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Del jarrón chino de 3.500 años al cuadro modernista: el arte destrozado en el asalto bolsonarista

Por Joan Royo Gual.

Cuando Oscar Niemeyer proyectó los monumentales edificios de Brasilia, una ciudad salida de la nada en 1960, seguramente no imaginó que un día una turba enfurecida subiría por sus elegantes rampas de mármol blanco para atacar el corazón de la democracia brasileña. Los efectos de esa invasión se evalúan ahora: graves desperfectos en los edificios del Congreso Nacional, el Tribunal Supremo y el palacio del Planalto (sede de la presidencia), pero también en el mobiliario y las obras de arte en su interior. De momento, el Gobierno no tiene una lista definitiva de daños, pero la ministra de Cultura, Margareth Menezes, habló inicialmente de un mínimo de 20 millones de reales (cuatro millones de dólares, 3,6 millones de euros), teniendo en cuenta únicamente las obras de arte, sin contar los graves daños en los edificios.

Concretar una cifra es difícil porque se dañaron o destruyeron piezas de valor incalculable. Por ejemplo, un jarrón chino de la dinastía Shang de casi 3.500 años de antigüedad. Fue un regalo del Gobierno chino a la Cámara de Diputados, pero los golpistas lo convirtieron en añicos en segundos. La obra más emblemática dañada por los bolsonaristas radicales es un cuadro del pintor modernista Di Cavalcanti, uno de los mayores iconos del movimiento modernista brasileño de los años veinte del siglo pasado.

“Sentimiento de espanto”

Situada en el llamado Salón Noble del palacio del Planalto, la pintura, que representa a varias mujeres en un paseo y se conoce popularmente como Las Mulatas (el autor no bautizaba sus obras), fue rasgada en siete puntos diferentes. A primera vista parece el efecto de un puñal, pero fueron pedradas, según explica al teléfono la hija del pintor, Elisabeth Di Cavalcanti, aún en estado de shock por lo ocurrido el domingo. “No me mueve el sentimiento de rabia ni de indignación, me mueve el sentimiento de espanto. ¿Cómo puede ocurrir algo así? Ahora no hay más remedio que aceptarlo, pero como hija me entristece, porque Di Cavalcanti era el pintor que mejor supo traducir la brasilidad. ¿El brasileño que hizo eso conocía a Di Cavalcanti? Claro que no”, dice resignada.

Esta obra llegó a manos del Gobierno después de la bancarrota de una aseguradora, su anterior propietaria, y desde hace años adornaba la parte más importante del palacio presidencial. Su valor está estimado en un mínimo de ocho millones de reales (1,6 millones de dólares o 1,4 millones de euros, al cambio actual). La hija del artista confía en que podrá ser restaurada.

Un agente de la policía federal retira la cabeza de una estatua en la sede del Tribunal Supremo después de las protestas del pasado domingo. Foto: ANDRE BORGES (EFE)

Puede que no corran la misma suerte obras algo más complejas de reparar, como un reloj del siglo XVII que perteneció a Balthazar Martinot, el relojero del rey Luis XIV. Fue un regalo de la corte francesa al rey portugués João VI, y llegó a Brasil cuando la familia real dejó Lisboa rumbo a Río huyendo de Napoleón. Del delicado objeto solo quedó la carcasa. Según el Gobierno brasileño, apenas se conocían dos relojes de este autor; el otro está expuesto en el Palacio de Versalles. También fueron gravemente dañados obsequios de las delegaciones de Irán, Hungría, Argelia, o Indonesia. Una enorme perla que regalaron hace pocos años las autoridades de Qatar está desaparecida.

La lista de obras dañadas es larga. El muro de madera policromada que Athos Bulcão, conocido por sus azulejos de formas geométricas, diseñó para delimitar los amplios salones de la Cámara de Diputados fue perforado en su base y un tapiz del polifacético paisajista Burle Marx fue usado como pared para orinar. Varias esculturas sufrieron daños. El Flautista, de Bruno Giorgi, fue totalmente destruido, y la estatua que representa a la justicia con los ojos vendados frente al Supremo, una hierática figura de granito que Alfredo Ceschiatti creó en 1961, fue grafiteada sin piedad con alusiones a los jueces del Supremo.

Una pintura destrozada en una sala del Congreso Nacional en Brasilia. Foto: CARL DE SOUZA (AFP)

Mientras cuadros y esculturas pasarán a la reserva técnica para ser mimados por los restauradores, los edificios de Niemeyer, obras de arte en sí mismos, exhiben a cara descubierta sus cicatrices. En el palacio de Planalto faltan la mayoría de vidrios de la fachada de la planta baja, y el Tribunal Supremo, justo enfrente, aún está en peor estado. La propia plaza de los Tres Poderes, una enorme extensión cubierta de mosaicos de piedras portuguesas, también sufrió daños en el pavimento. Todo el conjunto es Patrimonio de la Humanidad desde 1987. Ese año Brasilia se convirtió en el primer lugar del mundo con menos de 100 años en recibir tal distinción. La Unesco se puso rápidamente en contacto con las autoridades brasileñas para ofrecer su colaboración.

El Instituto de Patrimonio Histórico y Artístico Nacional (IPHAN) ya está movilizando a su equipo de restauradores; y se piensa incluso en recibir donaciones, ante el alud de muestras de solidaridad en los últimos días. En cualquier caso, se trabaja con la hipótesis de que sean los propios vándalos quienes paguen el coste de las restauraciones, aunque eso dependerá de los procesos judiciales. Además, este órgano vinculado al Ministerio de Cultura también diseñará un monumento o memorial para recordar el intento golpista. “Todo lo que pasó tiene que quedar marcado en la historia de Brasil como ejemplo de lo que no hay que hacer”, dijo el presidente del IPHAN, Leandro Grass, que comparó ese futuro memorial con los que recuerdan las barbaridades perpetradas por los nazis.

Tomado de El País / Foto de portada: Operarios revisan el cuadro del pintor brasileño Di Cavalcanti tras ser dañado por los golpistas que asaltaron la sede de la Presidencia. CARL DE SOUZA (AFP)

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