Internacionales

Javier Milei y el discurso del odio en la historia argentina

Por María Seoane.

En el vasto teatro de la política ¿basta que un argentino odie a otro para que toda la patria se desbarranque en ese odio? Y ahí lo escuchamos, en la retahíla de ira con destinatarios precisos, con un lenguaje a escupitajos violentos, a un tal Javier Milei, con su melena alocada en sets de tevé o en hoteles de lujo frente a millonarios sedientos por ver cómo se logra que el Estado que cobra impuestos para sostener un país integrado, se quiebre. Dispuestos a escuchar teorías siempre adornadas por la verba de Milei que con una verborragia de improbable constatación teórica alude a los padres del neoliberalismo, el austríaco Friedrich von Hayek, el norteamericano Milton Friedman y su primo sudaca Alfredo Martínez de Hoz: troupe abominable porque la historia junta cadáveres debajo de la aplicación de sus recetas económicas. Lo saben los chilenos de 1973. Lo saben los argentinos de 1976. 

Pero si hay que dinamitar la memoria sobre esas tragedias, ¿por qué no ir más atrás? Entonces, el candidato Milei avanza hacia atrás, hasta el deseo de legalizar tal vez su propia historia, donde los argentinos toleren, como una novedad de videoclip, la idea de que el liberalismo no prohíbe siquiera la venta legal de órganos. En verdad para llegar a dinamitar las estructuras económicas y sociales que montó la burguesía en ascenso en la Revolución Francesa con “Libertad, igualdad y fraternidad”, el epígono del neoliberalismo argentino sueña con refundar el mundo convirtiéndolo en ruinas. Hitler lo intentó sobre montañas de muertos. ¿Acaso para transformar a los obreros en explotados sin derechos no es indispensable deshumanizarlos, animalizarlos o matar al dios Estado, fuente de los derechos humanos, económicos y sociales desde 1789 en adelante? 

 
Es inútil persignarse: se trata de la revelación más auténtica del principal epígono Nac&Pop de las corporaciones financieras locales e internacionales que superan con sus activos al PBI de no pocos estados nacionales. Estas oligarquías financieras ilimitadas –la casta favorita de Milei– necesitan no sólo desmontar “los grilletes” impuestos por los valores de “libertad, igualdad y fraternidad” sino también las Constituciones de los estados nacionales que se sellaron y profundizaron en la post guerra de mediados del siglo XX con la Declaración Universal de los Derechos Humanos –económicos, sociales y de género que la sucedieron– en la postguerra a partir de 1948. 

Se dirá que Milei, líder de la casta de los odiadores seriales contra choriplaneros, piqueteros y trabajadores sindicalizados con derechos adquiridos, en realidad es un producto del marketing que se apagará cuando los grandes medios que responden a los empresarios reunidos en el hotel Llao-Llao que lo escucharon le bajen el pulgar. No importa cuál sea la aritmética electoral: el mecanismo de producción de un individuo de esta naturaleza, expresa el rencor, la hostilidad, el resentimiento, un deseo de aniquilación del otro, oscuro e incurable a lo largo del tiempo. Y como sostenía Walter Benjamin, para entender hay que pasar “el cepillo a contrapelo” de la cultura que lo engendró en nuestra historia nacional. 

Las redes sociales que festejan a Milei revelan un lenguaje que viene de muy lejos, expresado de manera cabal en la literatura argentina, como escribió Guillermo Eduardo Pilía. Parida por el conflicto político entre Unitarios y Federales, la novela La Cautiva de Esteban Echeverría es fundamental para entender el odio social contra el indio de la elite blanca y terrateniente más tarde en la Campaña del Desierto. El latifundio –base de la concentración agraria nacional– no hubiera sido posible sin esa matanza. 

Los caudillos como Facundo Quiroga fueron un nuevo objeto del odio. Civilización y barbarie (el Facundo de Sarmiento) hacia mediados del siglo XIX fue leída, sostiene Pilía, durante generaciones “como un texto histórico y no como literatura”. Y da una clave “porque ese odio contra Rosas no cesó después de Caseros o dictada la Constitución de 1853 quizá porque Rosas era simplemente la personificación de algo aborrecible que perduró más allá de sus mandatos e incluso de su muerte”. Lo que no se extinguió con Rosas – dice Pilía- fue “La chusma, el gauchaje, los negros, los indios, a los que su gobierno favoreció y que entraban en conflicto con una Argentina blanca, europea y civilizada”. Y en los años 20, le tocó el desprecio a los inmigrantes que portaban ideologías anarquistas y comunistas. En los años ‘40 del siglo XX le tocó el turno al desprecio de “la chusma” peronista. 

El desarrollo capitalista argentino, el proceso de industrialización, expulsaba del interior del país a miles hacia las grandes ciudades: los “cabecitas negras” y “los descamisados”. Es el movimiento telúrico que va a expresar políticamente Juan Domingo Perón. De lo que se trata entonces es que el ejercicio del odio político presupone una historia: y es la larga marcha del desarrollo capitalista argentino por el reparto de la renta nacional. Que no se trata solamente de prejuicios o intolerancias generados por cuestiones raciales: como fue la Campaña del Desierto encabezada por el Julio Argentino Roca en la etapa de consolidación de latifundio; como fue la persecución a los obreros e inmigrantes politizados al comienzo del siglo XX con el desarrollo fabril argentino y su asociación con el capital inglés. Como fue con la constitución del estado de bienestar durante el 1° y 2° peronismo. En el odio del lenguaje político siempre anida el deseo de la rapiña económica. La dictadura militar de 1976 que conformó el estado terrorista-neoliberal y transnacional englobó en el lenguaje- esos “subversivos”- la justificación del exterminio de una generación política mientras se iniciaba, con el plan económico Videla/Martínez de Hoz, el ingreso de la Argentina a la etapa del saqueo neoliberal del siglo XX a través de la deuda externa como cadalso. 

El fin de la dictadura criminal, el comienzo de la democracia amenazada y endeudada en tiempos de Raúl Alfonsín hace 40 años no modificó las matrices económicas que sostuvieron la vigencia del lenguaje del odio contra los trabajadores y la participación del Estado para regular la apropiación de la riqueza por parte de la oligarquía agraria. Durante el menemato en la década del noventa, mientras se sostenía una falsa convertibilidad del 1 a 1 peso-dólar, se privatizaba la estructura del estado nacional, plataforma básica de cualquier proyecto de desarrollo capitalista autónomo. La ilusión que hoy vende Milei con la dolarización estalló por los aires durante el gobierno de la Alianza en 2001. 

Treinta años después de la muerte de Juan Perón, con la Argentina herida por la deuda externa y el dominio del FMI, la llegada de Néstor Kirchner a la Presidencia en 2003 retomó la heráldica del peronismo en su versión de independencia económica, justicia social y soberanía política. Al pagar la deuda con el FMI canceló décadas de sometimiento al gobierno off shore desde los EE.UU. ¿Acaso la concentración mediática, la confrontación con las corporaciones agro- financieras durante el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner (CFK) en 2008 no generaba su propio lenguaje al despreciar a “piqueteros” y “choriplaneros” y “kukas” en la larga polémica por las retenciones? 

El advenimiento del gobierno de Mauricio Macri de Cambiemos en 2015, versión original de JuntosxElCambio 2019, el regreso de una deuda externa criminal y del gobierno off shore del FMI, ¿no es acaso la base material sobre la que se asienta el nuevo lenguaje del odio político contra las políticas regulatorias del Estado nacional a partir de entonces, alimentada por la gula de varias corporaciones financieras, – un Shylock, el gran usurero de Shakespeare-, que exigen conculcar los derechos económicos y sociales de los argentinos para que esa deuda no la paguen lo más ricos? Porque lo que se discute es quién tiene que pagarla. 

Y se trata de reinventar entonces un epígono de la libertad absoluta del mercado, un pirómano del Banco Central. Un Guasón de los medios de comunicación donde la violencia discursiva es como la bala que disparó el personaje de la película “The Joker” contra el presentador del programa que lo entrevistaba. O como la bala que no salió en el atentado contra CFK el primero de setiembre de 2022. Mientras tanto, en la agitación de ese lenguaje de Milei que impregna la campaña electoral 2023, la violencia de la inflación atacó con furia, y “cuatro vivos”- dijo CFK- se quedan con la plata de millones de argentinos en una colosal transferencia de ingresos a las 20 empresas que concentran el 74% de la producción de bienes. Pero también asoma un antídoto: la necesidad de un nuevo pacto democrático, de un amor político que se transforme, dice Nora Merlín en su extraordinario libro “El despertar afectivo”, en millones de votos contra el regreso de la oscuridad. 

Tomado de Página/12.

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