Internacionales

Doble rasero y oportunismo: La manida estrategia de Estados Unidos en Taiwán

Por Carmen Parejo Rendón.

China ha ganado un peso internacional indiscutible en la esfera económica, pero también en su capacidad de influencia política y diplomática. La nación fue una de las primeras grandes civilizaciones mundiales y su relación con el comercio siempre estuvo presente a través del desarrollo, ya en el mundo antiguo, de la Ruta de la Seda. Sin embargo, a partir del siglo XIX, este país asiático, como otros en la región, se convierte en el blanco de múltiples invasiones de distintos países que destruyen la fortaleza china y condenan a su pueblo al subdesarrollo colonial.

Esto cambió con la Revolución China, y desde entonces, pese a épocas aparentemente contradictorias, el camino que ha recorrido China lo encumbra hacia esta nueva posición predominante y con mucho que decir en el actual contexto de pugna y cambios en el plano de las relaciones internacionales.

La participación de China en el BRICS —el bloque de países integrado por Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica—, o en la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), posiciona al país asiático como uno de los referentes del cambio hacia unas relaciones económicas y diplomáticas que apuestan por el multilateralismo. Y, por tanto, en rival destacado de EE.UU. en plena crisis de hegemonía y con el cuestionamiento que estos organismos abren a la prevalencia del dólar como moneda de reserva mundial.

A su vez, el desarrollo del plan de la Nueva Ruta de la Seda, que afecta a distintos países y que va sumando socios progresivamente, también se entiende como una amenaza directa a la hegemonía estadounidense.

La participación de China en el BRICS o en la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS) posiciona al país asiático como uno de los referentes del cambio hacia unas relaciones económicas y diplomáticas que apuestan por el multilateralismo.

En el plano diplomático podemos destacar el rol que recientemente ha jugado China en la recuperación de las relaciones diplomáticas entre Arabia Saudita e Irán, o su propuesta para la resolución del conflicto en Ucrania. En ambos casos, se transmite una visión de las relaciones internacionales que busca la negociación y la cooperación, y una apuesta por la estabilidad regional en distintos escenarios, frente a la estrategia atlantista de fomentar conflictos y sacar rédito de la inestabilidad mundial.

Es por este motivo que ya en la cumbre de la OTAN en Madrid en 2022, se fija por primera vez a China como un “desafío estratégico” para la Alianza. Esta estrategia se escenificó durante la cumbre por el protagonismo que adquirieron los aliados extra de la OTAN invitados al evento: Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda. Un ejemplo del cambio estratégico de EE.UU. se refleja en el desarrollo de nuevas alianzas militares, como la Alianza Aukus o la firma del acuerdo con Tokio, en enero de este mismo año, para la construcción de un centro para los F-35 y los portaaviones estadounidenses en la isla deshabitada de Mageshima, situada cerca del archipiélago de Okinawa.

Nos hemos acostumbrado a que estos cercos militares de EE.UU. en distintas partes del mundo nos parezcan naturales.

El archipiélago de Okinawa es cercano al estrecho de Taiwán, que está controlado por EE.UU. desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. No olvidemos que, en la actualidad, EE.UU. tiene noventa bases militares en Japón, el 75 % de ellas en Okinawa. Al igual que otras bases que buscan el cerco al complejo mar del sur de China. Por alguna razón nos hemos acostumbrado a que estos cercos militares de EE.UU. en distintas partes del mundo nos parezcan naturales.

La Unión Europea, por su parte, actualmente tiene como socio comercial principal a China, y manifiesta en estos momentos un aparente debate interno. El presidente francés, Emmanuel Macron, tras su visita a China, señaló que la UE debería reducir su dependencia de EE.UU. y no verse arrastrada a una confrontación entre China y el país norteamericano sobre la cuestión de Taiwán.

Sin embargo, el que se ha convertido en el autoproclamado ‘ministro de la guerra’ de la Unión Europea, Josep Borrell, declaró, recientemente, que las armadas europeas deberían patrullar el estrecho de Taiwán para “mostrar Europa”. Una nueva puesta en escena de la compleja unidad del bloque. 

 

El caso de Taiwán

Como en todos los países del mundo, China también tiene problemas internos que resolver, que entroncan directamente con su propia historia y que solo a los chinos les corresponde solucionar. Para China, Taiwán es uno de esos problemas. Y EE.UU. lo sabe.

El mar de la China meridional es una zona de gran importancia económica y geoestratégica. Un tercio de la navegación marítima mundial pasa por allí. A su vez, a diferencia de otros puntos calientes del planeta, este mar restringe su movilidad por la presencia de múltiples estrechos con un gran valor geopolítico propio y afectados por distintos conflictos. También debemos tener en consideración que las múltiples invasiones coloniales que padeció la región, sobre todo en el siglo XIX, han generado fuertes disputas territoriales en relación con la soberanía sobre algunas islas que, si bien suelen estar deshabitadas, tienen un gran valor estratégico en sentido militar. Por la propia geografía de la zona, la seguridad marítima es clave para la seguridad nacional de cada uno de esos Estados, incluido China.

Tanto el Partido Comunista Chino como el Kuomintang defienden, no obstante, la idea de una sola China, donde Taiwán sería una provincia más. La disputa radica en cuál de los dos gobiernos sería el legítimo del conjunto y no en un enfrentamiento territorial de carácter secesionista.

Uno de los estrechos que cierra el mar de China meridional es el estrecho de Taiwán. La isla china de Taiwán fue invadida por el imperio japonés y devuelta a China tras la Segunda Guerra Mundial. Después de la guerra civil china, entre las fuerzas lideradas por el Partido Comunista Chino y las lideradas por el Kuomintang (Partido Nacionalista Chino), que resultó en la victoria de los primeros y en la fundación de la República Popular China, los miembros del Kuomintang se retiraron a la isla de Taiwán como representantes de la República de China.

Tanto el Partido Comunista Chino como el Kuomintang defienden, no obstante, la idea de una sola China, donde Taiwán sería una provincia más. La disputa radica en cuál de los dos gobiernos sería el legítimo del conjunto y no en un enfrentamiento territorial de carácter secesionista.

El principio de ‘una sola China’ es, además, el principio asumido a nivel internacional (incluso por EE.UU.). Y más aún, la mayor parte de los países del mundo y la propia Naciones Unidas consideran al Gobierno de la República Popular China como el legítimo gobierno chino.

 

Estados Unidos y su postura contradictoria

La postura de EE.UU. en este conflicto siempre ha sido contradictoria, jugando a mantener relaciones amistosas con los gobiernos de Taiwán, favoreciendo acuerdos militares, mientras seguía asumiendo el principio de ‘una sola China’ e iniciaba también relaciones con la República Popular China.

En 2016, venció en las elecciones de Taiwán Tsai Ing-wen, del Partido Progresista Democrático (PPD). Tsai Ing-wen inició su camino a la presidencia en verano de 2015 precisamente visitando EE.UU., donde se reunió con varios legisladores estadounidenses, incluidos los senadores John McCain y Jack Reed. Al llegar al poder en 2016, comenzó una campaña incesante de aumento de la conflictividad con el Gobierno de la República Popular China. Rechazando públicamente el llamado Consenso de 1992, por el cual, el gobierno de la isla y de China continental abrían paso a negociaciones para una posible reunificación territorial; y rechazando el ofrecimiento que el presidente Xi Jinping proponía en 2019 para la consolidación de un proceso de reunificación basado en la política de “un país, dos sistemas”.

La postura de EE.UU. en este conflicto siempre ha sido contradictoria, jugando a mantener relaciones amistosas con los gobiernos de Taiwán, favoreciendo acuerdos militares, mientras seguía asumiendo el principio de ‘una sola China’ e iniciaba también relaciones con la República Popular China.

Por el contrario, la líder taiwanesa ha reforzado sus lazos con EE.UU., destacando la visita de la congresista demócrata, Nancy Pelosi, a la isla, que se interpretó como una clara provocación en un contexto donde, además, EE.UU. ha declarado abiertamente y en varias ocasiones que China es su gran rival geopolítico. Es decir, Tsai Ing-wen, por sus propios intereses particulares, no ha buscado un aliado neutral internacional para poder solucionar un conflicto, sino más bien un aliado interesado que solo sirve para alimentar el conflicto y justificar con ello su accionar contrario a China.

Atendiendo a las elecciones intermedias que tuvieron lugar a finales de 2022, la estrategia de confrontación de Tsai Ing-wen no ha sido comprendida y compartida por la mayor parte de los taiwaneses. El Kuomintang ganó en 13 de los 21 distritos de Taiwán, incluyendo cuatro de las seis ciudades más grandes de la isla, donde vive casi el 70 % de la población.

Ante este escenario, el aumento de las tensiones con China tiene una doble finalidad. Por una parte, a la actual lideresa le interesa justificar sus políticas de confrontación ante su electorado de cara a las elecciones presidenciales de 2024. Por otro lado, EE.UU. en esta guerra que ha declarado contra el mundo necesita presentar una imagen determinada de China que ayude a su propia agenda.

Tsai Ing-wen no ha buscado un aliado neutral internacional para poder solucionar un conflicto, sino más bien un aliado interesado que solo sirve para alimentar el conflicto y justificar con ello su accionar contrario a China.

En la estrategia estadounidense contra China no es la primera vez que vemos como se utiliza un conflicto interno para sus propios fines. Lo vimos hace unos años en Hong Kong, y lo vemos constantemente en la tergiversación que desde los medios de comunicación occidentales hacen del conflicto con el terrorismo integrista en la región de Xinjiang. Temas que darían para sus propios análisis concretos.

En cualquier caso, son asuntos internos de China y que solo incumben a China. Además, en el caso de que China quisiera solicitar un mediador para alguno de sus conflictos internos o regionales, lo que es seguro, aplicando la lógica más básica, es que no podría ser un país que ha declarado por activa y por pasiva su deseo de acabar con el ascenso de China. EE.UU. jamás podría ser un mediador confiable para la región y menos aún para la propia China.

El caso de Taiwán combina el oportunismo interno de la actual lideresa, unido a una campaña intensa de propaganda que se inserta en la estrategia estadounidense por mantener su hegemonía y derrotar el ascenso de China.

Tomado de RT/ Imagen de portada: Getty Images.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *