Las lecciones del pasado parecen no bastar
Por Pedro Rioseco López-Trigo.
Hace más de ocho décadas comenzó el conflicto armado más grande y sangriento de la historia universal, en el cual se enfrentaron, entre 1939 y 1945, la mayor parte de las naciones del mundo, incluidas las grandes potencias y todas las europeas, enfrentadas en dos alianzas militares: los aliados y el eje fascista.
Un estimado de más de 60 millones de personas murieron en la Segunda Guerra Mundial, iniciada el 1ro. de septiembre de 1939, cuando la Alemania nazi invadió Polonia, en su pretensión de fundar un Tercer Reich en Europa. Se extendería por seis años e involucraría a 72 países.
El final de la guerra sobrevino con la victoria de los aliados y la liberación de los prisioneros en campos de exterminio, tras la caída de los regímenes de Adolf Hitler en Alemania, y Hideki Tojo en el Imperio del Japón.
La Unión Soviética (URSS), China y Alemania fueron las naciones que más víctimas tuvieron en un conflicto bélico marcado por la muerte masiva de civiles durante bombardeos intensivos sobre muchas ciudades, incluido el uso, por única vez, de armas nucleares lanzadas por Estados Unidos sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki.
Desde 1939 hasta inicios de 1941, mediante arrasadoras campañas militares y la firma de tratados, Alemania conquistó o sometió gran parte de la Europa continental. Luego de finalizada la guerra, el mundo quedó divido en dos bloques: el capitalista, liderado por los Estados Unidos y con influencia sobre Europa Occidental y otros países, y el bloque comunista, liderado por la urss, con influencia sobre Europa del Este.
Los efectivos de todos los ejércitos participantes en la guerra sumaron 110 millones de hombres, de los cuales murieron 34 millones, para un 31%. Quedaron mutilados 28 millones, un 25% de los efectivos. Las bajas en la población civil sobrepasaron los 24,8 millones de personas, desaparecieron más de cinco millones de personas, y los gastos de guerra se calculan en más de 935.000 millones de dólares.
Como consecuencia de la agresión nazifascista, la Unión Soviética perdió el 50% de su potencial económico, incluida la vital industria pesada de la Cuenca del Donéts y los centros agrícolas de Ucrania y Bielorrusia, pues hasta mediados de 1944, un 95% del potencial de guerra alemán estaba en el frente oriental. Alrededor de 20 millones de ciudadanos de la URSS perdieron su vida, 25 millones perdieron sus casas por la guerra y más de 30.000 fábricas fueron también destruidas.
Alemania prácticamente perdió toda su infraestructura industrial, se destruyeron más de 2.250.000 viviendas, otros 2,5 millones fueron parcialmente dañados, y se dice que quedaron más de 400 millones de metros cúbicos de escombros. China perdió entre tres y ocho millones de personas, y seis millones de judíos fueron exterminados en el llamado Holocausto Judío, en cerca de 20 campos de concentración alemanes, donde también fueron muertos masivamente islamistas, comunistas, homosexuales, ancianos, discapacitados y familias enteras, incluidos niños y adolescentes.
El 13 de febrero de 1945, la aviación aliada destruyó la ciudad de Dresde, en Alemania, donde casi 130.000 personas, la mayoría de ellos refugiados, murieron a causa del bombardeo. Otras ciudades como Berlín, Hamburgo, Múnich y Núremberg fueron destruidas en la misma campaña aérea, en cuyos ataques masivos participaron más de mil bombarderos.
La Segunda Guerra Mundial alteró las relaciones políticas y la estructura social del mundo. La Organización de las Naciones Unidas (ONU) fue creada tras la conflagración para fomentar la cooperación internacional y prevenir futuros conflictos. La Unión Soviética y Estados Unidos se alzaron como superpotencias rivales, estableciéndose el escenario de la Guerra Fría, que se prolongó por los siguientes 46 años.
Al mismo tiempo declinó la influencia de las grandes potencias europeas, materializada en el inicio de la descolonización de Asia y África. Los ejércitos de las potencias coloniales no tenían ya capacidad para controlar los movimientos de liberación nacional, por lo que a lo largo de la segunda mitad del siglo XX se produjo la llamada descolonización.
La mayoría de los países cuyas industrias habían sido dañadas iniciaron la recuperación económica, mientras que la integración política, especialmente en Europa, emergió para establecer las relaciones de posguerra.
En los juicios de Núremberg y Tokio, parte de la jerarquía nazi que no logró escapar, y del Tenno nipón, fue juzgada y condenada por crímenes contra la humanidad. Pero la ONU no ha podido evitar el incremento de la carrera por mayores y más modernos armamentos, ni eliminar las amenazas de una conflagración nuclear, estimulada por la industria armamentista de Estados Unidos, en cuyo territorio no se libraron los combates de las guerras mundiales.
Lamentablemente, esas lecciones del pasado parecen no alcanzar al raciocinio humano, como para evitar los peligros actuales de una beligerancia in crescendo, tan propensa a una guerra de alcance global que, si estalla, no solo sería la tercera, sino la última, pues podría significar los días finales de la existencia humana.
Tomado de Granma.