Internacionales

Invasión a Iraq, mentiras de Estados Unidos para hacer la guerra

Por Deisy Francis Mexidor * / Colaboración Especial para Resumen Latinoamericano.

 

El 20 de marzo de 2003, alrededor de las 5:30 de la madrugada, hora local de Bagdad, las sirenas antiaéreas presagiaron el comienzo de la invasión de Estados Unidos a Iraq en nombre de una estabilidad esquiva.

Desde la comodidad del Despacho Oval, el entonces presidente George W. Bush pronunció un discurso al país en horario de máxima audiencia para informar que había comenzado la controvertida Operación Libertad Iraquí, o sea, la guerra, otra más.

“Conciudadanos míos, a esta hora, las fuerzas estadounidenses y de la coalición se encuentran en las primeras fases de las operaciones militares para desarmar a Irak, liberar a su pueblo y defender al mundo de un grave peligro”, expresó Bush.

Los depósitos de armas de destrucción masiva que jamás aparecieron sirvieron de pretexto para barrer no solo el gobierno que molestaba a Occidente sino también acabar con siglos de historia.

“Estas son etapas iniciales de lo que será una campaña amplia y concertada”, dijo Bush aquel fatídico día en el que, como afirmara poco después el sociólogo estadounidense James Petras, “los europeos y los inspectores de la ONU facilitaron la conquista de los hombres de Washington”.

Los primeros bombardeos a Bagdad abrieron el camino a la invasión ilegal de un país al que -según los principios de la ONU- le violaron su soberanía y donde las tropas del Pentágono cometieron crímenes de guerra y abusos de los derechos humanos que perduraran en la memoria reciente.

Basta recordar los excesos cometidos en la tristemente célebre prisión iraquí de Abu Ghraib donde los soldados estadounidenses cometieron todo tipo de tortura.

El 9 de abril cayó el gobierno de Bagdad y al mismo tiempo, simbólicamente, la estatua de Sadam Husein en la plaza Firdos.

Al mes siguiente, vestido de piloto y desde un portaaviones, Bush declaró la ¿victoria en Iraq?, pero nada más lejos de la realidad.

Entre 2003 y 2011 transcurrieron ocho años de un complejo conflicto que dejó cientos de miles de muertos.

El 24 de enero 2004, el gobierno de Bush canceló la búsqueda de las armas de destrucción masiva y admitió que sus argumentos de la existencia de grandes reservas de armas químicas biológicas e incluso nucleares en el Iraq de Sadam Husein eran erróneas.

“Estábamos casi todos equivocados”, afirmó entonces ante el Congreso David Kay el inspector de armas de Estados Unidos.

Lo que vino desde entonces es historia triste, “catastrófica” a juicio de los propios iraquíes. La guerra derivó en la creación de grupos terroristas como el autodenominado Estado Islámico y aunque técnicamente terminó, en materia de conflicto interno sigue activa y son continuos los ataques entre distintas facciones.

No pocos analistas, politólogos, historiadores e incluso funcionarios que ayudaron a desatar la guerra se preguntan en la actualidad por qué invadió Estados Unidos ese país.

El diario The New York Times publicó un reportaje en el que advirtió: no se trata del coste de la guerra en muertes de militares estadounidenses (unas cuatro mil 600) o vidas iraquíes (las estimaciones suelen situarse en torno a las 300 mil o más víctimas fatales directas por los combates), ni el coste financiero para Washington (815 mil millones de dólares).

Ni siquiera se trata de las consecuencias de la guerra, entre las que se incluyen, como mínimo, sumir a Iraq en una contienda civil, dar lugar a una nueva generación de extremistas y, durante un tiempo, escarmentar con el intervencionismo estadounidense, apuntó el rotativo.

¿Fue realmente, como atestiguó el gobierno de George W. Bush, para neutralizar un arsenal iraquí activo de armas de destrucción masiva que resultó no existir? ¿O por las sospechas de que Sadam Husein, el líder iraquí, había participado en los atentados del 11 de septiembre de 2001, que también resultaron ser falsas?

¿Era para liberar a los iraquíes del régimen de Husein y llevar la democracia a Medio Oriente, como más tarde aseguraría la administración?

¿Por el petróleo? ¿Información errónea? ¿Ganancia geopolítica? ¿Simple exceso de confianza? ¿Deseo popular de una guerra, cualquiera, para recuperar el orgullo nacional?

“Me iré a la tumba sin saberlo. No puedo responder”, confesó en 2004 Richard Haass, alto funcionario del Departamento de Estado en el momento de la invasión, cuando le cuestionaron por qué había sucedido y puede que el mundo nunca obtenga una respuesta definitiva, concluyó el Times.

