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Arleen Rodríguez Derivet: «El periodismo es lo que me mueve el piso »

Por Liudmila Peña Herrera y  Rodolfo Romero Reyes

Recién cumplidos los 40 años en la profesión, Arleen está muy segura de haber elegido correctamente. «Desde el primer día que empecé a estudiar periodismo hasta hoy nunca me he aburrido».

Una de las cosas que más disfruta en la vida es leer; y específicamente, leer periodismo. Sobre la mesita de la sala, encima del libro de turno, tiene una edición príncipe de las Obras Escogidas de José Martí, de 1953, que le regaló un gran maestro: Mario Castro, tío de su esposo. En un lugar menos visible de la casa, se agrupan los textos de Gabriel García Márquez. Nos confiesa que, durante mucho tiempo, su libro de cabecera fue La soledad de América Latina, una compilación del periodismo del Gabo.

Lee ficción, pero prefiere testimonios, entrevistas, crónicas… «El periodismo es lo que me mueve el piso», nos dice. Después de un café cubanísimo que disfrutamos lentamente, iniciamos lo que serían casi dos horas de un diálogo ameno y familiar, con ese trato amable y cercano que suele distinguir a las personas nacidas en el oriente de este país caribeño.

Enamorada de las letras

En décimo grado era la animadora de todos los espectáculos estudiantiles y participaba de cuanta obra de teatro se organizaba en su escuela. Un día, durante un festival de la Federación Estudiantil de la Enseñanza Media (FEEM), alguien le propuso ir a la radio. Allí, entre un grupo de aficionados, empezó a interpretar personajes de novelas y luego a conducir programas. Dos años después, cuando a su natal Guantánamo no llegaron las añoradas plazas para estudiar en el Instituto Superior de Arte, no lo pensó dos veces: «Nada tiene más que ver con la actuación y con la literatura que el periodismo». Y así fue como, con 18 años, Arleen Rodríguez Derivet matriculó en la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba.

«No les voy a negar que me gustaba la radio. Imagínense que recién graduada, leí que Pastor Vega haría su película En el aire, en la que a una periodista la mandan para Baracoa a hacer su servicio social en una emisora y le escribí para decirle que quería interpretar ese personaje — por supuesto, no me tomó en cuenta, ya tenía actriz y todo — . Escogí la carrera siempre pensando en volver a la radio. Pero cuando me gradué no había plazas. Gracias a Pablo Soria, que ese año fue promovido a subdirector del diario Venceremos, el 13 de agosto de 1982 ocupé la plaza que él dejaba como corresponsal de Juventud Rebelde (JR) en Guantánamo. Ahí me enamoré del periodismo escrito; descubrí que la radio para mí era un hobby, que mi verdadera pasión era escribir. La radio rescata en mí esa parte de la actuación que nunca se ha ido: modular la voz, transmitir sentimientos; pero como más cómoda y plena me siento es frente a la computadora. Me pueden dar las cinco de la mañana escribiendo».

Su apego a las letras la llevaba a perseguir cada edición de El Caimán Barbudo; fue miembro de la Asociación Hermanos Saíz.

Durante los cinco años que trabajó en Guantánamo, en dos o tres ocasiones le propusieron ir para La Habana, y nunca aceptó. Sin embargo, el divorcio de su primer esposo, la consecuente convivencia en casa de sus padres, entre otras cuestiones, la hicieron tomar esa decisión a finales de 1986.

«Me habían propuesto venir como subdirectora, pero dije que no. Me pusieron entonces al frente de la redacción económica, donde casi todos eran fundadores del periódico; el más joven era nada menos que Pepe Alejandro. Me hicieron miles de bromas y maldades, pero fue un equipo muy colaborador. Siempre sentí que JR era mi casa».

Interrogada por una anécdota de aquellos primeros años en La Habana, nos narra su «entrevista exclusiva» con Fidel.

«Siempre se ha dicho que ningún periodista cubano le hizo una entrevista de personalidad; es cierto. En los últimos días de 1986, el Comandante estaba recorriendo los círculos infantiles y me mandaron a esa cobertura. Para enero de 1987, el periódico debutaría como tabloide, y me dije: Lo voy a entrevistar para el primer número con el nuevo formato. Cuando lo vi llegar, le fui para arriba: Comandante, quiero hacerle una pregunta. “Ah, ¿sí? ¿Pero puedes esperar al menos a que inaugure el círculo? Te la voy a responder cuando salga”. Le tomé la palabra y con ese ímpetu que uno tiene a los 27 años, se lo recordé: Comandante, usted me debe una pregunta. “No, yo te debo una respuesta, la pregunta me la debes tú”».

Le inquirió sobre los pronósticos para Cuba de cara al próximo año y Fidel le habló del proceso de rectificación de errores, de la construcción de círculos… Su extensa respuesta ocupó dos páginas del diario.

«Ya en el periódico, redacté el texto y puse: En entrevista exclusiva con esta redactora… La versión a máquina del artículo se la enviaron a él para que la revisara. Tachó las palabras “entrevista exclusiva” y puso “declaraciones”. No salió en el primer número de enero, pero sí el primer domingo. Con el tiempo, aprendí a bajarme de esa nube: que entrevista de qué, si fue solo una pregunta».

Durante los difíciles años entre 1989 y 1993, se desempeñó como subdirectora del periódico y en diciembre de 1993 asumió la dirección.

«Fui la primera mujer que dirigió JR, pero no en la prensa cubana. Antes, Magali García Moré lo había hecho en Trabajadores, y Caridad Miranda en Bohemia. Era un desafío. Fue más difícil lidiar con mis colegas subordinados que con el Partido, y les voy a explicar por qué: a mí me dirigían mis subordinados, yo era parte de ellos, nunca me sentí jefa, nunca les impuse algo, ellos lo saben. Pude haber sido grosera, regañándolos cuando no cumplían con algo, pero los entendía. También fui muy afortunada, porque tuve jefes inteligentes, con los que se podía hablar.

«Después de JR tuve que lidiar con otros con los que no me entendí para nada. El gran problema de la comunicación es la ignorancia. Cuando te enfrentas a jefes que ignoran la profesión y las reglas de la comunicación, o que subestiman a la prensa, no hay entendimiento. No fue el caso de mi época en JR. Tuve directores muy inteligentes y sensibles, como Jacinto Granda, Cheíto (José Ramón Vidal), Bruno Rodríguez, Jesús (Pititi) Martínez y otros jefes como Lázaro Barredo, que fue mi amigo personal hasta su muerte y Ricardo Sáenz, que me enseñó a respetar el periodismo. La lista es larga y siempre estará incompleta e incluye a mis compañeros de fila».

En el JR de aquellos años se publicaron trabajos que todavía son referentes: reportajes sobre la prostitución en Cuba, la emigración de la juventud, la proliferación de los tatuajes…

«Primero como subdirectora, y después como directora, fui parte de aquel proceso de romper ataduras, de abrir puertas. Teníamos el apoyo de la dirección de la Juventud (UJC), que era quien nos dirigía, y también del Partido. Siempre tuve comprensión y manos libres. Nunca nos impusieron nada ni me dijeron quita esto para poner aquello. Nunca. Te puedo poner un ejemplo: un día me llamó Fidel y me dijo: “Arleen, me acaban de entregar un texto que escribió Katiuska Blanco — era la crónica del primer encuentro que tuvo con él — y el trabajo se me parece más a ustedes que a Granma (donde laboraba Katiuska). Pero a lo mejor a ti no te gusta, o al periódico. ¿Podrías ver si lo aprueba tu Consejo Editorial?».

Para ilustrar con otra anécdota, nos contó que en pleno Periodo Especial el Comandante quiso leer el trabajo que saliera sobre el otorgamiento de las primeras bicicletas para la Federación Estudiantil Universitaria (FEU). Manuel Henríquez Lagarde hizo un reportaje que parecía una novela de amor y rozaba con lo erótico: el muchacho soñaba que le daban una bicicleta para llevar en la parrilla a su novia, entonces se iban… Dice que ella se preocupó al saber que aquello lo iba a revisar el Comandante, porque estaba subidito de tono. Sin embargo, y para su sorpresa, las páginas mecanografiadas regresaron con una sola nota, de su puño y letra: «Hermoso trabajo».

«Hubo momentos en que alguien, no precisamente del Partido, me dijo: ¿Pero tú publicaste eso sin consultar? Y dije: Sí, porque creo que es necesario. Y eso me costó. No fui disciplinada, ni obediente cuando me parecía que las cosas no funcionaban. En 1997 hubo un cambio en la estructura de la UJC. Señalamientos a problemas internos que tenía la organización generaron un cambio de toda su dirección. Del Buró Nacional, al que también yo pertenecía, cambiaron a casi todo el mundo. Por eso jamás sentí que a mí me hubieran botado del periódico. Incluso, el núcleo del Partido protestó y dijo que yo no tenía por qué irme, algo que jamás olvidaré, pero yo misma sentía que ya había cumplido. El nuevo Buró Nacional me hizo hasta una despedida, y recibí un trato respetuosísimo, aunque yo sé que había personas en el Partido que no pensaban igual. A la hora de la despedida, me dijo un compañero: “Tú conoces tus errores”. Mi respuesta fue: Conozco mis errores, tuve muchísimos; pero quizás a los que usted se refiere, para mí son méritos».

Volver a la Radio

Su experiencia al frente de Opciones — suplemento económico que editó JR a partir de enero de 1994 para autofinanciamiento — le permitió a Arleen asumir El Economista, una publicación especializada cuyo primer número se publicó en enero de 1998. Al año siguiente empezaría como directora de Tricontinental.

«Era una revista teórica en la que publicaban los líderes del tercer mundo. Encontré allí otra de mis pasiones: la política. Me gusta el tema latinoamericanista, la confrontación con el imperio, en el sentido de las ideas. Siempre me conmovió la literatura y el periodismo del Che Guevara, de Fidel».

El año 1998 significó también el regreso a la radio. Durante el periodo que estuvo como corresponsal en Guantánamo no había ejercido el periodismo radial: solo locución, y de manera ocasional (se había evaluado como locutora desde los 16 años, antes incluso de iniciar la carrera de Periodismo).

«Quise volver a ejercer la profesión porque no me interesaba seguir dirigiendo — y creo que nadie más quería que lo hiciera — . Me propusieron la radio. Empecé haciendo editoriales para los noticieros de Rebelde, pero no me sentía cómoda; habían pasado 15 años. Estaba como el deportista que deja de correr y luego ya no sabe cómo volver a hacerlo. Entonces apareció una gran amiga, Marina Menéndez, y un tipo fuera de serie, Antonio Moltó, y me propusieron ir al programa Haciendo radio. Allí estuve desde marzo de 1998 hasta 2002. Me reencontré con la pasión de la radio. Tuve un equipo bellísimo. Volví a sentirme como cuando era una adolescente y la radio era casi un juego».

Al frente de Tricontinental estuvo apenas un año. Pidió su liberación para quedarse como editora de la revista, labor que desempeñó hasta 2005, cuando se creó la Oficina de Información del Consejo de Estado y empezó a trabajar en la Mesa Redonda a tiempo completo. No obstante, siguió en la radio con un programa dedicado a los Cinco Héroes cubanos: Una luz en lo oscuro, experiencia que la marcaría para siempre como profesional y como ser humano. Comenzó con una duración de 60 minutos y se extendió a hora y media cuando ellos empezaron a escucharlo en la prisión.

«Durante los 13 años en que estuvo al aire, hice entrevistas muy valiosas a las personalidades más importantes del país que fueron allí por los Cinco. Lo hice hasta que ellos regresaron. El último programa fue con ellos y sus familias». Salía una vez a la semana y se grababa los sábados, aunque en diversas ocasiones debió emitirse en vivo.

«Ahora hago dos programas: Chapeando, que surgió después de los sucesos del 27 de noviembre de 2020, para combatir la ola de desinformaciones y fake news que se generó; y Genéticamente hablando, un proyecto que le propuse a la doctora y especialista en genética Beatriz Marcheco — mi vecina que tan buenos consejos me dio en los momentos más difíciles del confinamiento — y al que ella sumó a Patricia Arés. Es un programa que sale los miércoles por Radio Rebelde y que se acerca a lo que vendría siendo una salud personalizada, a través del conocimiento de tus antepasados, de los problemas genéticos de la población cubana, entre otros aspectos».

Guantánamo, ciudad cosmopolita

La historia de la familia Rodríguez Derivet bien podría ser el argumento de una novela de época. Ambientada entre las lomas de Oriente, se remonta al siglo XIX cuando una mujer africana, negra libre, tuvo cuatro hijos con un francés emigrado que era dueño un gran cafetal de Yateras. De aquellos hijos, solo el varón sería reconocido por el padre. Las tres hembras trabajaron como domésticas en la casa hasta que, a punto de morir, el padre les dio su apellido y varias caballerías de buenas tierras.

Una de aquellas tres mujeres fue la bisabuela de Arleen. Tuvo nueve hijos con un amoroso joven francés; juntos levantaron una bella finca cafetalera en las tierras heredadas.

«La madre de mi mamá murió con 26 años y al padre no lo conoció, así que fue criada por mi bisabuela, ya viuda. Ella la inscribió como hija propia, de lo contrario, yo no sería Derivet. La familia era parte de la comunidad francesa de Guantánamo, en la que las mujeres solo aspiraban a casarse “bien”, coser, bordar, cocinar. Mi familia estaba llena de mujeres que cosían bellísimo, pero también tuve tías que rompieron esquemas; por parte de madre una fue la primera mujer en manejar camiones, y por parte de padre la primera en andar en moto; pero el plan para todas era casarse con un hombre que las mantuviera y dedicarse a la costura. No eran ricas, pero sí acomodadas. Mi ropa de niña, por ejemplo, era de hilo blanco, cosida por las tías de mi mamá, que también cosió con gusto y cocinaba como los dioses».

Al triunfo de la Revolución, casi toda la familia por parte de madre emigró al exterior. La mamá de Arleen se había casado con un hombre de pocos recursos que trabajaba en la Base Naval estadounidense.

«Mi padre es un hombre extraordinario. Hicieron una pareja bellísima hasta la muerte de mi madre. Él, de hecho, es jubilado de la Base desde 1986. Aquella realidad marcó mi infancia y mi adolescencia. Venía de una familia campesina, pero pequeño-burguesa, que casi en su totalidad había emigrado. Esas cosas no eran bien vistas entre mi generación, por eso siempre me tuvieron entre signos de interrogación. De hecho, vine a ser militante de la UJC prácticamente cuando entré a JR».

El Diamante. Aquel era el nombre del emporio cafetalero de Pedro Belón en Yateras — quemado dos o tres veces, lo mismo por mambises que por españoles — , base del progreso posterior de la familia Derivet que, aunque tenían casa en la ciudad de Guantánamo, levantó sus fincas en Achotal de Monte Ruz, un lugar paradisíaco. De hecho, su mamá pidió que sus cenizas descansaran allí.

«Mi abuelo por parte de padre era canario y radical, casi comunista. Me enseñó a leer en el patio de la casa. Él también trabajó en la Base. Acostumbrada de muy joven a que una empleada hiciera las cosas más duras de la casa, mi mamá dedicaba mucho tiempo a la lectura, pero añoraba estudiar. Siempre dijo que la Federación [de Mujeres Cubanas] fue la que la sacó de la cocina. Empezó a dirigir la organización en su barrio, a dar clases de artesanía y a estudiar de noche en la Facultad. Eso fue para ella su realización profesional.

«Y a mí, fueron mi mamá y la Revolución las que me sacaron del previsible futuro de “cásate con un hombre bueno y aprende a coser y a cocinar”. De hecho, cuando estaba en noveno grado, me enamoré por primera vez y quería dejar la escuela para ponerme a trabajar, pero ella me dijo: De eso nada, mi hija tiene que ser universitaria».

Desde que tenía un año, Arleen venía de vacaciones a La Habana a casa de sus tías, que luego emigraron. En julio de 1973, con 14 años, visitó por primera vez Santiago de Cuba y se enamoró de esa ciudad. Cuando fue a estudiar en la universidad, pasó allí los cinco años más felices de su vida. «No me siento extranjera en ningún lugar, no me deslumbran las grandes ciudades, nunca sentí eso que otros dicen, que “La Habana me aplastó”. Lo que me ocurrió con Santiago de Cuba fue diferente, me enamoré porque era una ciudad bella, tenía los colores, la música, el ritmo que me gustaba a mí».

Sin embargo, no se quedó en la «Tierra Caliente» cuando se graduó.

«En aquel momento las provincias tenían un desarrollo más o menos similar. Además, como siempre digo, aunque mis amigos se rían mucho por eso, Guantánamo es una ciudad cosmopolita. Al menos, la que viví. Antes de la Revolución se había desarrollado un tipo de ciudad que no era normal para su poco desarrollo. Allí se gastaba más dinero que el que se generaba, pues una gran parte provenía de la Base. Tenía importantes arterias comerciales, una zona de prostitución — le llamaban la zona de tolerancia — , otra obrera, otra de migrantes. Venía mucha gente de Jamaica. Allí vivió Juan Bosch, el gran líder dominicano. Muchos caribeños venían a trabajar a la Base y vivían temporalmente en Guantánamo. Regino Boti, que es innovador de la poesía hispanoamericana, es de allí. Su hijo fue uno de los más brillantes economistas de América Latina. Mi padre hoy, con 91 años, ama profundamente Guantánamo. Ese amor también lo heredé. Lo más lindo de allá es su gente».

El oficio de preguntar

«La entrevista me fascina. Me encanta descubrir historias y contarlas. Sin embargo, cada vez que las publico pienso: Ay, no pude transmitir lo que quería, no supe aprovechar esto lo suficiente. Me quedo un poco frustrada. No tengo una entrevista así, de la que les pueda decir: la partí».

Le mencionamos entonces algunos de sus intercambios con comandantes de la Revolución, presidentes latinoamericanos, exmandatarios estadounidenses, renombrados científicos o los autores de las entrevistas más extensas que le hicieron a Fidel: Frei Betto, Gianni Miná, Tomás Borges e Ignacio Ramonet.

«Sobre esos últimos, ¡si ustedes supieran!; esa idea nos la dio Abel Prieto. Nos dijo a Randy y a mí: “¿Por qué no aprovechan que por el 80 cumpleaños de Fidel están aquí los mayores entrevistadores de Fidel, y los entrevistan?” Las hice con ayuda de Oliver Zamora. Así salió el libro y un casi documental».

Al preguntarle por las entrevistas que más satisfacción le han generado, escogió dos: la que le hizo a Antonio del Conde — El Cuate, del yate Granma — , «un personaje de leyenda», y la que entabló con el Comandante de la Revolución Ramiro Valdés Menéndez.

«La entrevista a Ramiro fue una gran victoria porque él nunca antes había concedido una sobre su vida. Me dolió que la hayamos tenido que hacer bajo una tormenta terrible — caían rayos y centellas — , pero no podía desaprovechar la oportunidad. Fue hermosa. Pienso que pude haberle sacado mucho más. Recuerdo que llevaba un listado de preguntas, y cuando llegué y lo vi, me dije: La pregunta que va es esta: “Comandante, ¿por qué usted nunca ha dado una entrevista?”. Eso rompió el hielo. Cuando terminamos, pasamos a su despacho y me di cuenta que él podía seguir hablando sobre su familia, su casa, de todo; pero las condiciones técnicas no daban para más. No obstante, es la entrevista que más disfruté porque sabía que estaba haciendo algo que no había hecho nadie antes».

También nos contó de una entrevista a Silvio Rodríguez con preguntas enviadas por los Cinco desde la prisión. Enumera con humildad a algunos mandatarios: Evo Morales, Nicolás Maduro, Leonel Fernández, Álvaro Colom. Admitió su pasión por las historias de vida: María Antonia Figueroa, tesorera del Movimiento 26 de Julio; Guillermo García, Comandante de la Revolución; los generales Ramón Espinosa, Rafael Moracén Quitafusil, Harry Villegas «Pombo».

«Me quedé con muchas ganas de entrevistar a Fidel. Quizás tuve la oportunidad de pedírsela, de hacérsela, pero cada vez que estaba frente a él, me cohibía, y me parecía que no tenía nada que preguntarle. Le he solicitado una insistentemente a Raúl, pero después de leerme el libro de Nikolái Leónov, que es tan fascinante, me dije: Nada que decir ya, la belleza está ahí, en ese libro. No obstante, sigo con ganas de entrevistarlo».

Además de su rol como subdirectora de la Mesa Redonda, durante años se ha desempeñado como moderadora y comentarista. Al indagar por los aprendizajes de esta experiencia a la que ha dedicado más de 20 años de su vida, todas las respuestas condujeron a Fidel.

«Él era el director de la Mesa. Literalmente. Fue una escuela. A pesar de que yo venía de dirigir una revista, un periódico, hacer radio, algunos principios de la comunicación nos los enseñó Fidel. Por ejemplo, algo que yo tenía motu proprio para mi vida personal, el Comandante nos lo dio como principio número uno de la Mesa Redonda, y que también aparece en su concepto de Revolución: no mentir jamás. Nos decía: «ustedes pueden equivocarse porque esto es un programa en vivo, porque le dan una primera lectura a lo que van a comentar, pero ustedes tienen la oportunidad de venir al otro día a rectificar. Nunca dejen algo por decir, por aclarar. La verdad es la fuerza más grande que existe, es inderrotable, nada es más poderoso que la verdad».

Nos cuenta, entre risas, que una vez Fidel la mandó para «el banco» — que quería decir, estar sin salir en la Mesa por un tiempo — por no conocer del todo un tema del que habló, y que ella le respondió con esa espontaneidad de «guajira» guantanamera: Ay, Comandante, si yo vengo del banco.

«Fue un tiempo inolvidable de aprendizajes. Te obligaba a estudiar porque él siempre te iba a hacer una pregunta que nadie te había hecho antes. Fue una época en la que yo dormía apenas dos horas. Una etapa linda. Cada vez que nos juntamos, recordamos aquellos tiempos y las cosas que nos decía Fidel. Hace poco hicimos el balance anual, y les dije a Taladrid y a Randy: Siempre tendremos París, como la famosa frase de Casablanca. Nuestro París son aquellas horas con Fidel.

«El mejor de nosotros»

En los últimos años se le ve entre el equipo de prensa que acompaña al presidente Miguel Díaz-Canel; sin embargo, nos aclaró que no es oficialmente periodista del Equipo de Comunicación y Análisis de la Presidencia de la República de Cuba, sino colaboradora.

«Sigo siendo periodista de la Mesa Redonda. Colaboro con la Presidencia porque Díaz-Canel y yo somos amigos desde hace muchos años, nunca dejamos de serlo. Lo fuimos cuando él era miembro del Buró Nacional de la UJC y fue mi jefe. Me pidió ser parte de ese equipo y dije que no. Puedo colaborar en todo lo que me pidan, pero ya no tengo la energía, no le puedo seguir el ritmo, y eso que nada más soy un año mayor que él».

El 11 de julio de 2021 ella fue una de las periodistas que lo acompañó a San Antonio de los Baños y luego apareció junto a él en sus comparecencias en la televisión nacional.

«En cuanto hubo noticias, nos reunimos en el Palacio y salimos para San Antonio. Ya él estaba allá. Aquello me remontó al 5 de agosto de 1994. Yo estaba en JR y nos fuimos para la UJC nacional y salimos a la calle a defender la Revolución. Allí, en la calle, nos encontramos con Fidel. Lo que viví con Díaz-Canel fue otro 5 de agosto. Se quiso manipular que si él convocó a la gente a una guerra civil: eso es absurdo. Él dijo: “a la Revolución la defienden los revolucionarios”; y ese día salimos a defenderla».

Arleen conoce al mandatario más allá de las cámaras y las comparecencias. «Es una de las personas más nobles, limpias, transparentes y consagradas que conozco — asegura — . Lo he visto sufrir, sin dormir, cuando los días del incendio en Matanzas, cuando el accidente del hotel Saratoga, desvelado cuando los problemas con la electricidad, pensando en lo que está pasando la gente, o lo que están sintiendo. Lo único que puedo hacer es acompañarlo. Me llena de muchísimo honor y orgullo que sea un representante de mi generación. Lo he visto crecer como líder, con una modestia y una sencillez increíbles. Él nunca se imaginó en una responsabilidad tan alta. Ha tenido que asumir el desafío de sustituir a los líderes históricos.

«Lo que dijo en la Asamblea Nacional, que se sentía insatisfecho, lo tenía entre pecho y espalda, nos lo decía: “Me siento mal por lo que no he podido hacer, por más que he hecho, siento que no he cumplido con la gente”. Eso es de un decoro, de una dignidad… Él tiene una capacidad de trabajo extraordinaria. Es un huracán trabajando, no cesa. Organiza hasta el mínimo minuto de su agenda. En Buenos Aires, su viaje más reciente, no hubo una hora que dejara libre: encuentros, reuniones… No desaprovecha un minuto, como dijo Raúl una vez. Él siente que todo tiempo es corto para empujar y empujar un país, como diría Miguel Barnet. Para mí es un hermano, un compañero de generación, el mejor de nosotros, y el que está en la tarea más dura».

El activismo político por los Cinco

Mientras entrevistaba a James Carter, durante su segunda visita a Cuba en 2011, se salió de su rol de periodista para reclamarle la libertad de los Cinco y alegar su inocencia, aprovechando una frase del expresidente en la cual abogaba por la libertad y la «inocencia» de Alan Gross.

«Hubo tres factores que hicieron que me involucrara de la manera en que lo hice, como se supone que ningún periodista debería implicarse — aunque yo nunca he hecho ascos al compromiso del periodista; soy política, revolucionaria, comunista, y asumo esas condiciones — . Cuando terminó la batalla por el regreso de Elián, yo me iba a Alemania a hacer un trabajo periodístico. Literalmente me bajaron del avión. Fidel nos llamó para reunirse con nosotros. Saldría la carta de los Cinco al pueblo norteamericano. El Comandante nos dijo: “Contamos con ustedes. Vamos a hacer una serie de Mesas para enseñarle al mundo quiénes son estos hombres. Tienen el desafío de mostrar la verdad; porque ellos han sido acusados injustamente”. Estuvimos una noche entera conversando. Nunca nos impuso nada. Recuerdo que nos dijo: “Conozcan a estos hombres, a sus familias, sus historias, y entenderán por qué son inocentes”».

El segundo momento fue cuando Arleen conoció a las esposas:

«Olguita, su pasión y el amor por René es algo descomunal; Elizabeth Palmeiro, la esposa de Ramón; Rosa Aurora, la novia de Fernando; Adriana, el amor prohibido de la prisión; Mirta, la madre de Tony, que era como el cemento que unía a todo el mundo. Todas ellas me dieron un mundo de sensibilidad con el que me comprometí enseguida. Olguita tiene mi edad, Rosa Aurora era un poquito mayor, pero las otras podían ser mis hermanas menores. Entré al mundo de ellas cuando empezamos a hacer los programas de radio».

Lo tercero y decisivo fue la entrevista a Roberto, el hermano de René:

«Él me dio todo el contenido del caso. Entendí de arriba a abajo cómo funciona la justicia norteamericana, por qué se habían declarado inocentes, por qué habían ido a juicio. Para mí fue muy fácil abordar el tema desde ese momento. Soy una persona que se involucra sentimentalmente. Después Graciela Ramírez creó el Comité por la Libertad de los Cinco y me invitó. Fui parte activa de la lucha hasta su regreso».

En la mañana del 17 de diciembre de 2014, Arleen esperaba para ser atendida por el dentista. Cuando la llamaron y le dieron a entender lo que se sospechaba, salió corriendo y a los viejitos que hacían taichí en el parqueo les confió la primicia: «Vayan para sus casas, pongan el televisor, va a hablar Raúl, parece que regresan los Cinco».

«Mi mamá siempre dijo que había tenido dos días extraordinarios en su vida, el día que parió a mi hermano, su primer hijo, porque por fin tenía familia propia; y cuando triunfó la Revolución, que fue como “si todo se hiciera de día”. Aquel 17 fue mi jornada de felicidad inconmensurable».

Recién cumplidos los 40 años en la profesión, Arleen está muy segura de haber elegido correctamente. «Desde el primer día que empecé a estudiar periodismo hasta hoy nunca me he aburrido. Yo no fui madre por priorizar la profesión. Pude haberme dedicado a hacerme estudios, intentar otras vías, pero siempre tenía una tarea laboral que me apartaba de eso. Y el periodismo me ha compensado; también la familia. Mis sobrinos, y los hijos de mi marido Roberto han sido míos también, todos me lo han compensado, pero el periodismo en primer lugar; nunca me decepcionó. Esto es lo mío, lo que me enciende, lo que me da vida».

Tomado de Revista Alma Máter/ Fotos: Cortesía de la entrevistada

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