Internacionales

Mandela

Por Pedro de la Hoz.

Pareciera de momento, debido a ciertos usos políticos interesados y matrices mediáticas propaladas por la industria cultural hegemónica, que la vida de Nelson Mandela solo merece ser contada en términos hagiográficos, descontextualizada e idealizada, como para disminuir la real estatura del luchador consecuente y combatiente resuelto, aquel que dio todo por la libertad de los suyos.

Él mismo dijo, acerca de la pretensión de desasirlo de las coordenadas de su tiempo y circunstancias: «No debo ser considerado el santo que nunca fui, incluso si se define un santo como un pecador que sigue intentándolo».

Ante la celebración hoy del Día Internacional de Nelson Mandela, fecha instituida por las Naciones Unidas desde 2010, coincidiendo con el cumpleaños del líder revolucionario sudafricano, conviene recordar –en su exacta medida– el valor del legado que nos dejó.

El ejemplo de coraje, dignidad, resistencia, capacidad de liderazgo y armoniosa articulación de táctica y estrategia en la lucha lo convirtió en diana de ataques, descalificaciones y campañas de desprestigio no solo por parte del régimen racista imperante en su país sino por las principales potencias occidentales.

En Estados Unidos, el gobierno de Ronald Reagan lo incluyó, junto con el Congreso Nacional Africano (ANC, por su sigla en inglés) en el listado de personas y organizaciones terroristas, y muy bien sabemos los cubanos lo que representa esa manipulación políticamente perversa.

Solo a la altura de 2008, 18 años después de haber conquistado su libertad, ejercer por elección popular la presidencia de la República Sudafricana entre 1994 y 1999, y ser considerado como el padre de la nueva patria, EEUU lo excluyó de la lista.

En 1962, cuando se hallaba de regreso en Sudáfrica para encabezar desde dentro el movimiento antiapartheid, fue detenido en las afueras de Durban mientras conducía un automóvil. De acuerdo con el testimonio ofrecido en 2015 por Donald Rickard, agente de la CIA destacado para la fecha como vicecónsul de EEUU en esa ciudad, al cineasta británico John Irvin para el documental Mandela’s Gun, fue la red de espionaje a su cargo la que aportó la pista a la policía política sudafricana.    

No mostró el menor remordimiento. Para él, Mandela era un enemigo, «el comunista más peligroso fuera de la Unión Soviética», –así lo calificó la cia, agencia que, por cierto, se ha negado reiteradamente a abrir sus archivos sobre el líder antiapartheid– al que había que reducir. A la larga, la jugada fracasó, pues la condena de cinco años a raíz de la detención y luego a cadena perpetua en 1964, no hicieron mella en las ideas de Mandela ni en la lucha de su pueblo y del movimiento internacional contra el régimen racista y por la libertad del héroe, al fin excarcelado el 11 de febrero de 1990.

No deja de ser significativa la referencia acerca de la complicidad de ee. uu. en el ensañamiento contra Mandela, contenida en el libro Flechazos y rechazos, de Stevie van Zandt, traducida y publicada en español el año pasado. El guitarrista de E Street Band, agrupación a la que perteneció Bruce Springsteen, reveló una conversación que sostuvo con Paul Simon –sí, el célebre músico estadounidense– en los momentos posteriores al famoso concierto de Wembley, en 1988, contra el apartheid y a favor de la libertad del líder del ANC, que cumplía 70 años. Simon le dijo: «Mi amigo Henry Kissinger me lo ha explicado con pelos y señales; Mandela es un terrorista, un comunista y es peligroso». Van Zandt quedó petrificado. Luego, como para identificar la fuente del ataque, el guitarrista recordó el papel de Kissinger en el golpe contra el Gobierno de la Unidad Popular de Salvador Allende en Chile.

Barack Obama visitó Sudáfrica, peregrinó hasta Robben Island, donde Mandela guardó larga prisión; y consideró al líder del ANC como un ejemplo de coraje inspirador, por sus esfuerzos por la reconciliación y el perdón. Pero nunca, ni él ni los mandatarios precedentes ni los que le sucedieron han pedido perdón por el agravio que EEUU infligió a Mandela.

Rimando con Reagan, la británica Margaret Thatcher también la tomó contra Mandela y el ANC. Para 1988, la inquilina de Downing Street no vaciló en apostillar al ANC como «una típica organización terrorista; cualquiera que piense que ellos puedan gobernar Sudáfrica vive una fantasía».

Documentos de los Archivos Nacionales revelados por la revista escocesa The Ferret, el 20 de septiembre de 2018, confirman que la Thatcher «rechazó airadamente una propuesta de su secretario de Relaciones Exteriores Douglas Hurd, de un millón de libras esterlinas para ayudar al ANC, tres meses después de que Nelson Mandela fuera liberado de prisión». De su puño y letra escribió: «No financiamos la violencia». Después de su primera conversación telefónica con Mandela, la Thatcher manifestó su desprecio: «Tiene una mente bastante cerrada». ¿No sería que se estaba mirando ella misma en el espejo?

En 1991, Mandela nos visitó con motivo de la celebración en Matanzas del Día de la Rebeldía Nacional. En vísperas del acto compareció en La Habana ante la prensa extranjera. Una corresponsal estadounidense le preguntó: «La comunidad cubana en el exilio le ha pedido que critique la situación de los derechos humanos en Cuba. ¿Qué responde usted a esos exiliados, por favor?».

Respuesta contundente: «¡Quiénes son ellos para estar invocando que se cumplan los derechos humanos! Durante más de 40 años en Sudáfrica se violaron los derechos humanos. ¿Quiénes son ellos para estar preocupados por los derechos humanos, cuando no les preocupa la violencia que ha causado la muerte de 10.000 personas en mi país? ¿Quiénes son ellos para estarnos dictando lecciones acerca de derechos humanos? Si usted me responde esa pregunta, entonces yo le responderé».

Silencio. No faltaba más. El escudo moral de Mandela hizo trizas la sibilina maniobra. Así era Mandela.

Tomado de Granma / Foto de portada: Archivo / Granma.

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