Culturales

Dylan Thomas, el poeta “cuentista”

Por Kepa Arbizu.

Alabado por su lírica de potente e intrincado verbo, Dylan Thomas cultivó en paralelo una faceta narrativa que encuentra en sus relatos, recogidos en ‘Cuentos Completos’ (Nórdica libros, 2022), un sendero particular pero igualmente identificativo de su estilo.

Son muchos los autores que pese a haber triunfado en una determinada disciplina, hasta hacer de ella su seña de identidad casi única, han extendido su talento hacia otras formulaciones con las que la historia, por diversos motivos, no ha llegado a relacionarlos, o por lo menos no de una manera elogiosa y sustancial. Al igual que el dramaturgo Samuel Beckett depositó su desolador retrato humano también entre versos, haciendo de ellos un modélico ejemplo de su sordo grito existencialista, o Salvador Dalí trasladó sus enormes aptitudes pictóricas hasta la escritura, la lista se haría interminable si tratásemos de ejemplificar esa inasequible tendencia que muchos creadores han demostrado a la hora de exportar sus habilidades hacia terrenos omitidos, o subrayados de forma anecdótica o complementaria, en sus biografías.

Si bien el nombre de Dylan Thomas (Swansea, 1914-Nueva York, 1953) aparece férreamente, y se podría decir que en demasiadas ocasiones exclusivamente, ligado al mundo de la poesía, donde dejó una impronta de apabullante calidad y particular estilo, rompiendo las normas imperantes en su época del modernismo para germinar entre el aliento de románticos como William Blake o John Keats y del simbolismo francés, su aportación narrativa, quizás no tan influyente o esencial, también se merece una estimable consideración. Gracias a la editorial Nórdica, que recopila todos sus textos cortos en un grueso volumen, ‘Cuentos Completos’, se puede acceder a esa parte del legado que proporcionó este bon vivant y en el que, sumado a las características propias desarrolladas dentro de dicho género, no renunció, aunque sí recató algo más, ese palpitante lenguaje tocado por una suculenta riqueza cromática y rítmica.

Gracias ‘Cuentos Completos’, se puede acceder a esa parte del legado que proporcionó este «bon vivant» y en el que no renunció a ese palpitante lenguaje tocado por una suculenta riqueza cromática y rítmica

Al igual que sucede en tantos casos, y más sobre todo si pensamos en individuos que hicieron de su forma de vida prácticamente un argumento de novela, la potente personalidad que ostentan es difícil que llegue a desvanecerse sea cual sea la manera en que Esta quede expresada. De ahí que el bohemio, juerguista y morador casi a tiempo completo de tascas y tugurios que fue Dylan Thomas se aparecerá de manera todavía más ostensible en unos escritos que dada su naturaleza, a priori propicios para un mayor encaje narrativo, faceta que desarrolló tanto ejerciendo la profesión de periodista como realizando guiones para radio y televisión, invitan a la elaboración de un modelo explícitamente autobiográfico, facilitando en paralelo un retrato coral que abarque una amplia galería de las personalidades y situaciones acaecidas a su alrededor.  Un aspecto, el de reunir en un mismo cuerpo el tono introspectivo con el ambiental, que si bien nunca abandonó su forma de escribir, aquí se convierte en el epicentro misma de ella.

Gales, Londres y la incertidumbre

Los capítulos dedicados a ‘Retrato del  artista cachorro’, único libro editado bajo estas características antes de su fallecimiento, y ‘Con otra piel’, al margen de destacar por su calidad, se constituyen como los ejemplos donde con mayor nitidez se realza la identidad propia del formato, representando un cariz más retratista del entorno que no excluye esa acostumbrada disolución entre lo real y lo imaginario, e incluso sobrenatural, proporcionando un sugerente panorama, como el que domina el intrigante ‘Una visita al abuelo’.

Si en el primero de los repertorios hace de su Gales natal, y concretamente la localidad donde nació, Swansea, el escenario predilecto donde ambientar sus narraciones, en el segundo será Londres -estancia en la que también residió pero de la que siempre necesitó escapar ante la llamada de sus raíces- el paisaje que envuelva sus andanzas, en este caso protagonizadas por un álter ego, Samuel Bennet. Distinción geográfica que supone además una alteración en el carácter de lo relatado, una disparidad lógica dados los diferentes momentos de ese aprendizaje existencial al que señalan ambos, aspecto que queda en evidencia si comparamos ‘Un sábado de calor’, donde los primeros flirteos nacen con ánimo evocador y simbolizados como el embrionario nacimiento de una ilusión, con los pasajes que pueden contener ‘Cuatro almas perdidas’ o ‘Los perseguidores’, donde se detalla una actitud más decidida y despreocupada.
De igual manera la continua evocación a ese paisaje rural de su niñez, y que quedará prendido en su memoria como anhelo reiterado, colisiona con las aventuras y peripecias celebradas entre el bullicio de la gran ciudad, a la postre ambiente proclive a esa actitud disoluta que escribiría importantes renglones en su biografía.

El bohemio, juerguista y morador casi a tiempo completo de tascas y tugurios que fue Dylan Thomas se aparecerá de manera todavía más ostensible en unos escritos que invitan a la elaboración de un modelo explícitamente autobiográfico

Siendo dos obras, vistas en conjunto, en las que nos desvelan las piezas de un puzzle que desemboca en la construcción de su persona, tanto en el ámbito humano como artístico, y que comparten elementos conceptuales en común e identificativos, ya sea un particular sentido de la comicidad como un marcado trazo costumbrista, en ningún caso son ajenas a ese halo fatalista, de raíz determinista, que define en última instancia la lírica de su autor, una vertiente incrementada por el abatimiento al que fue sometida toda su generación como consecuencia del estallido de la I Guerra Mundial.

A pesar de su defensa a ultranza del carácter universal  y atemporal del arte, que le impidió recalar en corrientes de una naturaleza más realista y social, resultó inevitable que las huellas de la barbarie no sembraran el olor a tierra quemada en su ánimo.

Más allá de esa parte de su obra narrativa que levanta una frontera respecto a su aportación poética, aquellas piezas recogidos bajo los epígrafes de ‘Relatos de juventud’ y ‘Hacia el comienzo’ tejerán un muy evidente lazo de unión con su reconocible apego al simbolismo, la sonoridad y un deleite en los detalles sensoriales. Sumado a que sus temáticas rondarán el ámbito fantástico y religioso, más como ritos ancestrales que como creencia, consiguen transmitir un tratamiento misterioso a través de parábolas de doliente condición, donde Dios y el Diablo, la vida y la muerte y lo real y lo imaginario conviven en estancias colindantes. Una pauta mucho más cercana a la torrencial expresividad y el vibrante lenguaje al que su nombre está adscrito, un formalismo de absorbente naturaleza que siembra la angustia en ‘El limón’ o se viste de fábula apocalíptica en ‘Los enemigos’.

Conocer y adentrarse en la producción narrativa de Dylan Thomas quizás no suponga esa fascinante y embriagadora inmersión que sí celebramos cada vez que el estallido de colores y percepciones nos envuelve al pasear por el controlado exceso que son sus poemas, pero desde luego sí que nos sirve para completar y añadir ciertos rasgos a su legado creativo que incluso podrían conducirnos a descifrar alguno de los misterios que esconde su escritura en verso. Porque en la manera de describir los espacios, los ambientes, el caudal humano de sus personajes y el inevitable designio que impregnan estas narraciones pervive esa angelical y demoníaca sustancia con la que está regada toda su obra, reflejos que no son sino las sombras de su propia vida.

 

Tomado de Resumen Latinoamericano Argentina/ Fuente: Naiz/ Fotos: Editorial Nórdica/ Archivo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *