Ruta crítica de la vigencia: El socialismo y el hombre en Cuba 57 años después
Por Fernando Luis Rojas.
Un tema recurrente en los debates historiográficos y de pensamiento tiene que ver con la vigencia de las ideas, personalidades y procesos revolucionarios; con las relaciones entre experiencias precedentes y la contemporaneidad. Es precisamente por el veleidoso asunto de la “vigencia” que comienzo esta aproximación a “El socialismo y el hombre en Cuba”, un escrito que debe abordarse en sus diversas aristas.
Aquilatar la vigencia de un texto con más de medio siglo es un esfuerzo minado. Nos empeñamos cotidianamente en borrar las fronteras entre “vigencia” y “actualidad” y caemos en la trampa de asumir que El socialismo y el hombre en Cuba necesita legitimarse en la Cuba actual porque se dibuja exactamente en nuestro contexto. Entonces, la repetición de frases hiere la esencia de estudiar el socialismo como proceso, que define este trabajo del Che. De igual forma, en esa voluntad de identificar asideros incuestionables para el imaginario revolucionario, puede disminuirse el alcance efectivo de las ideas contenidas en este documento.
Los acercamientos de Fernando Martínez Heredia, María del Carmen Ariet, Ana Cairo, Roberto Fernández Retamar, Graziella Pogolotti, Luis Suárez Salazar, entre otros, reflejan lo que sería un diálogo riguroso con el texto de 1965; un ejercicio crítico que lo sitúa en su tiempo y lo dinamiza al nuestro. En El único hombre práctico, que sirviera de Prólogo a la edición de El socialismo y el hombre en Cuba hecha por el Instituto Cubano del Libro, Martínez Heredia sintetiza los temas del ensayo y su relación con asuntos fundamentales del pensamiento social. Con algunos de esos temas pretendemos dialogar.
Los retos de la teoría revolucionaria
Se ha insistido en la articulación que se encarna en el Che entre teoría y práctica revolucionarias. En él, no existe una sin la otra; y El socialismo y el hombre en Cuba constituye una expresión. Por eso considero un cortapisas a la creación guevariana, la insistencia en que no hizo más en teoría por las tareas que enfrentó en la Revolución cubana y en otros intentos liberadores en África y América.
En 1965 —desde su punto de vista— no se trata solo de ganar espacios al capitalismo, sino de marcar líneas de discusión y argumentación en un contexto nuevo. Esa era una tarea teórica y práctica que debía asumir Cuba: polemizar y criticar su experiencia al mismo tiempo que la construía. En este ejercicio, la idea de que la lucha revolucionaria se mantiene después de la toma del poder está arraigada en Ernesto Guevara. No me refiero al hecho de utilizar el gobierno como plataforma para conquistar todo el poder político, sino a la radical ruptura que vivieron las estructuras en Cuba después de 1959.
Durante la etapa creativa de esta carta-ensayo, el Che se vio acompañado de interrogantes; una de ellas en torno a las tareas revolucionarias que planteaba —aunque parezca redundante— una revolución triunfante y una vanguardia empoderada. Es como si después de la huida de Batista y la llegada de la Caravana de la Victoria a La Habana el 8 de enero de 1959, emergiera con fuerza la pregunta ¿y ahora qué? Había un programa, una plataforma, la decisión de transformar radicalmente el país y el compromiso con los humildes; pero la voluntad de construir un hombre, una cultura y una sociedad nuevas implicaba (e implica aún) plantearse constantemente esta interrogante.
El tratamiento al tema del desarrollo de la “conciencia social” es ilustrativo de la visión —para nada excluyente— del Che respecto a la relación teoría y práctica revolucionarias. El reconocimiento de la existencia de dos grupos principales —“vanguardia” y “masa”— como una carencia; así como la aceptación de la existencia de otro sector que no participa en la construcción del socialismo, sitúa en el debate las diferencias entre aspiración/proyecto y realidad/implementación en cualquier proyecto revolucionario. También constituye un desafío, ¿de qué otra forma podría entenderse esa alusión a la “relativa falta de desarrollo de la conciencia social” después de Girón, la Campaña de Alfabetización, la Crisis de Octubre y casi a las puertas de la constitución del Comité Central del PCC?
Y como el Che nos invita a desafiar, debo decir que esa división en grupos —muestra de un insuficiente desarrollo— se ha modulado después de los noventa al acuñarse como término diferenciador el de “generación histórica”. En este particular debo detenerme, porque la frase enmascara —en algunos casos— un pensamiento conservador. Por un lado, se ha resignificado como un término demarcatorio, distanciado del sentido ecuménico con que apareció en el Llamamiento al IV Congreso del Partido Comunista de Cuba en marzo de 1990, para situar un punto de partida al uso.[1] Por otro, tiene el pecado original de ser una frase excluyente —no en el sentido cómodo de las diferencias generacionales— sino en referirse a los sobrevivientes de esa generación y amparados en esa lectura los revisionistas, los que sueñan con la total restauración capitalista hablan de ruptura, traición y quiebre entre la década del sesenta y los períodos siguientes de la Revolución cubana. También, el empleo acrítico del término “generación histórica” tiene un efecto desideologizador, limita per se el aporte y la permanencia —más allá de la práctica— de quienes jugaron un importante papel en la vida de Cuba desde los años cincuenta del pasado siglo.
Un texto que previene la erosión temporal
En la práctica de volver a textos referenciales para dimensionar su vigencia, quizás la categoría más vilipendiada es la temporalidad. Particularmente, encuentro en El socialismo y el hombre en Cuba un excelente tratamiento de la dimensión temporal. Para Graziella Pogolotti la clave del análisis está en la correlación estrecha entre el hombre y la construcción del socialismo,[2] el hombre y la mujer como actores y partes de un proceso; ello implica su movimiento en el tiempo.
En este trabajo de 1965 Ernesto Guevara aparece preocupado por la movilidad de las ideas, el pensamiento, la educación, la cultura en general y su expresión en la cotidianidad. Por eso se traslada del hombre al hombre del futuro, de este al hombre que hereda las “taras del pasado” y recorre el camino varias veces para reconocer —a manera de tesis— su cualidad de no hecho, de producto no acabado. Dialoga con el ser humano en su contexto, pero no lo anquilosa: lo mueve. En ese hablar del hombre, habla del tiempo: al hombre [y la mujer] nuevos corresponderá un tiempo nuevo.
Considero paradigmática la forma en que El socialismo y el hombre en Cuba lucha contra la erosión del espacio y el tiempo. A seis años del triunfo de la Revolución las taras del pasado capitalista perduran, probablemente se han superpuesto a la herencia colonial, en una batalla con la acumulación y progresiva profundización de una cultura revolucionaria de más de un siglo en ese momento. Pero en el pasado para el Che —en el sentido de amenaza y voluntad (necesidad) de superación— también deben quedar el escolasticismo que trabó el desarrollo de la teoría marxista, el dogmatismo, los convencionalismos, la simplificación, la falsa moralidad y el doble rasero que se presentaban en algunas experiencias socialistas. Estas ideas se respiran en El socialismo y el hombre en Cuba y, aunque he intentado concentrarme en ese texto, se dibujan también en el discurso en la Conferencia Afroasiática en Argelia, pronunciado dos semanas antes de la publicación en Marcha. Lo menciono particularmente por su cercanía temporal.
Esa atención a la movilidad expresa su preocupación por el decursar de la sociedad en todos los terrenos. Constituye un extraordinario problema teórico que podría sintetizarse en la contradicción entre el necesario desarrollo de una cultura y una práctica revolucionarias, por un lado, y el solapamiento de los rezagos [o sobrevivencias] de cada “momento” del desarrollo histórico. Pongamos un ejemplo desde la actualidad cubana: en la dinámica procesal que define la carta-ensayo en cuestión, para los cubanos han entrado a jugar en el mencionado solapamiento —por vías diversas— los avances, retrocesos, errores y aciertos de los setenta, los ochenta, los noventa y los veinte años del llamado tercer milenio.
Esto último, me obliga a volver a presumibles preguntas base de El socialismo y el hombre en Cuba: ¿podemos hablar de actitud heroica en la Cuba de hoy? De ser así, ¿qué la define y la motiva? ¿Qué relación se da entre excepcionalidad y vida cotidiana?
Contra la erosión temporal y del espacio, también al acercarnos al Che
Como se señaló antes, al texto que hoy regresamos lo distinguen —entre otras características— su mirada procesal, la valoración de los acumulados y el reconocimiento de la porosidad de las temporalidades. Pero estas claves, si bien las identificamos en El socialismo y el hombre en Cuba, expresan las tensiones del propio acercamiento al Che Guevara.
Se mencionó el conocido como Discurso de Argel, pronunciado por Ernesto Guevara en febrero de 1965 durante su participación en el Seminario Económico Afroasiático. Habló desde allí en representación de Cuba, ampliando —si ello fuera posible— el presupuesto internacional de la revolución comunista respecto a Marx y Lenin.
La intervención se recuerda en especial por sus críticas al hegemón del socialismo existente, con frases como “el desarrollo de los países que empiezan ahora el camino de la liberación, debe costar a los países socialistas”, “si establecemos ese tipo de relación entre los dos grupos de naciones, debemos convenir en que los países socialistas son, en cierta manera, cómplices de la explotación imperial” o “los países socialistas tienen el deber moral de liquidar su complicidad tácita con los países explotadores del Occidente”.[4]
En el propio discurso, Che expresa: “No hay fronteras en esta lucha a muerte, no podemos permanecer indiferentes frente a lo que ocurre en cualquier parte del mundo, una victoria de cualquier país sobre el imperialismo es una victoria nuestra, así como la derrota de una nación cualquiera es una derrota para todos»; y luego enfoca el asunto como “una necesidad insoslayable”.[5]
Es la doble dinámica de reconocer la lucha nacional en su articulación con el carácter internacional de la revolución comunista. En el entendido que esa internacionalización no va por el camino, al menos no en lo fundamental, de las alianzas entre gobiernos con similar identidad política y/o ideológica:
“No quisiera acabar estas palabras —agrega— (…) sin hacer un llamado de atención a este seminario en el sentido de que Cuba no es el único país americano; simplemente, es el que tiene la oportunidad de hablar hoy ante ustedes; que otros pueblos están derramando su sangre, para lograr el derecho que nosotros tenemos y, desde aquí, y de todas las conferencias y en todos los lugares, donde se produzcan, simultáneamente con el saludo a los pueblos heroicos de Viet Nam, de Laos, de la Guinea llamada Portuguesa, de Sudáfrica o Palestina, a todos los países explotados que luchan por su emancipación debemos extender nuestra voz amiga, nuestra mano y nuestro aliento, a los pueblos hermanos de Venezuela, de Guatemala y de Colombia, que hoy, con las manos armadas, están diciendo definitivamente, No, al enemigo imperialista.”[6]
Similares posturas se encuentran en otros escritos, intervenciones en reuniones y discursos de Che Guevara por esos años; de manera significativa en el conocido Mensaje a la Tricontinental, que apareció publicado por primera vez el 16 de abril de 1967 con el título “Crear dos, tres… muchos Viet Nam, es la consigna”.
Esta convicción de Guevara tiene su origen en los años de juventud. Más allá de las biografías publicadas, el estudio de este periodo y su peso en los caminos que lo llevaron a convertirse en uno de los principales dirigentes de la Revolución cubana antes y después de 1959, tiene su centro en el trabajo de la investigadora María del Carmen Ariet y el Centro de Estudios Che Guevara en La Habana.
Desde sus viajes por América Latina y sus estudios de filosofía la cualidad internacionalista se desarrolla ligada al antimperialismo, pero en estrecho vínculo con la solución a problemas nacionales —o mejor—, con la situación dentro de las naciones de los sectores subalternos y explotados.
A los diecisiete años, Ernesto Guevara inició la construcción de “una especie de diccionario de filosofía” que culmina con la redacción de siete cuadernos, “el último de los cuales es la síntesis de los anteriores, y que fuera construido durante su estancia en México (1954–1956)”.[7]
Diecisiete años tenía Che en 1945. En su primer cuaderno incluye referencias —entre otros— a textos de Lenin, Marx, Engels, Lafargue, Freud, Bacon e Ingenieros (en la categoría “Moral”) e identifica como una categoría particular la de “Patriotismo”. En el segundo, refiere a Ingenieros (en “Ética”, “Moral” y de nuevo “Patriotismo”) y otros. En el tercero, aparecen las categorías “Nación”, “Patriotismo”, “Patria”, “Panamericanismo”, y así sucesivamente.[8]
Veintitrés años tenía Che en 1951. En diciembre de ese año inicia su primer recorrido por América Latina junto a Alberto Granado. Desde Iquitos, escribe a su padre el 4 de junio de 1952:
“… despedida como la que nos hicieron los enfermos de la leprosería de Lima es de las que invitan a seguir adelante (…) varios se despidieron con lágrimas en los ojos. Todo el cariño depende de que fuéramos sin guardapolvos ni guantes, les diéramos la mano como a cualquier hijo de vecino y nos sentáramos entre ellos a charlar de cualquier cosa o jugáramos al fútbol con ellos (…) el beneficio psíquico que es para uno de estos enfermos tratados como animal salvaje, el hecho de que la gente los trate como seres normales es incalculable…” [9]
En su segundo viaje, que se inicia el 7 de julio de 1953 y lo lleva a Bolivia, Perú, Ecuador, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, El Salvador y Guatemala vive las experiencias de los procesos revolucionarios —y contrarrevolucionarios— de Bolivia y Guatemala. Desde San José, en carta a su tía Beatriz fechada el 10 de diciembre de 1953 le cuenta: “En El Paso tuve la oportunidad de pasar por los dominios de la United Fruit convenciéndome una vez más de lo terrible que son estos pulpos capitalistas”;[10] y desde Guatemala, el 12 de febrero de 1954, le escribe: “Mi posición no es de ninguna manera la de un diletanti hablador y nada más; he tomado posición decidida junto al Gobierno guatemalteco y, dentro de él, en el grupo del PGT que es comunista, relacionándome además con intelectuales de esa tendencia que editan aquí una revista y trabajando como médico en los sindicatos, lo que me ha colocado en pugna con el Colegio Médico que es absolutamente reaccionario.”[11]
En resumen, la Revolución cubana tuvo un lugar principal en la internacionalización de la figura de Guevara; pero hay un componente de particularidad que aportan los peculiares caminos que condujeron al Che hasta Cuba.
En mi opinión, Che Guevara constituye —junto a otros revolucionarios y revolucionarias con suertes diversas en el canon marxista— un botón de muestra de que la carga del “quiebre de fronteras” entronizada como cualidad del pensamiento postmoderno, obedece a una construcción simbólica jalonada por el desarrollo científico y tecnológico en este último. Una corriente particular del devenir de los marxismos se planteó, desde su origen, el quiebre de los estrechos marcos del nacionalismo desde la internacionalización de la Revolución comunista.
Los aportes a esa gigantesca escuela
Quisiera referirme finalmente al tema de la educación. Más allá del tratamiento particular que da Ernesto Guevara en la carta a Carlos Quijano, el espíritu del documento contiene interesantes aportes en este sentido.
En la creación de un revolucionario que se ejercita en la escritura sistemáticamente, cada texto persigue un fin, se canaliza en un estilo, pero se inserta en una producción general. El socialismo y el hombre en Cuba es un escrito descarnado, transparente, que como señala Fernando Martínez invita a actuar. Quizás por eso relegado en la escuela cubana respecto a otros. Es un texto incómodo para la construcción del mito.
Por razones diversas la educación cubana ha derivado en una educación de meseta, lineal, sin los arrebatos volcánicos que puedan —desde la potencialidad que constituye su amplitud de acceso y el apoyo estatal— revolucionar en la Revolución. Diseccionar al Che es un acto, cuando menos, de conservadurismo. Es necesario presentarlo en su integralidad, en la consecuencia de sus concepciones revolucionarias y sus acciones. Por ejemplo, hay fragmentos en la carta leída por Fidel el 3 de octubre de 1965 que no pueden entenderse —como es la ruptura de los lazos legales que le ataban a Cuba— si no se tiene en cuenta que su lucha en otras tierras era también un acto por la Revolución cubana, porque veía la lucha internacionalista como un compromiso ético y como una necesidad para un proceso revolucionario del que fue actor principal.
Otra arista tiene que ver con educar en democracia, vista la democracia como una especie de materia. Con independencia de las cuestiones prácticas relacionadas con los vínculos entre el Estado y el pueblo, los mecanismos de retroalimentación y participación ciudadana, la institucionalidad y el Partido; el hecho de insistir en estos temas tiene la función —además— de visibilizarlos, someterlos a una discusión amplia, ponerlos en la agenda de todos, situarlos como un objetivo formativo en el camino de educar contra el aislamiento del individuo. Ernesto Guevara nos señala que para vivir en democracia hay que “enseñar” democracia y eso puede construirse desde la sociedad socialista. Está criticando el esquema burgués, lo niega y propone. No estamos hablando de un antiprograma al capitalismo —a pesar de identificar varias de sus esencias—, sino de un programa de liberación.
Epílogo
Volver al Che se erige en un proceso de autoevaluación. El Che y El socialismo y el hombre en Cuba también inspiran y mueven a esos actos íntimos.
Regresar a El socialismo y el hombre en Cuba no es sólo un ejercicio analítico del discurso, del texto y su contexto. No se trata de un documento para la “reafirmación” revolucionaria, constituye un acto de “interpelación” a nosotros mismos.
Notas
[1] ¡Al IV Congreso del Partido! ¡El futuro de nuestra Patria será un eterno Baraguá! En Periódico Granma, 18 de marzo de 1990.
[2] Pogolotti, Graziella. Un texto para todos los tiempos. En revista digital La Jiribilla. Marzo de 2015.
[3] Este epígrafe recupera un fragmento del trabajo «Tribulaciones de un citizen decadente», publicado en La Tizza, el 28 de abril de 2021. Disponible en https://medium.com/la-tiza/tribulaciones-de-un-citizen-decadente-b2fcc423b1f2
[4] Guevara, Ernesto. Intervención en el Segundo Seminario de Solidaridad Afroasiático, Argelia, 24 de febrero de 1965. En María del Carmen Ariet (edit.). «Che Guevara. Justicia global. Liberación y socialismo». Centro de Estudios Che Guevara & Ocean Press y Ocean Sur, Tercera impresión, 2007. p. 21.
[5] Ibídem, p. 20.
[6] Ibídem, pp. 29–30.
[7] Centro de Estudios Che Guevara. Nota a la edición. En Ernesto Che Guevara. Apuntes filosóficos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2013. p. 2.
[8] Guevara, Ernesto. Apuntes filosóficos. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2013. pp. 353–373.
[9] Guevara, Ernesto. Epistolario de un tiempo. Cartas 1947–1967. María del Carmen Ariet y Disamis Arcia (comp.), Centro de Estudios Che Guevara & Ocean Press y Ocean Sur, 2019. pp. 16–17.
[10] Ibídem, p. 33.
[11] Ibídem, p. 41.
Tomado de Cubadebate/ Foto de portada: Embajada de Cuba en Rusia/ Archivo.