 

Cicatrices dos décadas después

Transcurridos 20 años de aquel sonido de sirenas y de la caída de la estatua de Sadam, las cicatrices entre los iraquíes son visibles, sobre todo en los que vivían en zonas aledañas a las bases militares estadounidenses, donde fueron expuestos al humo tóxico de los “pozos de quema”.  Esos crematorios se utilizaban para deshacerse de residuos, neumáticos, pintura y otros solventes orgánicos volátiles, baterías, artefactos explosivos sin detonar, productos derivados del petróleo, plásticos y desechos médicos, incluidos restos del cuerpo humano.

Si bien las columnas de partículas y humo contaminado provenientes de los pozos de combustión afectaron a unos 3,5 millones de miembros de las Fuerzas Armadas de Estados Unidos en las últimas dos décadas, hay una cantidad no incluida en las estadísticas de iraquíes que enfermaron, sobre todo de cáncer.

El Presidente Joe Biden firmó en agosto de 2022 un proyecto de ley para ampliar los beneficios de atención médica y discapacidad de esos miembros retirados del servicio militar que sufrieron problemas de salud por la exposición a los gases tóxicos de los mencionados pozos.

“Nuestros soldados estuvieron expuestos al humo tóxico que se esparcía por el aire y entraba en sus pulmones (…) muchas de las personas más aptas y mejor entrenadas que enviamos a la guerra (…) sufrieron dolores de cabeza, entumecimientos, mareos, cáncer. Mi hijo Beau fue una de ellas”, expresó.

El mandatario consideró que las quemas de residuos tóxicos quizás contribuyeron al fallecimiento en 2015 de su hijo, quien fue diagnosticado con un cáncer cerebral tras servir en Iraq.

Un artículo del servicio de noticias Democracy Now comentó que esos problemas de salud pudieron evitarse de haber seguido los protocolos correctos.

Las Fuerzas Armadas de Estados Unidos solían utilizar combustible de avión o diésel para quemar todo tipo de desperdicios, lo cual genera mucha más contaminación que las incineradoras de alta temperatura, pero ello habría costado más dinero.  

La eliminación de residuos estuvo a cargo de la empresa contratista Kellogg, Brown & Root, o KBR, una subsidiaria de Halliburton, cuyo director ejecutivo entre 1995-2000 fue Dick Cheney, quien un año después se convirtió en vicepresidente de Estados Unidos y fue artífice de las invasiones y ocupaciones de Iraq y Afganistán, recordó el material periodístico.  Por ejemplo, la compañía KBR recibió contratos sin licitación para ocuparse de una gran variedad de temas logísticos relacionados con las guerras, incluida la eliminación de desechos y para maximizar ganancias optó por el uso de pozos de quema contaminantes y de bajo costo.

Democracy Now alertó que la denominada Ley PACT promulgada por Biden aliviará en parte a las víctimas estadounidenses, pero ¿y los iraquíes y afganos?

Fotos: Agencias / Archivo.

Tesoro perdido

La historia de Iraq se remonta a la antigua Mesopotamia. La región entre los ríos Tigris y Éufrates se identifica como la “cuna de la civilización” y el lugar del nacimiento de la escritura.  Sin embargo, el país perdió gran parte de su rico patrimonio cultural con la invasión. A partir de ese momento las imágenes de museos, bibliotecas y sitios arqueológicos reducidos a cenizas y vandalizados dieron la medida de que una de las mayores víctimas fue la memoria.

Los especialistas consideran que, tras la toma de Bagdad, la cantidad de artefactos invaluables, muchos de ellos de esa etapa, desaparecieron, los destruyeron o se desconoce el paradero.

En 2021, Estados Unidos devolvió a Iraq 17 mil objetos arqueológicos de unos cuatro mil años pertenecientes al período sumerio. Antes, en 2018, el gobierno británico adoptó similar decisión con artefactos antiguos saqueados y robados luego de la invasión.

“Venimos a Iraq con respeto por sus ciudadanos, por su gran civilización y por las creencias religiosas que practican. No tenemos ninguna ambición en Iraq, excepto eliminar una amenaza y devolver el control de ese país a su propio pueblo”, dijo Bush ante las cámaras aquel 20 de marzo.

Según algunas estimaciones, el número de muertos en Irak supera los dos millones y en la actualidad, Estados Unidos mantiene a unos dos mil 500 soldados en el territorio de ese país del Medio Oriente.

(*) Periodista cubana, colaboradora de Resumen Latinoamericano.

Foto de portada: Un infante de marina estadounidense cubre el rostro de la estatua de Saddam Hussein en Bagdad días después de la invasión. La estatua luego fue derribada, convirtiéndose en una símbolo del derrocamiento del líder iraquí/ Archivo BBC/ Getty Images.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *