Culturales

La higuera centenaria de Miguel Hernández y sus cien hijos

Por Jesús Nicolás

«Volverás a mi huerto y a mi higuera», declamó desolado Miguel Hernández aquel diciembre de 1935 ante la gente congregada en la plaza que hoy lleva el nombre de su «compañero del alma» Ramón Sijé, «al que tanto quería». Casi 88 años después, aquella ‘Elegía’, quizá la más hermosa de la literatura española, suena casi a premonición. Pues hoy, cientos de personas peregrinan al año a la casa-museo para descubrir ese árbol –y musa lírica– al cruzar el portón de madera que separaba el establo del huerto, que separó al niño cabrero del poeta.

Último testigo vivo de la vida y obra de Hernández, esa ejemplar de bulboso tronco y enrevesado ramaje parece que perdurará siempre, pero no. Por eso, investigadores y profesores de la universidad que hoy lleva el nombre del autor oriolano trabajan porque esos higos de palo perduren para siempre. En 2017 firmaban un convenio de colaboración con el Ayuntamiento y este año esa higuera, cuyas hojas fueron incluso obsequio para los lectores de este periódico en el centenario del nacimiento del poeta, hoy tiene ya nada más y nada menos que un centenar de hijos. En su mayoría guardados en un invernadero de la Escuela Politécnica de Desamparados, así como otros tantos vástagos dispersos por los más ilustres y también paganos lugares. Desde un parque en Torre Pacheco hasta el mismísimo palacio de la Moncloa y las vastos jardines del monte de La Zarzuela.

«Porque soy como el árbol talado que retoño, porque aun tengo la vida», cantaba el también conocido como ‘ruiseñor de las batallas’. Un mensaje que sin duda ha calado hondo en el ímpetu de Juan Martínez Tomé y Adrián Grau, los dos encargados no solo de dar descendencia a este fruto bendecido por la poesía, también de brindarle el mayor de los mimos. No en vano, recuerda Martínez Tomé, el estado en el que encontró el vetusto ejemplar era de todo menos ideal. «Nos dimos cuenta de que el tronco estaba por dentro prácticamente hueco». Así pues, lo urgente fue tapar todas las oquedades para que no entraran insectos o plagas y que la savia siga su curso. «También vimos que una rama estaba demasiado desarrollada y le pusimos un pilar para impedir su rotura».

Asimismo, cuenta, se actuó sobre su entorno, hoy mucho más similar a lo que siempre ha sido, el huerto de los Hernández. «Se valló el perímetro y se labró y plantó el terreno para que la tierra transpire y no esté apisonada como estaba antes». Además de, por supuesto, añade, dotar el espacio de algo tan básico hoy día como un sistema de riego automatizado.

Escasa esperanza de vida

Toda una serie de sencillas operaciones con las que Martínez Tomé espera estirar la vida de la higuera de Miguel, a la que ya se la puede considerar longeva. «El arqueólogo municipal estimó que tiene unos 110 años por lo que le quedarán 10 o 15 más a lo sumo. Para cuando ese momento llegue hemos pensado en, aunque no esté viva, conservarla entera poniéndole un toldo de madera para protegerla y frenar su descomposición», afirma.

Para entonces, por suerte, la esperanza estará más que sembrada. Bien lo sabe Grau, encargado de rebrotar tras su poda las ramitas de este mágico árbol en cientos de pequeños retoños que comparten idéntico ADN. «Los enraizamos en ácido indolbutírico con perlita hasta que, ahora, en primavera, rebrotan», especifica.

Por el momento, los ejemplares que salen del invernadero son pocos y contados. «El último que ha salido, de hecho, es el de la exposición que ha organizado Valencia sobre Miguel», comparte con cariño el director de la casa-museo, José Tomás Serna, que ha bautizado dicho ejemplar, el más desarrollado, como ‘Miguelina’. Conforme salgan otros de suficiente porte, Martínez Tomé ya negocia con el Ayuntamiento ubicar algunos de estos ‘hijos de la luz y de la sombra’ en algunos puntos emblemáticos de la ciudad. «He propuesto poner uno en la plaza del Carmen, junto al Ayuntamiento, y otro frente a la estación de tren, para que sea lo primero que vean los turistas al llegar a Orihuela». «Quien conoce a Miguel Hernández viene buscando la higuera», suscribe el director de la casa-museo, al que no le faltan anécdotas del huerto. Desde una turista que se confundió y se fotografió abrazada a otra higuera más joven con la que convive la original y la fugaz visita del recién nombrado Hijo Adoptivo de Orihuela y cantautor del poeta, Joan Manuel Serrat. «Como no había higos, pidió un limón, inspiró su olor y se sentó en el árbol», cuenta entre risas.

Tomado de La Verdad

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