazgos internos para dar espacio a sectores más jóvenes, que migran más hacia la izquierda del espectro.

Si a ello se le suma que a la altura de enero del 2024 cuarenta y cinco miembros del Congreso (7 senadores y 38 miembros de la Cámara) han preferido no ir a reelección; que han aumentado los casos de corrupción de legisladores en activo y que ambas cámaras están divididas entre los partidos a proporciones casi similares; entonces podrá tenerse una idea de algunos de los problemas más generales que enfrenta la clase política de ese país.

Si a lo anterior se suma que aún no se ha articulado una explicación plausible para el hecho de que Estados Unidos fuera el país con más víctimas per cápita causadas por la COVID-19 entre países desarrollados y aún menos desarrollados; que las personas sin hogar sobrepasan el medio millón, con el total más alto de la última década; que más de cien mil individuos fallecieron en los últimos 12 meses producto solo de sobredosis de fentanilo (excluyendo otras drogas); que 40 000 individuos en el 2023 fueron víctimas de la violencia armada y que de los 3,2 millones de fallecimientos al año al menos la mitad se debe a enfermedades que se pudieron prevenir; se comprenderá que los estadounidenses como electorado tienen fuertes razones para reclamar que se preste atención hacia el interior de su país, más que hacia el exterior.

Están disponibles un sin número de estadísticas sobre los desequilibrios en cuanto el acceso a la riqueza, niveles de ingreso y ahorros en bancos.
Las elecciones presidenciales del 2020 “costaron” 14 000 millones de dólares en cuanto a contribuciones de grandes y pequeños donantes.

Cien individuos de aquel país contribuyeron a esos fondos con totales que se cuantificaron entre 178 y 3,2 millones dólares. Un total de 2 476 comités de acción política de intereses muy específicos recaudaron 2,7 miles de millones de dólares con igual propósito. Todos estos en su conjunto son los que hacen las apuestas y eligen al jinete ganador.

Por ahora, los nombres que más se escuchan son Trump y Biden, pero para aquellos que realmente deciden las opciones están mucho más abiertas, en correspondencia con la diversidad de problemas que enfrenta el país. Detrás del telón se escucha el tic-tac de una probable nueva crisis financiera, al estilo 2008, que estaría por repetirse. La evolución imprevista de un conflicto militar regional, que pueda adquirir proporciones internacionales, subyace en varios puntos del planeta.

Nunca antes en la historia reciente de Estados Unidos han sido mayores las posibilidades de que se rompan de manera definitiva la reglas mediante las cuales las clases gobernantes han compartido el poder. La tendencia clara, formaciones políticas aparte, es hacia mayor autoritarismo y menor inclusividad.

Tomado de Cubadebate/ Foto de portada:  Drew Angerer.

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